Son escasas las reseñas biográficas disponibles sobre esta escritora de nombre tan
sugerente como difícil de pronunciar. Sabemos que es británica de origen iraní
y educación occidental, que ha vivido en Uganda, Canadá y Estados unidos, que
actualmente es residente en Francia y profesora en la Universidad de Lieja. Los
datos disponibles en la red no superan a los encontrados en la contraportada de
esta novela, la tercera y última de su escasa producción narrativa.
La
mujer que leía demasiado (2007) se puede clasificar como una obra a medio
camino entre novela histórica y biografía novelada. De la primera, por el
retrato de una época y una sociedad, la iraní de mediados del siglo XIX. Aunque
conforme avanza la narración, el factor histórico pierde importancia y queda
reducido a puro marco cronológico y ambiental en el que se desarrolla el drama
de los personajes a través de los cuales percibimos a la protagonista
principal, inicialmente apenas sugerida y más patente hacia el final, cuando su
figura se acrecienta. Es entonces cuando comprendemos que se trata de una
novela biográfica, quizás descompensada en su componente de ficción por la
escasez de datos documentados sobre el personaje histórico y por voluntad
expresa de la escritora, empeñada en convertirlo en símbolo y precursora del
feminismo actual.
La narración se centra en el reinado del sah Naser al-Din (1848 -1896), cuarto
monarca de la dinastía Qajar, uno de los más largos de la historia de
Persia. Un periodo interesante y de fuertes contrastes porque, mientras las
fronteras iraníes se encontraban amenazadas en el oeste por la Turquía otomana
y en el norte y sur por Rusia e Inglaterra,
se intentó la modernización del país y la introducción de tecnologías y
costumbres occidentales, quizás el desesperado intento de un régimen
autocrático y feudal por adaptarse a los
nuevos tiempos. Fue también una época
convulsa de hambrunas, insurrecciones y guerras con las potencias coloniales.
El propio sah sufrió dos atentados, el último de los cuales acabó con su
vida.
Los lectores occidentales no suelen
estar familiarizados con la historia y las costumbres persas más allá de
tópicos sobre el lujo oriental o las
fantasías del harem. Consciente de esto, la escritora incluye al final del
texto una cronología de los acontecimientos más importantes del reinado y un glosario
de términos iraníes. Ambos apéndices son de obligada consulta porque el relato,
enfocado desde varias perspectivas, está salpicado de continuos saltos
cronológicos, en mi opinión bastantes más de los necesarios, lo cual dificulta
la lectura en principio hasta que nos familiarizamos con los sucesos y las
fechas. En el marco histórico del relato percibimos el despotismo de los
gobernantes, la corrupción administrativa, las intrigas del harem, la
importancia política del clero chií, o la debilidad de un monarca despótico y
cruel pero manipulado por todos.
La protagonista, Fátimih Baraghání (1817-1852),
fue conocida entre el pueblo como Táhirih (la pura) o Qurratu’l-Àyn
(consuelo de los ojos). Tantos y tan complicados títulos son abreviados en el texto con la alusión a la poetisa de
Qazvin porque lo fue, además de experta en jurisprudencia islámica y una de
las primeras seguidoras del babismo, una doctrina herética surgida en el
chiísmo que terminó por conformar el posterior bahaísmo o fe
bahá’i que ha perdurado hasta la actualidad. No entraremos a detallar
los dogmas de esta religión porque exceden la intención de la propia autora
que, siendo fiel confesa de la misma, no destaca en el relato el perfil
religioso de la protagonista sino su rebeldía al quitarse el velo en público e
insistir en la alfabetización de las mujeres, algo intolerable en el mundo
islámico de aquellos tiempos.
En la ficción, la poetisa de
Quazvin resulta claramente idealizada. Es una mujer bella, obsesionada por
la lógica en la interpretación de los textos coránicos, que seduce a todos
con la palabra, profética en sus visiones místicas, serena y
piadosa ante el dolor y la muerte. Como se ha dicho, en el epílogo la propia
escritora se justifica ante un personaje cuya veracidad histórica resultó dañada para la posteridad, entre la exaltación de los fieles seguidores y
el odio de sus detractores.
La biografía de Táhirit se
despliega en una narración multifocal, desde otros personajes, siempre
femeninos, cuyas vivencias se entrecruzan con la vida de la protagonista pero
no las narran en primera persona. Es un narrador omnisciente quien lleva el
peso del relato siempre en tercera persona y eso, en mi opinión, no añade
objetividad ni verosimilitud a la historia, el efecto habitualmente pretendido
con este tipo de narrador. En cambio aporta cierta frialdad y distanciamiento a
un relato que pretende conmover y hubiera sido más emotivo si las distintas
mujeres hubieran aportado su visión subjetiva de la poetisa.
En fin, novela histórica, biografía
novelada o ambas etiquetas a la vez, se trata de una obra interesante porque
nos introduce en un mundo oriental y exótico para los occidentales y en una
época relativamente reciente que nos hace comprender algo mejor los orígenes
sociales y políticos del Irán actual. En cuanto a la poetisa de Qazvin,
comprendo la razón ideológica y sentimental de Bahiyyih Nakhjavani para
destacar su figura precursora. Razones que podemos compartir hombres y mujeres
sin necesidad de militancia feminista.