miércoles, 20 de noviembre de 2019

NUESTRO CORAZÓN. Guy de Maupassant


La vida de Guy de Maupasant (1850-1893) fue corta y nada edificante desde el punto de vista ético. Se le ha descrito como misógino, misántropo y de una exacerbada promiscuidad sexual que le abocó a una prematura muerte, víctima de la sífilis. Pero el arte suele prevalecer frente a la mudable moralidad, y el juicio de la fama resultó favorable hacia el escritor, que actualmente figura como uno de los grandes de la literatura francesa en la segunda mitad del XIX. Fue discípulo de Flaubert y, junto con Émile Zola, se le considera el máximo representante del naturalismo, un movimiento que surgió como reacción al romanticismo imperante en la primera mitad de aquel siglo. Escribió varias novelas, pero es más conocido por sus cuentos. Con el primero, Bola de sebo, alcanzó notoriedad, y en el final de su carrera escribió cuentos de terror que son equiparables en calidad a los de Edgar Allan Poe, muchos de ellos frutos de la demencia, una secuela tardía de su enfermedad crónica.
Nuestro corazón puede ser catalogada en el subgénero de la novela psicológica, también conocida como realismo psicológico, porque en ella se intenta profundizar en el análisis de los sentimientos y emociones de los personajes. Se desarrolla en el ambiente de los salones de la nobleza y alta burguesía francesa, en el último tercio del XIX. Un mundo culto y refinado frecuentado por escritores y artistas, pero también hipócrita y superficial. En uno de ellos reina Michèle de Burne, una joven viuda rica y coqueta, narcisista y vanidosa, que mantiene en torno suyo toda una corte de antiguos amantes, escritores, artistas y nobles, todos atraídos por su belleza, por su conversación inteligente y por una inagotable capacidad de seducción que los mantiene ligados a ella, celosos los unos de los otros, recogiendo las migajas de un amor sin esperanza.
A ese círculo tiene acceso André Mariolle, hombre maduro y atractivo, de riqueza heredada. Una especie de diletante, con ciertas aptitudes pero sin ambición de destacar en nada. En un primer momento, conocedor de la fama de su anfitriona, parece escéptico ante su atractivo, pero finalmente no puede evitar caer en sus redes. A partir de ahí se desarrolla una historia en el más puro estilo romántico. Maupassant, utilizando un narrador omnisciente en tercera persona, con ánimo de distanciada objetividad, analiza en sus personajes los sentimientos y emociones de la pasión amorosa, esa maravillosa ilusión que convierte en sublime lo que es natural; pero también las distintas formas de entender el amor, sus etapas evolutivas y los efectos negativos del mismo; la apasionada posesión, los celos, la frialdad calculada, la frustración del deseo, entre otros muchos matices.
El estilo del relato es aquí sencillo y directo, como suele ocurrir en el realismo. Las descripciones de paisajes, del ambiente y del aspecto físico de los personajes son muy precisas, tanto como la penetración psicológica en los mismos. En particular uno de los asiduos de la mansión de Michèle Burne, el escritor Lamarthe, parece concentrar todo el pensamiento conservador de la época y sus opiniónes sobre el papel de la mujer en esa sociedad están saturadas de tintes misóginos, no sabemos si compartidos o no por el escritor.
Lo primero que pensamos, desde nuestra perspectiva actual, es que la novela es una aguda crítica de la alta sociedad francesa de entonces. Eso es congruente con el carácter misántropo e independiente de Maupassant, que rechazó honores sociales y negó su pertenencia a cualquier movimiento político o literario. Pero a medida que avanza la trama argumental notamos algo más. Y es que el protagonista principal, André Mariolle, se va configurando como el héroe de un folletín romántico en el que todo es excesivo, los celos, las cartas y apasionadas declaraciones, la desesperada frustración, y todo nos hace presagiar un trágico final en suicidio o duelo. Esa exaltación romántica, agotadora y algo tediosa, no cuadra demasiado en una novela realista. Pero en el último tercio del relato se produce un giro inesperado que nos hace presagiar un final que nos sorprende y desilusiona un tanto por su pragmatismo. Entonces entendemos que hemos asistido a una parodia romántica que es en realidad una aguda crítica a los excesos de ese estilo literario tan denostado por los escritores  naturalistas. Algo parecido a lo que Cervantes hizo con las novelas de caballería, sin ánimo de igualar en la comparación.
Para terminar, estamos ante una novela interesante si queremos entender la mentalidad de toda una época. Ahora, desilusionados de la política y escépticos ante los avances sociales, esta lectura nos infundirá un moderado optimismo. Parafraseando a Jorge Manrique: cualquier tiempo pasado no fue mejor.


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