Exponer
con detalle la figura de Erasmo de
Rotterdam (1466-1536) excedería con
mucho el propósito y la concisión exigibles
a estos comentarios. Resumiremos
diciendo que fue ordenado sacerdote y estudió en París donde alcanzó un profundo dominio de las
lenguas y cultura clásica grecolatina. Viajero incansable, visitó y residió en varias universidades europeas, entre otras, Londres, Cambridge, París, varias ciudades de Italia, Basilea y
alguna más. Se le ofrecieron varias
cátedras vitalicias que siempre rechazó. Conoció o tuvo amistad con los
principales personajes e intelectuales de su tiempo; Carlos V, el papa León X,
Martín Lutero, Zwinglio, Tomás Moro y muchos otros menos conocidos. Destacó
como filólogo, filósofo y teólogo. En esta última disciplina fue partidario
de recobrar la pureza originaria de las
Sagradas Escrituras mediante su traducción desde las fuentes originales en griego o hebreo, además
de la exégesis de las mismas para depurarlas de añadidos y corrupciones. Su
traducción al latín, por entonces la lengua internacional, de los libros del
Nuevo Testamento tuvo una enorme difusión gracias a la imprenta, fue traducida
a lenguas vulgares y en ella se inspiraron los reformistas luteranos para sus estudios bíblicos. Erasmo fue muy crítico
con la corrupción eclesiástica y mostró públicamente sus simpatías por
Lutero pero siempre aceptó la ortodoxia católica y a la
Iglesia como institución. Su intención era más bien aportar ideas para aclarar la doctrina cristiana y depurar la práctica religiosa
liberándola del formalismo impuesto por la tradición, y de las prácticas
supersticiosas e ignorantes. Rechazó los excesos y la rigidez de las
enseñanza escolástica medieval y fue
partidario de la libertad de pensamiento, la tolerancia y la comprensión. Una
de sus convicciones era la educación
basada en la duda como motor y acicate
del pensamiento científico. El difícil equilibrio de neutralidad entre
católicos y luteranos le amargó los últimos años de vida cuando la guerra y la
persecución sustituyeron a la razón y a
la controversia teológica. En suma, Erasmo fue
el más grande de los humanistas, el primer intelectual y librepensador
que podríamos considerar moderno por sus
ideas sobre la educación y la religión, también por su concepción unitaria
de la cultura europea. Una última curiosidad biográfica; nunca viajó a España y
según parece manifestó en privado opiniones
negativas sobre la religiosidad fanática
de los españoles.
Entre
la extensa e importante obra erasmiana, esta que comentamos, el “Elogio de la locura” o “Elogio de la estupidez” fue calificada
por el propio autor como un
“librito”, una bufonada satírica, o un divertimento, a pesar de lo cual, y de
forma paradójica, fue, tras su edición en 1511, además de un auténtico éxito de
ventas, una especie de catalizador de la reforma protestante. Por tal motivo es
considerada como una de las obras más importantes de la literatura occidental.
Se trata de un ensayo que por su
claridad en el razonamiento lógico fue a menudo utilizado por los estudiantes del XVI para ejercicios retóricos y
adoxográficos (elogio de las cosas sin valor).
La obra está inspirada, según el autor, en las antiguas obras
satíricas grecolatinas, en particular
las de Luciano de Samosata al cual alude frecuentemente. La
narración se hace en primera persona mediante el recurso a un personaje, la diosa
Estupidez, que relata cómo los humanos
participan de sus bienes y cuanto tiene
que agradecerle el mundo por ello. En
una primera parte el tono es burlesco se recrea en la sátira de las costumbres y
usos sociales, en lo que hay de estúpido e incoherente en nuestra vida. En su
crítica no deja títere con cabeza; a los retóricos pedantes, a los teólogos
envueltos en polémicas bizantinas, a los médicos irreflexivos en su práctica, a los abogados
leguleyos, también a los jóvenes inconscientes, a los viejos dementes. Se ríe de la mitología, de la
cultura y hasta de sí mismo. En su
repaso no deja al margen los defectos de los
distintos pueblos europeos, incluidos sus compatriotas los
holandeses. Pero a medida que avanza el ensayo el tono se hace algo más
serio y en medio de la crítica a reyes incapaces, malos gobernantes, o al afán
de títulos de nobleza, aparecen las primeras a la corrupción de la Iglesia, siempre
insistiendo en que no es general. Se
describe la ignorancia y suciedad de los monjes, las prácticas supersticiosas,
la idolatría del culto a las imágenes, la superficialidad de los predicadores,
el exceso en las ofrendas y la falta de caridad, la avaricia de obispos y prelados,
la compra de dignidades eclesiásticas y otros aspectos. Aparecen críticas
veladas a las bulas e indulgencias, y a los sacramentos de la eucaristía y confesión, al tiempo que se propugna el
retorno a la sencillez y pureza original de las doctrinas apostólicas. En el
epílogo Erasmo insiste en que se trata
de un escrito humorístico y que el lector no intente sacar conclusiones del
mismo aunque reconoce que el humor puede
ser un medio para manifestar la dolorosa verdad.
El
ensayo abunda en juegos de palabra, retruécanos, y muy frecuentes alusiones
mitológicas o a los clásicos grecolatinos. Por tal motivo conviene leer esta
obra en ediciones bien comentadas y anotadas ya que nuestra cultura al
respecto es, en general, muy inferior a
la de los lectores de aquella época, que debían de ser pocos en número pero muy instruidos en estas materias.
Para terminar dos apuntes finales, una anécdota de
dudosa veracidad y una triste constatación. La primera; Se dice que por parte de los católicos se acusó a
Erasmo con la siguiente frase “usted
puso el huevo y Lutero lo empolló”,
y que el humanista respondió con otra “Sí, pero yo esperaba un pollo de
otra clase”. La segunda y conclusión
final; Toda la obra de Erasmo de Rotterdam fue censurada e incluida en el
Índice durante el Concilio de Trento. La mayoría de líderes y pensadores
protestantes también rechazaron sus obras.
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