Hace unos
meses Ernesto Pérez Zúñiga (1971) vino a Jaén para presentar su última
novela. No suelo asistir a este tipo de conferencias de promoción pero en esta
ocasión lo hice y no quedé defraudado. Durante la charla y posterior coloquio pude apreciar la
identificación del autor con su personaje, la minuciosa indagación en el
pasado, su pasión por la música barroca. Todo eso, junto ciertos elementos
apenas desvelados de la trama argumental, sin duda estimularon mi curiosidad,
el mejor incentivo para iniciar una lectura.
La fuga del maestro Tartini (2013)
es una biografía novelada, un subgénero emparentado con la novela histórica. A
pesar de mi corta experiencia en este tipo de novela, creo haber identificado
algunos rasgos que conforman un cierto patrón al que parecen ajustarse. Por lo
general el escritor escoge un personaje histórico que destacó en su época pero
que, erosionado por el paso del tiempo, es poco conocido para el público
actual. Los datos sobre el mismo suelen ser escasos en los medios de
información poco especializados y, no obstante, presenta ciertas peculiaridades
biográficas que lo hacen interesante.
Con este material el escritor, tras un proceso de documentación histórica,
rellena las lagunas mediante la ficción y lo convierte en protagonista
literario pero verosímil. Algo parecido a esos programas de ordenador que, a
partir de un cráneo o una momia, pueden reconstruir el aspecto físico y el rostro
de un faraón egipcio. Se trata pues de una interesante mezcla de historia y
ficción cuyo resultado final puede ser atractivo dependiendo de la maestría del
autor. Yo he tenido suerte en esta clase de lecturas y ahora recuerdo con
agrado personajes tales como Roger Casement en El sueño del celta
(Mario Vargas Llosa), o Pier Francesco Orsini en Bomarzo (Manuel
Mujica Láinez).
El libro que hoy nos ocupa tampoco me
ha defraudado. Cuenta la historia del violinista y compositor italiano Giuseppe
Tartini (1692-1770). Un músico del
Barroco con una juventud conflictiva y aventurera en la que rechazó la
carrera eclesiástica a la que estaba destinado, logró cierta maestría en la
esgrima y ejerció como espadachín a sueldo, para terminar desafiando a un cardenal
al enamorarse de su amante y casarse con ella en secreto. Después se refugió en
la música y alcanzó fama como violinista
y compositor y, tras recorrer varias
ciudades italianas y europeas, terminó su carrera en Padua donde dirigió una
importante escuela musical. Su sonata más famosa es conocida popularmente como El trino del
diablo porque dijo haberla compuesto tras un sueño, del que se deducía una
especie de pacto fáustico, en el que pidió al demonio que tocara el violín para
él. Este personaje rebelde, contradictorio y obsesionado por la perfección,
atrajo la atención del escritor decidido a seguir su rastro por los lugares en
que vivió y trabajó. El resultado fue un largo periplo por diversas ciudades de
Istria, el Véneto, y la Padania, persiguiendo sus huellas en los archivos
históricos locales. Este es el sólido armazón que hace verosímil la narración y
condiciona una asimilación emocional del autor con su protagonista, tan íntima
que ambos terminan por reunirse en la ficción.
Esto se anticipa ya en el mismo título, la fuga, esa pieza
musical polifónica, tan típica del barroco, que superpone dos o más voces
instrumentales a modo de contrapunto y obtiene mediante el equilibrio la
armonía del conjunto.Y en efecto, la
estructura narrativa está dividida en dos voces. El protagonista nos habla en
primera persona y nos cuenta sus vivencias y sensaciones que redacta de forma
cronológica en unas memorias. Al relatarlas utiliza, como es lógico, los
pretéritos, pero ocasionalmente usa el tiempo verbal del presente cuando evoca
hechos cotidianos o pequeños detalles del pasado, como rescatándolos del fondo
de su memoria y volviendo a vivirlos. Al final, cuando el personaje, senil y
enfermo, insiste en continuar la redacción, estos cambios de tiempo verbal son continuos y junto con las frecuentes digresiones en su línea de
razonamiento contribuyen a reforzar la sensación del agotamiento y confusión
mental que presagia la muerte próxima.
El contrapunto armónico es la segunda voz narrativa, que se alterna con la
primera y está claramente separada e identificada por un asterisco. En
principio pertenece al propio escritor, que contempla al personaje desde el
presente y desde esta posición lo
analiza y desmitifica pero también lo comprende y comparte sus emociones,
como si lo creara y destruyera al mismo tiempo. En otras ocasiones esta
segunda voz parece identificarse con el diablo y es entonces intemporal. No es aquí
la representación moral del mal ni tiene la entidad perversa que le
atribuye la mitología dualista judeocristiana.
Es un diablo más próximo, el que todos llevamos dentro, el que representa la
rebeldía del ser humano, su insatisfacción y sus frustradas e inútiles ansias
de perfección. El que induce al hombre a robar el fuego de los dioses o comer
de la fruta del árbol prohibido, a perseguir la sabiduría divina y fracasar en el intento. Se trata en mi
opinión de un juego del escritor que se transforma en personaje y se desdobla
en su alter ego diabólico reproduciendo así el pacto fáustico del
músico.
De la mano de estas voces nos introducimos en la itinerante vida
de Tartini en Pirano, Ancona, Asís, Venecia, Praga y Padua, entre otras
ciudades. Nos dejamos envolver por la musicalidad del barroco y conocemos a Vivaldi,
Albinoni y Corelli. Percibimos un mundo que aun vive la rigidez
de la Contrarreforma y el fanatismo de la Inquisición pero se abre ya a los
nuevos aires de la Ilustración. Una sociedad cambiante en la que se vislumbra
el progreso científico moderno que convive con las antiguas ciencias esotéricas
como la alquimia o la astrología.
La historia está escrita en un estilo y
con un lenguaje que se recrea en lo poético, apasionado por momentos, irónico y
nostálgico en otros, y siempre intentando reflejar los distintos estados de
ánimo del protagonista, sus anhelos, sus obsesiones, y sus pasiones. Empeñado
en el detalle cuando se refiere a lugares o ambientes, la basílica de San
Antonio en Padua es un ejemplo, pero no tanto con afán meramente descriptivo
sino buscando la sensación emocional y estética que provoca en el personaje,
que el escritor quiere transmitir al lector. La aventura de Tartini en
una noche de carnaval veneciano me parece magistral en este sentido.
Se
podrían comentar aún muchos aspectos de esta obra sin desvelar por eso su argumento
pero no quiero pasar de aquí. Me parece una estupenda novela, merecedora sin duda del premio que ha recibido, pero
destinada a un sector de lectores minoritario y por tanto no es previsible su aparición en los escaparates de
superventas.