El autor de esta novela
ilustra bien la vinculación entre periodismo y narrativa cuyo paradigma más
excelso fue sin duda Gabriel García Márquez, fallecido este mismo año.
Sí he citado al genio del realismo mágico no es intentando establecer
comparaciones valorativas con nuestro escritor, sino pretendiendo resaltar esa estrecha
relación, casi a modo de vasos comunicantes, entre ambas especialidades, un
trasvase que resulta evidente en estos dos casos y en otros muchos. A fin de
cuentas el periodismo escrito, si es de calidad, merece la
consideración de género literario.
Javier
Cercas (1962) se formó en filología y durante un tiempo ejerció como docente
universitario de literatura española. Desde muy joven alternó las
colaboraciones periodísticas con una temprana vocación por la narrativa. Triunfó como
escritor con Soldados de Salamina (2001) y desde entonces ha ganado merecido prestigio y reconocimiento en ambas actividades, como novelista y articulista
de prensa. Quizás sea esta doble faceta la que más ha condicionado parte de su
producción literaria que se caracteriza por la mezcla de géneros en una
estructura narrativa conocida como novela testimonio. El título antes citado, su
éxito más galardonado, y ésta última de sus novelas pertenecen a este subgénero
en el que Cercas ha confirmado
sobradamente su maestría.
Los anglosajones, en su afición por la
síntesis lingüística, crearon un neologismo para este tipo de novelas a las que denominan faction (fact+fiction), literalmente (hecho+ficción).
Porque, en efecto, son una mezcla de
ficción literaria y realidad que se articula en torno al discurso testimonio,
es decir, mediante el recurso a la entrevista de personajes reales, o ficticios
inspirados en reales, con la intención de recabar información sobre hechos
históricos o verídicos. El testimonio es la historia llevada al terreno de la
subjetividad y por tanto colindante con la ficción, no en balde a la novela
testimonio se la conoce también como relato real o meta-ficción.
La entrevista es la que refuerza en este tipo de novelas el nexo de unión entre
periodismo y literatura.
Las
leyes de la frontera (2012) es desde su propio título toda una declaración
de intenciones. Porque la frontera, ese límite tan real como imaginario, es el leitmotiv,
la idea directriz que subyace en todo el relato. Una delgada y porosa línea que
separa realidad y ficción, la verdad de la mentira, el bien del mal; que traza
difusos límites entre adolescencia y madurez, entre amor y sexo, entre orden
burgués y marginalidad; tan sutil que apenas consigue distinguir entre persona y personaje,
o entre la bienintencionada rehabilitación penal y la manipulación
político-mediática de la misma.
En cuanto al argumento, prefiero copiar
lo más breve posible algún fragmento de las sinopsis promocionales de la novela
para no desvelar demasiado, destriparla o hacer spoiler, dicho en argot
más actual: “Durante el verano de 1978, el Zarco, Tere y el Gafitas se
dedican a dar tirones, robar coches, desvalijar casas y atracar bancos, unidos
por una atracción tan extraña como indestructible. Veinte años más tarde, el
Gafitas se ha convertido en el abogado más notable de la ciudad y recibe el
encargo de defender al Zarco, convertido en el delincuente más famoso de
España”
Como hemos adelantado, la narración gira
en torno a unas entrevistas. Las hace un supuesto escritor que pretende
escribir sobre Zarco, personaje ficticio inspirado en el Vaquilla, un
delincuente juvenil que se hizo famoso en nuestro país durante los años 80, la
época de la transición. Como el entrevistador solo hace preguntas o da breves
respuestas, los diálogos son en realidad monólogos de los personajes
entrevistados que enfocan la historia del Zarco desde su propia
perspectiva subjetiva, contando su relación o sus impresiones sobre el mismo.
En esa estructura de narradores múltiples que hablan en primera persona,
destaca el verdadero protagonista que es Ignacio Cañas alias Gafitas,
que mantiene una relación triangular con Tere y el Zarco que
oscila entre la admiración, la amistad y el amor. Un protagonista con algunas
similitudes de tipo autobiográfico con el escritor, que también vivió su adolescencia en Gerona, tuvo
contacto tangencial con las drogas blandas, y quizás soportó su misma condición
de charnego.
La novela se divide en dos partes. En la
primera el Gafitas cuenta sus vivencias con la banda del Zarco en
el verano de 1978. La segunda se desarrolla treinta años después y relata la
defensa del Zarco y su proceso de rehabilitación. El relato está escrito
en un lenguaje claro y directo que sin embargo esconde verdades a medias,
situaciones dudosas, y sentimientos ambivalentes que mantienen en todo momento
el interés. Porque es la habilidad del autor lo que transforma una historia en
apariencia simple, cruzando en
ambos sentidos esa difusa frontera entre mito y realidad, para desmitificar al personaje y mostrar los
claroscuros y contradicciones sociales de aquella época de la transición española tan a
menudo glorificada, y dejar un final abierto a la interpretación particular del
lector.
Para terminar, una estupenda novela que
no dudo en recomendar.