Reconozco mi afición a la obra de Arturo Pérez Reverte (1951), un escritor controvertido que suscita tanto adhesión popular como rechazo de una gran parte de la crítica especializada. Creo haber dicho ya que sus novelas de aventuras me parecen muy entretenidas y las históricas bastante bien documentadas por añadidura.
En Cabo Trafalgar (2004) el
autor, con la osadía que le caracteriza, se atreve a ofrecernos una visión alternativa
a todo un clásico de nuestra literatura, Trafalgar (1873), la primera de
una serie de novelas históricas incluidas en los “Episodios Nacionales”
de Benito Pérez Galdós. En esta última, el escritor canario utiliza la
figura de un joven pícaro gaditano, que narra en primera persona, para
ofrecernos un retrato de la sociedad española de aquella época con claros
matices costumbristas. La participación del protagonista en el combate da pie
para resaltar el heroico patriotismo de algunos oficiales españoles como
Churruca y Gravina, buenos marinos pero mal dirigidos por el vicealmirante
francés Villeneuve.
Por el contrario, Pérez Reverte
se centra en la batalla en sí misma para destacar la crueldad del combate naval
y el heroísmo feroz de las tripulaciones de un pueblo llano más empeñado en
sobrevivir que impregnado de fervor patriótico. Ambas visiones de los hechos
históricos, la épica patriótica y la dramática populista, me parecen algo
excesivas, aunque no es el momento de analizarlas.
La documentación histórica es exhaustiva, como es propio del escritor, sobre todo en cuanto a las técnicas de navegación a vela y tácticas de la guerra naval. Todo el relato está impregnado de humor. El escritor lo utiliza como contrapunto
para resaltar aún más la tragedia y lo absurdo de la guerra. Una ironía amarga,
teñida de pesimismo histórico, mediante el cual pretende mantener una tesis,
defendida también en la serie de Alatriste: la crisis y decadencia del
imperio español fue soportada, e incluso retrasada, por un pueblo noble y
sufrido, pero mal gobernado por reyes ineptos y ministros corruptos.
Como toda teoría contiene parte de
razón, y Reverte la presenta de forma bastante amena y atractiva. Pero
la verdad histórica, si es que existe, suele ser bastante más compleja y
prosaica. De ahí que el público en general prefiera la amena divulgación de la
novela a los sesudos y complejos estudios históricos.
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