lunes, 7 de enero de 2019

DIARIO DE UN HOMBRE SUPERFLUO. Iván Turguéniev


Sobre Iván Turguéniev (1818-1883) tuve ya ocasión de  citar algunos aspectos de su narrativa en una anterior entrada. Me refiero a los comentarios sobre la novela que es considerada su obra cumbre Padres e hijos (1862).  Según la crítica literaria, y de manera resumida, estos son los rasgos que mejor definen al genial autor ruso: Estilo realista aún con cierta inspiración en la estética romántica de sus comienzos. Creador de personajes literarios arquetípicos. Perteneciente a la corriente más europeísta de los escritores rusos del XIX, frente a otros considerados eslavófilos entre los que podemos citar a Tolstoi.
Diario de un hombre superfluo (1850) es una de sus novelas cortas, quizás poco conocida y no de las mejores, aunque esto último puede ser un juicio gratuito ya que, como otros muchos lectores, sólo puedo compararla con aquella otra por la que es universalmente reconocido. Sin embargo, también en ésta es inconfundible ese lenguaje fluido, sencillo y elegante a un tiempo, que el autor sabe imprimir a todas sus narraciones y que para mí es su sello más peculiar. 
La trama argumental es simple. Se trata de un diario escrito en primera persona por el protagonista, Chulkaturin, un joven y modesto propietario rural, cuando se encuentra próximo a la muerte. El relato se centra en su fracaso sentimental con Liza, revestido de un cúmulo de tópicos románticos tales como: enamoramiento  platónico,  un aristocrático rival, despecho, reto a duelo, desengaño etc. En este caso desprovistos de todo sentido heroico o poético, porque en el trasfondo de la historia se vislumbran aspectos tales como el matrimonio de conveniencia y otros más plebeyos y prosaicos. 
Lo importante en la novela, ya lo destaca en el prólogo la traductora Agata Orzeszek, es la creación de un nuevo tipo psicológico que tendría continuidad en otros escritores rusos de la época. Sí con  Bazárov, en Padres e hijos, Turgéniev retrata al intelectual nihilista que rechaza todos los principios éticos y niega sentido o propósito a la vida; en esta y con Chulkaturin encontramos plasmada en la práctica aquella actitud vital. Aunque dado el orden cronológico entre las dos novelas sería más bien al contrario, es la vida anodina de éste la que se eleva a rango de filosofía en aquél, en ambos casos impregnadas de un sentido pesimista de la existencia. El hombre superfluo es sensible e inteligente pero indeciso y anodino. Chulkaturin presenta todos esos rasgos psicológicos, además de cierto grado de cinismo. Su indecisión es tal que a menudo le lleva a dudar sobre que contar en su diario e incluso si tiene sentido escribirlo. Y sus dudas las trasmite cuando con cierta frecuencia interpela al lector con preguntas más o menos retóricas, otra nota distintiva del estilo narrativo en Turgéniev.
Hay que resaltar, también lo hace la traductora, la importancia que tuvo el fracaso de la revuelta decembrista (1925) en la mentalidad de los jóvenes intelectuales que en ella habían cifrado sus esperanzas de renovación y democratización política de la autocracia rusa. No entraré en detalles sobre ese episodio histórico, pero debo insistir en destacarlo como antecedente y causa del pesimismo nihilista que reflejan muchos escritores de la época. Los decembristas fueron los primeros en intentar instaurar una monarquía de corte liberal frente al absolutismo de los zares. Las reformas de 1861 (emancipación de los siervos) se mostraron insuficientes, y cuando las propuestas reformistas fracasan la consecuencia suele ser la revolución o el golpe de estado. En 1917, el gobierno provisional de Kérensky fue el último intento de régimen liberal. Llegaba demasiado tarde, la revolución bolchevique de octubre estaba ya en marcha.
Esta digresión viene a cuento porque manifiesta la importancia histórica de los personajes literarios creados por Turguéniev, auténticos prototipos de la realidad social de su época. De otra parte, el escritor ruso tampoco era ajeno a ciertas ideas, tópicas y anticuadas, sobre los extranjeros, y eso a pesar de haber viajado por media Europa. Como curiosidad citaré una frase de esta novela, puesta en boca del protagonista que muestra su rabia contra el príncipe: “Me juraba que, envuelto en una capa como hacen los españoles, saltaría de detrás de una esquina sobre mi rival y lo apuñalaría”. Con ella Turguéniev se atiene al tópico de la novela de capa y espada del XVII, y olvida que un siglo antes el ilustrado marqués de Esquilache había cortado la capa a los españoles.
En fin, una novela interesante, no demasiado conocida y de agradable lectura.

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