Poco me
queda que añadir, sin reiterarme, sobre la literatura de Antonio Muñoz Molina (1956). En no menos de tres entradas de
este blog he tenido ocasión de comentar otras tantas de sus novelas y analizar
diversos aspectos de su peculiar estilo narrativo. Ahora, a instancia de mi
club de lectura, he vuelto a disfrutar de ésta que leí hace años. En mi
opinión, la relectura ocasional de un libro puede ser un buen test para
calibrar nuestra propia madurez como lectores, y una oportunidad para descubrir nuevos elementos estilísticos o argumentales ignorados la primera vez.
El invierno en Lisboa (1987) fue la
segunda obra del escritor ubetense, la que inició su fama. Fue premiada y
versionada al cine, como algunas más de sus novelas consideradas, no sin dudas, de
serie negra. Se presta a ello no sólo por el tema, también por la analepsis
literaria, uno de los recursos más típicos del autor que se adapta muy bien al
lenguaje cinematográfico, la técnica conocida con la voz inglesa flashback.
Es la
historia de un amor imposible, el que siente el pianista Santiago
Biralbo por Lucrecia, víctima y mujer fatal a un tiempo. Una
historia de soledad, de encuentros y despedidas en varios planos temporales. El
inicial idilio en San Sebastián, tres años antes. El punto culminante tras el
reencuentro en Lisboa, en el marco de una sórdida trama de contrabando de obras
de arte. Y finalmente Madrid en el presente del relato, cuando Biralbo cuenta
el desenlace del mismo, triste pero previsible.
La obra es
un claro homenaje a la música de jazz y también al cine negro, con
guiños escénicos que nos recuerdan a películas como Casablanca. Pero no
debemos engañarnos, no estamos ante una novela típica de serie negra. No
esperemos la acción violenta y trepidante de éstas, por más que la ambientación
sea pródiga en lugares oscuros y ciudades frías y brumosas. La acción aquí es
lenta y sinuosa, desvelada poco a poco a base de alusiones indirectas o
implícitas en los actos de los protagonistas. La descripción del ambiente en
los clubs de jazz de San Sebastián o Madrid son perfectas, igual que de las
calles y barrios de Lisboa, y no tanto por lo minucioso sino por trazos muy
sutiles, propios del impresionismo literario, evidentes para los familiarizados
con esos lugares, mientras quedan envueltos en un halo de misterio ante
aquellos otros menos conocedores de los mismos. Complicidad con el lector en el
primer caso y refuerzo de la intriga en el segundo.
La
trama argumental está contada en primera persona por un narrador, amigo de
Biralbo, quizás un alter ego del propio escritor, que se relaciona
principalmente con el protagonista. Cuenta los hechos que éste le transmite
pero no se ve envuelto directamente en la trama. Aún así, yo diría que su
importancia es evidente, no solo porque sus impresiones y sentimientos
subjetivos sean decisivos en el retrato psicológico de los personajes y la
atmosfera que los envuelve. También porque sus reflexiones en torno al jazz,
a la música y el arte en general, trascienden la propia historia y me parecen
el reflejo de las ideas estéticas y literarias del propio autor.
Estamos
pues ante una novela rica en matices. Una historia de amor y de generosa
renuncia. La música como creación que da sentido a la vida. La amistad desinteresada. La soledad como
autoafirmación personal.
No me
cansaré de repetir que, en la literatura de Muñoz Molina, tan importante
o más que la trama argumental es ese estilo propio, que lo define tan bien, en
el que importa mucho el cómo se cuenta. El predominio de una estética que yo
definiría como barroca no por el lenguaje, sencillo, elegante y hasta poético,
sino por el inteligente uso de la elipsis narrativa como recurso literario que
aporta ese halo de misterio a sus relatos.
Estamos ante un escritor que exige mucho al
lector, por eso sus novelas no gustan a todo el mundo, aunque casi todos le
reconozcan calidad literaria. En el caso de ésta, dejará un tanto indiferentes
a los que esperen sólo una intrigante trama policiaca. Nada que ver con Raymond
Chandler o Dashiell Hammett. Gustará bastante más a esos otros que
valoren esos rasgos antes citados, a veces poco perceptibles, que son las señas
de identidad del autor.
En
resumen, una estupenda novela que en mi opinión ha merecido la relectura.