El escritor
barcelonés Jorge Molist (1951)
ha recibido por esta obra el Premio Fernando Lara. No es el primero que
obtiene en la especialidad de novela histórica, también ganó el Premio
Alfonso X el Sabio por La reina oculta (2007) y fue finalista de ese
mismo certamen con El anillo, la herencia del último templario (2004). En cuanto a la novela que nos ocupa, además de gozar de una estupenda promoción
publicitaria, ha sido favorablemente acogida en las revistas de crítica
literaria y se ha convertido en una de las más vendidas de este año.
A menudo he
puesto de manifiesto mi desconfianza hacia los best sellers porque éxito
editorial y calidad literaria no siempre van juntos. Como muestra bien vale un
botón, Cincuenta sombras de Grey de la británica E.L. James, una clara ilustración de ese recelo.
Por suerte, en esta ocasión debo admitir que no está justificado en absoluto.
Canción de sangre y oro (2018),
sin alcanzar el nivel de las mejores del género, es una estupenda novela
histórica que además recrea unos episodios poco conocidos, hasta ahora porque, al rebufo de su éxito entre los lectores, alguna revista de divulgación
histórica se ha apresurado a editar artículos sobre el mismo tema pero, en mi
opinión, no aportan más objetividad frente a la novela que es bastante fiel a
los hechos históricos y, sin menoscabo de la ficticia línea argumental,
consigue recrear de forma colateral los antecedentes y los intereses de los bandos en conflicto.
La trama
narrativa se inicia con un matrimonio político, el de la princesa Constanza
con el príncipe Pedro de Aragón, hijo de Jaime I el Conquistador,
que reinó con el nombre de Pedro III. Era la alianza entre una dinastía
real que llegaba a su ocaso, la de los Hohenstaufen de Sicilia y la casa
real de Aragón, una pequeña potencia hispana, que casi había perdido todas sus
posesiones transpirenaicas ante el creciente poderío del reino de Francia. Se
iniciaba así un conflicto que enfrentó a
dos reinos que aspiraban a la hegemonía
en el Mediterráneo occidental. Los franceses, comandados por Carlos de Anjou
y apoyados por el Papa ocuparon el reino de Sicilia tras derrotar a Manfredo
y Conradino, los dos últimos representantes de la dinastía alemana. En
una especie de Juego de Tronos de alianzas y traiciones, el rey Pedro
III supo maniobrar con habilidad, paciencia y algo de suerte hasta que,
veinte años después de su boda con la legítima heredera de Sicilia, el pueblo
siciliano se rebeló contra el dominio tiránico de los angevinos en las
conocidas como Vísperas sicilianas y ofreció el trono a Pedro y Constanza,
iniciando así la incorporación del reino de Nápoles y Sicilia a la corona
aragonesa, que duró dos siglos y fue seguido del dominio español otros dos más.
Casi todos
los personajes que aparecen en el relato son históricos, pero en la ficción
inherente a este tipo de novelas se les reviste de todos los elementos que
puedan suscitar el interés del lector, incluso con el recurso a ciertos tópicos
medievales un tanto románticos como el amor cortés, o el concepto aristocrático
del honor y la venganza como forma recuperarlo. También parece una cierta
concesión la distribución maniquea de los papeles entre los personajes; la
fuerza de Pedro III y la nobleza de Roger de Lauria frente a la crueldad de Carlos de Anjou
o las perversas maquinaciones del Papa francés. Pero entre el relato lineal que
se desarrolla en el trascurso de esos veinte años (1262-1282), se vislumbra una
perfecta ambientación medieval; los abusivos usos señoriales con respecto a los
siervos de la gleba; el carácter levantisco de la nobleza y el apoyo de los
reyes en las ciudades libres para contrarrestar a los nobles, lo que a la
postre acabaría con el régimen feudal y sería la base de las monarquías
absolutas europeas. Estos y muchos otros aspectos configuran un perfecto
retrato de época, dibujado con trazos certeros y un lenguaje directo y sin
artificios que refuerzan el carácter divulgativo y ameno de la novela. Una
forma agradable y fácil de aprender
historia para los lectores, de ahí su gran éxito. Porque al margen de esa cobertura
ficticia que anima a los protagonistas en sus sentimientos y emociones más
humanos, sus actos son rigurosamente históricos. Tan solo con Saurina,
un personaje secundario que fue hija del noble Berenguer de Entenza, se
permite el escritor la licencia de convertirla en una almogávar libre y
guerrera que exhibe su lesbianismo con descaro, añadiendo un guiño anacrónico
más acorde con nuestra época. A cuento de esto último, se destaca el decisivo
papel de los almogávares en la conquista del Reino de Sicilia.
Toda la historia está narrada bajo la
óptica de la protagonista femenina, la reina Constanza, que cuenta los hechos en tercera persona pero recurre a
la primera cuando habla de sus emociones personales y la relación de amor y
celos con el rey. Este toque intimista que aporta la narradora pone en
evidencia dos temas universalmente aceptados en la Edad Media pero muy
cuestionados en la actualidad, me refiero a la ley sálica y a los matrimonios
políticos en las monarquías.
Resumiendo, una novela histórica que reúne
todos los elementos necesarios para triunfar; amenidad aún a costa de ciertas
concesiones; estilo claro y directo no exento de cierta elegancia; divulgación
de una historia no demasiado conocida; rigor y buena documentación histórica.
Me parece pues muy recomendable. A los lectores que hayan visitado Nápoles y
Sicilia, y visto en esos lugares los restos monumentales del periodo
aragonés o español, e incluso haya notado costumbres y tradiciones que identificamos con
las nuestras, la novela les aportará además un valor añadido.
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