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domingo, 5 de noviembre de 2017

EL CASCANUECES. Piotr Ilich Tchaikovsky

Hemos asistido, dentro de la programación del XVIII Festival de Otoño de Jaén, a la representación de El Cascanueces, una de las obras más populares en el repertorio de ballet clásico. En esta ocasión ha repetido el Ballet Nacional Ruso dirigido por Sergei Radchenko que ya nos deleitó el pasado año con El Lago de los Cisnes. No comentaré nada sobre aspectos generales de esta compañía porque ya lo hice en una anterior entrada.
          La música de este ballet, estructurado en dos actos, fue compuesta por Piotr I. Tchaikovsky y debe señalarse que, antes del  estreno, el genial compositor ruso seleccionó ocho de los números que integraron la Suite El cascanueces, op. 71ª para ser interpretada de forma independiente en concierto. Dichas composiciones, entre las que destacan el Vals de las flores y las cuatro danzas (española, árabe, china y rusa), han sido repetidamente reproducidas en cine y televisión por lo que son muy conocidas. El ballet fue estrenado en el teatro Mariinski de San Petersburgo en 1892, y cabe señalar que en ese momento no tuvo demasiado éxito, pero en 1950 Walt Disney seleccionó algunas de sus piezas para su película Fantasía y a partir de entonces su popularidad creció de forma exponencial hasta ser hoy en día una de las obras más representadas, principalmente en Navidad.
         El libreto fue escrito por Ivan Vsevolozhsky y el famoso coreógrafo Marius Petipa y está basado en un cuento de hadas del alemán E.T.A Hoffmann adaptado por Alejandro Dumas.
        El argumento se desarrolla a partir del primer acto que está ambientado en un hogar alemán a principios del XVIII. En casa de los Stahlbaum comienza una fiesta en torno al árbol navideño, rodeado de niños alborotadores que esperan sus regalos. Aparece un misterioso personaje, Drosselmeyer, con aspecto de mago, que distribuye regalos entre los niños. A Clara, su ahijada, le regala un el muñeco Cascanueces, pero su hermano Fritz diputa con ella por el mismo y lo rompe. Mientras Drosselmeyer lo  repara, la niña se duerme y a partir de ese momento se introduce en un mundo onírico de fantasía donde el Cascanueces interacciona con otros personajes como la benéfica Hada del Azúcar o el malvado Rey de los ratones.
      En su momento esta trama argumental fue criticada y se la calificó de alocada e inconexa. Da la sensación que la fantasía del cuento es una mera excusa para hilvanar toda una serie de cuadros escénicos y permitir el lucimiento de coreógrafo y bailarines.
       Para centrarnos en la representación que nos ocupa. En esta ocasión, el coro de niños del primer acto, que puede ser interpretado por adultos, lo fue por niños reales que supongo alumnos incipientes de una escuela de la propia compañía. Su actuación me pareció buena en baile e interpretación mímica, y en todo caso meritoria dada la edad de los mismos. La escenografía y coreografía muy buena en la ambientación, y los coros y bailarines de las danzas bastante notables dado su papel secundario. En cuanto a los primeros bailarines me parecieron de menor nivel comparados con otros que he tenido ocasión de admirar en otras representaciones de esta ballet, e incluso con los del pasado año en El lago de los cisnes. Bien es cierto que en esta obra destaca más la mímica y la interpretación coral que la actuación de los solistas. Baste decir que la prima ballerina únicamente tiene oportunidad de lucimiento en un solo, dentro de un pas de deux, tras el Vals de las flores, al final del segundo acto, en la conocida como Danza del Hada del Azúcar. Como dato curioso destacar que en ésta pieza musical, Tchaikovsky introduce la celesta, un original  instrumento musical  de percusión, parecido al armonio, que funciona mediante teclas que percuten en láminas metálicas. También conviene destacar que, en la introducción y las primeras danzas del primer acto, el autor romántico se esforzó por inspirar un cierto aire rococó barroco para sugerir la época en que se ambienta el relato.
       En resumen, aún con los aspectos negativos de esta crítica, no demasiado cualificada, mi opinión general es buena y disfrutamos de un espectáculo total que por desgracia no es frecuente en nuestra ciudad.




                    

domingo, 23 de octubre de 2016

EL LAGO DE LOS CISNES. Piotr I. Tchaikovsky

Es la segunda vez en pocos años que tenemos la suerte de asistir a la representación de esta obra emblemática del ballet clásico. La primera fue hace seis, en diciembre de 2010, y estuvo a cargo del Ballet Estatal Ruso de Rostov. En esta ocasión, en los comienzos  de su gira por más de cuarenta ciudades españolas, nos ha visitado El Ballet Nacional Ruso, la primera compañía privada, fundada en 1989 coincidiendo con el derrumbe de la Unión Soviética. Está dirigida por un matrimonio de antiguos bailarines, Sergei y Elena Radchenko; él fue pareja de la mítica Maya Plisetskaya en el Teatro Bolshoy de Moscú, y ella la primera bailarina del no menos famoso Teatro Mariinsky de San Petersburgo. El repertorio de este grupo  incluye los principales títulos clásicos, incluidos los tres ballets de Piotr Illich Tchaikovsky (1840-1893), La Bella Durmiente, El Cascanueces y éste que nos ocupa, sin duda el más famoso.
El Lago de los Cisnes  fue compuesto por el genial músico ruso en 1875. Fue un encargo del Bolshoy y la coreografía original fue creada por Julius Reisinger.  Parece que en el proceso compositivo hubo desacuerdos entre músico y coreógrafo y en su estreno en 1877 la obra no fue bien aceptada por el público por lo que sufrió varias revisiones posteriores. La coreografía más aceptada y representada actualmente es la de Marius Petipa (1818-1910), un maestro de ballet francés que, afincado en Rusia, fue el principal artífice del gran ballet ruso del XIX.
La obra se representa en cuatro actos y el libreto se dice inspirado en un cuento de hadas alemán. El argumento es bastante conocido: El príncipe Sigfrido se enamora de Odette, una princesa que sufre el embrujo del mago Rothbar, convertida en reina de los cisnes que sólo adopta forma humana durante la noche. El amor  y la fidelidad del príncipe es el medio de romper el hechizo pero, cuando se celebra un baile en el que debe elegir  esposa, el malvado brujo le presenta a su hija Odile (cisne negro) bajo la apariencia de Odette. Sigfrido engañado le jura fidelidad eterna. En el último acto descubre la mentira y, tras luchar y vencer al mago, recupera a su amada. Existen varias versiones de este final, algunas en tono más dramático. 
La música de esta obra es brillante y espectacular. Algunos de sus pasajes  son muy conocidos, entre ellos el Vals de los Cisnes  o el tema de Odette que se repite como leitmotiv asociado a las apariciones de ésta. También es muy popular el pas de quatre conocido como Danza de los pequeños cisnes. En los dos actos (I y III), ambientados en el palacio, se suceden distintas danzas, húngaras y rusas, napolitanas, polkas y mazurkas, valses y hasta una danza española (tempo di bolero) en el acto III. Contrastan las alegres melodías de baile en estos actos con el romanticismo y la armonía de los otros dos (II y IV) que se desarrollan en el ambiente brumoso y nocturno del lago.
En cuanto a la actuación, destacada la pareja de primeros bailarines en los numerosos pas de deux que ofrece la representación, y también algunos otros personajes como el bufón. En todo momento,  los armónicos y sincronizados movimientos de las bailarinas corales evocaron la elegancia de los cisnes.
En fin, un estupendo y espectacular ballet que recordaremos con agrado porque no abundan las ocasiones de ver este tipo de representaciones en nuestra ciudad.