No
recuerdo si en alguna entrada anterior he hablado de mi particular recelo hacia
el Premio Planeta y su tendencia
a valorar más lo comercial que la calidad literaria. El de este año 2012 es
para mí una agradable excepción porque La
marca del meridiano consigue aunar ambos aspectos y seguramente será, si no lo es ya, un éxito de
ventas.
Lorenzo
Silva (1966) comenzó a escribir a mediados de los noventa y cuenta ya con
una abundante producción, pero es sobre todo conocido por sus novelas policíacas
protagonizadas por una pareja de guardias civiles, el sargento Bevilacqua y
la cabo Chamorro. Hace años leí “El alquimista impaciente” (2000), la
segunda entrega de esta serie premiada
aquel año con el Premio Nadal, y tengo que decir que si ésta era bastante buena,
la que hoy nos ocupa es por lo pronto
igual de entretenida y de mayor calidad en muchos aspectos, posiblemente debida a la
madurez alcanzada por el escritor. Los protagonistas desde luego han madurado y
progresado en su profesión, y en esta séptima parte han ascendido en la
jerarquía militar que rige en la benemérita, a brigada y sargento
respectivamente.
No voy a entrar a
comentar el argumento para no arruinarlo
a futuros lectores. Sí diré que contiene, bien dosificados y equilibrados,
todos los ingredientes propios del género capaces de mantener la tensión y el
suspense hasta el final. El protagonista es un investigador de tipo analítico,
al estilo de la novela inglesa, pero se desenvuelve en un ambiente con elementos violentos e incluso macabros más
propios de la serie negra norteamericana. El personaje principal narra la historia en primera persona lo cual
refuerza su visión subjetiva de los
hechos y establece una especie de complicidad con el lector que consigue el
efecto de aproximación al mismo. De esta forma el policía experimentado,
endurecido, y un poco escéptico, de vuelta de todo, nos muestra también su lado
humano y emotivo. La estructura narrativa está integrada por dos elementos diferenciados.
De una parte la investigación policial, abundante en diálogos, con un estilo directo a base de frases breves
no exentas de ironía y sobrentendidos, que nos dosifica progresivamente la información
del caso hasta desembocar en el
desenlace final. De la otra, los frecuentes monólogos interiores del
protagonista, y es en estos donde la novela trasciende lo policiaco para
convertirse a través de sus propias reflexiones
en un auténtico retrato psicológico del mismo; el de un hombre
enfrentado a la duda moral y aferrado a la disciplina militar y el cumplimiento
del deber como tabla de salvación frente a las contradicciones de su pasado. El
estilo se torna entonces más elaborado y profundo, de frases más largas,
alcanzando un tono personal e intimista.
El título de la novela se
refiere a una especie de arco que en la autovía A-2, de Zaragoza a Barcelona,
señala el meridiano de Greenwich que separa el oeste del este y que
simboliza aquí esa línea ética que
sobrepasada nos hace caer en el lado oscuro sin posibilidad de retorno,
y esto viene a cuento de la corrupción
policial que está en el trasfondo de
la trama argumental, pero también de la
política y de la pérdida de valores morales de nuestra sociedad. Porque la
acción se desarrolla en la actualidad y ello da pie al personaje narrador para
reflexionar también sobre la crisis económica, la falta de futuro de nuestros
jóvenes, y en general sobre la decadencia social, económica, y cultural de
Occidente. No se profundiza en el
análisis de estos problemas porque no es esa la intención sino más bien reforzar la sintonia con el
lector y buscar su identificación con los personajes. La novela pone de
manifiesto además otras cuestiones
como las modernas técnicas de
seguimiento policial basadas en las redes sociales y los móviles, también las
tensiones y conflictos de competencia entre los distintos cuerpos policiales.
La Guardia Civil ha reconocido en Lorenzo Silva
su contribución a la mejoría de la imagen de este cuerpo policial gracias a sus
novelas y en ésta muestra una vez más un no disimulado tono laudatorio que es
la única objeción que le encuentro a la misma. Y digo esto sin negarme a reconocer los indiscutibles valores
de la institución ni su contribución en vidas a la lucha anti-terrorista, que el
escritor asimila al concepto religioso de martirio, pero creo que los valores
humanos y profesionales son predicables
de las personas, porque la ética apela directamente al individuo y centrarlos
en un colectivo profesional, en el llamado “espíritu de cuerpo”, contribuye a
su mitificación y a fomentar un corporativismo no deseable. Y si nos referimos
al cumplimiento del deber habría que aludir a la consabida frase de la antigua
cartilla militar del soldado: “valor, se le supone”, o como al propio
escritor le gusta decir: “va de suyo”, porque en general es una virtud
exigible a cualquier gremio profesional.
En fin, divagaciones
aparte, se trata de una buena novela policiaca, interesante y con muchas
facetas o matices adicionales que la enriquecen
y ponen a la altura de las
mejores de este género.
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