Frente a
los grandes escritores del renacimiento italiano, o precursores de ese nuevo
estilo, tales como Petrarca, Dante, Boccaccio o Castiglione, la crítica
literaria siempre consideró a Pietro
Aretino (1492-1556) como un autor menor. Aún recuerdo que, en los textos
didácticos de mi bachiller, tras el nombre de aquellos autores se citaba el
título de sus obras más significativas, Divina Comedia, Decamerón o
El Cortesano, junto a breves reseñas de las mismas. Por el contrario,
nuestro autor de hoy era apenas un nombre en la cola de aquella nómina que
había que memorizar. Y es que el escritor de Arezzo (Aretino) siempre fue
considerado, por su vida y su obra, como un autor maldito, o al menos a
contracorriente de las tendencias literarias de su época.
jueves, 18 de junio de 2020
LAS SEIS JORNADAS/LA CORTESANA. Pietro Aretino
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domingo, 14 de junio de 2020
CONTRATO CON DIOS. Will Eisner
En la corta
historia del cómic moderno, al dibujante Will
Eisner (1917-2005) se le considera como un pionero. A él se debe el
concepto de novela gráfica formulado cuando se editó esta trilogía que
hoy comento. Hasta entonces el cómic se había desarrollado en tiras cortas de
viñetas de prensa que evolucionaron en la década de los 30 hacia el cómic
book, es decir, una revista o cuadernillo con grapas y papel barato, con
baja calidad de impresión y por entregas de una periodicidad determinada. Fue
la época de los superhéroes como Supermán. El propio Eisner se consagró
como historietista con la serie The Spirit (1939-1952), protagonizada
por un enmascarado detective sin superpoderes, protector frente al crimen en la
ciudad ficticia de Central City. Con ella tuvo ocasión de destacar como
dibujante gracias a los originales encuadres de tipo cinematográfico y los
efectos de luces y sombras. Durante casi 20 años estuvo apartado de la
creación, y cuando sólo se esperaba su jubilación regresó con esta novela gráfica
que supone la consagración del cómic como subgénero literario que fusiona
dibujo y narrativa. Se define como una historia única y extensa que trata de
temas profundos, con guion de un solo autor y en formato libro. Con este tipo
de obras el cómic abandona el mundo infantil y juvenil y se introduce en la
literatura de adultos.
La
primera novela, Contrato con Dios,
se publicó en 1978 y fue elaborada lo largo de dos años. A esta le siguieron
otras dos que comparten un espacio común porque son historias que se
desarrollan en la Avenida Dropsie, una calle ficticia del barrio
neoyorquino del Bronx. La mayoría de los protagonistas principales son judíos
como el propio autor y comparten con él algunos rasgos de tipo autobiográfico. El
marco temporal en que se ambientan es el de los años treinta, durante la gran
Depresión, y muestran la miseria y el fracaso social de las clases bajas y
marginadas, pero también su conciencia solidaria. Al final de su vida Will
Eisner decidió editar las tres novelas juntas como una trilogía. El volumen
que tengo en mis manos es la segunda edición del publicado en 2017 con motivo
del centenario del nacimiento del autor.
Contrato con Dios contiene cuatro
relatos que se desarrollan en un viejo edificio de apartamentos de alquiler en
la Avenida Dropsie. El primero, del mismo título, es la historia de Frimme
Hersch, un judío devoto que, tras la muerte de su única hija, considera
roto su particular contrato con el Creador y se convierte en casero usurero. En
el siguiente, un cantante callejero desaprovecha, por su afición a la bebida, la
oportunidad de alcanzar la gloria que le ofrece una vieja diva de la ópera. En El
Super, una niñita inocente, Rosie, acaba con la reputación de un
depravado casero. En Cookalein se nos muestra el veraneo de las clases
humildes en una colonia de apartamentos, con derecho a cocina comunal, próxima
a Nueva York. Es el pequeño reino de la falsa apariencia y de las esperanzas
juveniles de encontrar un buen partido matrimonial. Las historias en su
conjunto muestran la soledad de los personajes, la miseria ambiental y el
fracaso del sueño americano
La
segunda novela, Ansias de vivir, la
protagoniza Jacob Shtarkah, que
en sus reflexiones, teñidas de matices existencialistas, personifica las
inquietudes y la lucha que al parecer libró el propio Eisner a lo largo de su vida. Durante el relato interacciona con
otros personajes que nos ilustran el Crack
del 29, la Gran Depresión, o el
auge del comunismo.
Mientras que en la primera novela
predomina el enfoque emotivo y dramático y en la segunda los temas sociales, la
tercera, Avenida Dropsie, es un
estudio histórico de la evolución de esa avenida, y por extensión del barrio
del Bronx, a lo largo de casi tres siglos. Nos presenta aquí los cambios
urbanos a consecuencia de las sucesivas oleadas de emigrantes europeos que lo
fueron ocupando, desde los holandeses de la primitiva colonia de Nieuw Amsterdam a las casas señoriales
de importantes familias inglesas. Después el continuo ciclo de muerte y
resurrección con los irlandeses, judíos, italianos, afroamericanos y
portorriqueños, siempre en un lento y progresivo deterioro urbanístico y
social.
En cuanto al dibujo, en Contrato con Dios predomina el rayado y
el claroscuro que enfatiza el dramatismo. El texto está caligrafiado como parte
del dibujo y no existen los tradicionales marcos de separación en viñetas, en
tanto que son los edificios y las estructuras (puertas, ventanas) los que hacen
este papel y refuerzan la verticalidad. Las figuras humanas tienen toques de
caricatura, pero los rostros reflejan perfectamente las emociones. En la
primera novela de la trilogía predomina lo visual mientras que las otras dos
abundan en diálogos.
En fin, una estupenda novela gráfica,
interesante como crónica social de una época y de un distrito de Nueva York
bien conocido por el autor que vivió allí gran parte de su vida. Los personajes
extraídos de la vida cotidiana, emotivos y sencillos, humanizan dicha crónica y
nos recuerdan que la historia no es solo un conjuntos de hechos más o menos
objetivos, sino que se nutre de nosotros, de la suma de nuestras voluntades y a
veces de la inconsciencia sobre las consecuencias de nuestros actos.

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lunes, 8 de junio de 2020
LEONORA. Elena Poniatowska
Este libro
me ha ofrecido la oportunidad de disipar dudas en torno a dos subgéneros
literarios cuyos límites conceptuales no siempre son claros. Me refiero a
la biografía, derivada del ensayo, y la novela biográfica, una especialidad del
género narrativo. Ambas tratan sobre la vida y hechos de un personaje histórico
contados por el biógrafo o novelista. Se diferencian en algo fundamental; la
primera tiene una clara pretensión de objetividad aunque el juicio del escritor
sea a menudo un factor subjetivo a considerar; por contra, en la novela
biográfica predomina el elemento de ficción. Por sus características, ésta
última puede ser más amena, en cambio el interés por la biografía dependerá de
nuestra curiosidad hacia el personaje y/o el conocimiento previo de su
ubicación histórica.
Pues
bien, en base a lo dicho hay que aclarar que estamos ante una biografía, por
más que en la sinopsis promocional se califique de novela sin añadir ningún epíteto aclaratorio. Y debo reconocer que mi interés era ciertamente
escaso al comienzo de la lectura porque de Leonora Carrington
(1917-2011) desconocía hasta el nombre, y del mundo de la pintura y literatura
surrealista en que vivió tengo escasas nociones. En cambio, la escritora Elena Poniatowska (1932) está
ampliamente documentada sobre el personaje y su entorno, como lo demuestra la
extensa bibliografía final. Además ambas coincidieron en México en la época
comprendida entre las décadas de los 40 y 60 del pasado siglo, un periodo de
especial esplendor cultural en ese país gracias a la generosa acogida que
procuró a muchos intelectuales y artistas españoles exiliados de la guerra
civil, y después europeos que huyeron de las atrocidades del régimen nazi
durante la guerra mundial.
Como
se ha dicho, Leonora (2011) cuenta
la historia de Leonora Carrington, una rica heredera inglesa, rebelde
ante las convenciones de su familia y clase social, lo que le llevó a rechazar todo
tipo de ataduras religiosas y políticas. Con una imaginación desbordante y muy
influenciada por la mitología celta, gracias a los cuentos infantiles de su niñera
irlandesa, entró en el círculo de los surrealistas franceses cuando con 20 años
se enamoró del pintor Marx Ernst que tenía 47. Ambos fueron amantes
hasta 1939 cuando él fue deportado a un campo de concentración a principios de
la guerra. El carácter inestable de Leonora y el choque emocional al
sentirse abandonada la llevó a un brote esquizofrénico y a su confinamiento en
un sanatorio de Santander donde fue tratada con los medios de la época, en
particular la terapia convulsiva con Cardiazol, un hecho que marcaría un punto
y aparte en su vida. A partir de ahí, la huida a México, el reencuentro con los
exiliados surrealistas, dos matrimonios y dos hijos y sobre todo su
consagración como pintora con un estilo muy especial que tiene distintas
influencias; la mitología celta y maya, las pinturas del Bosco, el mundo de “Alicia”
de Lewiss Caroll, la interpretación onírica propia del psicoanálisis y
la exaltación del subconsciente o inconsciente típica de los surrealistas.
El
personaje de Leonora, tal y como nos lo muestra la escritora, tiene pues
dos periodos bien definidos. Una infancia y juventud rebelde pero también
caprichosa y extravagante y siempre protegida por el dinero de su familia en
los momentos difíciles. Más que pintora fue la bella musa de los surrealistas.
Sintió una admiración casi sumisa en su relación con Max Ernst. Es en su
etapa mejicana cuando adquiere su auténtica dimensión, se hace responsable de
su vida, se libera de ataduras en su producción pictórica y gana experiencia gracias a su relación con un
sinfín de artistas y literatos. En sus relaciones amorosas pasa de la alocada
exaltación de la juventud a un plácido escepticismo en el que ella lleva las
riendas. Por cierto, si hemos de creer a la biógrafa, Leonora siempre
tuvo una fijación simbólica con el caballo, ella misma decía ser una yegua,
algo que puede tener una interpretación psicoanalítica, como no, de tipo sexual.
Una
de las especialidades de Elena Poniatowska es la biografía de reconocidas
mujeres quizás como expresión de su compromiso con la causa del feminismo,
entre otras opciones progresistas sociales y políticas. Su faceta como
periodista le hace experta en un tipo de literatura calificada como testimonial
y marcada por la entrevista y eso se nota en la estructura de esta obra. El
narrador es en tercera persona para resaltar la objetividad. En el relato hay
una total ausencia del recurso al monólogo interior lo que disminuye la
profundidad psicológica del personaje. Aunque no hay constancia de la fórmula
de preguntas y respuestas, las reflexiones que se recogen, al igual que los
hechos relatados, aportan una sensación de recuerdos personales obtenidos en
una entrevista.
Como
telón de fondo ambiental en la vida de Leonora, aparecen los hechos más
destacables en el México de esas décadas. La progresiva corrupción de los
herederos de la revolución mejicana, el sincretismo religioso de los indígenas,
la revuelta estudiantil y la matanza de Tlatelolco en el 68 o el terremoto de
1985.
En
fin, la biografía va de menos a más. Desde un personaje que parece algo odioso
al principio, hasta la plenitud final con una interesante reflexión en torno a
la muerte que se presenta de forma surrealista como una joven y nueva amiga de
la anciana pintora. Una advertencia para los interesados en este libro, poco versados
como yo en el entorno artístico de la historia. Conviene informarse de forma
paralela a la lectura sobre el surrealismo y algunos de los personajes que influyeron en su vida, además visualizar las pinturas
de Leonora. Algo
fácil con nuestros actuales medios telemáticos.
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jueves, 21 de mayo de 2020
DON JUAN. Gonzalo Torrente Ballester
Entre los
grandes mitos de la literatura cristiana occidental hay dos que simbolizan el
conflicto entre salvación y condena, entre el bien y el mal y su personificación dualista en Dios y
Satanás; me refiero a Fausto y Don Juan.
Este último es uno de los personajes arquetípicos de nuestra literatura que,
por su fuerza dramática, ha pasado a serlo también de la universal. Se dice que
fue inspirado por una persona real y tuvo algunos precedentes literarios pero
fue Tirso de Molina, a principios del siglo XVII, quien dramatizó por
vez primera al burlador sevillano. A partir de entonces su figura ha sido
tratada por multitud de literatos y músicos. Entre los primeros, Moliere,
Goldoni, Puhskin, Lord Byron, Espronceda y la muy
conocida versión de Zorrilla. Entre los segundos destaca la ópera Don
Giovanni de Mozart. Eso sin contar la multitud de escritores que han
tratado al personaje y al donjuanismo en sus ensayos, Américo Castro y Ortega
y Gasset entre otros.
De Don Juan se ha dicho pues casi todo, se le ha salvado o condenado a los
infiernos, se han estudiado sus rasgos psicológicos y la supuesta misoginia,
hasta se ha dicho que podría ser impotente. Por eso sorprende que Gonzalo Torrente Ballester
(1910-1999) nos diera una nueva versión en su Don Juán (1963), justo después de ser reconocido como autor
consagrado gracias a su trilogía Los gozos y las sombras.
La trayectoria editorial de esta novela
que hoy comento es bastante curiosa y no me resisto a reproducirla. Para
empezar, fue un relativo fracaso de ventas, sin embargo Gonzalo, hijo del
escritor, consideró que era la mejor novela de su padre. Tuvo problemas con la
censura franquista porque se le atribuyó una considerable carga teológica y se
propuso suprimir grandes párrafos. Para evitar esas amputaciones, el escritor
tuvo que recurrir al ministro del momento, Manuel Fraga Iribarne. En una
carta rebatía cada una de las objeciones al texto y por fin consiguió una nueva
revisión y que se editara con la supresión de unas pocas frases no
importantes. Según dijo el propio autor,
la obra fue concebida inicialmente como un drama, pero tuvo dificultades para
traducir sus ideas a este género y finalmente se decidió por la novela.
La versión
de Torrente Ballester es totalmente opuesta al mito romántico. No
importa tanto la salvación o condenación del personaje. No destaca en Don
Juan el desprecio a la figura femenina ni la mera carnalidad de sus
acciones. Parece condenado a seducir, pero se resiste a dejar víctimas como
secuela. Su concepción moral del amor se aproxima mucho al éxtasis religioso.
El asesinato del Comendador no es producto de su orgullo sino del odio a
la hipocresía social de su época. En suma, es un personaje más conceptual que
mundano en el que destaca su rebeldía ante Dios. En los motivos entran en juego
el libre albedrío frente a la predestinación, además de otros conceptos éticos
y teológicos como la salvación por arrepentimiento final.
No se crea
por todo lo dicho que la lectura de la novela ha de ser densa y pesada en base
a esa profundidad conceptual. Por el contrario, el relato es fluido y está
planteado en tono de farsa humorística plena de ironía. Además el cambio de
narrador y plano temporal, sin abusos, imprime a la trama el dinamismo propio
de una novela actual.
De comienzo
un narrador testigo, quizás el propio escritor, se introduce en la trama argumental. En un viaje a París
encuentra a un personaje curioso, un italiano llamado Leporello (de la
ópera Don Giovanni) que dice ser criado de Don Juan. El narrador se
implica en la vida y aventuras de unos personajes fantásticos que mantienen la
duda entre realidad y ficción, entre farsantes y fantasmas del pasado. En el desarrollo de la trama del presente se
producen dos incisos en los que Leporello y Don Juan narran en
primera persona sus aventuras en la Sevilla del siglo XVII, y es en ellas
donde cambia nuestra visión de ambos personajes gracias a sus propias
reflexiones en torno al amor y la seducción, entre otras cuestiones y
digresiones, como la original versión del pecado original en el paraíso. El
desenlace queda indefinido cuando Don Juan y Leporello se
reintroducen en el presente como actores, no muy buenos, del acto final en una
representación teatral del Tenorio, sin que desaparezca esa sensación de
irrealidad fantasmagórica de los mismos
En resumen,
se trata de una novela divertida. Un juego y una elucubración sobre la figura
de Don Juan, con altas dosis de humor, ironía y escepticismo que no
esconden cierta profundidad conceptual. Tras leerla con agrado entiendo que el
mito es como una cebolla a la que siempre se le pueden añadir, o desprender,
nuevas capas.
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lunes, 11 de mayo de 2020
LA GLORIA DE LOS NIÑOS. Luis Mateo Díez
El escritor
leonés Luis Mateo Díez (1942)
es miembro de la Real Academia Española y cuenta en su haber con una
extensa producción narrativa, sin embargo, no me parece que disfrute de la
potencia mediática de otros académicos como Antonio Muñoz Molina o Arturo
Pérez Reverte, escritores tan prolíficos como él. Con esa apreciación no
pretendo minusvalorar su obra, ya que ésta es la primer que leo de sus novelas,
solo evidenciar que la calidad literaria no siempre va emparejada con una amplia difusión editorial.
Por la
trama argumental, la obra que hoy comento me hace recordar otra posterior, Intemperie
(2013), la opera prima de Jesús Carrasco. Ambas tienen como protagonista
principal a un niño y son novelas cortas, de las llamadas iniciáticas,
no en el sentido esotérico del término sino el de iniciación mediante las
experiencias que favorecen la evolución desde la infancia a la vida adulta. Los
alemanes incluso acuñaron el término Bildungsroman para este tipo de
novelas.
La gloria de los niños (2007)
cuenta la historia de Pulgar, un niño al que su padre moribundo, en la
posguerra, encomienda la búsqueda de sus tres hermanos desaparecidos tras el
conflicto. A partir de ahí, Pulgar acepta una responsabilidad que supera con
mucho sus fuerzas e inicia esa misión que siente como su destino. En el proceso
encontrará a varios personajes que lo ayudarán en su empeño, pero también lo
utilizarán para sus propios fines.
La
ambientación de la historia se inscribe en unas coordenadas temporales y
espaciales deliberadamente imprecisas. Estamos en una posguerra, pero nunca se
refiere a la española. El protagonista inicia su peregrinaje por los barrios de
la ciudad de Borenes desde el suyo propio, el de Larmina, con sus
casas evacuadas por amenaza de derrumbes. Todos los topónimos son ficticios,
pero las referencias a la ciudadela y sus murallas, además de otras, nos
dirigen vagamente a la ciudad de León. Las continuas alusiones al frio y
brumoso ambiente, por la confluencia de dos ríos, remiten al mismo lugar
reforzando la impresión tristeza, de imagen en blanco y negro de aquellos años
de caos y miseria.
Los
personajes que acompañan a Pulgar en su aventura son variopintos, todos
supervivientes, angustiados, desorientados y hambrientos. Sus historias se
cruzan y entrelazan con las vivencias del niño y en algunas ocasiones los
sucesos, dentro de su crudo realismo, adquieren un tono que nos hace evocar
ciertos episodios de la novela picaresca.
Algunos personajes son claramente surrealistas, como Armunia, una
anciana que ha perdido a su hijo y tiene siempre la puerta abierta esperando su
regreso. O Rita, romántica y obsesiva acosadora de sus amantes que, con
inesperado sentido pragmático, termina aceptando la declaración amorosa de tres
panaderos mutilados: “mejor tres panaderos que vestir santos”.
El narrador
es omnisciente en tercera persona. Sus reflexiones en torno a Pulgar son
demasiado profundas para recurrir al monólogo interior del protagonista ya que
serían impropias de un niño. Algunas las pone en boca de otros adultos como su
madrina. Los capítulos son cortos, como escenas filmográficas, sin que me
conste que exista la versión al cine. La acción se desarrolla mediante el
continuo recurso a la analepsis, con saltos desde el presente durante el proceso de búsqueda, hacia
el pasado y la evocación de los recuerdos y sueños del niño.
Si la parte
descriptiva y los diálogos, no demasiado abundantes, son esclarecedores, no lo
son tanto las reflexiones del narrador, de cierta complejidad sintáctica, con
largas oraciones en las que a veces se oponen o se coordinan términos casi
sinónimos, con escasos y poco perceptibles matices diferenciales. No seré yo
quien se atreva a criticar por eso a todo un académico de la lengua. También es
posible que me equivoque en lo dicho, porque son aspectos que percibo
intuitivamente sin que pueda razonarlos con claridad. Sólo digo que, para un
lector medio, esa relativa densidad conceptual dificulta la lectura y la hace
algo tediosa, en tanto que contrasta claramente con la sencillez de los hechos
narrados.
De
cualquier forma, estamos ante una historia emotiva en la que lo trascendente es
la pérdida de la inocencia en aras de la necesidad, lo que es lo mismo que la
pérdida de la infancia, una evidencia dramática que sufrió casi toda la
generación de posguerra. Esa que ahora sufre de nuevo, a la que habrá que
agradecer sus méritos y honrar su sacrificio cuando termine esta pandemia que
nos acosa.
En resumen,
una buena novela. Merece ser leída a pesar esos inconvenientes antes citados
que siempre dudo sí serán subjetivos e infundados, más fruto de mi impericia
que reales y objetivos.
domingo, 3 de mayo de 2020
LA CIUDAD ESCARLATA. Hella S. Haasse
En la
historia de la civilización occidental hay pocos casos en que se
confundan realidad y mito desde el mismo momento en que ocurrieron los hechos
históricos. El más conocido es el de Felipe II y la leyenda negra que su
secretario, Antonio Pérez, y el príncipe holandés Guillermo de Orange,
crearon con la complicidad de ingleses y luteranos. Otro caso típico fue el de
la familia Borgia y sus más famosos miembros, Rodrigo Borgia,
futuro
papa Alejandro VI, y sus hijos Cesar y Lucrecia. Los Borgia
dominaron la política pontificia, y por ende la italiana, en la segunda
mitad del siglo XV y primeros años del XVI, una época de esplendor cultural en
pleno auge del humanismo renacentista, pero de gran complejidad política, con Italia convertida en un gran mosaico de pequeños estados, algunas florecientes
repúblicas como Florencia y Venecia, además de los Estados Pontificios y el reino de
Nápoles. Con Francia, bajo el reinado de los reyes Valois, y el imperio
de los Habsburgo disputándose el dominio de la península. En este
complicado contexto, Alejandro VI y su hijo Cesar Borgia supieron
maniobrar, según principios maquiavélicos, utilizando el nepotismo, la
corrupción política, la diplomacia, la traición y posiblemente el crimen, como
instrumentos para acrecentar su poder. Eran los medios que utilizaron casi
todas las grandes familias italianas, los Médici, los Farnese,
los Sforza, los Colonnna y muchos más. El problema de los Borgia
era su origen aragonés y valenciano por lo que fueron considerados como
extranjeros advenedizos y odiados por el
resto de sus enemigos. La auténtica víctima fue Lucrecia, utilizada por
su padre y hermano como pieza determinante en una política matrimonial que
cambiaba según soplaban los aires del momento. Fue casada en tres ocasiones;
con Giovanni Sforza cuyo matrimonio fue anulado con el alegato de impotencia;
con Alfonso de Aragón, del que Lucrecia estaba enamorada, que fue
mandado asesinar por Cesar en el marco
de un cambio de alianzas; y finalmente con Alfonso de Este, duque de
Ferrara. Entre los dos primeros se le supuso un embarazo ocultado y un hijo
ilegítimo. Tras el último matrimonio llevó una vida dedicada a la religión, obras
de caridad y mecenazgo cultural y fue muy amada por el pueblo. Pero ese
misterioso hijo la hizo objeto de las acusaciones más aberrantes, incesto con
su padre o su hermano, lasciva seductora y experta en venenos. Desde entonces la leyenda negra ha sido
inseparable de su figura.
La
literatura y el cine han explotado el morbo histórico de esta familia. Entre
muchas novelas destacaré Los Borgia (2001) de Mario Puzo, en la que se
les presenta como un auténtico clan mafioso, y O Cesar o nada (1998) de Manuel
Vázquez Montalbán, más en la línea de ésta que comento hoy. Entre la
extensa filmografía destacaré uno de los episodios de la película Cuentos
Inmorales (1974) de Walerian Borowczyk, que se ceba en las
relaciones incestuosas en un tono a mitad de camino entre lo erótico y
pornográfico.
La ciudad escarlata (1952) de
la holandesa Hella S. Haase
tiene un subtítulo engañoso “La novela de los Borgia” quizás destinado a
explotar el morbo al que antes me refería. En realidad, la trama argumental se
centra en Giovanni Borgia (1498-1548) un hijo ilegítimo cuya paternidad
se atribuyeron sucesivamente Cesar Borgia y su padre Alejandro VI,
en sendas bulas. Las sospechas de maternidad recayeron en Lucrecia, pero
nunca se pudo demostrar. Las habladurías señalaron al incesto con alguno de los
dos anteriores, pero también hubo sospechas hacia un lacayo, Pere de Calders,
o incluso un cardenal de la familia Farnese. Lo cierto es que, el
llamado infante de Roma, fue protegido por distintos miembros de la familia y
llevó una vida totalmente anodina. En la novela se nos presenta como acosado
por las dudas sobre su origen, del cual todos opinan pero nadie se atreve a
demostrar o asegurar.
En realidad,
el protagonista, que cuenta su vida en primera persona, es una mera excusa para
relatar los acontecimientos históricos que sucedieron tras la muerte de los
principales Borgias, el papa Alejandro VI y su hijo Cesar.
Los recuerdos de infancia se dirigen tangencialmente hacia ellos, pero es el
presente de Giovanni lo que constituye la trama argumental. La
cronología se centra en el periodo que va de 1525 con la victoria de Carlos
V en Pavía y la prisión de Francisco I, hasta 1527 con el Saco de
Roma por las tropas imperiales. Además del protagonista hay más voces
narrativas. Las cartas en segunda persona entre Nicolás Maquiavelo y Francesco
Guicciardini, político florentino y gobernador pontificio, que ponen de
manifiesto el idealismo del primero frente al pragmatismo del segundo en cuanto
al objetivo fallido de la unidad italiana. Un tercer narrador omnisciente en
tercera persona se enfoca alternativamente sobre distintos personajes: Vittoria
Colonna marquesa de Pescara, poetisa, humanista e impulsora de un
movimiento reformista dentro la iglesia católica. Su marido Ferrante de
Ávalos, general de Carlos V y principal artífice de la victoria de
Pavía. También desfilan ante el lector personajes como Miguel Ángel
Buonarroti, siempre malhumorado y en conflicto con su propia obra, o Pietro
Aretino, apodado el “flagelo de príncipes”, escritor satírico,
pícaro, conocedor de los entresijos del poder y de los bajos fondos de Roma. Se
personifica a Tulia de Aragón, una cortesana que inspiró una de sus
comedias. Estos y otros personajes secundarios configuran todo un mundo de
intrigas políticas, diplomacia secreta, cambios de alianza, espionaje,
traiciones y crímenes. En resumen, una compleja partida de ajedrez en el
tablero italiano.
La novela está
bien escrita y cumple su objetivo como ilustración divulgadora de ese complejo
periodo histórico, pero no se recrea en detalles o explicaciones superfluas,
por lo que es recomendable tener algunos conocimientos previos de la historia
italiana y el ambiente cultural de esos dos periodos que van desde la segunda
mitad del siglo XV a la primera del XVI. Los conocidos por los italianos como Quattrocento
y Cinquecento.
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martes, 28 de abril de 2020
LA CASA GRIS. Josefina R. Aldecoa
Debo
reconocer que hasta hoy lo ignoraba todo sobre esta escritora leonesa. Y eso a
pesar de su resonante apellido que tomó tras enviudar de su marido, el también
escritor Ignacio Aldecoa. Quizás esa decisión tuvo que ver con la
intención promocional de aprovechar la mayor popularidad de éste como autor
consagrado. De cualquier forma, si repasamos la biografía de Josefina Aldecoa (1926-1911)
constatamos una considerable producción narrativa de alto contenido
autobiográfico. Los críticos literarios la incluyen en la llamada Generación
del 50, un grupo de escritores, en su mayoría miembros de la alta
burguesía, que retrató con descarnado realismo la sociedad de aquellos años, guardando un frio distanciamiento del franquismo
pero sin intención crítica hacia el régimen. A ella
pertenecieron entre otros Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez
Ferlosio, Jesús Fernández Santos y su propio marido. Pero lo que más
llama la atención de esta autora es su experiencia pedagógica que le llevó a
fundar en 1959 un colegio, ciertamente elitista, inspirado en las ideas
educativas del krausismo y con la base ideológica de humanismo laico propia de
la Institución Libre de Enseñanza. La plasmación concreta de ese experimento
educativo de inspiración anglosajona me parece una gran hazaña en aquellos años
de vigencia triunfal de la educación nacional católica.
Esta novela
que comento fue escrita cuando la autora tenía 24 años, pero no fue editada
hasta 2005, seis años antes de su muerte. Hago esta aclaración para justificar,
en base a una supuesta inmadurez creativa, la falta de atractivo que en mi
opinión tiene el relato. Se alegará en mi contra que es injusto valorar por una
sola obra la totalidad de una producción literaria. También se dirá que la
apreciación subjetiva a veces no concuerda con criterios más objetivos de
calidad literaria, una idea que yo he defendido en muchas ocasiones. Pero una
lectura debe, ante todo, enganchar al lector mediante recursos tales como
intensidad dramática, suspense de la narración o belleza de estilo, en suma,
algo que mantenga la curiosidad y evite el tedio. Creo que esta novela, aún con
valores reconocibles, presenta carencias que desalientan la lectura, en mi caso
sólo incentivada por la disciplina que me exijo ante una obra propuesta por mi
club de lectura.
La casa gris es una novela autobiográfica.
Cuenta una experiencia de la escritora cuando en el verano de 1950 viajó a
Londres con finalidad de ampliar estudios y se instaló durante tres meses en
una residencia femenina costeando su condición de huésped con trabajos de
sustitución del servicio en periodo de vacaciones. La casa era una antigua
mansión señorial cuyas instalaciones y costumbres sociales me hacen recordar
los colegios mayores de Cambridge. La narradora en primera persona es la
protagonista, Teresa, alter ego de la escritora. Para superar la
condición de narradora testigo que limita las posibilidades del relato, se
alterna con otra voz narrativa, omnisciente en tercera persona, que permite
trascender los diálogos con el añadido de las reflexiones íntimas de los
personajes, femeninos todos a excepción del portero de noche. Ante el lector
van desfilando sucesivamente cada una de ellas a medida que se relacionan con
la protagonista, en escenas cortas y alternantes que permiten vislumbrar su
carácter y sus inquietudes. De entrada, es un problema la
multiplicidad de personajes y la excesiva fragmentación de las escenas que
dificulta el retrato psicológico de los mismos. La ausencia de argumento no
sería problema en el caso de unas memorias, pero es una carencia si hablamos de
una novela. Los capítulos encabezados por fechas refuerzan la sensación de
estar ante un diario. Nos hablan de las rutinas de la casa y de los
superficiales rituales de relación entre las residentes. Es el monótono paso de
los días sin nada inquietante o interesante que destacar. En resumen, el
realismo descriptivo más absoluto. Esta carencia argumental no se compensa con
recursos literarios como el humor, la ironía o la parodia. Tampoco se aprecia
un atisbo de suspense o se insiste en aspectos como la tradición o la historia.
Como lejano telón de fondo apreciamos una ciudad casi recién salida de la
guerra mundial, con solares aún ruinosos por causa de los bombardeos. Las
diferencias sociales se ponen de manifiesto en la clasista relación estamental
entre el servicio de una parte y los directivos y las residentes por otra, en
el más puro estilo de aquella famosa serie británica de los 70, Upstairs,
Downstair. Teresa, como perteneciente a los dos estamentos, es el
nexo de unión entre ambos mundos. Arriba, la flema, la rigidez metódica y los
prejuicios de clase o raciales de la directora o la administradora. Entre las
residentes los sentimientos más diversos; soledad, miedo a envejecer, fracaso
sentimental, el puritanismo de unas, los celos llevados hasta la histeria en
otras. Emociones reprimidas o
disimuladas en el té de la tarde o las celebraciones anuales del protocolo.
Abajo, algo más de vida. Las espontáneas y sinceras efusiones sentimentales de
camareras y cocineras, los cotilleos, las jornadas de trabajo agotadoras, los
aprietos económicos de unas y la sencilla felicidad de otras.
Pero a
pesar de ese despliegue de sentimientos y emociones, los personajes, solo
quedan esbozados y el resultado es tan gélido como ese frio húmedo londinense
que tan bien se describe. En mi opinión un neorrealismo sin alma, más británico
que latino.
No me cabe
ninguna duda. El viaje y la prolongada estancia de la joven escritora en
Londres debió resultar una experiencia altamente enriquecedora. Pero su
traducción a la novela adolece de recursos literarios que compensen la evidente
ausencia de tensión narrativa. No me extraña que el manuscrito quedara olvidado
en un cajón y fuera recuperado tardíamente por la hija. Espero que futuras
novelas de Josefina Aldecoa me liberen de los prejuicios condicionados
por ésta.
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Josefina Aldecoa,
La casa gris,
Libros,
novela realista
martes, 14 de abril de 2020
EL FALSO DIOS. Robin Cook
La pandemia
viral que padecemos y el consecuente confinamiento ha trastocado nuestras
rutinas y reforzado algunas de ellas. En este contexto, el hábito de la lectura
puede surtir un cierto efecto paliativo en cuanto ayuda a superar la ansiedad y
los temores derivados de esta crisis novedosa para nosotros. Los libros de
mayor enjundia conceptual enriquecen e inducen a la reflexión, en tanto que
aquellos otros más livianos facilitan la distracción. En aras de conseguir una
cierta evasión de la realidad, mi política lectora consiste en alternar estos
dos tipos de lectura. Ahora tocaba una novela del segundo grupo y por eso he
rescatado ésta, olvidada en mi biblioteca, perteneciente a los volúmenes
promocionales de una colección de novela policiaca que se editó hace años en
kioscos. Su autor es Robin Cook
(1940) un médico y escritor norteamericano cuya especialidad es el género del thriller
relacionado con temas de medicina. Ha escrito muchas de esas novelas de suspense
que han sido superventas en su país. Según ha reconocido en alguna entrevista,
su intención es la divulgación amena de temas relacionados con la salud y el
planteamiento de problemas de bioética.
El falso Dios (1983) es una de sus obras de
esa temática y esto justifica mi falta de interés inicial porque, en general,
los médicos rechazamos las ficciones literarias o las películas sobre nuestra
actividad profesional, ya sea idealizada o denostada, que suelen estar muy
alejadas de la realidad. En ese aspecto debo reconocer mi equivocación en este caso.
La trama de suspense se desarrolla en un ambiente hospitalario, perfectamente
descrito, que el escritor parece conocer muy bien. Utiliza muchos términos médicos,
pero se asegura que sean aquellos bastante conocidos por el público actual.
También es muy preciso cuando describe el estrés de los profesionales, las tensiones
y recelos entre ellos y entre distintos servicios hospitalarios, los conflictos
de intereses de medicina pública y privada o los problemas relacionados con la
jerarquía de los facultativos.
En cuanto
al argumento prefiero introducirlo con recortes de la sinopsis de
contraportada: “En el Boston Memorial, el más reputado hospital
norteamericano de cirugía cardiovascular, los pacientes del doctor Thomas
Kingsley deben sufrir largas esperas antes de ser operados, ya que la mayoría
de las camas están ocupadas por pacientes terminales…Hasta que,
inexplicablemente, empiezan a multiplicarse las muertes repentinas de esos
enfermos considerados escoria humana…”
Como en
todas las novelas de suspense se trata de hacer recaer de forma sucesiva las
sospechas del lector hacia distintos personajes que puedan beneficiarse de esas
muertes repentinas. Estas maniobras de distracción están bien urdidas. En
cuanto a los protagonistas principales, el cirujano Kingsley y su esposa
Cassey, también médico del mismo hospital, ambicioso, perfeccionista y
ególatra él, sumisa y ciegamente enamorada ella, tienen una relación que
recuerda bastante a la de Christian y Anastasia en “Cincuenta
sombras de Grey”, sin llegar a la ñoñería y las fantasías sadomasoquistas.
El supuesto
problema ético que pretende trascender a todo el relato queda mejor reflejado
en el título de la novela en inglés, Godplayer (el que juega a ser
Dios). Pero no estamos ante un caso de ética sino ante asesinatos. Ningún
médico decide entre la vida y la muerte de sus pacientes, en realidad tampoco
Dios lo hace. Los casos aislados de médicos y enfermeros que administraron
dosis letales de fármacos a sus pacientes, con la supuesta intención de
ahorrarles sufrimiento, fueron simplemente psicópatas asesinos.
La traducción del texto inglés es regular. Para aludir a los ventiladores de intensivos se utiliza el término pulmotor que puede ser una traducción literal de lung motor, equivalente a un término castellano en desuso por anticuado, el pulmón de acero.
La traducción del texto inglés es regular. Para aludir a los ventiladores de intensivos se utiliza el término pulmotor que puede ser una traducción literal de lung motor, equivalente a un término castellano en desuso por anticuado, el pulmón de acero.
Por lo
demás, la novela es entretenida, sin muchas pretensiones literarias y cumple el
pretendido objetivo de evasión. La única de ambiente médico que no me ha
causado rechazo por las incorreciones técnicas o por alejarse demasiado de la realidad
de mi profesión.
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El falso Dios,
Libros,
Novela negra y policiaca,
Robin Cook
viernes, 10 de abril de 2020
EL CARTERO DE NERUDA. Antonio Skármeta
Algunas
obras literarias parecen predestinadas a su versión cinematográfica y en este
caso aún más porque su autor, el chileno Antonio
Skármeta (1940), además de reconocido escritor ha sido guionista
adaptador de muchas de sus novelas. La fama internacional le llegó con ésta,
que inicialmente se tituló Ardiente paciencia, de la que se hicieron dos
películas. La primera con guion del propio escritor, y la segunda italiana con
el título de Il Postino o El cartero de Neruda (1994), cuya fama y difusión motivó
el cambio definitivo del título de la novela por motivos comerciales.
El
cartero de Neruda
(1985) es un relato corto muy visual en lo descriptivo, pródigo en diálogos,
sin grandes recursos de estilo literario y de lenguaje sencillo salvo unos
pocos términos del argot chileno que no dificultan la comprensión del texto.
Está narrado en tercera persona por un narrador que en el epílogo parece
asimilarse al propio escritor, aunque esto último no me parece claro. El
protagonista es Mario Jiménez, un
joven de 17 años, desencantado del oficio familiar de pescador, que acepta un
humilde puesto de cartero en Isla Negra donde tiene como único cliente a Pablo Neruda a quien lleva diariamente
abundante correspondencia. La admiración
hacia la figura del poeta le ayuda a vencer su timidez y con ardiente paciencia
supera la inicial indiferencia de aquél. Entre ambos se establece una amistad
basada en el complementario contraste entre la ingenua ignorancia del joven,
ansioso por aprender, y la complejidad intelectual de Neruda en su escéptica madurez, que se revitaliza cuando explica al
muchacho el poder de la metáfora y el ritmo en la poesía. Armado con esos
poderes, Mario consigue enamorar a su
amada Beatriz, mucho más atractiva y
carnal que aquella otra idealizada por Dante. A partir de ahí se desarrollan
dos historias paralelas. En primer plano la del protagonista, que consigue
casarse con Beatriz a pesar de las
reticencias de su suegra, Rosa González,
un contrapunto pragmático al idealismo de su yerno. Éste sueña con la poesía
mientras se ve obligado a trabajar como cocinero en la posada de Rosa. Los
avatares del relato están salpicados de humor, ironía y una pizca de erotismo
en alguna escena entre los amantes.
En segundo plano está la propia
historia de Neruda en sus años
finales, entre 1969 cuando comienza esta historia y 1973 con la muerte del poeta,
doce días después del golpe de estado que derrocó a Salvador Allende.
Esos años son como un fuego de artificio, desde el fugaz brillo hasta la
oscuridad. Desde su nombramiento de embajador en Paris hasta la apoteosis del
Nobel conseguido en 1971 y después el largo ocaso de la enfermedad, la vuelta a
Isla Negra y la muerte en un hospital de Santiago mientras su casa es saqueada
por bandas paramilitares.
Ambas historias, la de ficción y la
real, se desarrollan en un escenario con el telón de fondo social de aquellos años;
la fracasada vía chilena al socialismo torpedeada por sus utópicas
contradicciones y por los poderes del imperialismo capitalista. En el marco de
un relato saturado de humor, pero también de una gran emotividad que nunca
llega al límite de la sensiblería, el lector vislumbra el ingenuo optimismo del
pueblo, la inflación, el desabastecimiento, la huelga de camioneros financiada
con dólares, y por fin la casa de Neruda en Isla Negra, rodeada de soldados, y
una ambulancia que espera al moribundo poeta.
La conjunción de estas dos historias
da como resultado una tierna comedia que se torna en trágico final implícito en
el último capítulo. Adquiere entonces especial dramatismo un personaje
secundario hasta ese momento, el diputado Labbé,
un amable candidato de la derecha, democrático encajador de la derrota
electoral, que en los primeros días del golpe señala desde un coche lo que
intuimos como el comienzo de la represión que se avecina. En el epílogo, el
narrador, años después de los hechos relatados, pide información sobre el
protagonista Mario Jiménez. La
ausencia de noticias es una metáfora de como la historia escrita por los
vencedores borra la memoria de los vencidos.
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Antonio Skármeta,
El cartero de Neruda,
Libros,
Narrativa actual
miércoles, 1 de abril de 2020
DESCRIPCIÓN DE GRECIA. Pausanias
Sabemos por
los investigadores de la cultura grecolatina que gran parte de la producción
escrita de historiadores, filósofos y literatos se perdió con el paso de los
siglos. Y eso a pesar del esfuerzo de los copistas árabes y los monjes
cristianos medievales, o la recepción y difusión de los autores clásicos por
parte de los humanistas del renacimiento. Conocemos a muchos de ellos sólo por
citas de otros escritores y de la obra de algunos, como el filósofo Epicuro,
solo nos ha llegado algunos fragmentos. Por eso resulta curioso que uno de los
pocos textos que se ha conservado íntegro sea precisamente esta obra, de un
escritor que se diría de segunda fila, que está considerada como la primera guía
turística de la historia. Su autor es Pausanias,
un geógrafo e historiador griego de cuya biografía se conoce bien poco. Sabemos
que era natural de Lidia, cerca de la costa jonia de Asia Menor y que vivió
entre mediados y finales del siglo II porque en su obra cita hasta los últimos
emperadores romanos de la dinastía Antonina. Parece que viajó por Grecia,
Macedonia, Italia y algunas zonas de Asia y África. El fruto de sus
observaciones, anotadas de forma minuciosa, los reunió en esta Descripción de Grecia, su única obra
conocida.
Está dividida
en diez libros (capítulos) y éstos a su vez subdivididos en partes más pequeñas
y numeradas para facilitar la localización de cualquier párrafo. Hay que aclarar
que, en la antigüedad, el ámbito geográfico que se describe en la obra era
mucho más reducido que el comprendido en las fronteras actuales de Grecia. Se
entendía como tal la península del Peloponeso y la Grecia del sur. No eran
propiamente griegos ni los tesalios y magnesios (Grecia central) ni los macedonios
(norte), por más que fueran pueblos intensamente helenizados. En cuanto a la
costa de Jonia (Turquía) o la Magna Grecia, eran colonias de las polis griegas,
unidas cada una a sus metrópolis, al menos por lazos raciales y culturales.
Es el
propio Pausanias quien nos cuenta sus viajes en primera persona. En cada
uno de los libros se describe una región, sin seguir un orden geográfico,
aunque posiblemente sí cronológico porque las regiones del Peloponeso están agrupadas
en un bloque central (libros II a VIII), siendo la primera el Ática (libro I) y
las ultimas Beocia y Fócide (libros IX y X), éstas situadas en el sur de la
Grecia continental, todo lo cual parece indicar un periplo circular. En cada
una de las ciudades que visitó describe los monumentos; templos, ágoras,
pórticos y estatuas. Algunos lugares eran ruinas en su época, como el caso
de Micenas. En cuanto a las estatuas, muchas habían sido ya expoliadas por los
romanos y otras lo fueron después, aunque parte de ellas nos han llegado gracias
a copias. Las descripciones no son exclusivamente geográficas o topográficas
sino que incluyen la historia de los héroes epónimos que fundaron las distintas
polis, listados de reyes y mitos locales. En las ciudades importantes como
Atenas, Esparta, Olimpia, Tebas o Delfos relata gran parte de su historia, las
batallas más famosas o las instituciones políticas y los usos populares.
También encontramos alusiones a los grandes ciclos míticos de la historia épica
griega, como el troyano (Iliada) y el tebano (Edipo).
La Descripción
de Grecia tiene poco valor desde el punto de vista literario. El escritor
ni siquiera se molestó en corregir redundancias evidentes. Tampoco nos dice
gran cosa de su personalidad, salvo el escepticismo ante algunos viejos mitos
locales sobre los que muestra serias dudas. Por lo demás, la narración es fría
y pretende ser objetiva por más que a veces cuestione sus fuentes de
información. Aunque es griego, parece totalmente latinizado y no critica
ciertos episodios trágicos de la conquista romana de Grecia, como es el caso
del saqueo y destrucción de Corinto.
La
importancia de esta obra, descartada su calidad literaria, radica en su valor como fuente de información para historiadores, mitógrafos y sobre
todo arqueólogos. Gracias a la precisión de los datos que aporta fue posible la
localización de las ruinas de Olimpia y Delfos, así como otros muchos
yacimientos arqueológicos. Al propio Pausanias se le atribuye el
descubrimiento de la tumba de Platón en la Academia, a las afueras de Atenas,
por lo que a su modo fue un arqueólogo más.
Para los
simples aficionados a los clásicos como yo, la Descripción de Grecia tiene un valor
menor. Me ha ayudado a localizar los grandes hitos históricos griegos, en
particular las batallas de conflictos como las Guerras Médicas, la del
Peloponeso, la conquista macedónica o las guerras helenísticas. También la distribución
geográfica de las distintas etnias que poblaron Grecia a lo largo de su
dilatada historia (jonios, aqueos, dorios). La descripción del interior de
algunos templos es tan exacta que ahora entiendo que en ellas se basan algunas
reproducciones virtuales que circulan por la red.
Pero estos
tres volúmenes hay que leerlos como una guía turística, es decir, solo en las
partes que nos interesan. La lectura completa puede resultar tediosa por las
largas listas de nombres y genealogías reales o míticas, imposibles de retener y
asimilar si no eres un especialista. Por suerte, en cabeza de cada subdivisión
se ofrece un pequeño resumen del contenido, lo cual permite elegir solo las que
nos resultan interesantes. Las abundantes anotaciones que incluye la edición de
Gredos ayudan a complementar la información.
En mi caso
esta lectura parcial ha resultado entretenida y provechosa. No solo he
descubierto curiosidades del mundo griego, sino que entendiendo su historia
como un gran mosaico he completado, a través de la geografía, muchas de las
teselas que me faltaban por conocer, ampliando así mi particular visión del
color y la definición del mismo.
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