Algunos han señalado la influencia de Alejandro Dumas (1802-1870) en la narrativa de Arturo Pérez-Reverte. Desde luego esa
inspiración es clara en la serie del capitán Alatriste, y también parecen evidentes las alusiones a la obra
del escritor francés en El
club Dumas, una de las primeras novelas del autor. Desconozco si esta deuda
literaria es reconocida o no por el escritor cartagenero, pero a estas
alturas es justo reconocer que estamos
ante un moderno maestro de la novela de intriga y aventuras, comparable con
aquel si se salvan, como es natural, las diferencias derivadas de distintas
épocas y estilos literarios. Frente a esta valoración positiva, muchos lectores
lo critican por su asociación casi exclusiva a este género novelesco, otros
lo acusan de escritor comercial, y
algunos más le cuestionan cierta tendencia al radicalismo chulesco en sus
opiniones. La polémica que acompaña al autor se hace patente cuando
repasamos los foros de opinión que
abundan en la red y como lector asiduo del mismo he comentado ya estas críticas
en anteriores entradas.
Insistiré
una vez más, la literatura de evasión es buena si es de calidad y ésta no se le
puede negar a las novelas de Pérez-Reverte que destacan siempre por su perfecta
y documentada ambientación, por un estilo literario pulido y sin florituras, y por la adecuada
tensión narrativa capaz de mantener hasta el final la atención y el interés de
los lectores. Y no quiero decir que este
nivel de calidad sea predicable cien por cien de toda su obra narrativa porque en la séptima
entrega de Alatriste, El puente de
los asesinos, la saga de aventuras parecía mostrar signos de un cierto agotamiento que ha sido
destacado por sus detractores.
Ahora nos vuelve a sorprender con su
última novela, El tango de la guardia vieja, una historia de
amor poco convencional y muy del estilo de Pérez-Reverte, en la que se
mezclan pasión, erotismo, algo turbio y
morboso según el autor, emotividad contenida, traición, añoranza del tiempo
perdido, y sensación de amor solo
parcialmente resuelto. Un relato del que están ausentes los tradicionales
elementos de la llamada novela rosa o romántica. El escritor
dice que imaginó el argumento hace
más de veinte años y lo ha ido desarrollando desde entonces. Lo que
parece claro es que con esta obra alcanza un alto grado de madurez narrativa y nos muestra su capacidad
magistral para urdir una trama complicada
y contarla de forma clara y
sencilla. La complejidad se debe a la
propia la estructura de la novela que
nos refiere una historia única, la relación
de la pareja de protagonistas principales, pero en tres planos
temporales y espaciales distintos que
abarcan un periodo de casi cuarenta años; en 1928 durante un crucero atlántico y en Buenos Aires; Niza,
año 1937, en plena guerra civil española; y en la costa napolitana de Sorrento
en 1966. En cada uno de estos momentos o encuentros los protagonistas se ven
envueltos en azares e intrigas diferentes por lo que en realidad se nos cuentan
tres historias en una. El escritor las narra en tercera persona y las va
hilvanando mediante el recurso técnico
de la analepsis, alterando la secuencia cronológica y alternando continuos saltos en el tiempo de tal forma
que, en cada momento, la acción está
mediatizada por el pasado y justifica el presente. Y a pesar de este continuo flashback narrativo, la lectura se hace fácil gracias a
una perfecta, por bien documentada, ambientación que nos sitúa de forma
precisa en cada momento y lugar.
El carácter de los protagonistas está
dibujado con claridad y concisión, apoyado en los diálogos y en sus monólogos
interiores. El masculino, Max Costa, presenta muchos de los rasgos
distintivos de los héroes de Reverte, valentía atemperada por la prudencia, pasado
dudoso, visión fatalista del mundo, y una ética personal de matices estoicos.
En esta ocasión el personaje de Mecha Inzunza, mujer elegante, refinada,y
sensual, le ofrece el necesario contrapunto y le disputa claramente el
protagonismo, algo poco frecuente en las
anteriores novelas del escritor.
No entraré a relatar los pormenores de
la trama argumental pero si diré que contiene de todo, espionaje político, intrigas
en torno al ajedrez, y otros muchos aspectos que en todo momento mantienen una
tensión más psicológica que apoyada en la acción. Destacaré también, entre
otros detalles de calidad, el retrato ambiental de los bajos fondos bonaerenses
de principios del XX, la disquisición en torno a la historia del tango, o los
comentarios sobre tácticas y estrategias
propias del mundillo del ajedrez.
En resumen,
una estupenda novela de intriga y aventuras, de lo mejor del escritor.