Es difícil
comentar una lectura de la que se ha dicho prácticamente todo y se ha
convertido por méritos propios en un clásico de la literatura norteamericana
contemporánea. Su autora, Nelle
Harper Lee (1926-2016), es un notable ejemplo de escritora de obra
única, porque si bien es cierto que editó una segunda novela, ésta última no es
más que una especie de precuela o borrador de la primera.
Comenzaré por destacar el importante elemento
autobiográfico de la narración, nunca reconocido por la escritora, pero
bastante evidente cuando encontramos multitud de coincidencias entre sus datos
biográficos y cronológicos con los hechos que se relatan. Al menos habrá que
admitir que los recuerdos de su infancia fueron la principal fuente de
inspiración. Esto justifica en parte el carácter de obra única pero no la
desmerece en absoluto porque el resultado final fue una magnífica novela.
Matar
a un ruiseñor (1960) fue
escrita a lo largo de varios años y desde su primera edición fue un gran éxito
de ventas, ganó el Premio Pulitzer y
dos años más tarde fue versionada al cine con el mismo título interpretada por Gregory Peck. De nuevo otro éxito de
taquilla que ganó tres Oscar. Los que tenemos cierta edad quedamos
impresionados en nuestra juventud con esta película. Ahora, en la madurez, la
lectura de la novela me sigue impresionando por la expresión de unos valores
morales que son intemporales, tales como sentido de la justicia, tolerancia y
otros esenciales a la dignidad humana. Y, no obstante, quizás por un mayor
sentido crítico, no dejo de apreciar en el protagonista principal, Atticus Finch, ideas y actitudes,
lógicas y coherentes con la mentalidad de su época, pero no del todo admisibles
como valores positivos en la actualidad si queremos considerarlo como un
indiscutible referente moral.
Digo esto porque, además de su éxito en
ventas prolongado en el tiempo, la novela ha sido objeto de multitud de ensayos
analíticos y críticas a veces contradictorias. Se ha propuesto como lectura
escolar educativa pero algunos dicen que uno de los asuntos que toca, la violación,
no es deseable para la formación de los niños. Por el tratamiento del tema del
racismo fue impactante y decisiva en formar a la opinión pública de Estados
Unidos a principios de la década de los sesenta, cuando se inició la lucha
política por la igualdad de derechos civiles entre blancos y negros. En este
sentido fue muy bien acogida por la población blanca, pero no tanto por la de
color que alegó razones críticas sobre las que no me interesa extenderme ahora.
De cualquier forma, fue tan decisiva como otra novela, La cabaña del tío Tom, que un siglo antes fue el revulsivo que
actuó en favor de la causa abolicionista previa a la guerra civil americana.
Matar
a un ruiseñor debe su
éxito a una inteligente mezcla de varias tramas argumentales relatadas en un
lenguaje sencillo, sin apenas artificio literario. A fin de cuentas, es la
visión de la narradora, una niña entre los seis y ocho años que relata sus
experiencias, y la visión del mundo de los adultos. Se ha criticado que las
expresiones y lo razonable de sus pensamientos no se corresponden con su edad,
pero esto no me parece importante. Las aventuras de la protagonista, Jean Louise “Scout”, su hermano Jem y su amigo Dill (identificado con Truman Capote) ocupan casi la mitad del
libro, conformando lo que se ha denominado novela
de aprendizaje, porque los tres maduran a través de la experiencia vivida y
del ejemplo del padre, el abogado Atticus
Finch, que se enfrenta al rechazo social en aras de la
justicia y de sus convicciones morales. En otro foco de la trama, Boo Radley, el misterioso vecino de los Finch, siempre recluido en su casa,
produce en los niños una sensación entre miedo y curiosidad que les atrae. Esto
provoca una serie de aventuras infantiles, en medio de un ambiente percibido
como siniestro, en el que confunden apariencia con realidad. Es lo que
califican los críticos como gótico sureño,
cuando una novela está plagada de elementos extraños e incluso sobrenaturales
no destinados a crear suspense sino a poner de manifiesto cuestiones sociales. Mark Twain fue un precedente de ese
estilo en su obra Las aventuras de
Huckleberry Finn.
El eje principal de la trama
argumental es un caso policial. Se acusa a Tom Robinson, un hombre de color, de
haber violado a una mujer blanca. En el juicio que sigue, se ponen de
manifiesto todos los prejuicios raciales de la sociedad sureña. Esta es la
parte más emotiva del relato, la que remueve conciencias y provoca la rebeldía
de los niños que por vez primera se enfrentan a la injusticia. En la película,
es el juicio y todas las incidencias del caso lo que hizo ganar el Oscar a la
interpretación de Gregory Peck, en
su papel de épico defensor de una causa justa pero perdida de antemano.
Por último, hay que destacar el
perfecto retrato de la sociedad rural de un pequeño pueblo de Alabama durante
los años 30, en plena gran depresión. El marco geográfico en el que se
desarrolla la historia fue conocido como Deep
South, que unos 50 años antes del relato fue el lugar de las grandes
plantaciones esclavistas. Entenderemos entonces la marginación y el desprecio
de los blancos hacia los negros y la estricta división en castas. En esa
sociedad deprimida se aprecian tres grupos; los herederos de los grandes
propietarios, arruinados pero conservando el orgullo de clase dirigente. Los
pequeños granjeros blancos, incultos y empobrecidos por la depresión y los
negros como grupo marginal que apenas subsiste en condiciones muy próximas a la
explotación.
En
resumen, se trata de una gran novela en muchos sentidos, y por supuesto de
recomendable lectura. En cuanto al libro y la película, recomendaría leerlo y
visionarla en orden inverso al que yo lo hice. En la juventud leer el libro
para que nuestra incipiente y escasa capacidad crítica nos impida apreciar
sutiles detalles que arruinarían un tanto la emotividad y eficacia moralizante
del relato. En la edad adulta, en mejor uso de esa facultad, se puede ver la
película, que ha quedado limpia de esos mínimos elementos negativos, gozando
así plenamente de sus grandes valores.
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