En mi parecer, los buenos críticos literarios deben de cumplir al menos dos condiciones: Ser buenos lectores y estar al tanto de las principales novedades editoriales de cierto prestigio. Yo, sin atadura profesional y como simple comentarista de los libros que leo, creo cumplir el primer requisito, pero me siento liberado del segundo. Por eso el autor y la obra que hoy reseño son mi reciente descubrimiento. Tampoco el noruego Jon Fosse (1959) es un escritor de palpitante actualidad. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 2023, un galardón que se otorga al conjunto de la obra. La importancia de la misma no se puede enjuiciar con solo esta lectura, pero debe de ser notable ya que el premio no se concede a un noruego desde 1928, supongo que por aquello de no tirar demasiado para casa. La curiosidad ante las novedades me incita a la lectura, porque aún no he perdido la fe en la calidad de Nobel literario tan desprestigiado actualmente en la especialidad pacifista.
Poco sé de la biografía del escritor, aparte de haber sido un adolescente inquieto que visitó España en la etapa final del franquismo y que entonces era admirador de Lorca. Sí encuentro en la misma una nota curiosa que tiene cierta importancia en la novela que analizaré. Al contrario de la mayoría de intelectuales y escritores, educados en la religión que evolucionaron a ideas existencialistas, nuestro escritor ha recorrido el camino contrario y desde luterano y ateo ha terminado siendo, por vía conyugal, un católico convencido. No ha sido el único, desde luego, porque hasta el intelecto más racional se rebela ante la muerte como extinción definitiva.
La producción de Jon Fosse es muy abundante, sobre todo en narrativa y teatro, aunque es este último género el que le ha dado fama de ser uno de los mejores dramaturgos contemporáneos.
Mañana y tarde (Morgon og kveld) (2023) es una novela muy corta, aparentemente de un realismo frio en la trama argumental, pero emotiva y profunda en las reflexiones que pretende transmitir.
En su estructura presenta dos aspectos destacables. El relato se extiende de modo continuo, sin utilización de puntos, con frases sólo separadas por comas. Por suerte el agobio de este tipo de escritura se alivia gracias a las interrupciones de los frecuentes diálogos. No es original en esto, recuerda esa técnica la utilizada por otros escritores como Cela. Mas novedosa es la figura del narrador omnisciente que parece penetrar, casi en exclusiva, la mente de dos de los protagonistas. Cuando narra en tercera persona repite con insistencia tiempos verbales como, dice, hace o piensa, que parecen destinados a dar mayor énfasis a lo narrado.
El relato se divide en dos partes de extensión desigual. En la primera, la más corta, el protagonista es Olai, un pescador pobre que vive en un islote próximo a una de las numerosas islas de la costa noruega. Está casado con Marta y tiene una hija adolescente, Magda. Por los medios disponibles en su entorno deducimos que la acción se desarrolla entre principio y mitad del siglo XX. Asistimos a un momento muy concreto, el parto de su segundo hijo. Es despedido del mismo por la partera, en un momento de exclusiva complicidad entre mujeres. En la espera, Olai se debate entre el miedo a perder a la madre o el hijo y la incomprensión de la psicología femenina. De sus reflexiones se deduce un cierto ateísmo. Pero su educación cristiana, y la rebeldía ante la injusticia en el mundo, se traduce a una especie de maniqueísmo de resonancias ancestrales en la mitología nórdica (Odín y Loki). La descripción de un parto natural con escaso medios es minuciosa y precisa. Al final nacerá un varón al que ponen el nombre de Johannes. A partir de ahí el narrador omnisciente parece adentrarse en la mente del neonato y reflejar su trauma fuera de la paz uterina, en medio de un mundo nuevo y agresivo para él.
En la segunda parte, más extensa, el protagonista es Johannes pero ya viejo, viudo y jubilado. Abandonó el islote de su padre y vive en la isla grande rodeado de vecinos, amigos y de hijos. Una de ellas, Signe, lo cuida a distancia porque quiere vivir solo en su casa, bastante aislado de las comodidades modernas. Igual que su padre, ha sido toda su vida un pescador pobre. Desea la soledad y al mismo tiempo la teme. Añora a su mujer y su fuerza perdida con los años. Evoca los momentos felices de su pasado y se ve envuelto en un ambiente entre onírico y fantasmal. En ese punto el lector intuye lo que está pasando. El desenlace será plácido y no exento de alguna clara alusión religiosa.
Lo que trasciende la historia en su conjunto es la idea de la vida como una continua renovación, modulada por avatares personales, aunque predestinada en cierto modo. En todo caso una riqueza que debemos vivir. Para mi gusto prefiero la primera parte, realista y cruda pero muy rica en matices existenciales. La segunda en cambio es previsible y emotiva pero demasiado impregnada de esperanza religiosa. Nada que objetar respecto a esto último, pero en mi opinión de algún modo refleja la evolución personal del escritor.
Para un lector mediterráneo no es fácil conectar con ese realismo austero y algo gélido, tan típico de los escritores nórdicos. Lo hemos visto en novela policiaca e incluso en series de plataformas televisivas. Pero con un poco de esfuerzo podemos disfrutar de esa diferencia cultural.
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