En fechas
recientes la Universidad de Jaén celebró su 25 aniversario con la programación
del Requiem de Giuseppe
Verdi en la Catedral. Se trata de una obra de gran exigencia
interpretativa, que tradicionalmente ha supuesto un enorme reto para solistas,
coros y orquesta. En esta ocasión fue
interpretada por un coro mixto, el de la
Universidad de Jaén y el de la Ópera de Granada, con la Orquesta
de la Universidad de Jaén en la parte instrumental, y con los solistas Carmen
Solís (soprano), Mirouslava Yordanova (mezzosoprano), Pancho
Corujo (tenor) y Francisco Crespo (bajo), dirigidos por Ignacio
Ábalos Ruiz.
Sí el
de Mozart es quizás el más popular de los Requiem, el de Verdi
es el más espectacular, en mi opinión. Se ha dicho del mismo que es una ópera
con formato de música sacra y que Verdi, reconocido anticlerical y
agnóstico, no pretendía expresar en su obra la confianza en la salvación sino
su angustia y rebeldía ante la muerte. De ahí el énfasis musical en los pasajes
más dramáticos del texto litúrgico, tales como el Dies Irae, ese terror de las almas
ante el Juicio Final que se repite como leitmotiv durante el desarrollo
de la obra hasta el último pasaje, cuando reaparece como una terrorífica
explosión poco antes de que la angustiada e insistente súplica de la soprano, libera
me, quede en el aire mientras se apaga la música, en un final inquietante que parece mantener la duda sobre
la salvación que se pide en el primer pasaje: “Requiem aeternam dona eis,
Domine”.
Como
aficionado a este tipo de música coral no pretendo analizar y criticar la
actuación de los solistas, coros y orquesta, en la interpretación que nos
ocupa; y además sería muy osado, dada mi escasa o nula cualificación técnica en
todo lo referente a canto e interpretación musical. Sí puedo decir que me
pareció en su conjunto un espectáculo grandioso; a señalar el brillante y dramático
predominio de los instrumentos de viento en la parte instrumental, también el
equilibrio y armonización entre coros y orquesta. En cuanto a los solistas,
creo que estuvieron a la altura del reto. En particular quiero destacar al bajo,
y la soprano de voz clara y brillante, aunque no estoy seguro que se
sobrepusiera en volumen a los coros en el pasaje final, tal como lo exige la
composición verdiana, si bien es cierto que la mala acústica de la Catedral
pudo tener alguna culpa en ese sentido. También eché de menos un poco de más
énfasis dramático en la primera frase de ese último movimiento, el “Libera
me, Domine, de morte aeterna”, que en otras audiciones la soprano canta
casi como una demanda angustiada antes que humilde súplica.
En
fin, creo que el público quedó muy satisfecho con la interpretación de este Requiem
de Verdi. Por mi parte añadiría mi deseo de poderlo disfrutar de nuevo
en un futuro no muy lejano, a ser posible en un teatro o sala de conciertos. Perderíamos
en cuanto al típico marco incomparable lo que ganaríamos en mejor acústica.
Al margen de lo dicho hasta ahora, quiero
criticar la pésima organización del evento. Es verdad que la entrega previa de
entradas de invitación parecía indicar un intento de organizar el caos que reiteradamente
sufrimos en este tipo de conciertos gratuitos. Por desgracia no fue así.
Algunos asistentes estuvimos en cola hasta una hora antes con la esperanza de
conseguir un asiento más cercano a la orquesta y coros, y tuvimos que ver como
se abrían tres puertas de la Catedral al mismo tiempo, apenas se solicitaba la
entrada, y el público entraba en tromba sin respetar turno alguno. La solución
parecía fácil, una sola puerta abierta y algunas vallas para establecer un
orden de acceso, pero una vez más la improvisación y el mal hacer de los
responsables frustraron cualquier intento de orden.
Comprendo
que la gratuidad de un espectáculo es un elemento fundamental para divulgar la
cultura, musical en este caso. Pero en aquellos que por su popularidad convocan
a gran cantidad de público debería establecerse un precio de entrada, aunque
fuera pequeño, como forma de discriminar el verdadero interés de los
asistentes. Puede parecer ésta una opinión elitista, pero la comprendería quien
hubiera tenido que contemplar y soportar, a su lado o delante, los arrumacos de
una pareja de novios desentendidos del Agnus Dei, o los esfuerzos de una
madre por distraer con un muñeco a su niña pequeña mientras se cantaba el Ingemisco.
Lamento
terminar el comentario con esta amarga crítica de aspectos ajenos al magnífico Requiem
que disfrutamos y agradecimos todos los buenos aficionados a la música clásica.
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