La Guerra Civil fue nuestro gran trauma nacional del siglo XX. Una profunda herida que afectó a varias generaciones de españoles y dejó dolorosas cicatrices que aún sufrimos. Sobre esa guerra que no viví, aunque sí la prolongada secuela de la dictadura, he leído mucho y tuve la suerte de recoger testimonios directos. Ahora, cuando pensaba que sobre nuestra contienda estaba ya todo escrito me llega esta novela que aporta una versión subjetiva, conmovedora y verídica, pero ante todo muy original.
El autor es David Uclés (1990) un joven escritor ubetense polifacético en lo artístico, es además dibujante, musico y traductor. Su currículum académico es impresionante, así como la obsesión por la precisión, de sobra demostrada en esta novela fruto de quince años de trabajo en documentación histórica y viajes por toda España en busca de la memoria y la ambientación del relato.
Tras la lectura que hoy comento me gustaría destacar algunas virtudes que aprecio en el escritor. En primer lugar, la inspiración que reconoce en autores como García Márquez, Saramago, Unamuno o Günter Grass entre otros, señalan a un empedernido lector, la condición previa, según Borges, de todo escritor. Buen escritor, añadiría yo.
La segunda capacidad es su profundo conocimiento del medio rural al que le da voz y protagonismo. Eso entronca al intelectual con sus raíces y aporta honestidad ética a su narración.
El gran acierto en La península de las casas vacías (2024) es mezclar la amarga píldora de la realidad con el excipiente de la fantasía. Según la contraportada promocional esa herramienta envolvente es el realismo mágico. Pero la desbordante imaginación de David Uclés va más allá, sus personajes ficticios demandan encarnase en la escritura al estilo de Pirandello y enlazan con el surrealismo europeo.
La novela comienza en el prólogo por el final, al estilo de García Márquez, con la muerte del miliciano Ardolento, último de su apellido, luchando con la resistencia francesa. A partir de ahí el relato retorna a los comienzos y se impregna de realismo mágico al estilo del colombiano, a base de sincretismo entre religiosidad popular y supersticiosas tradiciones rurales ancestrales. Pero el escritor pronto desborda ese esquema. Nos cuenta la historia en tercera persona, pero también da voz propia a los diálogos entre personajes en primera. Poco a poco se introduce en lo narrado como protagonista, como una especie de demiurgo que organiza el caos de los hechos históricos y despliega en torno a los mismos su propia fantasía. En este sentido interactúa con el lector y le pone sobre aviso sobre su interpretación de los pormenores del relato. Pero aún más, dialoga con algunos de sus personajes ficticios, pero también reales como Franco a los que adelanta su futuro. A su vez los protagonistas se sienten manipulados por el narrador. Como controla el tiempo no le importa utilizar recursos como analepsis y prolepsis para armonizar una historia que fluye como agua de río, aligerada por la ironía y el humor, pero esconde crueldad y tenebrosos secretos propios de las profundidades marinas.
Para contarnos los episodios más destacados de la Guerra Civil, el narrador protagonista utiliza varios medios. El primero es el personaje de Eva, la agorera de Jándula siempre hierática y solitaria, que profetiza el futuro en crípticos mensajes como la sibila délfica. Una especie de Casandra a la que el pueblo ni comprende ni hace caso mientras esperan pasivos la caída de Troya.
Se alternan en capítulos muy cortos, como escenas teatrales, los referentes a la familia del patriarca y protagonista principal, Odisto Ardolento, con los hechos históricos, siempre basados en testimonios recogidos. Para reforzar estos últimos, se ilustran a menudo con frases de intelectuales, periodistas y escritores nacionales y extranjeros. Son una muestra de la importancia que nuestra guerra tuvo en el mundo occidental que ya la presentía como antesala o ensayo de la Segunda Guerra Mundial.
Para terminar, el escritor señala el pacto de silencio que se impuso entre la población española después de nuestra guerra. Demasiado miedo, pero también secretos, envidias, venganzas y traiciones que ocultar. Yo tuve la suerte de no sufrirlo y por eso recogí de mis mayores la memoria de lo ocurrido que coincide en esencia con lo narrado. Insisto memoria subjetiva pero verídica.
De David Uclés y su novela se pueden añadir muchas más opiniones: ética equidistante y neutral, humanización de la historia, prosa original que atrapa al lector.
De nuevo la sociedad española muestra una extrema polarización política que raya el esperpento. En este contexto, leer La península de las casas vacías puede ser el mejor antídoto para evitar pasar del disparate a la tragedia.
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