En el análisis de este libro renunciaré a comentar detalles de estilo literario o criticar la ausencia de los mismos, porque el impresionante documento que son estas memorias no necesita de artificio o recurso alguno. Es también literatura y puede incluirse en el género del ensayo, pero es ante todo testimonio vivo, memoria que debe ser conservada, más aún en estos tiempos de revisionismo histórico y negacionismo de holocaustos. En efecto, asistimos al resurgir de nuevas y solapadas ideologías totalitarias que se inspiran en aquellas otras de hace casi un siglo y hacen gala de sus símbolos al tiempo que se empeñan en borrar las huellas de sus genocidios.
En el contexto de la política actual,
la lectura de Primo Levi (1919-1987) puede ser la mejor vacuna
contra las nuevas infecciones autoritarias que apelan al egoísmo, el miedo y la
inseguridad en el futuro, aportando la ya tradicional receta: seguridad y
protección a costa de nuestra libertad.
Si esto es un hombre (1947) fue
escrito por el autor italiano, de origen judío, tras ser liberado del campo de
concentración de Monowice, asociado al complejo de Auschwitz, en el que estuvo
ingresado casi un año. En el apéndice nos explica que el libro no fue aceptado
por los editores inicialmente, después tuvo un escaso éxito y no fue hasta 1958
cuando alcanzó fama y difusión hasta el punto de ser considerada una de las
obras más importantes del siglo XX. Las experiencias de Primo Levi tras
la liberación fueron recogidas en otros dos libros que junto a éste forman la trilogía
de Auschwitz.
Las memorias que nos ocupan las relata
el autor en primera persona y con cierta frecuencia se dirige directamente al
lector. En un claro afán de objetividad se limita a contarnos todo lo que vio
personalmente y renuncia a detallar lo no presenciado, esos detalles de extremo
sadismo tan frecuentes en la filmografía que nos conmueven y hasta excitan un
cierto morbo en el espectador. Por el contrario, esa objetividad totalmente
exenta de victimismo tiene el sello inconfundible de la verdad y si bien se
piensa no es por ello menos impactante.
Con Primo Levi asistimos a un
auténtico proceso de deshumanización. El que, mediante el agotamiento físico,
el hambre y las humillaciones ejercieron los verdugos nazis sobre sus víctimas
judías. Un proceso lento que terminaba en el exterminio de la cámara de gas que
todos esperaban y temían mientras eran sometidos a un sistemático y burocrático
programa de normas, ausentes de ética, para suprimir toda resistencia en las
víctimas hasta convertirlas en despojos humanos. Estas por su parte, en su afán
de supervivencia eran capaces de colaborar, robar y llegar incluso a la
traición, con tal de ganar un día, un invierno o un año más de vida.
El relato se centra en describir las
experiencias de las víctimas, pero también sus emociones. En este sentido se
inscriben las conversaciones del autor con otro recluso en torno a pasajes del
infierno en la Divina Comedia de Dante o sobre la Odisea. Simbolizan su intento
por conservar un resto de humanidad apelando a ese humanismo cultural que nos
identifica como seres civilizados.
Si la narración de las vivencias de
Primo Levi en el Lager, y sus reflexiones al respecto, nos impresionan,
no son menos interesantes las explicaciones que nos aporte en el apéndice,
escrito a posteriori en 1976. Aquí el autor responde a las preguntas más
frecuentes de sus lectores y justifica su carácter positivo en la ausencia de
odio hacia los nazis o al pueblo alemán. Explica las múltiples razones de la
pasividad de los judíos ante el holocausto. Analiza las razones históricas del
antisemitismo alemán y también la supuesta ignorancia del pueblo sobre las
atrocidades cometidas en los lager, una ignorancia deliberadamente
buscada que los eximía de complicidad con los nazis.
Personalmente pienso que ese carácter
positivo de Levi se contradice con el suicidio final en 1987. Muchos
pensaron que el trauma de Auschwitz pesaba demasiado sobre el escritor. Sus
amigos y conocidos pusieron en duda el suicidio, unas dudas que aún se mantienen.
Para terminar, sé que muchos lectores
pensarán que se trata de una historia triste, que no conmueve y que es agua
pasada. La enormidad de las atrocidades y genocidios que contemplamos en los
noticieros nos tienen parcialmente insensibilizados, y eso los justifica. A ellos
les digo, que la locura colectiva que propició el régimen nazi no puede ser
olvidada porque la ignorancia o el olvido de sus atrocidades, más en los
tiempos que vivimos, nos hace cómplices involuntarios de posibles futuras repeticiones.
Por todo ello, la lectura de este testimonio me parece, al margen de lo
literario, una obligación moral.
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