Alguna vez
he reconocido la costumbre de imponerme un relativo y voluntario
distanciamiento de la actualidad editorial, y eso con la intención de alejarme
de los cantos de sirena del marketing y evitar en lo posible los best sellers,
que no siempre son garantía de calidad -léase Cincuenta sombras de Grey-,
dejando que el tiempo y la crítica los decante y depure como los buenos vinos.
Quizás ese hábito no sea acertado, pero en todo caso la lectura de hoy supone
una excepción a la regla porque se trata de una novela editada a principios de
este año que ha recibido elogiosos comentarios en prensa, aunque desconozco sí
es ya un éxito de ventas. Algo percibí en esas críticas, nada que pueda
concretar, pero de alguna forma despertaron mi curiosidad y ahora, con el libro concluido, me alegro de
haber roto mi propia norma en esta ocasión.
Julio
Llamazares (1955) es un escritor nacido en las filas del
periodismo. Una buena parte de su obra es ensayo, en una serie de
recopilaciones de artículos de prensa. También ha escrito algo de poesía y una
considerable producción narrativa. Es natural
de la montaña leonesa y parece que una parte de su obra está inspirada
por el amor a su tierra, en especial la
literatura de viajes centrada en León y el
valle del Duero.
Distintas
formas de mirar el agua (2015) no es en absoluto una novela autobiográfica
pero recoge un hecho histórico que parece haber marcado la infancia del
escritor y es motivo central de la misma. En efecto, nació en Vergamián,
pequeño pueblo de un valle leonés donde su padre era maestro. La construcción del
pantano del Porma, que fue inaugurado en 1968, lo sumergió en el agua
junto a otros cinco pueblos, y a la edad de 13 años tuvo que abandonarlo junto
al resto de la población, expropiada a bajo costo y obligada a desplazarse a
otras zonas.
La trama argumental recoge ese
episodio y se centra en una familia de desplazados que muchos años después
viajan desde distintos puntos del país y se reúnen a las orillas del pantano
para arrojar en sus aguas las cenizas del patriarca; la última voluntad de un
montañés que no quiso volver a su tierra en vida pero nunca la olvidó. En cada
capítulo se suceden los familiares, esposa, hijos y nietos, que aportan en
primera persona sus reflexiones en torno al protagonista ausente, y su personal
visión de esas aguas embalsadas que virtual o realmente cambió sus vidas. Se
trata pues de una óptica multifocal que termina por configurar un relato coral.
Porque, a través de las opiniones y sensibilidad de cada uno de los personajes, penetramos en la complejidad de las relaciones familiares y asistimos a la
evolución cultural de varias generaciones, propiciada por un progreso económico
y social que actualmente vemos de nuevo en peligro. Un progreso que a pesar de
serlo dejó víctimas como inevitable secuela.
De la historia trascienden ideas tales como el
decisivo influjo del paisaje en los seres humanos; la sensación de desarraigo y
el desgarro emocional de la emigración; el azar como condicionante de nuestras
vidas; el apego a la tierra y la nostalgia del pasado, y otras muchas que
aportan una gran variedad de matices enriquecedores al relato.
He leído en alguna crítica que toda la
novela está impregnada de lenguaje poético, y no estoy totalmente de
acuerdo. En mi opinión es sencillo, directo y preciso, y más allá del carácter
propio del lenguaje literario, necesariamente distinto al coloquial, las
reflexiones y opiniones de los personajes son tan realistas y literales que
cualquier lector las puede compartir y podría expresarlas con la misma naturalidad
que los personajes en el texto. El relato nos gusta porque su estilo es emotivo
y claro, y porque apela directamente a nuestra propia sensibilidad.
En mi opinión lo poético no está en el
lenguaje sino en el fondo, es decir, en la capacidad del escritor para
transformar la prosaica y necesaria realidad del suceso histórico en una
historia dramática. En la idea del agua, símbolo universal de la vida,
convertida en representación de la muerte o al menos en tumba de lo vital. En
la descripción del bello paisaje circundante y las apacibles aguas del pantano convertidas
en una imagen fantasmal que esconde algo siniestro. En resumen es la realidad
modificada por la sensibilidad poética. La comparación de la reunión familiar
con un trágico funeral griego, y el retorno
del patriarca con el regreso de Ulises a Ítaca, son las dos únicas figuras que
pueden asimilarse al lenguaje poético y desde luego refuerzan esa impresión de
fondo.
En resumen, una novela corta y
emotiva, quizás tiene momentos algo reiterativos pero es interesante y digna de
ser recomendada.