Esta lectura me trae a la memoria escenas de una edad feliz de mi vida que me atrevo a introducir con una paráfrasis poética muy conocida: “mi infancia son recuerdos de veladas en mesa camilla y telediarios en blanco y negro que soportaba a duras penas con la esperanza de ver a continuación, un wéstern de John Wayne. Eso si los temidos dos rombos no daban al traste con todo y me mandaban directamente a la cama”. En la anhelante espera, las noticias oscilaban entre aburridas inauguraciones de pantanos de la sección nacional y el no menos tedioso parte del tiempo por Mariano Medina y su anticiclón de las Azores. Solo llamaba mi atención la sección de internacional. En ella aprendí a relacionar imágenes impactantes con sus correspondientes conceptos. Así, segregación racial con autobuses y aseos para negros; lucha por los derechos civiles con aterradoras cargas policiales contra la multitud rodeada de nubes de gases lacrimógenos. También con los discursos de Martin Luther King “he tenido un sueño…”, o con siniestras cruces flamígeras rodeadas de unos raros nazarenos a caballo que pertenecían a una secta que entonces asociaba con los chinos porque tenía un nombre tripartito como ellos. Nunca desde entonces he visto una prensa gráfica tan cruda y sin previo aviso de posible herida sensible al espectador.
Esta novela, ambientada a principios
de los 60, no tiene gran valor literario, pero si capacidad evocadora para los
que vivimos esos sucesos, aún desde lejos, gracias a la incipiente era de las
telecomunicaciones.
Antes de iniciar la lectura de Criadas
y señoras (2009) conviene recordar un dato histórico. El estado de Misisipi
era, antes de la Guerra de Secesión (1861-65), uno de los más ricos del
país gracias a su economía agraria latifundista y esclavista, gran productor de
algodón, azúcar y otras materias primas. Después del conflicto, tras la
abolición de la esclavitud se fue deprimiendo hasta ser hoy el más pobre de los
Estados Unidos. Esto puede explicar ese rencor racista de los blancos, aunque
no lo justifique moralmente. También puede explicar que la novela se haya
escrito, y publicado casi 50 años después de la época en que se desarrolla la
acción a principios de los 60, entre 1962 y 1964, y aún así con cierta
reticencia inicial por parte de los editores. Solo el distanciamiento y el
potencial de difusión actual, ha permitido que la única novela de Kathry
Stockett (1969) se haya convertido en un bestseller con su correspondiente
versión cinematográfica en 2011, a cargo de Tate Taylor. Novela y
película fueron sendos éxitos no por el profundo retrato psicológico de los
personajes, ni por incidir en las causas del racismo sureño, sino más bien por
su gran carga emocional.
La obra tiene en mi opinión un doble
carácter, autobiográfico y metaliterario. Lo primero resulta evidente si
apreciamos las coincidencias biográficas entre una de las protagonistas, Miss
Skeeter, y la propia escritora que, a pesar de no haber nacido aún en las
fechas de la acción, pudo recolectar los testimonios muchos años después. Es
también muy evidente el carácter autorreferencial de la novela, literatura
sobre literatura. Un libro cuyo argumento es el proceso de creación del propio
libro.
Criadas y señoras (2009) es una
novela coral, integrada por muchos personajes que nos ofrecen su personal punto
de vista narrando los hechos en primera persona. Naturalmente la trama
argumental se va entretejiendo con estos testimonios hasta dar la visión de
conjunto y un desarrollo espacio-temporal. La historia se desarrolla en Jackson,
la capital de Misisipi, que no deja de ser como una capital de nuestras
provincias porque su población actual no llega a los 200.000 habitantes. Eso
explica el carácter conservador de sus gentes, aferradas aún a viejas
costumbres de un esplendor ya perdido y a una intolerable supremacía blanca
residual desde los tiempos de la esclavitud. Las coordenadas temporales quedan
indicadas por alusiones a unos pocos hechos históricos que nos señalan los
primeros años de la década de los 60, el incipiente comienzo de la lucha de los
afroamericanos por los derechos civiles en el marco de tolerancia política que
impulsó el gobierno de los Kennedy.
Como he dicho, en la historia
predomina el componente emotivo. La superficialidad de las señoras y su afán de
apariencia en una buena sociedad que otorga a las mujeres educación universitaria
con el único fin de prepararlas para un buen matrimonio y un futuro de ama de
casa. En su vida rutinaria y sujeta a rígidas normas, las señoras establecen
status y liderazgos sociales mientras someten a sus criadas negras a sutiles y
hasta refinadas humillaciones, tan alejadas del racismo rudo y violento de los
hombres, pero con la misma crueldad psicológica. También se advierten aspectos
positivos, como el amor de las criadas por los niños blancos que cuidan, o la
posibilidad de superar el mutuo recelo racial y llegar a una amistad sincera.
La narración se desarrolla con fluidez
y mantiene nuestro interés por llegar a un desenlace que se supone dramático.
No obstante, en este ambiente testimonial, la protagonista/escritora, Skeeter/
Stockett, no sobrepasa el terreno de lo sensible y emotivo. Quizás sea
difícil profundizar más en el retrato psicológico de las protagonistas, pero se
echan en falta las reflexiones personales de la narradora principal, tendentes
a profundizar en las causas, consecuencias y otros aspectos fundamentales del
conflicto racial. Da la impresión que Stockett, como Skeeter, se
limita a recoger los testimonios, empatizar con las víctimas y salir corriendo
a editar el libro.
Una nota curiosa para el final. La
amistad entre la señorita Skeeter y la niñera Aibileen, tiene un
trasunto bien distinto en la vida real. Parece que una tal Aibileen Cooper,
criada que trabajaba para el hermano de Stockett, le puso una demanda
por utilizar su imagen en el libro. El juzgado la desestimó por haber
prescrito.
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