Qué más puedo decir sobre José Saramago (1922-2010)? En varias entradas de este blog he destacado ya muchos aspectos de su biografía y las ideas que mejor definen la obra literaria de este escritor portugués, quizás más valorado en España que en su propio país, al menos desde que en plena madurez literaria fijó su residencia en la isla de Lanzarote a raíz de un incidente que no me resisto a contar: Ocurrió que la publicación de su novela El Evangelio según Jesucristo (1991) levantó una fuerte polémica en Portugal por ser considerada irreverente. Yo la leí y no me lo pareció en absoluto, pero el caso es que el gobierno portugués, en principio republicano laico, vetó su presentación a un premio europeo alegando que “ofendía a los católicos”. Al final, pocos años más tarde, Saramago recibió la consideración europea y mundial que merecía con el Premio Nobel de 1998.
En Las intermitencias de la muerte
(2005), el autor nos propone una imaginativa parábola sobre la vida y la
muerte. En un país anónimo, y a partir de una determinada fecha, nadie muere.
Cuando el fenómeno es constatado, la primera reacción de la población es de
gozo. Pero conforme pasa el tiempo se ponen de manifiesto grandes
inconvenientes, demográficos, burocráticos y financieros, entre otros muchos, a
los que las autoridades intentan dar soluciones imaginativas. La trama continua
con diversas alternativas de un humor irónico y hasta absurdo hasta llegar a un
desenlace feliz.
La novela mantiene en su desarrollo un tono de sátira sobre diversos aspectos de nuestra sociedad. No entraré en detalles para no arruinar la lectura del relato. La moraleja, lo que trasciende la historia es la propia vida considerada como un bien precioso al que, paradójicamente, la muerte da un sentido pleno, limitándola, haciéndola siempre efímera pero también única y deseable. No es una idea nueva, muchos autores clásicos grecolatinos consideraron ese aspecto de la muerte frente al concepto de eternidad predicado por muchas religiones. Alguno dijo que: “la eternidad es sólo soportable para los dioses” y otro aludió al “eterno tedio de Dios” cansado de su propia y esencial eternidad. También lo comprendió Petrarca, cuando dijo algo así como: “Una buena muerte honra toda una vida”. Tememos a la muerte y olvidamos que la esencia de la vida es su finitud. Que ésta puede ser una buena pintura que adquiere realidad y valor limitada por el marco de la muerte.
Todo eso y más podemos aprender con esta estupenda novela de Saramago que utiliza la parodia y el humor como instrumento para desvelar realidades conceptuales de profundo calado filosófico.
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