La guerra de los mundos es un
libro, tradicionalmente catalogado como literatura juvenil, que no leí en su
momento. Ahora, con el predominio de los
medios audiovisuales y tras varias adaptaciones al cine, su argumento sigue
siendo popular pero es poco probable que sea muy leído por nuestra juventud. En
mi caso, encontrarme de nuevo con esta novela
ha supuesto un nostálgico retorno al pasado, y me propuse leerla como si fuera una anacrónica asignatura pendiente que debía aprobar.
H.G. Wells (1866-1946) escribió sobre historia,
ciencia, filosofía, y novelas de tema
social, pero la fama le llegó con ésta
que comentamos, y por ella, y algunas más de este género, ha sido considerado
como uno de los pioneros de la ciencia-ficción. Fue escrita en 1898, una época en
la que el progreso científico y los nuevos inventos acaparaban la atención del
público. Julio Verne, otro precursor de este género, había publicado ya la
mayor parte de su obra y con su proverbial y desbordante imaginación científica anticipaba de forma profética la mayor parte de los
avances tecnológicos que disfrutamos en la actualidad. En este ambiente
histórico, la fantasía de Wells
ofrecíó una respuesta positiva a la inquietante cuestión que ya por entonces se
planteaba en torno a la posibilidad de vida extraterrestre. El ataque de los
marcianos a nuestro planeta, el argumento de La guerra de los mundos, inauguró y favoreció la posterior eclosión
de multitud de libros y películas en torno al tema de la invasión alienígena, uno de los
preferidos de la ciencia ficción. Ahora puede parecernos ingenua una novela
sobre marcianos pero nos sigue
inquietando esta pregunta aún sin respuesta y seguimos mandando a Marte sondas espaciales que han descubierto la existencia
de agua en dicho planeta y por consiguiente la remota posibilidad de vida en el
mismo. Y a fin de cuentas, la aparente
ingenuidad radica no tanto en la
fantasía novelesca sino en los principios y conocimientos científicos que
menciona el protagonista del relato, que desde la óptica actual nos parecen básicos y limitados. Por eso es importante mantener la narración encuadrada en sus coordenadas históricas y así comprender y
disfrutar del carácter premonitorio del “rayo calórico” de los marcianos, no muy
distinto a los poderes del rayo láser, o
del “gas
negro” muy similar al gas
mostaza o cualquiera de las armas
químicas actuales.
El
relato está narrado por el protagonista principal, que se describe a sí mismo
como escritor sobre temas filosóficos, probablemente el alter ego del propio escritor, que nos cuenta la historia en
primera persona cuando se trata de su
propia visión y experiencia de los hechos
pasando a la tercera persona cuando relata la de otros personajes
secundarios. El estilo literario es muy
característico de los escritores de finales
del XIX, que no sabría definir bien pero muy reconocible, quizás
retórico y algo grandilocuente, descriptivo en exceso, y en este caso
particular no demasiado cuidado. A pesar de lo dicho, la narración resulta
interesante hasta el desenlace final.
Al margen de la trama argumental, el personaje
narrador nos muestra sus reflexiones en torno a
los hechos. Así los efectos psicológicos que la llegada de los marcianos produce en la
población (incredulidad inicial ante lo evidente, terror posterior etc); también
el caos ocasionado por la invasión con
el colapso progresivo y hundimiento final de los cimientos de lo que
consideramos sociedad civilizada, y las posibles formas de resistencia y
supervivencia posterior del ser humano en un medio hostil. El autor muestra una cierta e incipiente sensibilidad ecológica cuando compara la
destrucción ocasionada por los alienígenas con la que el hombre ha causado en
el reino animal que ha llevado a la extinción a muchas especies. El contacto del protagonista con un sacerdote,
que huye como él, ofrece la oportunidad de confrontar el racionalismo científico y el sentido
práctico del primero con la visión apocalíptica, oscurantista, y supersticiosa
del segundo. Hay aquí una velada crítica
de la mentalidad religiosa, aunque al final el racional y razonable
científico reza una oración a modo de acción de gracias por la derrota de los
marcianos. Particularmente curiosa por su fantasía es la descripción de la
anatomía y fisiología de los organismos
extraterrestres, también de las máquinas robots que manejan.
Terminaré
con una anécdota real. El 30 de octubre
de 1938 se emitió por radio una adaptación de la novela, hecha para este
medio por Orson Welles, que logró
aterrorizar a los oyentes cuando creyeron realmente que la invasión de la
Tierra había comenzado. De nuevo una ingenuidad explicable por el escaso
desarrollo de los medios audiovisuales
que actualmente nos mantienen saturados de información y han desbordado
ya nuestra capacidad de asombro.
Muchos de los que hayan leído esta
novela puede que la consideren desfasada y superada por la evolución actual de la ciencia ficción. Yo pienso que para valorarla
en su justa medida no ha de olvidarse que se trata de un clásico, de un
auténtico precursor de este subgénero literario.
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