El título de este libro atrajo mi curiosidad cuando lo vi incluido en una colección de novela histórica, porque el nombre no alude a un personaje real sino a uno de los mitos más atractivos del llamado ciclo troyano. Se trata más bien de una novela mítica, un relato de ficción sobre otra ficción.
Para resumir, el mito de Casandra, según la versión más conocida, cuenta lo siguiente: Era hija del rey troyano Príamo y sacerdotisa en el templo de Apolo. El dios se enamoró de ella y le concedió el don profético, pero al ser rechazado se vengó disponiendo que nunca fuera creída. Avisó a los troyanos sobre el peligro del caballo, pero ellos se burlaron y lo introdujeron en la ciudad provocando así su caída. Por supuesto el relato es mucho más complejo y en sus detalles ofrece varias versiones. Eso es frecuente en la mitología griega que fue recogida por escrito a partir de leyendas de la tradición oral y por tanto a menudo sujeta a distintas interpretaciones. La última revisión escrita, en época clásica, la hizo el romano Ovidio en sus Metamorfosis.
Tras comenzar la lectura de Casandra (1983) descubrimos pronto que estamos ante una nueva lectura del antiguo mito. Una versión que, sin apartarse del contexto ambiental, con la guerra de Troya como telón de fondo, sabe integrar erudición con actualidad en el retrato de los personajes. A pesar de que la historia resulta atractiva, intuimos que algo se nos escapa, que la novela va más allá. Ese algo lo aclara la sinopsis de contraportada cuando indica que: “la autora construye una apasionante analogía entre los hechos narrados en la Ilíada y el tenso periodo de guerra fría del siglo XX”. Ante esta observación y reconociendo un superficial conocimiento de ese largo periodo (1949-1989) y nulo sobre la escritora, he precisado indagar en su biografía para intentar comprender los motivos de esa comparación.
Christa Wolf (1929-2011)
fue, como Casandra, el prototipo de mujer desgraciada por incomprendida
en su afán de independencia que la condujo a ser rechazada por unos y otros.
Pertenecía a la minoría alemana que fue expulsada de tierras devueltas a
Polonia tras la Segunda Guerra Mundial. Se instaló con su familia en Alemania
de Oriental. De ideología marxista militó en su juventud en el Partido
Socialista de la RDA, pero rechazó el totalitarismo estalinista y despertó el
recelo de la autoridad política por sus novelas, que se alejaban del canon del
realismo socialista impuesto por el régimen. Esto la hizo sospechosa hasta el
punto de ser vigilada por la policía secreta. Tras la caída del comunismo,
junto con otros intelectuales como Günther Grass, se opuso a la
reunificación alemana por considerar que los alemanes orientales serían los
hermanos pobres de los occidentales y porque los pocos aspectos positivos del
socialismo se perderían difuminados en el consumismo. Esto le supuso ser
denostada de nuevo por la crítica y condenada al ostracismo occidental.
Con estos rasgos biográficos es fácil
comprender que Casandra es el trasunto alegórico de la propia escritora.
La profetisa troyana pretende superar el supuesto origen divino del don
profético y basarlo más en el conocimiento, el análisis y la autoconciencia.
Desmitifica el supuesto casus belli de la Guerra de Troya, el rapto de
Helena, para buscar sus orígenes en motivos geopolíticos y socioeconómicos,
algo muy típico del materialismo histórico. En suma, un conflicto inevitable,
buscado y temido por ambos bandos. Un asedio necesariamente duradero (diez
años), con ocasionales luchas heroicas y largos periodos de tensa convivencia
en espacios neutrales. Un statu quo que convenía tanto a griegos como
troyanos, interesados unos en mantener los equilibrios internos de poder y
otros en retrasar la inevitable caída.
Casandra es crítica con el
autoritarismo y el poder patriarcal. En ese sentido tiene una relación de
amor-odio con su padre, Príamo, aunque se mantiene fiel y lo acompaña en
su desgracia. Ama a Eneas, pero se hace sacerdotisa en busca de la
sabiduría y la autoafirmación, rechazando el papel tradicional de la mujer.
Comprende al héroe troyano, pero no lo acompaña en su huida. Casandra es al
mismo tiempo muy femenina y feminista. A tenor de lo dicho, comprendo mejor la
analogía entre Ilíada y guerra fría.
En cuanto a la multitud de personajes
míticos que aparecen en esta corta novela es muy difícil apreciar similitudes
con personalidades reales. Buscarlas es casi imposible para quién no sea
originario de Alemania Oriental y contemporáneo de esa época. Además, la
escritora oscurece deliberadamente los rasgos de fácil analogía a fin de evitar
la censura. Los nombres de algunos personajes se acompañan de forma repetitiva
de un nombre o epíteto quizás con intención esclarecedora de su identidad
simbólica, así: Aquiles la bestia o Héctor nube oscura.
Para terminar dos reflexiones
personales, a modo de digresión, que me sugiere esta lectura: En las culturas
anteriores a la griega, el poder profético siempre estuvo asociado a los
hombres. Como ejemplo típico los profetas judíos. Los griegos fueron los
primeros en relacionarlo también con la figura femenina. Así, junto a adivinos
como Calcante y Tiresias, está la Pitia, auténtica médium
del Oráculo de Delfos, o las sibilas.
También opino que el don profético era
más bien una capacidad personal basada en el profundo conocimiento del pasado,
capaz de explicar las consecuencias y secuelas de aquel en el presente y
proyectarlas hacia el futuro. Es un hecho constatado en la historia la
frecuente ceguera de los pueblos para comprender las consecuencias de su
presente. Ante esto, la única forma de avalar la certeza de una profecía en la
antigüedad era asociarla a un origen divino. En la ficción mitológica las
profecías son autocumplidas de forma trágica gracias a la fe obsesiva de los
afectados que se empeñan en evitarlas mientras los dioses decretan su
inexorable cumplimiento (véase Edipo).
En fin, Casandra es una novela
interesante. Asequible para aquellos que conozcan y gusten de la mitología
grecolatina, aunque solo podamos intuir parte de su significado simbólico.
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