Frente a
los grandes títulos de la narrativa, los de fama imperecedera, aquellos que no
pierden valor con el paso del tiempo, hay otros que para ser apreciados han de
estimarse con un estricto sentido histórico. Son novelas que, leídas mucho tiempo
después de su publicación y al margen del contexto social y cultural de su
época, pierden gran parte de su significación si no las situamos en sus
precisas coordenadas cronológicas.
El libro que hoy comentamos pertenece,
en mi opinión, a ese tipo de obras. Cuando fue editado recibió una crítica muy
favorable y aún hoy se la considera como una de las grandes novelas de la
literatura norteamericana de la posguerra mundial. Sin embargo, el lector
actual puede sentirse desilusionado porque lo que en su momento fue novedosa
ruptura de valores tradicionales y un tipo de contracultura capaz de
escandalizar a los conservadores de la década de los 60, ahora, desde nuestra
perspectiva, pudiera ser catalogado como simple novela erótica. Esta
lectura me hace evocar otra de mi juventud, Trópico
de Cancer, del norteamericano Henry
Miller. Este último fue el precursor de la llamada beat generation, integrada por autores como William Burroughs y Jack
Kerouac. James Salter(1925-2015) aunque no inscrito en esa nómina,
conoció a dichos autores y me parece claramente inspirado por ellos, al menos
en esta novela.
El grupo de escritores beat (cansado), conocidos posteriormente
con el peyorativo beatnik, apareció
en Estados Unidos entre mediados de los 50 y 60, su influencia cultural se
plasmó en el movimiento hippie y
muchos de sus postulados aún inspiraron el Mayo
del 68. Se definían por el rechazo a los valores tradicionales
estadounidenses, el uso de drogas, el interés por las filosofías orientales y
una gran libertad sexual.
En Juego y distracción (1967) se aprecian claramente algunos elementos
que definen aquella generación. En primer lugar, un fuerte componente de
crítica social, en este caso la hipocresía de la alta burguesía parisina. En
segundo, la cruda descripción de las relaciones sexuales, tan explícitas que
bordean el estrecho y difuso límite entre erotismo y pornografía, algo sin duda
escandaloso para la moralidad de la época.
La novela narra la historia de amor
entre Phillip Dean, un estudiante
norteamericano que visita Francia, y Anne
Marie Costallat, una joven de provincias. Un amor liberado de prejuicios y
entregado en exclusiva al puro placer. La historia de los amantes la cuenta un
compatriota de Phillip, narrador
testigo sin nombre que, a medida que trascurre el relato, va tomando cuerpo
hasta convertirse en un personaje más. Lo conocemos a través de sus reflexiones
que nos muestran a un ser solitario y sensible, fascinado por el carisma del
protagonista. Bajo su atenta mirada se desarrolla la trama amorosa que, en
cierta medida, reconoce como fruto de su imaginación. Al final interesa tanto
el desenlace como aclarar los sentimientos del relator.
Desde el punto de vista literario, la
obra tiene facetas que conviene destacar. La utilización de la analepsis o flashback entre dos planos temporales,
la actualidad del narrador situada en Paris y el año 1967, y la aventura de los
protagonistas, cinco años antes en Autun. No se cita ninguna de las dos fechas,
pero se deducen de algunos comentarios marginales a modo de indicio. En cuanto al estilo, las frases son cortas y
elípticas, como un flash visual casi cinematográfico, en un estilo directo y
realista que sólo se rompe en las descripciones del paisaje de la Borgoña
francesa, abundante en comparaciones próximas a lo poético.
Conviene destacar también la figura
del viajero americano en Europa. Personaje muy literario, siempre persona
acaudalada, que en el XIX acudía al viejo continente en busca de sus raíces
culturales. Algo de eso queda en el narrador que se siente atraído por la
melancólica belleza de la Francia profunda, auténtica y rural, frente al París
cosmopolita. En cambio, Phillip,
estudiante dependiente del dinero paterno, es la figura del rebelde indolente
que solo busca el puro disfrute del momento. En mi opinión, el apellido Dean evoca intencionadamente a James Dean, el actor convertido en mito
por su prematura muerte, que simbolizó muchos de los valores contraculturales
de la siguiente generación.
Para terminar. Estamos ante una buena
novela, pero nuestra capacidad de asombro está limitada por la evolución de los
valores sociales y culturales. Un ejemplo puede ser más ilustrativo de lo que
digo: En 1967 el “Je t’aime…moi non plus”
de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, o después “El
último tango en París” de Bertolucci,
nos parecían de una provocadora sensualidad en nuestra juventud, para escándalo
de nuestros padres. Ahora, de nuevo oído el tema musical, visionada la película
y leída esta novela, la sorpresa decae bastante. Y es que hay obras que no
resisten bien el paso de los años.
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