Tras la remisión de la pandemia, y con
las vacaciones estivales, hemos recuperado nuestro deseo de viajar. Por eso,
aunque no lo parezca de entrada, nos viene al pelo esta novela recomendada por
mi club de lectura para iniciar el curso a comienzos del otoño.
La literatura de viajes es uno de los géneros literarios más antiguos. La épica Odisea fue la primera de una larga lista que se continúa en el medievo con Los viajes de Marco Polo o la Embajada a Tamorlán de Ruy González de Clavijo, que añaden un claro componente de aventuras fantásticas. Después la nómina sigue con las crónicas de conquistadores españoles como Bernal Díaz del Castillo o Álvar Núñez Cabeza de Vaca. En el siglo XIX abundaron los escritores viajeros como Gustave Flaubert (Viaje a Oriente) o Stendhal que publicó dos libros sobre sus viajes por Italia. Entre los del XX, destacaré al español Javier Reverte y al autor que hoy nos ocupa.
Paul Theroux (1941) es un
viajero novelista, en mi opinión en ese mismo orden de preferencia. La mitad de
su producción literaria son libros de viajes que resumen las experiencias de
largas travesías en ferrocarril por varios continentes. Pero aún sus novelas de
ficción recogen parte de esas vivencias de viajero. Entre estas últimas tuve ocasión
de leer su novela más conocida, La costa de los mosquitos (1984), y
entre los primeros En el gallo de hierro: viajes en tren por China. En
sus libros, el escritor estadounidense
reduce al mínimo los aspectos descriptivos de los países que visita, casi
no cita monumentos y solo datos
geográficos o toponímicos imprescindibles para el trascurso narrativo. Se
centra ante todo en las costumbres de sus gentes, del pueblo llano. Entre el
relato de sus vivencias personales surgen opiniones o reflexiones que nos
ofrecen un retrato vívido, fresco y espontáneo en apariencia, que refuerza
nuestras impresiones e ideas, más o menos tópicas, sobre otras culturas, pero
también las desmitifica exponiendo sus contradicciones. Todo ello refuerza la
veracidad de la narración, lo cual no es óbice para que el escritor nos muestre
la autoconciencia de su parcialidad subjetiva y sus propios prejuicios.
Un crimen en Calcuta (2011) es
una de las últimas obras de Theroux. El propio título ya sugiere lo que
después comprobaremos durante la lectura. Se trata de una novela a medio camino
entre la ficción de suspense y el relato de viajes. Me atrevo a decir que la
primera es la excusa perfecta para desarrollar el segundo. No obstante, una
excusa imprescindible porque es la que nos mantiene a la expectativa hasta el
final. Para no arruinarla adelantaré parte de la trama con el resumen
promocional: “Jerry Delfont, un escritor de reportajes de viajes falto de
inspiración, recibe una carta de la señora Unger en la que le informa de un escándalo
relacionado con un amigo de su hijo, la historia le intriga lo suficiente como
para querer investigar sobre ella. ¿Quién es el joven muerto, encontrado en el
suelo de una habitación de un hotel barato?”.
La historia está narrada en primera
persona por el protagonista, Jerry Delfont, un evidente alter ego del
propio escritor. Como nota curiosa destacaré que en uno de los capítulos el
protagonista se reúne en la ficción con su otro yo, Paul Theroux.
Entonces se establece un diálogo entre ambos escritores de viajes y se hace una
reflexión sobre ese tipo de literatura y su intencionalidad. Aquí Theroux se
representa a sí mismo asumiendo todos los aspectos negativos del oficio
mientras que su protagonista reúne todo lo positivo.
Pero Calcuta es sin duda la principal
protagonista. Una ciudad caótica, vieja y desestructurada, superpoblada y
acosada por la miseria, ruidosa y maloliente, con oasis de lujo y antiguos
edificios coloniales, calurosa y oscilante entre el deseo y temor a los
mozones. También una sociedad de fuertes contrastes: la espiritualidad del yoga
y los ascetas hindúes (sadhu). Sus dioses ambivalentes, creadores y
destructores. El tantrismo y la medicina ayurvédica, pero también el atrasado
sistema de castas, el servilismo y la obsesión por la jerarquía o la
explotación infantil. A medida que seguimos y nos interesamos por la trama
argumental, el autor nos va confirmando algunos tópicos y desmitificando otros.
Pero el relato va más allá y está
hilvanado con reflexiones y opiniones del escritor sobre una gran variedad de
temas, entre otros los siguientes: Virtudes y defectos coloniales durante el
periodo del Raj británico. Críticas a la supuesta actitud filantrópica de la
Madre Teresa de Calcuta. Ideas sobre la desigualdad del amor (amante y amado) y
su enfoque como posesión (dominación, sumisión). Aspectos diversos sobre el
matrimonio hindú incomprensibles para nuestra mentalidad occidental. Crítica de
la cultura imperialista inglesa y del complejo cultural norteamericano que conduce
a la admiración por todo lo británico. Alusiones a la falta de inspiración del
escritor conocida como “síndrome de la hoja en blanco” o “la mano
muerta”. Descripción de los trucos del escritor viajero para mantener la
atención del lector. Incluso hace una reflexión metaliteraria cuando describe
el proceso intelectual y emocional que le llevó a escribir la novela.
Para terminar, se trata de una
estupenda lectura, fácil y sencilla en cuanto estilo literario, pero muy rica
en matices de todo tipo. La trama de ficción nos mantiene interesados en tanto
vamos asimilando los valores y contradicciones de la cultura hindú.
Pocos de nosotros se pueden permitir
ser algo más que un turista, pero gracias a libros de viajes como éste podemos
ir un poco más allá y ser viajeros. Y como turistas, a visitar el Taj Mahal sin mirar horrorizados a los niños mendigos, o tolerar la miseria sin falsa
compasión.
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