Antes de comentar un libro suelo recoger en la red datos sobre la biografía del escritor y principales rasgos de su obra literaria. Esta somera información me permite buscar en la lectura las claves que me ayuden a comprender mejor y disfrutar de la obra en cuestión. En el caso de nuestro autor, esa recopilación me ha resultado compleja por fragmentaria y algo contradictoria. Parece que los críticos no consiguen definirlo claramente en un determinado movimiento, o bien aprecian rasgos eclécticos en su producción literaria. Perteneciente a la generación de los 50, se le encuadra en el realismo social, pero también se aprecian en su narrativa aspectos propios del realismo mágico, de un contradictorio realismo romántico y hasta del objetivismo estético, un concepto metafísico que reconozco no entender con claridad.
Rafael Sánchez Ferlosio
(1927-2019) fue antes que nada ensayista y lingüista, pero alcanzó la fama con
dos novelas; Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951) y sobre todo con El
Jarama (1955), premio Nadal de ese mismo año. Luego abandonó la narrativa
durante casi veinte años para reanudarla después , pero con atención preferente
al ensayo.
Los relatos breves del escritor son
pocos. Un total de doce, publicados en prensa desde el inicio de su carrera,
también como periodista. El escudo de Jotán. Cuentos reunidos (2015) es
una antología de ocho de esos cuentos. Los editores pensaron que convenía
prologarlos explicando no sólo fechas y revistas de publicación, sino también
los diferentes estilos que se aprecian en los mismos. Eso da cumplida cuenta de
la complejidad y las variadas lecturas e interpretaciones de estos relatos.
Parece que el escritor no los valoraba
en exceso. Los definía como “pecios” o fragmentos de otros proyectos
literarios fracasados, como los restos de un naufragio. Los dos primeros
pertenecen a los primeros años en su etapa realista. En Dientes, pólvora,
febrero se narra la crueldad de la caza del lobo, considerado como alimaña
en el deprimido ambiente rural de los 50. En Y el corazón caliente, un
camionero rechaza tras un accidente la ayuda solidaria de viajeros y guardia
civil por una supuesta expiación de culpas. Para mi gusto, el mejor es el que
da título a la antología, El escudo de Jotán. Es un relato ambientado en
la lejana China, en época y geografía imprecisas. Un cuento con formato de
apólogo, parecido a la fábula pero cuyos protagonistas no son animales sino
humanos, una estructura que se repite en otros de esta serie. Su final, de una
ironía cruel, remite a una cierta moraleja imprecisa que el lector debe
definir.
Otro aspecto compartido por algunas de
estas historias es que nos recuerdan a cuentos infantiles. Eso resulta explicito en El huésped de las nieves, un relato de aprendizaje que
comienza con la tradicional frase: “Erase una vez…”. Pero son cuentos
para ser entendidos por adultos, cuentos crueles como aquellos que titularon
las antologías de autores franceses como Villiers de L’Isle Adam o Mirabeau,
salvando naturalmente importantes diferencias.
Los animales aparecen con frecuencia
en los relatos. En tres de ellos el lobo, un animal cargado de simbolismo.
Totémico y mítico para pueblos ancestrales como iberos y celtas, alimaña de
pastores, objeto de terrores infantiles y leyendas de licántropos. En El
huésped de las nieves aparece el ciervo como símbolo de renovación, entre
otras muchas representaciones de este animal asociado a la luz espiritual en
las leyendas, por citar sus apariciones como ciervo crucífero en las de San
Eustaquio y San Huberto.
Incluso los relatos más realistas
tienen matices de fantasía y en muchos es evidente una cierta prosa poética,
como en este párrafo alusivo al salmón: “Aquiles de los ríos, bruñido
soberano de salobres mareas y linfas manantiales, plata viva en dos aguas
pavonadas”. La naturaleza y las historias de caza también están presentes
en los cuentos. En los mismos encontramos distintos narradores, desde el
omnisciente en tercera persona hasta el testigo en primera. En el último, Carta
de provincias, una madre se dirige a su hijo en segunda persona para contarle
una historia.
Para terminar, estos cuentos,
infravalorados por su autor, me han revelado la dimensión literaria de Sánchez
Ferlosio. Muy joven leí su novela Industrias y andanzas de Alfanhuí
pero entonces solo pude captar la fuerte inspiración en la picaresca
tradicional española. Ahora con estos relatos redescubro al escritor y algo que
me gusta en la lectura, la estética formal, la incitación a la curiosidad del lector y su implicación activa para
desvelar o intuir los distintos matices o capas de una historia.
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