Hay novelas que resultan
de difícil encuadre en la variada tipología del género narrativo y ésta que comentamos
hoy es una de ellas. Se pudiera clasificar como humorística, autobiográfica,
costumbrista, o definir como realista, pero, aunque tiene peculiaridades o
elementos de estos tipos o estilos, no se le puede colocar una etiqueta de forma concreta y absoluta.
Como todo lo inclasificable o distinto
tiene la virtud o defecto, según se entienda,
de confundir inicialmente, habituados como estamos a desarrollos argumentales
más tradicionales o relatos de mayor tensión narrativa. Me consta que provoca opiniones
contrarias entre los lectores y desde luego no fue en su momento un éxito
de ventas, pero no se le puede negar cierta originalidad que suscita controversia, y unos valores que me esforzaré en resaltar.
Fuegos con limón (1996)
fue la primera novela de Fernando
Aramburu, filólogo vasco que ejerció como profesor de lengua española en
Alemania y tras publicar ésta y alguna otra, además de poesía y cuentos, ha
abandonado la docencia para dedicarse a la literatura. Estamos ante una obra de
ficción pero con cierto matiz autobiográfico por estar inspirada en algunas de
sus experiencias juveniles. Narra la historia de Hilario Goicoechea,
hijo de una familia obrera, que comienza relatando en primera persona los
recuerdos de su niñez asilvestrada en los suburbios de San Sebastián durante la
década gris de los 50, inmerso en un ambiente de pobreza y autoritarismo. Unas
duras condiciones de vida que tenían su reflejo en esa crueldad infantil tan
típica de entonces, que ejercíamos o soportábamos con naturalidad y ahora nos
horroriza cuando la sufren nuestros hijos o nietos. Y retornando al argumento;
tras evocar su infancia, el protagonista nos cuenta sus comienzos como
universitario y su ingreso en un grupo de estudiantes con vocación de estética
surrealista, acontecimientos vividos realmente por el escritor, y supongo que
ahí termina el paralelismo autobiográfico porque el personaje de Hilario
está dibujado con trazos tan negativos que más bien parece un antihéroe. Es
tímido, cobarde, acomplejado, vengativo, e indiferente al sufrimiento ajeno.
Ante rasgos tan excesivos bien parece que el autor haya querido convocar sus
personales fantasmas de juventud y, mediante una especie de conjuro o
exorcismo, reunirlos en este personaje
encerrado en el libro, como un genio esta vez maligno, a la manera de
aquel de la lámpara. Conforme avanza la trama narrativa se aprecia un claro
contraste entre la dura personalidad del protagonista y sus experiencias y
aventuras con el grupo de estudiantes, de una comicidad rayana en lo
esperpéntico y relatadas en un tono que recuerda vivamente el estilo cervantino
de las Novelas Ejemplares en lo
que parece un claro homenaje a la novela picaresca española. Esta impresión se
refuerza mediante la utilización de un lenguaje rico en sinónimos, a veces reunidos
en tripletes, y abundantes vocablos y frases del castellano antiguo, ya casi
olvidados, que uno de los personajes califica de forma burlesca como verba arcaica. En medio de este
ambiente estudiantil que pretende ser progresista, contracultural, y provocador
de la moral burguesa, asistimos a absurdos manifiestos surrealistas, aventuras
ridículas, y gamberradas estudiantiles de todo tipo, descritas con un humor
agridulce, hilarante casi siempre, que
roza lo escatológico en ocasiones, e incluso puede mostrar tintes crueles.
Este primer plano de novela humorística es la pantalla tras
la que se esconde un segundo plano narrativo, un telón de fondo, menos aparente
si se quiere, de estilo claramente realista que remite al ambiente social del
País Vasco en aquella época de finales de los 70, con una democracia novata e
insegura; un pueblo obligado por necesidad a convivir con la violencia
terrorista hasta el punto de considerarla normal; la contraposición de
españolismo y nacionalismo; la conflictividad de las relaciones familiares; el
ambiente mísero de los barrios marginales; la degradación de amplios sectores
del proletariado y clase media, ya afectados por entonces, como ahora, por crisis
económicas (la segunda del petróleo); y
otros muchos aspectos que configuran la novela como un auténtico retrato de
época. En mi opinión esa voluntad de realismo que trasciende lo humorístico se hace bien patente en el
dramático final.
En la parte negativa es obligado destacar que la novela
hubiera sido igualmente buena con cien páginas menos. Sobran algunas digresiones
que parecen destinadas a prolongar innecesariamente la historia. Otras en cambio,
como el diario de una de las protagonistas, están más justificadas, en este
caso por ofrecer un contrapunto femenino en una historia en la que
predomina el punto de vista masculino.
En
resumen, me parece una buena novela, original y variada en matices aunque no
sea del gusto de todos. He disfrutado de sus descripciones y de la intencionada
riqueza del lenguaje. Me he reído con las dislocadas experiencias de los
protagonistas y, por ser casi de la misma edad del escritor y haber vivido mi
juventud en esos años, puedo asegurar que, desprovistas de su
pátina literaria, tienen viso de realidad, porque viví o presencie
algunas en parecidos términos por más que puedan parecer exagerados.