jueves, 30 de septiembre de 2021

VIDA DE UNA GEISHA. Mineko Iwasaki


         El libro que hoy comento es una especie de secuela de otro anterior. Me refiero a Memorias de una geisha (1997) de Arthur Golden conocido, quizás por muchos, gracias a la exitosa versión a la pantalla producida por Steven Spielberg, que en 2005 obtuvo varios premios entre otros tres Oscar, uno de ellos al mejor diseño de vestuario.

     Una de las geishas que inspiró la novela del escritor norteamericano era precisamente Mineko Iwasaki (1949). Ella puso como condición para dar su testimonio la confidencialidad, porque en torno a este refinado mundo de las animadoras profesionales japonesas existía un cierto código de silencio y secretismo. Mineko se sintió traicionada al ser citada en los agradecimientos, y ofendida porque Golden ofrecía un retrato de las geishas muy próximo a la prostitución ritualizada. Hubo proceso judicial de por medio y al final ambos escritores llegaron a un acuerdo. Fue entonces cuando la autora japonesa se decidió a publicar Vida de una geisha para confrontar la ficción y el mito con la realidad.

         Si la Memorias de una geisha, de Golden, se puede clasificar en el género de novela biográfica, la obra de Iwasaki merece más el encabezamiento de ese título. En efecto, su carácter de testimonial la incluye en el subgénero de la autobiografía o memorias, dentro del género ensayo. En ésta, ausente el componente de ficción y con clara intención didáctica, se intenta expresar la verdad, aunque subjetiva, de la escritora.

Creo que en Vida de una geisha (2002) son necesarias estas aclaraciones previas en torno su proceso de gestación y a la estructura literaria elegida. El ámbito temporal del relato se desarrolla entre los años 60 y 70 del pasado siglo. La escritora de Kioto nos cuenta parte de su vida en primera persona, desde los cinco años cuando ingresa, entregada en adopción por sus padres, en una escuela de geishas, hasta los 29, en el culmen de la fama como bailarina. En ese punto, cuando dirigía su propia escuela, decide bruscamente cerrarla y abandonar su oficio para contraer matrimonio. Según nos dice, en esa decisión tuvo algo que ver la percepción de los cambios culturales en el Japón de su tiempo.

         Desde el comienzo de la autobiografía, somos conscientes de que está destinada a lectores occidentales y a ellos se dirige claramente la escritora con insistencia. De ahí la continua a aclaración de innumerables términos japoneses (maiko, geiko, okiya) referentes a jerarquías profesionales, tipos de vestidos y otros aspectos, además de las continuas explicaciones en torno a manifestaciones culturales de la tradición japonesa, tales como el kabuki, el teatro no y la ceremonia del té entre otras muchas. El resultado es la descripción de un ambiente ceremonial, sujeto a estrictos y muy precisos rituales, oficializado casi exclusivamente por refinadas mujeres educadas en el arte de distraer y amenizar las reuniones y comidas de políticos, diplomáticos y hombres de la élite social japonesa.

         Mineko rechaza con firmeza la subasta de la virginidad (mizuage) y el contacto sexual con los clientes, algo propio de las cortesanas de alto nivel (oiran). También desmiente el haber sido vendida por sus padres, aunque admite que la dieron en adopción a la escuela con su libre consentimiento, algo dudoso en una niña de cinco años. Explica que su familia era pobre y había entregado de la misma forma varias de sus hermanas mayores. También acepta que, aún es sus tiempos, algunos campesinos pobres vendían a sus hijas en los prostíbulos.

         En fin, de la historia de Mineko Iwasaki obtenemos un retrato de la sociedad japonesa en un momento de evolución desde un modelo patriarcal a otro de corte más moderno. Un fuerte, y en apariencia contradictorio, contraste entre el apego a tradiciones culturales y religiosas ancestrales y la adopción del estilo de vida occidental.

         Para terminar y reiterándome en lo dicho, el libro me parece bueno y recomendable si se lo valora por lo que es, una autobiografía con intención didáctica. Si se considera una novela, carece totalmente de estilo literario y no tiene una auténtica trama novelesca. Puestas en la balanza la novela de Athur Golden (Memorias de…) y la autobiografía de Mineko Iwasaki (Vida de…) puedo estimar la sinceridad de ésta última, pero es mucho más atractiva la primera. A fin de cuentas, la ficción suele tener más morbo literario que la prosaica verdad.

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