José
Saramago (1922-2010) fue un escritor tardío y polifacético.
Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y ensayista, en su abundante producción
no despreció ninguno de los grandes géneros literarios. Dentro de su extensa
obra, la narrativa es la parte más destacable, la que le dio mayor
consideración y fama entre los lectores. Creo haber leído la mayoría de sus
novelas y es desde hace años uno de mis escritores favoritos. Su prosa saturada
de piadosa ironía es inconfundible, y sus reflexiones trascendentes, expresadas
en lenguaje sencillo y muy directo, contienen elementos lógicos y dialécticos que
nos hacen evocar la filosofía socrática.
Por casualidad
ha llegado a mis manos este cuento, uno de los dos únicos del escritor
portugués. En este caso, lo conciso del relato no le resta ni un ápice de
intensidad por lo cual me ha resultado tan atractivo como sus novelas.
El cuento de la isla desconocida (1998) tiene
la estructura tradicional de los cuentos, aunque no comience con aquello de “Érase
una vez…”. Sin embargo, también aquí es muy reconocible ese estilo y lenguaje
propios, tan original en las novelas de Saramago. El narrador cumple la
misión de introducirnos en el ambiente y los personajes para después diluirse y
darles protagonismo en unos diálogos sólo interrumpidos ocasionalmente por
breves aclaraciones y pensamientos que sirven para ilustrar el sentido alegórico
de la trama argumental. Porque lo que se cuenta puede ser entendido como una
historia de amor, pero es ante todo una metáfora con varias interpretaciones
posibles. El viaje como fórmula para salir del propio aislamiento, para
conocerse a sí mismo. Los sueños entendidos como utopía personal, como ilusión
que da sentido a la existencia. En suma, la búsqueda de uno mismo en el viaje
de la vida. Los protagonistas principales son dos; el hombre que pidió al rey
un barco y la mujer de la limpieza. No tienen nombre, quizás porque sus
ilusiones, emociones y sueños son comunes a todo el género humano. Ambos interaccionan
en un diálogo que rehúye incluso el punto y seguido, separadas ambas voces sólo
por comas y mayúsculas iniciales, unidos en el proyecto común, el hombre que
persigue un sueño y la mujer que alivia su incertidumbre.
Al margen de lo aparente y lo trascendente en la historia, Saramago no desaprovecha
la ocasión para deslizar la crítica hacia el poder político o los absurdos de
la burocracia, como elementos accesorios de la misma. Siempre en ese tono
irónico pero amable que huye de lo acerbo y más bien se compadece de los vicios
que son casi inherentes a nuestra naturaleza.
En resumen,
una lectura agradable y profunda a un tiempo.
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