Una
de las geishas que inspiró la novela del escritor norteamericano era
precisamente Mineko Iwasaki
(1949). Ella puso como condición para dar su testimonio la confidencialidad, porque
en torno a este refinado mundo de las animadoras profesionales japonesas
existía un cierto código de silencio y secretismo. Mineko se sintió
traicionada al ser citada en los agradecimientos, y ofendida porque Golden ofrecía
un retrato de las geishas muy próximo a la prostitución ritualizada.
Hubo proceso judicial de por medio y al final ambos escritores llegaron a un
acuerdo. Fue entonces cuando la autora japonesa se decidió a publicar Vida
de una geisha para confrontar la ficción y el mito con la realidad.
Si la
Memorias de una geisha, de Golden, se puede clasificar en el
género de novela biográfica, la obra de Iwasaki merece más el
encabezamiento de ese título. En efecto, su carácter de testimonial la incluye
en el subgénero de la autobiografía o memorias, dentro del género ensayo. En
ésta, ausente el componente de ficción y con clara intención didáctica, se
intenta expresar la verdad, aunque subjetiva, de la escritora.
Creo que en Vida de una geisha (2002) son necesarias estas aclaraciones previas
en torno su proceso de gestación y a la estructura literaria elegida. El ámbito
temporal del relato se desarrolla entre los años 60 y 70 del pasado siglo. La
escritora de Kioto nos cuenta parte de su vida en primera persona, desde los
cinco años cuando ingresa, entregada en adopción por sus padres, en una escuela
de geishas, hasta los 29, en el
culmen de la fama como bailarina. En ese punto, cuando dirigía su propia
escuela, decide bruscamente cerrarla y abandonar su oficio para contraer
matrimonio. Según nos dice, en esa decisión tuvo algo que ver la percepción de
los cambios culturales en el Japón de su tiempo.
Desde el comienzo de la autobiografía,
somos conscientes de que está destinada a lectores occidentales y a ellos se dirige
claramente la escritora con insistencia. De ahí la continua a aclaración de
innumerables términos japoneses (maiko,
geiko, okiya) referentes a jerarquías profesionales, tipos de vestidos y
otros aspectos, además de las continuas explicaciones en torno a
manifestaciones culturales de la tradición japonesa, tales como el kabuki, el teatro no y la ceremonia del té entre otras muchas. El resultado es
la descripción de un ambiente ceremonial, sujeto a estrictos y muy precisos
rituales, oficializado casi exclusivamente por refinadas mujeres educadas en el
arte de distraer y amenizar las reuniones y comidas de políticos, diplomáticos
y hombres de la élite social japonesa.
Mineko
rechaza con firmeza la subasta de la virginidad (mizuage) y el contacto sexual con los clientes, algo propio de las
cortesanas de alto nivel (oiran).
También desmiente el haber sido vendida por sus padres, aunque admite que la
dieron en adopción a la escuela con su libre consentimiento, algo dudoso en una
niña de cinco años. Explica que su familia era pobre y había entregado de la
misma forma varias de sus hermanas mayores. También acepta que, aún es sus
tiempos, algunos campesinos pobres vendían a sus hijas en los prostíbulos.
En fin, de la historia de Mineko Iwasaki obtenemos un retrato de
la sociedad japonesa en un momento de evolución desde un modelo patriarcal a
otro de corte más moderno. Un fuerte, y en apariencia contradictorio, contraste
entre el apego a tradiciones culturales y religiosas ancestrales y la adopción
del estilo de vida occidental.
Para terminar y reiterándome en lo
dicho, el libro me parece bueno y recomendable si se lo valora por lo que es,
una autobiografía con intención didáctica. Si se considera una novela, carece
totalmente de estilo literario y no tiene una auténtica trama novelesca.
Puestas en la balanza la novela de Athur
Golden (Memorias de…) y la
autobiografía de Mineko Iwasaki (Vida de…) puedo estimar la sinceridad de
ésta última, pero es mucho más atractiva la primera. A fin de cuentas, la
ficción suele tener más morbo literario que la prosaica verdad.
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