lunes, 16 de enero de 2012

ELOGIO DE LA ESTUPIDEZ. Erasmo de Rotterdam


Exponer con detalle la figura de Erasmo de Rotterdam (1466-1536)  excedería con mucho el propósito y la concisión exigibles  a estos comentarios.  Resumiremos diciendo que fue ordenado sacerdote y estudió en París  donde alcanzó un profundo dominio de las lenguas y cultura clásica grecolatina. Viajero incansable, visitó y residió en varias universidades europeas, entre otras, Londres, Cambridge, París, varias ciudades de Italia, Basilea y alguna más.  Se le ofrecieron  varias  cátedras vitalicias que siempre rechazó. Conoció o tuvo amistad con los principales personajes e intelectuales de su tiempo; Carlos V, el papa León X, Martín Lutero, Zwinglio, Tomás Moro y muchos otros menos conocidos. Destacó como filólogo, filósofo y teólogo. En esta última disciplina fue partidario de  recobrar la pureza originaria de las Sagradas Escrituras mediante su traducción desde las  fuentes originales en griego o hebreo, además de la exégesis de las mismas para depurarlas de añadidos y corrupciones. Su traducción al latín, por entonces la lengua internacional, de los libros del Nuevo Testamento tuvo una enorme difusión gracias a la imprenta, fue traducida a lenguas vulgares y en ella se inspiraron los reformistas luteranos para sus estudios bíblicos. Erasmo fue muy crítico con la corrupción eclesiástica y mostró públicamente sus simpatías por Lutero  pero  siempre aceptó la ortodoxia católica y a la Iglesia como institución. Su intención era más bien aportar ideas para  aclarar la doctrina  cristiana y depurar la práctica religiosa liberándola del formalismo impuesto por la tradición, y de las prácticas supersticiosas e ignorantes. Rechazó los excesos y la rigidez de las enseñanza  escolástica medieval  y  fue partidario de la libertad de pensamiento, la tolerancia y la comprensión. Una de sus convicciones era la  educación basada en la duda como motor  y acicate del pensamiento científico. El difícil equilibrio de neutralidad entre católicos y luteranos le amargó los últimos años de vida cuando la guerra y la persecución  sustituyeron a la razón y a la controversia teológica. En suma, Erasmo fue  el más grande de los humanistas, el primer intelectual y librepensador que podríamos considerar moderno por sus  ideas sobre la educación y la religión, también por su concepción unitaria de la cultura europea. Una última curiosidad biográfica; nunca viajó a España y según parece  manifestó en privado opiniones negativas sobre la religiosidad  fanática de los españoles.
          Entre la extensa e importante obra erasmiana, esta que comentamos, el “Elogio de la locura” o “Elogio de la estupidez” fue  calificada  por el propio autor como  un “librito”, una bufonada satírica, o un divertimento, a pesar de lo cual, y de forma paradójica, fue, tras su edición en 1511, además de un auténtico éxito de ventas, una especie de catalizador de la reforma protestante. Por tal motivo es considerada como una de las obras más importantes de la literatura occidental. Se trata de un ensayo que por  su claridad en el razonamiento lógico  fue a menudo utilizado por los estudiantes del XVI para ejercicios retóricos y adoxográficos (elogio de las cosas sin valor).  La obra está inspirada, según el autor, en las antiguas obras satíricas  grecolatinas, en  particular  las de Luciano de Samosata al cual alude frecuentemente. La narración se hace en primera persona mediante el recurso a un personaje, la diosa Estupidez,  que relata cómo los humanos participan de sus bienes  y cuanto tiene que agradecerle el mundo por ello.  En una primera parte  el tono es burlesco  se recrea en la sátira de las costumbres y usos sociales, en lo que hay de estúpido e incoherente en nuestra vida. En su crítica no deja títere con cabeza; a los retóricos pedantes, a los teólogos envueltos en polémicas bizantinas, a los médicos  irreflexivos en su práctica, a los abogados leguleyos, también a los jóvenes inconscientes, a los viejos  dementes. Se ríe de la mitología, de la cultura y  hasta de sí mismo. En su repaso no deja al margen los defectos de los  distintos pueblos europeos, incluidos sus compatriotas los holandeses.  Pero a medida que  avanza el ensayo el tono se hace algo más serio y en medio de la crítica a reyes incapaces, malos gobernantes, o al afán de títulos de nobleza, aparecen las primeras a la corrupción de la Iglesia, siempre insistiendo en que no es general.  Se describe la ignorancia y suciedad de los monjes, las prácticas supersticiosas, la idolatría del culto a las imágenes, la superficialidad de los predicadores, el exceso en las ofrendas y la falta de caridad, la avaricia de obispos y prelados, la compra de dignidades eclesiásticas y otros aspectos. Aparecen críticas veladas a las bulas e indulgencias, y a los sacramentos de la eucaristía  y confesión, al tiempo que se propugna el retorno a la sencillez y pureza original de las doctrinas apostólicas. En el epílogo Erasmo insiste en que  se trata de un escrito humorístico y que el lector no intente sacar conclusiones del mismo aunque  reconoce que el humor puede ser un medio para manifestar la dolorosa verdad.
          El ensayo abunda en juegos de palabra, retruécanos, y muy frecuentes alusiones mitológicas o a los clásicos grecolatinos. Por tal motivo conviene leer esta obra en ediciones bien comentadas y anotadas ya que nuestra cultura al respecto  es, en general, muy inferior a la de los lectores de aquella época, que debían de ser  pocos en número  pero muy instruidos  en estas materias.
Para terminar dos apuntes finales, una anécdota de dudosa veracidad y una triste constatación. La primera; Se dice que  por parte de los católicos  se acusó a  Erasmo  con la siguiente frase “usted puso el huevo y  Lutero lo empolló”, y que  el humanista  respondió con otra  “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.  La segunda y conclusión final; Toda la obra de Erasmo de Rotterdam fue censurada e incluida en el Índice durante el Concilio de Trento. La mayoría de líderes y pensadores protestantes también rechazaron sus obras.

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