Debo de
reconocer que mi inclinación hacia los sucesos históricos dramáticos fue muy anterior al interés que, tiempo
después, sentí por la Historia, escrita
con mayúsculas. Aunque, bien pensado, era lógico que una cosa condujera a la
otra. Ya desde niño me impresionaban
episodios tales como la traición y muerte de Viriato, o el asesinato de Cesar en el Senado romano. El dramatismo de éstos se solía reforzar con
frases de dudosa historicidad, aquello de: “¡Roma no paga a traidores¡” o “¡Tu también, Bruto,
hijo mío¡”, conduciendo de esta forma lo histórico hacia lo melodramático. Años
después reconocí todos los ingredientes de mis gustos juveniles en el “drama histórico”
un subgénero teatral que alcanzó su máxima expresión de calidad con Shakespeare y su serie de dramas sobre los reyes ingleses. En el siglo XIX, el romanticismo
europeo, y el español en particular, puso de nuevo de moda este tipo de dramas
que se adecuaban bien a los postulados y gustos de aquel movimiento cultural y
literario.
Sirva lo dicho como prólogo a los
comentarios sobre “La conjuración de Venecia” de Francisco
Martínez de la Rosa; un autor que evolucionó desde su educación neoclásica
hasta asumir los principios del romanticismo francés que introdujo en nuestro país, siendo por
ello considerado como precursor y primer
representante de este movimiento en
España.
Martínez de la Rosa (1787-1862), fue
diputado liberal en las Cortes de Cádiz, por ello sufrió cárcel durante la
restauración absolutista de Fernando VII. Ocupó cargos en el gobierno durante
el llamado Trienio Liberal (1820-23) y evolucionó hacia un liberalismo
moderado. Con el restablecimiento del absolutismo se exilió en Londres y París
y en ésta última entró en contacto con los autores románticos franceses.
Durante la regencia de María Cristina fue
jefe de gobierno durante el periodo 1934-35 pero pronto se vio superado
por posturas más progresistas al tiempo que el partido moderado, del que fue
líder y fundador, evolucionaba a posiciones cada vez más conservadoras.
Esta breve e incompleta semblanza
biográfica es importante por dos razones. La primera es la valoración negativa
de la actividad política del personaje por parte de la crítica histórica
contemporánea, lo que repercutió en un injusto menosprecio de su obra como
dramaturgo. La segunda se refiere a la importancia que la ideología política
del escritor tuvo en “La conjuración de Venecia”, un drama histórico cuya trama
tiene un alto contenido simbólico; a saber, la lucha por la libertad y contra
la tiranía. Pero no nos engañemos, se trata de una lucha al modo ilustrado del
XVIII, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. En el argumento se deja claro
que es una conjuración nobiliaria en la que se rechaza la participación del
pueblo por miedo a una revolución. Esta lectura simbólica de la obra tuvo
bastante que ver con el gran éxito obtenido en su estreno en 1834, un momento
de triunfo de los liberales frente a los absolutistas.
Al margen
de la lectura en su contexto histórico. El drama tiene aspectos que merecen ser
destacados. Está basado en un hecho real, una conjuración de nobles venecianos contra el dux Gradénigo en 1310. El rigor histórico está
respetado al máximo si bien se cometen algunos anacronismos intencionados para
reforzar el dramatismo argumental. Lo más destacable en este sentido es la
excelente ambientación histórica en cuanto al exotismo orientalista del lugar,
el tiempo de carnaval, las costumbres, trajes de época, juegos de luces y sonidos etc. Otro aspecto
importante es el conflicto dramático que gira entre dos polos; el amor
secreto y desgraciado de la pareja Laura- Rugiero, y el desconocido origen de éste que se aclara
precisamente antes de su muerte, cuando descubre a su padre que resulta ser
precisamente su juez y ejecutor.
El
lenguaje de los diálogos es sencillo, con momentos más retóricos que no
obstante se adaptan bien a las vicisitudes del drama sin excesivo histrionismo.
En fin, la obra contiene casi todos los elementos esenciales del drama romántico;
amor, conflictos íntimos, tensión, sufrimiento y el destino. Este último, tema
favorito de los románticos, es entendido aquí no a modo del romanticismo escéptico
que conduce inevitablemente al fatalismo, sino desde del humanismo cristiano
como la interacción del libre albedrío del hombre con la Providencia Divina frente
a la existencia del mal.
“La conjuración de Venecia” debe
resultar espectacular en una representación teatral pero
también es interesante para ser leída, porque la lectura pausada nos
hace descubrir matices en los diálogos que pueden pasar desapercibidos en la
escena. Esto es, si cabe, aún más importante en los dramas de Shakespeare, que
por cierto tuvieron una clara influencia en Martínez de la Rosa y su obra
dramática.