Las primeras
frases de esta novela son rotundas: “Esta historia de amor por curiosa
coincidencia…, comenzó el mismo día claro, de sol primaveral, en que el
estanciero Jesuíno Mendonza mató a tiros de revólver a doña Sinházinha Guedes
Mendonza, su esposa”. Como no recordar, desde el principio mismo de la
lectura, los comienzos en las novelas de Gabriel García Márquez,
potentes y sugerentes, capaces de atraer la curiosidad del lector desde las
primeras líneas. Y, sin embargo, Jorge
Amado (1912-2001) no fue un imitador del genial escritor colombiano, a la inversa, la crítica literaria le reconoce como uno de los precursores
del realismo mágico en la moderna literatura latinoamericana. Es verdad
que en esta novela no se aprecia esa
intención de hacer verosímil y otorgar carácter común y cotidiano a lo fantástico e irreal, el rasgo más definido de
este movimiento estilístico. Pero sí podemos encontrar aquí esas
descripciones intensamente sensoriales que apelan a la sensualidad, o la
sensación de detención del tiempo cronológico mientras fluyen los pensamientos
de los personajes, rasgos igualmente típicos del realismo mágico.
Gabriela, clavo y canela (1958) es la
obra más popular entre la extensa producción del escritor brasileño. La más
premiada, más traducida y más versionada en cine y televisión. Desde el mismo
comienzo del relato, el narrador omnisciente nos aclara que estamos ante una
historia de amor, la del sirio Nacib y la mulata Gabriela, de una
belleza agreste y cautivadora. Queda claro que esa relación y sus
peripecias es uno de los hilos
conductores de la trama argumental, pero en mi opinión no es el eje principal
de la misma. Tampoco me parece que sea Gabriela
la principal protagonista, tal y como sugiere el título, sino más bien Nacib,
un personaje sensible, entrañabe y pragmático que, en su condición de
comerciante que regenta el principal bar en el puerto de Ilhéus, está al
tanto de todos los chismes, murmuraciones
y noticias de la vida ciudadana, y en cierto sentido hace de nexo de unión
entre el resto de personajes. Desde el principio el narrador nos describe sus
inquietudes y penetra en sus pensamientos. En cambio Gabriela entra en
escena a mitad de la historia, con bastante fuerza, es verdad, gracias a una
desbordante sensualidad y a su naturaleza sencilla y libre de prejuicios, con
una alegría y energía vital que arrastra tras de sí a casi todos los
personajes, y la convierte en centro de atención del lector. El narrador
también nos cuenta en su momento la crisis de la protagonista pero, aún así, el
retrato psicológico de Gabriela es menos profundo y perfilado que en
caso de Nacib.
El
verdadero protagonista de la novela es la propia Ilhéus, ciudad costera
del estado brasileño de Bahía, en torno a 1925, cuando el cultivo del
cacao está en pleno auge y produce
el enriquecimiento rápido de la ciudad.
Es entonces cuando aparecen tensiones sociales, llevadas al terreno político,
entre los antiguos propietarios, los llamados coroneles, y los hombres nuevos.
Los primeros representan el conservadurismo más retrógrado, incultos y poderosos,
anclados en una mentalidad patriarcal y en el espíritu de los primeros
colonizadores que, revolver en mano, nos recuerdan vivamente los tiempos de Far
West tan divulgados por el cine americano. Los segundos son empresarios y exportadores de la segunda ola
migratoria, gente con mentalidad moderna y ansias innovadoras, partidarios de
cambios sociales y políticos acordes con la nueva realidad económica. En suma,
el conflicto entre tradición y progreso, un concepto que aparece con insistencia
a lo largo de la narración. Los dos personajes que mejor representan esas dos
tendencias antagónicas son el viejo cacique Ramiro Bastos y el
emprendedor empresario Mundinho Falcao.
En mi
opinión estamos ante una estupenda novela histórica. Por la narración desfila
todo un coro de personajes arquetípicos de esas dos mentalidades, y en sus
actitudes y opiniones vislumbramos la evolución social inducida por el progreso
económico. La intención crítica del escritor no pretende ser agria ni incisiva
sino más bien amable e irónica, más centrada en el retrato costumbrista que en
la profundidad analítica. Un retrato de época enfocado en la clase social
dirigente, la de los blancos enriquecidos y favorecidos por toda clase de
privilegios políticos. El pueblo llano aparece de forma marginal, representados
en toda una cohorte de negros y mulatos, campesinos del cacao y pistoleros, sin
capacidad de decisión, refugiados en sus bailes y tradiciones ancestrales. Algunos
dicen que Gabriela representa el nexo entre ambas capas sociales y es el
símbolo de ese progreso y evolución que se quiere poner de manifiesto en la
sociedad de Ilhéus. Yo pienso que, frente a la encorsetada e hipócrita
buena sociedad, representa la espontaneidad y la alegría de vivir de los
afroamericanos. En mi opinión son dos mundos intercomunicados que aún podemos
percibir en la sociedad brasileña; el poder político y social para los blancos,
el carnaval y la samba para los mulatos.
En
resumen, una magnífica novela, que se lee con interés de principio a fin,
retrato histórico de una época y una sociedad
que a mí me parece atractiva por lo exótica, aunque esos mismos cambios
sociales, entre finales del XIX y principios del XX, son extrapolables a otras
naciones. Los amores de Nacib y Gabriela insertos en la trama
narrativa aportan la amenidad que toda buena novela histórica debe tener si
quiere mantener su intención divulgativa. La historia que comienza con un
crimen de honor, impune según la tradición, termina en el epílogo con el moderado
castigo penal del mismo; todo un símbolo de cambio.
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