Eva
Díaz Pérez (1971) acumula ya una considerable producción
literaria, avalada por premios y crítica, aunque más allá del ambiente
editorial andaluz no parece haber conseguido la difusión y fama que merece.
Esta es la segunda que leo de sus novelas. La primera, Hijos del mediodía
(2006), que fue comentada en una anterior entrada de este blog, despertó mi
interés y ahora, con esta última, pienso que deja bien acreditada
su madurez creativa.
El estilo de
esta escritora sevillana tiene, en mi opinión, una clara fuente de inspiración
en la literatura de Borges. Digo esto por la continua reelaboración de
materiales literarios que se manifiesta en la mezcla de datos biográficos
ficticios atribuidos a personajes históricos y viceversa. También por recrearse
en las ensoñaciones de los personajes, o las frases alegóricas y títulos de
capítulo con doble significado que ofrecen distintos planos de interpretación
al lector. Incluso por la creación de bestiarios insólitos y originales como,
en nuestro caso, la vida trashumante de un piojo de trinchera o la
aristocrática biografía de la carcoma vienesa. Todos estos elementos, y algunos
más, configuran una especial sensibilidad con cierto toque de culturalismo literario,
no en balde la autora es además especialista en periodismo cultural y demuestra
un amplio conocimiento de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX
y finales del anterior.
El sonámbulo de Verdún (2011) es
una novela histórica ambientada en la Gran Guerra, la última dirigida con
mentalidad, estrategias y tácticas residuales del siglo XIX, y la primera con
armamento y avances técnicos del XX. Una cruel guerra de desgaste que produjo
gran mortandad, que cambió radicalmente las fronteras de Europa y tuvo
secuelas políticas y económicas que condicionaron la historia del siglo pasado
a nivel mundial.
Pero sería
simplista quedarnos ahí, porque lo más original de la novela es la particular
propuesta de Eva Díaz al indagar en la memoria histórica mediante una
estructura narrativa compleja pero asequible, que induce a reflexión sobre el
pasado y el futuro merced a unos recursos estilísticos cargados de sensibilidad
y gusto por lo estético.
Ya de
entrada, el narrador omnisciente, que se dirige al lector con frecuencia,
expone su propósito en esta frase: “esta es una novela narrada entre el
escepticismo y la ironía, que pasea por estancias que ya no existen, analiza
los mecanismos del pasado y cuestiona la forma en que se cuentan las viejas
historias”.
En el
relato se entrecruzan al menos tres líneas argumentales en un juego de
continuos saltos en el tiempo y el espacio. El protagonista principal es Jaroslav
Smoljak, un checo de Praga movilizado por el ejército austrohúngaro, que
deserta al bando aliado y termina como soldado francés en Verdún. El segundo es
un contemporáneo suyo, Klaus Werger, periodista vienés que escribe
falsos y épicos reportajes de propaganda en la retaguardia, a los que renuncia
para enfrentarse al horror como corresponsal de guerra en las trincheras. El
tercero, Fritz Wolf, es un artista de vanguardia que en la actualidad
recoge restos bélicos en los campos de Verdún mientras prepara una exposición
sobre la crueldad y locura de aquella guerra.
La vida de
los tres protagonistas se va relacionando de forma sutil y tangencial en el tiempo, mediante otros personajes e historias dentro de otras, con el azar, o el destino, operando como motor determinante. El resultado
es una novela coral en la que, tesela a tesela, la autora va confeccionando el
gran mosaico de toda una época, casi un siglo que va desde el ocaso del imperio
austrohúngaro hasta el horror nazi. Desde un aristocrático mundo de valses y
polcas hasta las cámaras de gas.
El hilo
conductor que da continuidad a la trama es una bala disparada desde la trinchera
enemiga, congelada en el tiempo, que matará o no a Jaroslaw,
condicionando su destino y el de su descendencia. De nuevo el azar, como espada de
Damocles pendiente sobre vidas e historia.
Muy
destacables también las descripciones de lugares y ambientes en Viena y sobre
todo en Praga, ciudad cargada de historia y de arte, pero sobre todo impregnada
de misterio. Un ambiente que la escritora evoca mediante las ensoñaciones de
Jaroslav. Algo más que un paseo turístico por sus calles y monumentos entre los
que intuimos historias y aspectos menos visibles, como las tenebrosas
criptas y sus macabras reliquias; al monstruoso golem deambulando
por el gueto judío; las mágicas y sugerentes marionetas y las historias míticas
de su popular teatro; a Rodolfo II con sus orfebres y alquimistas en las
diminutas casas de la calle del Oro en el castillo, o las famosas
defenestraciones de legados imperiales desde las ventanas del palacio; los
oscuros pasadizos (pruchody) entre calles sin salida o la desconcertante
fila de casas privadas que ocultan la fachada principal de Nuestra Señora de
Týn; los milagros del Niño Jesús de Praga o la leyenda del Caballero de
Brucvík. En suma, una ciudad llena de sugerencias para el viajero que revivimos
en estas páginas.
Estamos pues ante una novela interesante por su contenido y mucho más por la
atractiva impronta estética que Eva Díaz Pérez aporta a sus
relatos.
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