Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) puede ser comparado en categoría con otros ilustres representantes del realismo naturalista del XIX, tales como Émile Zola, Fiódor Dostoyevski o Benito Pérez Galdós. Sólo este último fue más prolífico que el escritor valenciano. Su extensa producción narrativa es impresionante, con títulos tan conocidos como Arroz y tartana (1894), La barraca (1898) o Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916). Ante tal número de novelas, publicadas desde los veinticinco años hasta el de su muerte, es imposible que todas mantengan el mismo nivel en calidad literaria, que además es un concepto subjetivo y opinable. Pero ésta que comentamos hoy se aleja con mucho de ese rango medio entre su producción narrativa.
La araña negra (1892) fue su primera novela, una obra de juventud de transición al estilo que lo definiría en su madurez. Si la consideramos bajo distintas ópticas, puede ser considerada ante todo como una novela histórica porque se trata de un relato de ficción enmarcado en unas coordenadas temporales muy precisas y bien datadas. Desde la reacción realista que dio fin al trienio liberal de Riego y restituyó en el poder absoluto a Fernando VII en 1923, hasta el sistema de la Restauración de Cánovas y Sagasta, pero antes del desastre del 98. Bajo otras perspectivas también puede ser considerada como trama policiaca o de aventuras.
Sin embargo, ha sido catalogada como un folletín decimonónico, a pesar de no haber sido publicada por entregas en prensa, una de las características de este subgénero. Blasco Ibáñez la editó en dos tomos reunidos en un sólo volumen, en total en torno a las mil trescientas páginas. Sin embargo, reúne todas las características de estilo propias del folletín: Conducta incongruente de los personajes, tratamiento superficial de su psicología y maniqueísmo extremo entre buenos y malos. En nuestro caso también la utilización exagerada de la hipérbole como recurso retórico y lo tendencioso o sectario de las ideas que se exponen. Otros autores contemporáneos como Pérez Galdós utilizaron el folletín por entregas en algunas de sus novelas históricas, pero cualquier lector medianamente entrenado podría apreciar la diferente calidad entre éstas y la nuestra.
La obra narra la historia de los Balselga, una familia noble de principios del XIX, de ideología absolutista y muy relacionada con la Compañía de Jesús. A lo largo de tres generaciones, los jesuitas tejen con paciencia una tela de araña en torno a sus miembros a fin de apoderarse de su fortuna.
El narrador omnisciente en tercera persona utiliza en el prólogo una prolepsis o salto al futuro y relata lo sucedido en 1874, para después iniciar y seguir el relato de forma lineal desde 1822. Este recurso, que parece innovador y moderno, tiene un efecto negativo porque casi anticipa el desenlace y convierte el desarrollo de la trama argumental en algo muy previsible. Como datos positivos debo señalar la perfección en las descripciones de ambientes, lugares concretos y personajes en su aspecto físico, sin incidir demasiado en los rasgos psicológicos o exagerándolos de tal modo que parecen caricaturas. Además, la repetición insistente de los mismos esquemas descriptivos resulta cansina. Parece más acertado y objetivo cuando describe situaciones políticas concretas. Algunas son perfectas, como el retrato del ambiente parisino de finales de siglo XIX.
En esta novela Blasco Ibáñez fuerza al extremo su ideología republicana radical y anticlerical. En la trama los jesuitas son siempre personajes astutos y ladinos, hipócritas hasta lo indecible. Es cierto que la Compañía de Jesús tuvo sus claroscuros a lo largo de la historia, y que en la época tratada su ideología era favorable al absolutismo, puesto que defendían al Papa y este era por entonces un monarca absoluto. Por otra parte, no se les puede negar el ser la orden religiosa más intelectual y tampoco ciertos tiempos progresistas como las misiones en el Paraguay, la teología de la liberación de la década de los 60, o nuestro actual Papa, alguna vez citado como el papa negro.
Otro aspecto a señalar es el carácter de novela de transición. Porque es naturalista en lo descriptivo pero romántica en cuanto a los personajes; los masculinos trazados con rasgos heroicos, y ellas damas recatadas, enamoradas y frágiles, merecedoras de protección. Aunque todos son algo ingenuos rozando la necedad cuando se dejan engañar por los pérfidos jesuitas.
El remate final de la novela es la transcripción de la Monita Secreta un conjunto de instrucciones a los miembros de la orden para conseguir como resultado final el dominio universal de la Compañía sobre todos los países y regímenes. Es un documento considerado falso al igual que otro que se difundió por el mismo tiempo, el Protocolo de los Sabios de Sion, que dio origen al antisemitismo del siglo XX. En fin, ahora estamos acostumbrados a las teorías conspiranoicas y este libelo nos demuestra que en nada somos originales.
Hay que reconocer que en el momento de su edición este libro fue muy popular en la región valenciana, con fuerte influencia entonces de las ideas republicanas y federalistas. Pero también que el propio escritor pidió que no fuera incluido en el catálogo de sus obras completas. Por algo sería, digo yo.
A lo
mejor, si este folletín fuera llevado a la pantalla como serial televisivo
podría tener éxito, otros peores hemos soportado. Pero como obra literaria es,
en mi modesta opinión, insufrible.
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