sábado, 25 de febrero de 2023

AIDA. Giuseppe Verdi


        

    La ópera Aida es seguramente la más popular de Giussepe Verdi. Incluso los no aficionados la reconocen por el título y la ambientación en el antiguo Egipto, siempre sugerente en matices épicos y dramáticos. En mi opinión de simple aficionado, quizás no sea la mejor obra del compositor italiano pero sí la más teatral y dramática, la más espectacular en cuanto a cantidad de personajes, participación del coro y escenografía.

    No es de las óperas más representadas y esto quizás se deba a lo exigente que puede resultar su montaje, solo asumible por grandes teatros o importantes compañías líricas. De otra parte, las pocas representaciones y el elevado coste de las entradas suelen ser factores que retraen a muchos espectadores. De ahí mi sorpresa al verla programada en Jaén, aunque soy consciente del creciente interés de mis conciudadanos por la música clásica en general y particularmente por la ópera. Por lo dicho, me parece justo agradecer el esfuerzo de los directores y la agrupación musical que ha montado este espectáculo total y también el patrocinio de las instituciones que han colaborado para hacerlo posible.

No voy a reseñar muchos datos referentes a la composición de Aida (1870). Verdi tenía ya un sólido prestigio internacional cuando el gobernador otomano de Egipto se la encargó. Tras un rechazo inicial y varias vicisitudes, compuso la música para esta ópera en cuatro actos, con libreto de Antonio Ghislanzoni, basado en una historia del egiptólogo francés Auguste Mariette.

En cuanto al argumento, es la historia de amor del guerrero Radamés (tenor) y la esclava etíope Aida (soprano) en el marco de un triángulo amoroso con la princesa Amneris (mezzosoprano). Un amor en conflicto con pasiones y deberes morales como el patriotismo y la lealtad.

Hoy en día, la trama argumental de esta ópera, y otras muchas, nos puede parecer melodramática y excesivamente histriónica. Pero lo importante aquí, lo mismo que en la tragedia griega, son las grandes pasiones humanas que son intemporales. En la ópera estas pasiones se modulan gracias a la voz humana que aporta dramatismo o sosiego según su intensidad en las arias, recitativos o intervenciones del coro. El resultado que se pretende no es tanto la comprensión de la historia, a veces inverosímil, sino la apelación directa a la emotividad inspirada por la música y la interpretación. En suma, una emotividad sustentada por la belleza formal del espectáculo operístico.

La representación de Aida que hemos disfrutado, la ha producido la Orquesta Sinfónica Hesperia, una agrupación que integra músicos y coros de la provincia de Jaén, y en esta ocasión añade el coro femenino AMAO, de Tomelloso. En total más de cien participantes en escena. El que aglutina este proyecto musical es el linarense Antonio Ariza Momblant, pianista y director de la orquesta, secundado por un catálogo de profesionales directivos a cargo de la escenografía, coros y todo el complejo entramado de una ópera. Entre el elenco de actores, todos españoles y de consolidado curriculum, destacaré a la soprano María Ruiz (Aida), el tenor Eduardo Sandoval (Radamés), la mezzosoprano María Luisa Corbacho (Amneris) y el barítono Manuel Mas (Amonasro) además de los dos bajos, José Antonio García y Antonio Alonso. Sería injusto por mi parte, y tampoco estoy cualificado para ello, destacar a unos sobre otros. En Aida, como en casi todas las óperas, las voces protagonistas suelen estar reservadas para tenor y soprano. Ambas tienen los registros más agudos, capaces de sobreponerse en volumen a coros y orquesta, y a ellas se reservan las mejores arias y por tanto la ocasión de mayor lucimiento. La soprano me pareció magnífica en potencia de voz y modulación. Igual que el tenor en el que destacaré su fuerza dramática. En la voz de ambos me pareció sentir efectos como de eco, un fenómeno que no acierto a explicar por escasez de conocimiento técnico. La mezzosoprano también tuvo en esta obra un papel destacado, muy buena voz y considerables dotes interpretativas. Naturalmente la participación de otras voces fue menor, aunque destacaron el barítono y el bajo que interpretó al sumo sacerdote.

La interpretación de la orquesta fue notable. En los momentos más brillantes, con poco más de veinte músicos, emuló con éxito la intensidad de otras más numerosas La escenografía me pareció bastante buena, con elegantes decorados acordes con las escenas, y juegos de luces apropiados a la intensidad y dramatismo de cada una de ellas.

El público quedó muy satisfecho del espectáculo y supo agradecer con su aplauso el esfuerzo y la calidad de los intérpretes.                   

         

 

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