Esta es la segunda novela de Antonio Soler (1956) que leo a propuesta de mi club de lectura. De la primera, El nombre que ahora digo (1999), ya hice una amplia reseña muy favorable en este blog. Creo, es solo una opinión, que el escritor malagueño queda bastante alejado de la popularidad y los superventas, algo que quizás tampoco pretenda. Sin embargo, ha sido muy elogiado por la crítica literaria y de su producción narrativa la mitad de sus doce novelas han sido premiadas, la que nos ocupa hoy con el prestigioso Nadal. La explicación me parece clara. Tiene un estilo literario propio que lo define como escritor, guste más o menos. Además, los temas de sus obras inducen a la reflexión y la referencia introspectiva, pero se alejan un tanto de los elementos que caracterizan la literatura divulgativa o de evasión, sin duda la más popular para la mayoría de lectores.
El camino de los ingleses
(2004) es una obra que se puede calificar como novela de aprendizaje, un
subgénero que definieron los alemanes con el término bildungsroman (literal,
novela de formación). El tema que trata es la transición desde la adolescencia
y primera juventud a la vida adulta. Es también una novela coral porque enfoca
alternativamente a un grupo de personajes sin ningún protagonista claro, o
todos lo son. En este caso el marco espacial donde trascurre la acción, uno de
los barrios periféricos de Málaga, tiene una importancia determinante. En el relato, el camino de los ingleses forma
parte de una zona auténtica, en cuanto alejada del influjo turístico, pero
socialmente deprimida y con claros rasgos de marginalidad. Los jóvenes
protagonistas, casi todos de familias humildes, desestructuradas o
disfuncionales, se buscan la vida como pueden, trabajan o vagabundean por el
barrio, unidos por una amistosa solidaridad mediada por el ambiente que no
excluye el antagonismo ni el egoísmo. El sexo predomina entre ellos más como
actitud depredadora que sentimental, si exceptuamos el idilio entre Miguel y
Luli, cuyo protagonismo destaca algo sobre el resto de personajes.
El pasado condiciona la vida de esos
jóvenes y los determina de algún modo. Todos se han forjado ilusiones, pero sienten
miedo de abandonar su nido de libertad irresponsable para afrontar un futuro
que temen incierto y frustrante. Se refugian en la amistad incondicional a
sabiendas que el destino los separará de forma irremediable. Citaré algunos de
los personajes cuyas vidas se destacan: Miguel Dávila el droguero con
vocación de poeta, obsesionado por la sonoridad de las palabras en la Divina
Comedia, aunque apenas las comprende. Amadeo Nunni el Babirusa,
con serios traumas familiares, chatarrero y amigo incondicional de Miguel.
Paco Frontón, con buena posición económica gracias a un padre mafioso. Luli Gigante cuya ilusión es ser bailarina famosa. Así hasta una lista que
supera los diez personajes. El punto temporal de inflexión que marcará el
destino de todos ellos es el verano de 1978. Es en ese tiempo cuando trascurre
la acción y los acontecimientos quizás no son tan decisivos o dramáticos como
las consecuencias que provocan en el ánimo de los jóvenes y los caminos
divergentes que imprimen en sus vidas.
La historia la cuenta un narrador
testigo en primera persona. Conoce a todos los personajes y forma parte de uno
de los grupos de amigos. No es por tanto omnisciente y no se introduce en sus
mentes, pero sí conoce sus pensamientos a través de las conversaciones con
terceros. En el desenlace de la novela es el propio narrador quien rememora
desde el presente el destino final de todos ellos. Algunos datos inducen a
pensar que es el propio autor.
En cuanto a estilo literario destacan
las descripciones breves y precisas en el retrato físico y psicológico de los
personajes. Algunas reflexiones del narrador están impregnadas de poesía y
otras de humor irónico. Pero la historia en sí es de un crudo realismo que no
evita ni el lenguaje soez ni una cierta truculencia en lo referente al sexo.
En resumen, asistimos a la transición
a la vida adulta de un grupo de jóvenes torturados por recuerdos y desapegos,
con grandes ilusiones de futuro y con el miedo y la sospecha de verlas
frustradas. El desenlace actúa como el destino que parece estar escrito de
antemano.
En mi opinión se trata de una buena
novela que no atrae por una trama de acción, pero hace pensar. Es posible que,
entre la multitud de personajes, sus complejos y vivencias, podamos ver reflejados
algunos rasgos de nuestra propia juventud. También incita a felicitarnos si en
todo o parte se cumplieron nuestras ilusiones, o consolarnos en caso contrario.
A fin de cuentas, el destino fue siempre una gran excusa.
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