sábado, 12 de febrero de 2022

SEÑORA DE ROJO SOBRE FONDO GRIS. Miguel Delibes


                No voy a comentar la extensa biografía de Miguel Delibes (1920-2010), ni los numerosos premios y reconocimientos que recibió a lo largo de su dilatada vida. La crítica lo valoró como uno de los principales autores de la literatura española de posguerra, y yo he resumido en anterior entrega los rasgos que mejor definen su figura literaria. Entre ellos me interesa destacar dos: El profundo retrato psicológico de los personajes mediante un lenguaje sencillo sin apenas recursos de estilo y, como fondo de sus relatos, la miseria de su entorno rural castellano, el que ahora llamamos la España vaciada. Una actitud crítica que le valió no pocos conflictos con la censura franquista. El paso de los años y la democracia vigente no parecen haber resuelto del todo ese atraso económico y social, y la cuestión sigue latente.
        Del escritor pucelano he leído dos novelas; La hoja roja (1959) y la última, El hereje (1998), para mi gusto la mejor. De Los santos inocentes (1981) y Cinco horas con Mario (1996) tengo ejemplares en mi biblioteca, pero confieso haber visto antes sus respectivas versiones al cine y teatro, y eso por mi inveterada tendencia a lo dramático.

          Señora de rojo sobre fondo gris (1991) no me parece su mejor obra, pero sí una de las más emotivas. El relato se ambienta en 1975 y está narrado por Nicolas, un pintor en fase de esterilidad creativa, que en un largo monólogo cuenta sus recuerdos a la hija, evocando la figura de su esposa Ana, muerta un año antes. Se trata de una novela autobiográfica, salvando los nombres ficticios. Tanto que parece que el escritor pidió permiso a sus hijos antes de publicarla. Se ha dicho que el paralelismo entre la pareja real, Miguel y Ángela, y protagonista, Nicolás y Ana, es tanto que casi se trata de unas memorias. Pienso que Delibes estuvo acertado en elegir la ficción narrativa antes que la crónica, porque de esta se espera la verdad, aunque parcial o subjetiva, mientras que a la novela sólo se le exige verosimilitud. Eso permite al autor idealizar a la protagonista, que es tanto como elevar a su esposa a una apoteosis casi olímpica. A fin de cuentas, la literatura es otra forma de trascendencia. El haber escrito la novela diecisiete años después de su muerte apunta a la misma finalidad, porque el paso del tiempo hace prevalecer los buenos recuerdos y olvidar el resto gracias a nuestra memoria selectiva.

          Todo lo dicho no merma ni un ápice el amor que el protagonista siente, y el escritor debió sentir por su esposa cuando pone en boca de un personaje: “una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. A destacar, el dramatismo de la ausencia y la soledad del creador, privado de inspiración por esa pérdida.

          No podemos obviar que la novela pone de manifiesto un tipo de relación matrimonial paternalista propia de su época, pero ya casi periclitada. Frases como “en toda pareja existe un elemento activo y otro pasivo”, pueden sugerir a los lectores actuales aquel tópico: “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. A esto hay que decir que no todo era negativo en aquel tipo de relación, ni todo positivo en la actual de pareja. Simplemente, el paso del tiempo y los cambios sociales han impuesto un nuevo modelo más igualitario y justo que, a pesar de todo, no está totalmente consolidado. De ahí los desajustes que todos podemos apreciar. Pido perdón por esta digresión que solo pretende exponer la realidad, o mi opinión sobre la misma, sin ninguna intención dogmática.

          Volviendo a la novela. En el trasfondo de la trama aparecen, a modo de tenues pinceladas, detalles del ambiente político de mediados de los 70. El proceso 1001 del régimen franquista contra los dirigentes de Comisiones Obreras, y la presagiada y cercana muerte de Franco, un momento de agitación social ante los cambios que se avecinaban. De otra parte, lo trascendente es la importancia de la estética y el arte como savia vivificante que anima nuestra vida.

          Las descripciones sobre el alcohol como paliativo de la depresión, pero sobre todo el proceso de la enfermedad neurológica de Ana se ajusta a la verdad, no solo presenciada sino también documentada. El personaje del amigo familiar, Primitivo Lasquetti, me recordaba al escritor Francisco Umbral. Una superficial información en la red me aclara que ambos escritores trabajaron como periodistas en el Norte de Castilla, se les considera maestro y discípulo además de amigos, y sostuvieron una relación epistolar de más de cuarenta años.

          Terminando ya, una novela corta y emotiva, más aún para los que tenemos cierta edad. A mí me toca la fibra sensible porque tuve la suerte de crecer en medio de una relación matrimonial muy parecida, y debo decir que a ella debo la estabilidad emocional y mi personal escala de valores.

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