Hay escritores que sin suscitar gran
entusiasmo ni adhesión inquebrantable -perdón por la frase de rancia retórica-
casi nunca defraudan. Son de esos que hemos leído en más de una ocasión y
cuando iniciamos una de sus novelas tenemos la sensación de que no será
impresionante pero tampoco aburrida. Fiable, es el calificativo que mejor los
define y, en mi modesta opinión, el que le cuadra a nuestro autor.
Lorenzo
Silva (1966) es conocido especialmente por sus novelas policiacas protagonizadas por los guardias
civiles Bevilacqua y Chamorro. De esta serie ha escrito hasta
ocho de las cuales he leído dos, El
alquimista impaciente (2000) y La
marca del meridiano (2012) ganadora del Premio Planeta de ese año. A pesar
de mi corta experiencia pienso que el escritor madrileño domina bien la intriga
y sabe dosificarla para cautivar la atención del lector hasta el desenlace más
o menos sorprendente. Pero además, como un plus que añade interés a sus historias, sabe
relacionar la ficción narrativa con cuestiones sociales o temas de actualidad,
siempre oportunos y a veces oportunistas, que trata de forma tangencial, en
ocasiones como trasfondo ambiental y en otras a modo de digresión o en las
reflexiones de sus personajes.
El blog del inquisidor (2008) no
pertenece a la mencionada serie policiaca pero la intriga sigue siendo el
elemento esencial de un relato que combina de forma acertada aspectos tan
dispares como el pasado histórico y las actuales tecnologías de la
comunicación. Para ligar esos elementos y dar un sentido coherente a la
historia, el autor propone un comienzo algo forzado y farragoso en forma
de anotación
y aviso preliminar en los que un
primer narrador, que se identifica como el traductor y parece trasunto del
propio autor, introduce a la protagonista principal que será la narradora en
primera persona del resto del relato. A partir de esas primeras páginas la
narración es fluida y diáfana en lo formal y se inicia un juego de apariencia y
realidad que le da ese tono inquietante que nos mantiene enganchados hasta el
final.
No
voy a esbozar siquiera la trama argumental. Ya he señalado en varias ocasiones
el riesgo de arruinar la historia, una posibilidad muy probable porque mi discreta
facultad analítica va unida a una clara incapacidad de síntesis. Para un
resumen argumental remito al promocional de contraportada, también disponible en la red.
Señalaré que la ficción narrativa basada en un proceso inquisitorial invita a
la desmitificación de la Inquisición española,
despojada aquí de ciertos elementos terroríficos y políticamente interesados
que aportó la Leyenda Negra, iniciada
por los príncipes holandeses de Orange en el siglo XVII (guerra de Flandes) y
magnificada en la ficción literaria por el norteamericano Edgar A. Poe (El pozo y el péndulo). La historiografía actual se ha
encargado de poner las cosas en su sitio a este respecto y esas son las
reflexiones que aparecen en el relato.
El
eje central de la trama es la curiosa relación que se establece entre una
historiadora escocesa afincada en nuestro país y el enigmático personaje que se
esconde tras el ficticio inquisidor, inicialmente a través de un blog y después mediante el chat como instrumentos mediáticos de la
misma. “Una peculiar historia de amor,
rabiosamente contemporánea” según palabras del resumen antes mencionado.
El
relato suscita además multitud de interesantes cuestiones entre las que cabe
destacar la falsedad esencial de la historia, reducida a meras versiones
interesadas de la misma; el mal, despojado de su esencia metafísica dualista
tradicional y considerado como consustancial con la naturaleza humana; la
problemática de las relaciones a través de Internet y la identidad virtual
frente a la real; la independencia femenina asociada a la responsabilidad y los
desajustes actuales en la relación de pareja; o la relatividad de conceptos morales tales como culpa, expiación
y redención.
En
cuanto al chat como forma de
comunicación, quienes de forma simplista no lo conciben más allá de la búsqueda
falaz de sexo fácil no comprenderán la relación de los protagonistas o les
parecerá increíble. Desde luego es infrecuente pero no imposible. El escritor
parece entender que es factible entre seres solitarios, cuando la soledad se
conjuga no con el verbo estar sino
con el reflexivo sentirse, un tipo de
soledad que puede darse en compañía de otros. La portada de la novela es muy
ilustrativa al respecto; dos personas enfocadas en sus ventanas iluminadas, aisladas
en sus respectivos ambientes, que miran a la noche oscura (¿Internet?) quizás buscando con ansiedad al otro.
Para terminar, se trata de una novela
en la línea narrativa tradicional de su autor. Sin mucha acción pero con una
trama interesante que nos mantiene atentos. Si además se valoran esos temas
colaterales a la propia trama, incluso da que pensar.