jueves, 25 de noviembre de 2021

SI ESTO ES UN HOMBRE. Primo Levi

    En el análisis de este libro renunciaré a comentar detalles de estilo literario o criticar la ausencia de los mismos, porque el impresionante documento que son estas memorias no necesita de artificio o recurso alguno. Es también literatura y puede incluirse en el género del ensayo, pero es ante todo testimonio vivo, memoria que debe ser conservada, más aún en estos tiempos de revisionismo histórico y negacionismo de holocaustos. En efecto, asistimos al resurgir de nuevas y solapadas ideologías totalitarias que se inspiran en aquellas otras de hace casi un siglo y hacen gala de sus símbolos al tiempo que se empeñan en borrar las huellas de sus genocidios. 

    En el contexto de la política actual, la lectura de Primo Levi (1919-1987) puede ser la mejor vacuna contra las nuevas infecciones autoritarias que apelan al egoísmo, el miedo y la inseguridad en el futuro, aportando la ya tradicional receta: seguridad y protección a costa de nuestra libertad.

    Si esto es un hombre (1947) fue escrito por el autor italiano, de origen judío, tras ser liberado del campo de concentración de Monowice, asociado al complejo de Auschwitz, en el que estuvo ingresado casi un año. En el apéndice nos explica que el libro no fue aceptado por los editores inicialmente, después tuvo un escaso éxito y no fue hasta 1958 cuando alcanzó fama y difusión hasta el punto de ser considerada una de las obras más importantes del siglo XX. Las experiencias de Primo Levi tras la liberación fueron recogidas en otros dos libros que junto a éste forman la trilogía de Auschwitz.

    Las memorias que nos ocupan las relata el autor en primera persona y con cierta frecuencia se dirige directamente al lector. En un claro afán de objetividad se limita a contarnos todo lo que vio personalmente y renuncia a detallar lo no presenciado, esos detalles de extremo sadismo tan frecuentes en la filmografía que nos conmueven y hasta excitan un cierto morbo en el espectador. Por el contrario, esa objetividad totalmente exenta de victimismo tiene el sello inconfundible de la verdad y si bien se piensa no es por ello menos impactante.

    Con Primo Levi asistimos a un auténtico proceso de deshumanización. El que, mediante el agotamiento físico, el hambre y las humillaciones ejercieron los verdugos nazis sobre sus víctimas judías. Un proceso lento que terminaba en el exterminio de la cámara de gas que todos esperaban y temían mientras eran sometidos a un sistemático y burocrático programa de normas, ausentes de ética, para suprimir toda resistencia en las víctimas hasta convertirlas en despojos humanos. Estas por su parte, en su afán de supervivencia eran capaces de colaborar, robar y llegar incluso a la traición, con tal de ganar un día, un invierno o un año más de vida.

    El relato se centra en describir las experiencias de las víctimas, pero también sus emociones. En este sentido se inscriben las conversaciones del autor con otro recluso en torno a pasajes del infierno en la Divina Comedia de Dante o sobre la Odisea. Simbolizan su intento por conservar un resto de humanidad apelando a ese humanismo cultural que nos identifica como seres civilizados.

    Si la narración de las vivencias de Primo Levi en el Lager, y sus reflexiones al respecto, nos impresionan, no son menos interesantes las explicaciones que nos aporte en el apéndice, escrito a posteriori en 1976. Aquí el autor responde a las preguntas más frecuentes de sus lectores y justifica su carácter positivo en la ausencia de odio hacia los nazis o al pueblo alemán. Explica las múltiples razones de la pasividad de los judíos ante el holocausto. Analiza las razones históricas del antisemitismo alemán y también la supuesta ignorancia del pueblo sobre las atrocidades cometidas en los lager, una ignorancia deliberadamente buscada que los eximía de complicidad con los nazis.

    Personalmente pienso que ese carácter positivo de Levi se contradice con el suicidio final en 1987. Muchos pensaron que el trauma de Auschwitz pesaba demasiado sobre el escritor. Sus amigos y conocidos pusieron en duda el suicidio, unas dudas que aún se mantienen.

    Para terminar, sé que muchos lectores pensarán que se trata de una historia triste, que no conmueve y que es agua pasada. La enormidad de las atrocidades y genocidios que contemplamos en los noticieros nos tienen parcialmente insensibilizados, y eso los justifica. A ellos les digo, que la locura colectiva que propició el régimen nazi no puede ser olvidada porque la ignorancia o el olvido de sus atrocidades, más en los tiempos que vivimos, nos hace cómplices involuntarios de posibles futuras repeticiones. Por todo ello, la lectura de este testimonio me parece, al margen de lo literario, una obligación moral.

 

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