jueves, 15 de agosto de 2019

EL CUENTO DE LA ISLA DESCONOCIDA. José Saramago


José Saramago (1922-2010) fue un escritor tardío y polifacético. Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y ensayista, en su abundante producción no despreció ninguno de los grandes géneros literarios. Dentro de su extensa obra, la narrativa es la parte más destacable, la que le dio mayor consideración y fama entre los lectores. Creo haber leído la mayoría de sus novelas y es desde hace años uno de mis escritores favoritos. Su prosa saturada de piadosa ironía es inconfundible, y sus reflexiones trascendentes, expresadas en lenguaje sencillo y muy directo, contienen elementos lógicos y dialécticos que nos hacen evocar la filosofía socrática.
Por casualidad ha llegado a mis manos este cuento, uno de los dos únicos del escritor portugués. En este caso, lo conciso del relato no le resta ni un ápice de intensidad por lo cual me ha resultado tan atractivo como sus novelas.
El cuento de la isla desconocida (1998) tiene la estructura tradicional de los cuentos, aunque no comience con aquello de “Érase una vez…”. Sin embargo, también aquí es muy reconocible ese estilo y lenguaje propios, tan original en las novelas de Saramago. El narrador cumple la misión de introducirnos en el ambiente y los personajes para después diluirse y darles protagonismo en unos diálogos sólo interrumpidos ocasionalmente por breves aclaraciones y pensamientos que sirven para ilustrar el sentido alegórico de la trama argumental. Porque lo que se cuenta puede ser entendido como una historia de amor, pero es ante todo una metáfora con varias interpretaciones posibles. El viaje como fórmula para salir del propio aislamiento, para conocerse a sí mismo. Los sueños entendidos como utopía personal, como ilusión que da sentido a la existencia. En suma, la búsqueda de uno mismo en el viaje de la vida. Los protagonistas principales son dos; el hombre que pidió al rey un barco y la mujer de la limpieza. No tienen nombre, quizás porque sus ilusiones, emociones y sueños son comunes a todo el género humano. Ambos interaccionan en un diálogo que rehúye incluso el punto y seguido, separadas ambas voces sólo por comas y mayúsculas iniciales, unidos en el proyecto común, el hombre que persigue un sueño y la mujer que alivia su incertidumbre.
Al margen de lo aparente y lo trascendente en la historia, Saramago no desaprovecha la ocasión para deslizar la crítica hacia el poder político o los absurdos de la burocracia, como elementos accesorios de la misma. Siempre en ese tono irónico pero amable que huye de lo acerbo y más bien se compadece de los vicios que son casi inherentes a nuestra naturaleza.
En resumen, una lectura agradable y profunda a un tiempo.


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