Acabamos de asistir y disfrutar de un concierto
coral incluido en la programación del XV
Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza que este año ha superado el marco de sus sedes habituales
para distribuir las actuaciones por distintas localidades de la provincia,
incluida ésta en la capital. El concierto que nos ocupa puede considerarse
original y único en muchos aspectos. En primer lugar las obras interpretadas
son inéditas y resultado de lo que podemos llamar “arqueología musical”
concretada en el Proyecto Atalaya, promocionado por las universidades
andaluzas, cuya finalidad es investigar y rescatar del olvido parte del
patrimonio musical andaluz oculto en distintos archivos históricos. Uno de los
frutos de este proyecto cultural ha sido el rescate de la obra musical de un
autor hasta ahora desconocido, Juan Manuel de la Puente, compuesta en la
primera mitad del siglo XVIII. Es además
la primera vez que parte de la obra de este autor se interpreta en el mismo
espacio para el que fue concebida hace ya 300 años, el Coro de la Catedral de
Jaén y sus aledaños; y esto tiene especial importancia si se considera que su música
tiene una especial dimensión espacial y arquitectónica ligada a la sonoridad natural
de las catedrales.
Juan Manuel García de la Puente (1692-1753) era natural de
Guadalajara, se formó como clérigo y músico en la Catedral de
Toledo y en 1711, a la temprana edad de 19 años, fue elegido maestro de capilla de la nuestra, cargo que desempeñó hasta su muerte. Durante
más de 40 años fue maestro de músicos y
compuso en torno a un
millar de obras que reunió en varios volúmenes; parte de la misma es la
que ha sido encontrada e investigada en los archivos diocesanos. La sede episcopal
de Jaén seguía siendo rica a principios
del siglo XVIII, pero la ciudad había
perdido ya importancia estratégica desde la caída del reino de Granada y a partir
del siglo XVII inició un lento declinar económico que la
alejó también de los grandes centros artísticos y de poder. Quizás por
este motivo la fama de nuestro músico no traspaso la barrera local a pesar de
que su obra presenta ciertos rasgos originales. En la misma destaca la
abundancia de composiciones policorales en las que se contraponen distintos
coros o grupos de voces, apoyadas por instrumentos, que se alternan y
responden hasta reunirse en grandes
bloques sonoros totales. Esta alternancia se reforzaba al combinar solos o arias
con estribillos del coro. La policoralidad se enfatizaba con distintos efectos
sonoros de retardo y eco; en ocasiones
se separaban los coros ubicándolos en
distintas alturas y lugares, con sus instrumentos, aumentando así el efecto espacial en el diálogo entre
los mismos y contribuyendo en suma a una especie de sonido estereofónico
que resaltaba el dramatismo de la
música y su capacidad para despertar emociones. No debe olvidarse que en
general son composiciones de música sacra y su interpretación en el marco de la
catedral evocaba en los fieles el poder
y la suntuosidad de la Iglesia al tiempo
que les reforzaba en su fe y los motivaba a la contemplación religiosa. Todos estos aspectos mencionados, sin ser exclusivos de
nuestro autor, si contribuyen en conjunto a singularizar su obra y dotarla de
una cierta originalidad.
El programa monográfico sobre Juan Manuel de la Puente estaba integrado
por un miserere y cuatro villancicos,
entendiendo estos últimos no en su acepción actual de canción navideña, sino
como composiciones musicales típicas españolas y portuguesas, con letras
basadas en la tradición popular, que tuvieron su máximo auge en el renacimiento, se extendieron a Latinoamérica,
y que a partir del siglo XVIII fueron gradualmente sustituidas por la cantata
barroca. Podían ser de tema profano o religioso y estaban compuestos por
coplas y estribillos que se iban alternando, las primeras cantadas por
solistas y los segundos por el coro. El
canto se apoyaba con instrumentos generalmente en tono grave. Como música sacra
podían estar dedicados a la natividad pero también a otros temas religiosos, en
concreto estos cuatro incluidos en el programa exaltan el dogma de la
Inmaculada Concepción, el Santísimo Sacramento, o la Asunción de la Virgen,
advocación de la Catedral jiennense.
Como dato curioso debemos destacar en estas piezas la profusa
utilización del bajón, un instrumento de viento-madera que data de la etapa
renacentista, muy utilizado en la música eclesiástica, que con su tesitura
grave reforzaba los bajos del canto polifónico, y que a partir del barroco fue
sustituido progresivamente por el fagot.
De los cuatro villancicos interpretados el mejor y más espectacular fue el
primero, titulado “Oid, infelices moradores”. El recital terminó con la
interpretación del “Miserere mei, Deus”, un salmo que se interpretaba en
Semana Santa. Si los villancicos pueden considerarse como una transición entre
formas musicales renacentistas y barrocas, este Miserere representa el triunfo del barroquismo musical. De la
Puente lo compuso para siete coros
situados en distintos puntos del presbiterio, crucero y coro. El salmo está integrado por veinte versos que
alternan y contrastan, los impares
cantados por los coros con gran
acompañamiento musical y los pares
cantados por un solista en un
estilo que recuerda al canto gregoriano. A su vez las partes corales son
interpretadas alternativamente por los solistas y por toda la masa coral. Todos estos recursos
reforzados por efectos de ecos y temblados aportan a la obra un dramatismo y
teatralidad muy típicos del barroco.
En resumen un recital que me ha
sorprendido por su carácter inédito y
por la originalidad de los recursos musicales y corales que también se pueden encontrar en músicos no
consagrados con los laureles de la fama.