La vida de Robert Louis Stevenson (1850-1894)
fue corta pero intensa y con matices biográficos que nos recuerdan vivamente a
otros artistas y escritores del periodo romántico. Una constitución física
enfermiza; infancia atormentada y un carácter impresionable; afectado por la
tuberculosis desde muy joven; viajero impenitente en busca de balnearios o climas favorables a su enfermedad, y una muerte prematura, en la exótica isla
de Samoa, que acrecentó su carácter de mito literario.
La producción del escritor escocés es
amplia e incluye narrativa, ensayo, libros de viajes y poesía, pero ha pasado a
la historia de la literatura como uno de los creadores de la moderna novela de
aventuras, y es básicamente recordado por tres títulos muy populares: La isla del tesoro (1883), La flecha negra (1888) y ésta que hoy
nos ocupa, probablemente la novela del autor más
versionada a teatro, cine y televisión. Y quizás sea por el agotamiento que
produce lo tantas veces visto, que no la he leído hasta ahora, mientras que las
dos primeras integraron mis lecturas de juventud.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde (1886) fue un éxito editorial ya en el mismo año de
su publicación casi simultánea en Reino Unido y en los Estados Unidos. Desde su
aparición quedó envuelta, deliberadamente o no, en un aura de misterio pues los
familiares de Stevenson aseguraron
que la escribió de corrido en sólo tres días, tras despertar de una pesadilla
nocturna. Aludiendo a su título podemos decir que se trata de un extraño relato
que no se deja encuadrar claramente en el género de aventuras al que pertenecen
los otros dos títulos ya citados. Para ser una novela de entretenimiento ha
sido muy analizada por la crítica literaria y se ha dicho que es una alegoría
moral o religiosa, un novela psicológica, se la ha clasificado en el
género policíaco y en la novela gótica o de terror. Incluso se ha
definido como ciencia ficción ya que el protagonista desdobla su personalidad
gracia a una mezcla de drogas.
Ciertamente la obra participa, en
distinta proporción, de todos esos géneros y, en mi opinión, hay diferencias significativas entre la novela y sus versiones audiovisuales. En efecto, en
la primera, escrita en diez capítulos, los nueve primeros están narrados por un
personaje, el abogado Utterson, amigo
del Dr. Jekyll, que describe en
tercera persona su indagación en torno a las misteriosas apariciones y
desapariciones del misántropo y odiado Mr.
Hyde. Y lo hace en el más puro estilo policíaco de la escuela inglesa (Agatha Christie, A. Conan Doyle), es decir, mediante el análisis empírico de las
pruebas y las pertinentes deducciones, en una trama complicada que sólo al
avanzar muestra elementos terroríficos propios de la novela gótica. En el
capítulo final es el protagonista, el Dr.
Jekyll, quien toma la palabra, a través de cartas póstumas, y nos aclara su
personalidad desdoblada, en un entorno de consideraciones morales entre las que
destaca el dualismo maniqueo del alma humana, el conflicto interno entre el
bien y el mal, y la ambición como la causa de ese desdoblamiento en el que poco
a poco predomina la lujuria y el vicio sobre la razón, los vicios privados
sobre la virtud pública; en fin unos temas éticos muy propios de la época
victoriana. En resumen, la novela es una trama principalmente policíaca con
elementos góticos, que pretendía mantener la intriga del lector decimonónico
hasta el final.
En cambio las versiones audiovisuales
que todos conocemos son bien distintas. Para empezar, en casi todas se abrevia
el título en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Y
esto no es casual porque ya no se trata de un extraño caso a investigar sino
que, obviando ese aspecto fundamental, nos muestran directamente la monstruosa
transformación del protagonista. En ellas desaparece el matiz policíaco y se convierten
en películas de terror. Y con la desaparición del suspense también decae el
interés del espectador actual por la lectura de la novela.
De cualquier forma, esta narración
corta merece ser leída porque nos muestra aspectos muy característicos y hasta
curiosos. Analizada en su estilo literario,
destacan los elementos propios del romanticismo, pero en algunas descripciones
se insinúan otros más típicos del realismo naturalista que le sucedió. Así, el detalle minucioso de los elementos químicos que componen la pócima elaborada por Jekkyll nos indica el interés de los literatos del
XIX por la experimentación que dio lugar a importantes avances científicos,
paralelos a la revolución industrial de ese siglo. En cuanto a la descripción
de los rasgos perversos y viciosos de Mr.Hyde,
parecen muy influenciados por la fisiognomía,
una pseudociencia, muy de moda en esa época, que pretendía conocer el carácter
de una persona, incluso adivinar sus vicios, a través de su constitución, su
aspecto físico y principalmente de sus rasgos faciales.
Para terminar, una gran novela y un
claro ejemplo de cómo el cine puede llegar desalentar o arruinar una lectura
interesante.
Un cartel de la década de 1880
No hay comentarios:
Publicar un comentario