Nativel
Preciado (1948) cuenta en su haber con una dilatada carrera
en el periodismo. Sus frecuentes colaboraciones en prensa, y la participación
en tertulias de radio y televisión, han
acrecentado su perfil mediático hasta convertirla en una figura popular. Me
gusta su actitud serena en los debates, frente al histrionismo de otros, y lo
razonable de sus opiniones casi siempre alejadas de extremismos demagógicos.
Hasta ahora, con este
libro propuesto por mi club de lectura, no conocía su faceta como escritora,
que comenzó cultivando las biografías y siguió después con periódicas
incursiones en el género de la novela.
Llegó
el tiempo de las cerezas
(2008) es un relato corto difícil de encuadrar en un determinado género. Es una
ficción pero carece de una
trama argumental o un desenlace bien definidos. Tiene elementos típicos de las novelas de reflexión y parece un tratado
sobre sabiduría vital. Me atrevería a decir que se relaciona vagamente con la
literatura de autoayuda, pero no es nada de lo anterior. Es la historia de Carlota, una mujer de 60 años, madre,
divorciada, al final de su carrera profesional como actora de doblaje, que
narra en primera persona sus contradicciones emocionales, típicas de esa edad
en la que nos refugiamos en la evocación del pasado, en unos recuerdos a veces
tan modificados por la memoria que pueden confundirse con la ficción. Lo que
trasciende de sus reflexiones es el miedo a la muerte, a la enfermedad y a la
soledad. La protagonista supera su abatimiento gracias al afortunado encuentro
con un hombre que le aporta autoestima y seguridad en sí misma.
Espero no alarmar por lo dicho, no
estamos ante una novela de las mal llamadas románticas. En cualquier caso
conviene destacar que Carlota, quizás
imagen de la propia escritora, afronta el paso del tiempo desde un territorio
emotivo y psicológico femenino. El problema es el mismo para ambos géneros pero
la forma de aceptarlo y las soluciones para reconciliarnos con nosotros mismos
pueden ser algo diferentes. En este caso, la protagonista se aferra por
instinto a su propia capacidad de seducción pero se desinteresa o recela de la
conquista del otro, y duda entre esas dos actitudes típicas de la relación sentimental.
Por eso, la aparición del benefactor compañero está diseñada para solucionar su
conflicto emotivo sin plantear problemas adicionales, e intuimos su condición
como necesaria para el previsible y adecuado desenlace de una relación en la
que es un personaje secundario.
La
novela está escrita en un estilo directo, sencillo y sin artificios, y esto lo
digo como elogio pero también como reprobación, porque el uso moderado de las
figuras literarias me parece consustancial de la ficción narrativa. La trama
está entreverada con interesantes digresiones, casi siempre referentes al cine,
y anécdotas del pasado que parecen ajenas a la trama y relacionamos con la
propia experiencia de la escritora. Los capítulos tienen un título alusivo al
contenido y van precedidos por fragmentos de poesía o textos literarios, una
estructura que recuerda a los escritores románticos y realistas del siglo XIX,
y quizás sea un homenaje de la autora a los mismos. El título evoca la primavera y también hace
referencia a una canción francesa que fue adoptada como himno de la Comuna de París de 1871, primavera y
revolución como símbolo de renovación y renacimiento, individual y colectivo.
El diseño de portada alude a lo mismo pero me parece menos afortunado por
demasiado explícito.
Para terminar, no dudo que este libro
puede ser buena materia de debate para un grupo de lectura, porque trata de
problemas y actitudes vitales que nos afectan o podemos comprender e
interiorizar individualmente. Pero le faltan elementos para ser una buena novela
porque es plana y con escasa tensión dramática. El formato de relato corto me
parece un acierto de la escritora ya que una mayor duración hubiera provocado sin
duda tediosas redundancias. Muy apropiada como autoayuda para lectores con
crisis de la edad madura.