Los que me conocen saben de mi afición por los clásicos grecolatinos. Los he leído desde la juventud, siempre movido por el interés en conocer el origen de nuestra cultura occidental, también deudora de un pasado judeocristiano. En cuanto a los escritores de la antigüedad me planteo una duda: ¿quién tiene más valor a la hora de conocer la historia y las costumbres de Grecia y Roma, los historiadores o los literatos? La respuesta parece fácil a priori, a favor de los primeros, si valoramos la relativa objetividad de Heródoto, Jenofonte, Tucídides, Tácito o Salustio, indispensables como fuente histórica casi exclusiva sobre determinados acontecimientos. Por oposición, no podemos obviar que los orígenes de Roma son pura literatura mítica en Tito Livio, que las Vidas paralelas de Plutarco responden más a valores morales que a la verdad histórica, o que Cesar, en el relato de sus campañas peca necesariamente de parcialidad.
Pero no debemos olvidar
el gran valor como fuente de algunos literatos antiguos, sobre todo en lo
referente a costumbres e instituciones. El poeta Ovidio es necesario
para conocer la mitología grecolatina (Metamorfosis) o el calendario de
fiestas romanas (Fastos). Aulo Gelio (Noches Áticas) nos
ilustra sobre las instituciones políticas y el derecho romano, o sobre los
conocimientos científicos de su época. Plinio el Joven en su
correspondencia con Trajano es fuente única para conocer el carácter y la
política de este gran emperador al que solo conocemos por sus campañas
guerreras en Dacia.
A ese segundo grupo pertenece Marco
Valerio Marcial (40-104 d.C). Este poeta bilbilitano, del que se
enorgullece Calatayud, emigró a Roma con 24 años en busca de fortuna. Intentó
conseguir el mecenazgo de emperadores y patricios mediante sus poemas
laudatorios, pero también fue crítico con los vicios sociales de su época. Gracias
a los mismos consiguió fama y propiedades, no sabemos si por satisfacción de
los elogiados, o por evitar el vilipendio de su afilado cálamo. También
sufrió periodos de extrema pobreza hasta su retorno a Bilbilis donde vivió sus
últimos años retirado en una finca rural. En cualquier caso, fue un verdadero
cronista de la sociedad de su tiempo en el periodo comprendido entre los
Flavios y los primeros emperadores de la dinastía Antonina, Nerva y Trajano, de
ahí su inestimable valor como fuente histórica para los especialistas.
Se le conoce como el auténtico
renovador del epigrama. Un género que se creó en Grecia con carácter
inicial de epitafio funerario, que pasó a tratar temas de amor en el periodo
helenístico y finalmente, en Roma, adquirió un carácter satírico, como
expresión caricaturizada de la realidad cotidiana. Se diferencia de la sátira
por ser una composición corta, de pocas líneas. Sería como comparar un artículo
crítico de prensa con un tuit de esos que tanto abundan actualmente en la red
social. Su brevedad facilitaba la difusión, por separado en pequeños libelos o
agrupado en colecciones. Formatos económicos, pero también fáciles de copiar y
vender con otros nombres, algo de lo que se queja a menudo nuestro autor.
En esta edición de Epigramas
completos (2011) se recoge la totalidad de su obra agrupada en catorce
libros. Se trata de una estupenda traducción, prologo y anotaciones de Dulce
Estefanía una académica especialista. Nunca insistiré bastante en la
importancia de estos condicionantes para la buena comprensión de lectores
aficionados como yo.
Como características de estos
epigramas señalaré el continuo uso de la segunda persona, porque siempre se
dirige a hombres y mujeres reales indicando sus nombres. Marcial utiliza
bien los recursos de la retórica, las citas y comparaciones mitológicas son
frecuentes. Suele utilizar un lenguaje elegante y culto en los epigramas
laudatorios, pero también plagado de toda una sarta de obscenidades y recursos
escatológicos- en su acepción soez- en los satíricos.
La temática es muy variada.
Vergonzante adulación de los emperadores, sobre todo de Domiciano, un emperador
tiránico, maltratado por los historiadores, que murió asesinado. En cuanto a
los patricios de los que fue cliente, alaba la generosidad de algunos y fustiga
la tacañería de otros. En otros epigramas se muestra aficionado al circo y al
anfiteatro y describe con realismo y admiración la lucha de fieras y
gladiadores, las naumaquias y las carreras. Como curiosidad diré que alude a
las luchas de gladiadoras, algo que para mí era ficción propia de la película
Gladiator.
La mayor parte de los epigramas los
dedica a fustigar la corrupción política y
social o los vicios particulares. Entre los primeros: los delatores en
busca de recompensa. Los plebeyos y libertos ricos que compran magistraturas o
ascenso al orden de los caballeros. Los cazafortunas que buscan la adopción de
un anciano patricio o el matrimonio con una vieja viuda rica. Entre los
segundos la aguda sátira de los cornudos o los homosexuales pasivos. En fin,
también se lamenta del plagio de sus escritos, del abandono y miseria en que lo
tienen algunos de sus patronos y otros muchos temas sobre los que no me
extenderé.
Los dos últimos libros los dedica a
los dísticos, composiciones de dos versos, con frases lapidarias
comparables a los refranes o dichos que ahora vemos pintados en azulejos en
bares y hostales. En uno de los libros se refiere a multitud de alimentos y
vinos, en el otro a los regalos que se hacían a los invitados en los banquetes.
Para terminar, un estupendo libro a
condición de no leerlo de un tirón. Sólo para los muy aficionados a los
clásicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario