Los Himnos homéricos se titulan así porque en la
antigüedad fueron atribuidos a Homero, personaje casi mítico al que se
consideraba creador de la poesía épica grecolatina. Actualmente los
historiadores han demostrado que fueron compuestos en época arcaica y posterior
al mismo, entre los siglos VII y VI a.C,
pero en general se admite que los autores anónimos eran continuadores de la
tradición homérica. Son cantos en honor de los dioses que no formaban parte del
culto ni se cantaban en los templos sino en el ágora, la plaza principal de las ciudades griegas, en las
festividades de los mismos. Pertenecen a la tradición oral y fueron
compuestos por los aedos, palabra que significa cantor, que los recitaban
acompañados por una lira. En tiempos posteriores fueron fijados por escrito y
en época clásica reunidos en recopilaciones o antologías. Estas a su vez fueron
parcialmente alteradas por sucesivas copias y en el devenir de la historia se
han perdido muchas de ellas; al final lo que nos ha llegado han sido unos pocos
himnos completos y algunos fragmentos de otros. Por todo lo dicho, los estudios
filológicos son casi el único recurso para
su datación cronológica.
La
poesía grecolatina no se basaba, como la actual, en la rima de los versos
sino en su ritmo, y éste en la sucesión y alternancia de sílabas largas
y breves en cada verso según una combinación determinada. Los himnos homéricos,
igual que la Ilíada y la Odisea, están compuestos en hexámetros
dactílicos una estructura rítmica que aportaba al verso unas pausas y
sonoridades que reforzaban la solemnidad propia del género épico. Así pues, la
datación filológica y estos hexámetros
son los dos pilares que permiten entroncar los himnos con la antigua
tradición homérica.
En
la estructura de estos cantos se aprecian tres partes bien definidas. Comienzan
con un proemio o introducción en el que se cita al dios y se destacan sus ancestros y sus
virtudes. Se sigue de la narración
épica, verdadero núcleo del poema, que casi siempre relata algunos de los mitos
propios de la deidad o los detalles de
su culto en determinados templos y ciudades. Terminan con una salutación o
especie de súplica al dios en demanda de sus favores. Tanto la introducción
como el final están repletos de frases o fórmulas que se repiten en casi todos
los himnos, tales como: “comienzo a
cantar…” o los finales como: “ y
yo me acordaré de ti y de otro canto”. Si en la primera el aedo nos indica
el comienzo de un himno, en la segunda manifiesta una clara intención de
enlazar con otro.
La
recopilación de los Himnos homéricos
incluye 34 poemas o cantos. El grupo más importante lo integran los llamados himnos largos
o completos, como los dedicados a Dioniso, Deméter, Apolo, Afrodita o Hermes.
Los himnos cortos son los fragmentarios. Algunos incluyen sólo el proemio
o la salutación final como los de Hera,
Asclepio, o Ares. En otras ocasiones son ambos los que aparecen con ausencia
del bloque central narrativo. Algunos estudiosos han sugerido que estos últimos
pueden ser una especie de bocadillo prefabricado apto para servir de cobertura
a cualquier relato.
En
cuanto al contenido destacan mitos como los del rapto de Perséfone, el robo de
las vacas de Apolo por Hermes, los amores de Afrodita con el troyano Anquises,
la aventura de Dionisos y los piratas, y también detalles alusivos a los
misterios de Eleusis, la fundación del oráculo de Delfos , los rituales del
culto a Apolo delio y otros.
Quiero
destacar la importancia de estos himnos
como fuente histórica para la mitología grecolatina, junto a las epopeyas antes
citadas y algunas obras más como “Las
metamorfosis” del romano Ovidio. Este es su principal valor y por eso mismo su lectura puede ser
desalentadora para quién no esté interesado o relativamente iniciado en los
mitos clásicos. Los cantos están
precedidos por un estudio introductorio interesante pero que incide demasiado
en aspectos filológicos de cierto nivel.
Al final se detalla una amplia bibliografía
para ampliar el tema, pero en cambio carece de anotaciones al texto, y esto resulta
un grave inconveniente porque los antiguos aedos casi nunca citaban a los dioses
por sus nombres más conocidos actualmente sino mediante epítetos
alusivos a su genealogía, virtudes, o lugares de culto, bien conocidos por el
auditorio al que estaban destinados los cantos pero que obligan al lector
actual a un trabajo extra de
documentación que se hubiera podido ahorrar con las notas aclaratorias
al respecto.
La civilización griega fue original en muchos
aspectos, y entre ellos uno de los más destacados es su mitología. En las
culturas politeístas que la precedieron, los dioses simbolizaban casi siempre fuerzas telúricas o de la naturaleza, y en las religiones
monoteístas anteriores y posteriores a
la misma, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza aunque imperfecto.
Los griegos fueron los primeros en crear
dioses a imagen y semejanza del hombre, con virtudes y hasta vicios
humanos. Y esta especie de antropocentrismo
mítico-religioso, junto con la filosofía, fue el germen que fecundó el
humanismo renacentista y las corrientes de pensamiento racionalista
posteriores que son la base de nuestra
cultura occidental. Por esto, frente a las mitologías orientales o
precolombinas, por poner ejemplos exóticos, sentimos la mitología grecolatina
como propia y enraizada en nuestra cultura.
En
resumen, un libro interesante y enriquecedor a pesar de los inconvenientes
citados, pero sólo para lectores muy aficionados y algo conocedores del
tema.
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