El escritor italiano Umberto Eco (1932-2016), fue autor de un abundante número de ensayos sobre semiótica, estética y filosofía, pero la fama mundial le llegó en la década de los 80 con su primera novela, El nombre de la rosa, traducida a multitud de idiomas y versionada al cine. A pesar de ese éxito inicial, su producción narrativa posterior fue escasa y no tuvo el impacto popular que cabría esperar después de aquella primera novela. Creo que hay razones que lo justifican, entre otras el abuso de erudición, la intertextualidad de sus obras que a su vez remiten a otras, la densidad de algunos temas esotéricos, pero también una libertad creativa que no fue limitada por intereses comerciales. Todo esto lo convierten en un autor difícil, todo un reto para la inteligencia del lector que consiga mantener el interés hasta el final de la lectura. Pero a mí me gustan esos retos que no siempre consigo superar. De sus ocho novelas he leído siete y en todas ellas encontré elementos interesantes, aunque a veces se limiten al aspecto estético. Si tuviera que destacar mis preferencias, además de la ya nombrada, citaría: El cementerio de Praga (2010) y El péndulo de Foucault (1988).
La misteriosa llama de la reina
Loana (2004) no me parece que sea una de sus mejores novelas, pero es
interesante el tema que la trasciende: la importancia de la memoria como
elemento constitutivo y conformador de la personalidad, tanto individual como
colectiva. El protagonista de la historia, Giambattista Bodoni,
familiarmente conocido como Yambo, es un librero milanés que, tras un
paro cardiaco reanimado, pierde la memoria episódica que es la exclusivamente
relacionada con sucesos autobiográficos, y como tal pierde todo su pasado. En
busca del mismo acude a la casa abandonada de su infancia donde encuentra
discos, libros, revistas y tiras cómicas de esa época. Fracasa en el intento de
recuperar sus propios recuerdos, pero por medio de esos objetos, revive parte
de su historia y de la sociedad de sus padres y abuelos. Se trata de un periodo
fundamental en la Italia del siglo XX, las décadas de los 30 y 40, con el
fascismo como ideología que marcaría la vida de toda una generación.
Personalmente me siento identificado con muchos de esos recuerdos, quizás
autobiográficos del escritor, que son muy similares a los de mi propia infancia
durante los años 50, los más grises del franquismo. En ellos me reconozco y
refuerzan mi complicidad con el relato. La traductora lo expresa bien en sus
notas de final de la novela. Entre los años 30 y los 50, los italianos pasaron
del fascismo a la libertad democrática mientras que en España la trayectoria
fue la inversa.
Sin duda los lectores más jóvenes no
sentirán ese grado complicidad, pero pueden tener, gracias a esos recuerdos,
una visión de las negativas consecuencias sociales de la pérdida de libertad
política. Es aquello de conocer la historia para no volver a repetirla.
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