La
relación entre escritor y lector, centrada y mediatizada por la obra literaria, es
compleja, además de complementaria, y se asocia a factores tales como autoridad intelectual, complicidad y
seducción. Casi siempre el primer
contacto es decisivo para establecer la necesaria sintonía entre uno y
otro. Ese encuentro inicial suele ser frágil y supeditado a variables como
prestigio personal del escritor, promoción editorial, estado de ánimo y gustos
del lector, e incluso la casualidad. En cualquier caso, la impresión que nos cause el primer libro de un autor puede
significar la aceptación o rechazo posterior del resto de su producción.
Todo esto viene a propósito porque esta
novela es mi personal encuentro con la obra del escritor y francamente debo
reconocer que me ha decepcionado. En situaciones como esta me plateo siempre
una duda; ¿quién de los dos, novelista o lector, no ha estado a la altura?.
Cuando se trata de autores noveles o poco conocidos, pecando sin duda de
egolatría, tiendo a culpabilizar al primero. Pero este no es el caso de Juan José Millás (1946)
escritor de una abundante obra narrativa de calidad reconocida y premiada, al
que conozco por sus artículos en prensa y cuyas opiniones suelo compartir en
sus programas y colaboraciones radiofónicas. Así que, en esta ocasión tengo una
vaga sensación de culpa, aunque no modifica mi opinión ni me anima a expiarla
reincidiendo en la lectura de alguna otra de sus novelas, al menos de momento.
La
crítica reconoce en la narrativa de Millás su tendencia a la
introspección psicológica y la capacidad para transmutar lo cotidiano en
sucesos fantásticos y tengo la impresión de que en esta ocasión se ha pasado de
rosca.
Dos
mujeres en Praga (2002) tiene características que la aproximan a la novela
psicológica y también a la novela de tesis, pero no se deja encuadrar
totalmente en ninguno de estos dos tipos narrativos. Una vez más se manifiestan
aquí los rasgos, antes mencionados, que mejor definen al escritor, el análisis
de su propia conciencia o estados de ánimo. Toda la novela está trascendida por sus obsesiones, por las reflexiones e ideas que quiere comunicar, más
o menos metafísicas, tales como la crisis de identidad; lo que nunca fuimos
pero anhelamos ser; la trama de ficciones que a veces sustenta nuestra propia
realidad; la literatura como instrumento para reconciliar realidad y ficción. En ocasiones estas ideas se expresan
adobadas de simbolismo o mediante metáforas, como en el caso del lado zurdo del cuerpo que viene
a representar lo emotivo que contraviene la norma frente a lo racional y
analítico, un grito de rebeldía siniestra frente a la diestra. El propio título
alude no a Praga como ciudad sino al espacio real pero también simbólico en el
que las protagonistas comparten su intimidad.
Los protagonistas de la novela parecen
una excusa, meros recipientes de esas ideas, tan exagerados en sus ilusiones y
fabulaciones, tan apartados de la realidad algunos de ellos que acaban resultando poco creíbles. Son
seres solitarios, con serias carencias afectivas, acosados por edípicos
complejos y angustias sobre la propia identidad, algo patente por la recurrente
aparición del tema de las adopciones ilegales en la década de los 60; fruto de
una mentalidad patriarcal y eclesiástica afortunadamente ya caduca, y también
un guiño cómplice que busca la empatía del lector en un asunto ahora de gran actualidad mediática.
Pero la red de engaños y fabulación en
la que se envuelven ciertos personajes, eso tan bien publicitado en literatura con la frase tópica nada es lo que parece, no consigue
propiciar ni mantener la intriga que se promete en el resumen promocional de la
novela. Y eso porque los personajes carecen en realidad de lo que se llama
tensión narrativa y porque la trama argumental es plana y casi inexistente.
Para contrarrestar estas impresiones
personales negativas añadiré que la calidad del estilo literario de Millás
queda aquí fuera de toda duda. También el detalle que más me ha gustado,
demostrativo de esa calidad. Me refiero a la que yo definiría como metamorfosis
del narrador a lo largo de la novela. En efecto, comienza por narrar en
tercera persona y parece ser omnisciente, después se hace corpóreo y se
transforma en un narrador testigo que
conoce casualmente a otros personajes y pasa a la primera persona. En este
punto ya intuimos que se trata en realidad del propio escritor que poco a poco
se introduce en la acción y en la vida de los otros tres protagonistas hasta
adquirir tal relevancia que se convierte en el cuarto y principal de ellos. Me
parece por añadidura un juego adicional sobre la identidad que demuestra
la maestría del escritor.
En
resumen y para terminar. Quizás en otro formato o género narrativo, no sé, un
ensayo o unas memorias íntimas, hubiera resultado interesante. Como novela,
insisto, me parece decepcionante.