La vida de Guy de Maupasant (1850-1893) fue
corta y nada edificante desde el punto de vista ético. Se le ha descrito como
misógino, misántropo y de una exacerbada promiscuidad sexual que le abocó a una
prematura muerte, víctima de la sífilis. Pero el arte suele prevalecer frente a
la mudable moralidad, y el juicio de la fama resultó favorable hacia el
escritor, que actualmente figura como uno de los grandes de la literatura
francesa en la segunda mitad del XIX. Fue discípulo de Flaubert y, junto
con Émile Zola, se le considera el máximo representante del naturalismo, un movimiento que
surgió como reacción al romanticismo imperante en la primera mitad de aquel siglo.
Escribió varias novelas, pero es más conocido por sus cuentos. Con el primero, Bola
de sebo, alcanzó notoriedad, y en el final de su carrera escribió cuentos de
terror que son equiparables en calidad a los de Edgar Allan Poe, muchos de
ellos frutos de la demencia, una secuela tardía de su enfermedad crónica.
Nuestro corazón puede ser catalogada en el
subgénero de la novela psicológica, también conocida como realismo
psicológico, porque en ella se intenta profundizar en el análisis de los
sentimientos y emociones de los personajes. Se desarrolla en el ambiente de los
salones de la nobleza y alta burguesía francesa, en el último tercio del XIX.
Un mundo culto y refinado frecuentado por escritores y artistas, pero también
hipócrita y superficial. En uno de ellos reina Michèle de Burne, una
joven viuda rica y coqueta, narcisista y vanidosa, que mantiene en torno suyo
toda una corte de antiguos amantes, escritores, artistas y nobles, todos atraídos por
su belleza, por su conversación inteligente y por una inagotable capacidad de
seducción que los mantiene ligados a ella, celosos los unos de los otros,
recogiendo las migajas de un amor sin esperanza.
A ese
círculo tiene acceso André Mariolle, hombre maduro y atractivo, de
riqueza heredada. Una especie de diletante, con ciertas aptitudes pero sin
ambición de destacar en nada. En un primer momento, conocedor de la fama de su
anfitriona, parece escéptico ante su atractivo, pero finalmente no puede evitar
caer en sus redes. A partir de ahí se desarrolla una historia en el más puro
estilo romántico. Maupassant, utilizando un narrador omnisciente en
tercera persona, con ánimo de distanciada objetividad, analiza en sus
personajes los sentimientos y emociones de la pasión amorosa, esa maravillosa
ilusión que convierte en sublime lo que es natural; pero también las distintas
formas de entender el amor, sus etapas evolutivas y los efectos negativos del
mismo; la apasionada posesión, los celos, la frialdad calculada, la frustración
del deseo, entre otros muchos matices.
El estilo
del relato es aquí sencillo y directo, como suele ocurrir en el realismo. Las
descripciones de paisajes, del ambiente y del aspecto físico de los personajes
son muy precisas, tanto como la penetración psicológica en los mismos. En
particular uno de los asiduos de la mansión de Michèle Burne, el
escritor Lamarthe, parece concentrar todo el pensamiento conservador de
la época y sus opiniónes sobre el papel de la mujer en esa sociedad están saturadas de
tintes misóginos, no sabemos si compartidos o no por el escritor.
Lo primero
que pensamos, desde nuestra perspectiva actual, es que la novela es una aguda
crítica de la alta sociedad francesa de entonces. Eso es congruente con el
carácter misántropo e independiente de Maupassant, que rechazó honores
sociales y negó su pertenencia a cualquier movimiento político o literario.
Pero a medida que avanza la trama argumental notamos algo más. Y es que el
protagonista principal, André Mariolle, se va configurando como el héroe
de un folletín romántico en el que todo es excesivo, los celos, las cartas y
apasionadas declaraciones, la desesperada frustración, y todo nos hace
presagiar un trágico final en suicidio o duelo. Esa exaltación romántica,
agotadora y algo tediosa, no cuadra demasiado en una novela realista. Pero en
el último tercio del relato se produce un giro inesperado que nos hace
presagiar un final que nos sorprende y desilusiona un tanto por su pragmatismo.
Entonces entendemos que hemos asistido a una parodia romántica que es en
realidad una aguda crítica a los excesos de ese estilo literario tan denostado
por los escritores naturalistas. Algo
parecido a lo que Cervantes hizo con las novelas de caballería, sin ánimo de
igualar en la comparación.
Para
terminar, estamos ante una novela interesante si queremos entender la
mentalidad de toda una época. Ahora, desilusionados de la política y escépticos
ante los avances sociales, esta lectura nos infundirá un moderado optimismo.
Parafraseando a Jorge Manrique: cualquier tiempo pasado no fue mejor.