jueves, 25 de abril de 2019

ELISABETH. EMPERATRIZ DE AUSTRIA-HUNGRÍA. Ángeles Caso


La personalidad de Elisabeth de Wittelsbach (1854-98), duquesa de Baviera, más tarde emperatriz de Austria y reina de Hungría, Bohemia y una larga serie de títulos, ha fascinado por igual a historiadores y literatos. Es más conocida por su apodo de Sissi gracias a Ernst Marischka que dirigió en la década de los 50 tres películas sobre ella. Por causa de esa trilogía, muy popular en su época, su figura quedó unida a Romy Schneider, tanto que la actriz quedó encasillada en el personaje. Por otra parte, es curioso encontrar ciertas similitudes en la biografía de ambas, sobre todo en cuanto a sus pérdidas familiares y trágico final. En fin, el cine abusó de la imagen romántica de Sissi, en su significado más sentimental, rayano en la ñoña sensiblería.
Si nos ceñimos al rigor histórico, son multitud los estudios sobre la emperatriz. Por ellos conocemos que fue una mujer bella, inteligente y culta. Años después de su matrimonio con el emperador Francisco José se le reconoce una decisiva influencia política en la formación de la monarquía dual de Austria-Hungría, gracias a la simpatía mutua entre la reina y sus súbditos húngaros. Conocemos también las desgracias familiares que sufrió, entre otras la muerte de Sofía, la primera hija, y el suicidio del heredero al trono, su hijo Rodolfo. Finalmente el asesinato a manos del anarquista italiano Luigi Lucheni.
La vida pública de Elisabeth, y algunos aspectos de la privada, están muy documentados. Disponemos de muchos retratos fotográficos y pictóricos y podemos seguir el rastro de sus viajes. Sabemos de su obsesión por mantener intacta la belleza, la afición por la naturaleza, el ejercicio físico, los perros y la equitación. Todo ese cúmulo de información la convierten de alguna forma en el primer personaje mediático de la realeza europea contemporánea. Por todo ello no resulta extraño que la literatura haya fijado su atención sobre Sissi y que abunden las biografías más o menos noveladas en torno a su figura. Pienso que el atractivo de esta mujer radica en una vida romántica en el sentido más literario del término. Un carácter contradictorio, una vida agobiada por dramas personales y familiares y un trágico fin, en suma, todos los ingredientes que definen al perfecto personaje romántico. Cuanto más se estudia a la emperatriz o se intenta penetrar en su pensamiento o sentimientos reales, más nos alejamos de la realidad y nos acercamos al mito. ¿Fue una rebelde o simplemente inadaptada al papel que le tocó interpretar?, ¿progresista en lo político, adelantada a su tiempo, o solo conformista con un papel patriarcal y moderado de la monarquía austro-húngara?, ¿su melancolía era fruto de la insatisfacción y las desgracias, o la evolución natural de una enfermedad mental con antecedentes familiares?. La respuesta a estas y otras muchas contradicciones e interrogantes no es fácil, posiblemente fue todo eso y mucho más, o quizás menos. En la dificultad de penetrar la auténtica piscología del personaje, a pesar de la abundancia de datos biográficos, radica su mayor atractivo literario.
          Esta es la segunda novela que leo sobre Sissi. La primera fue Vals negro (1994) de la escritora catalana Ana María Moix. Aunque las comparaciones siempre son subjetivas me atrevo a señalar algunas diferencias sobre la que hoy nos ocupa. En ambas se intenta desmitificar y humanizar al personaje, alejándolo de la imagen simplista y dulzona que en su tiempo ofreció el cine. Vals negro es más depurada en cuanto estilo literario y lenguaje poético, quizás menos compasiva al destacar o justificar las contradicciones de la protagonista.
         Elisabeth de Austria- Hungría (1993) se editó un año antes que la anterior. Es una de las primeras novelas de Ángeles Caso, por el contrario, aquella fue una obra de madurez, pero ambas en la misma línea en cuanto a fidelidad a las fuentes históricas. En nuestro caso, la escritora asturiana resulta más descriptiva y mantiene la cronología en la línea argumental. La trama se desarrolla en una especie de diario personal con fechas y localización de las entradas, lo que resalta el aspecto biográfico de la narración y permite penetrar en los pensamientos y sentimientos de la protagonista, que alterna con breves citas de los hechos históricos que se van desarrollando a lo largo de su vida. Esa alternancia de historia y vivencias personales nos ofrece una visión del deterioro psicológico de la protagonista que resulta paralelo al ocaso del imperio austro-húngaro.
         El lenguaje aquí es más sencillo y asequible con menos recursos estilísticos lo cual facilita la lectura sin demasiada merma en la calidad que debe exigirse a una novela histórica. El único aspecto negativo a reseñar es la tentación sutil y ocasional de atribuir al personaje reflexiones de corte feminista o ecológico, claramente anacrónicos con la época pero muy efectistas en provocar la simpatía del lector actual.
         En definitiva, se trata de una novela amena que nos ayudará a comprender algo mejor a esta emperatriz privilegiada y desgraciada a un tiempo, enamorada de la vida e infeliz. Todo un mito romántico.
        

viernes, 5 de abril de 2019

RESURRECCIÓN Y CORPUS - LAS SIETE ÚLTIMAS PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ. R. Garay - J. Haydn


Se acerca la Semana Santa y, como en años anteriores, las distintas agrupaciones musicales de nuestra ciudad se afanan en programar conciertos, amparados en el patrocinio de distintas instituciones culturales. Es una buena costumbre que esperemos se convierta en tradición. Menudean pues en esta época las audiciones de Misas de Réquiem, versiones del Stabat Mater y otras piezas de música sacra.
         En esta semana hemos asistido a uno de esos conciertos, organizado por la Universidad, que me ha sorprendido gratamente por un programa original en cuanto a las piezas interpretadas, bien diseñado en la oportuna selección de compositores y muy esmerado en la presentación del evento. En la parte coral ha sido interpretado por el Coro de la Universidad de Jaén apoyado por el Coro Santo Reino y en la parte instrumental por la Ensemble de la Orquesta de la misma universidad, un cuarteto de cuerda integrado por dos violines, viola y violonchelo.
         Un acierto ha sido el integrar a dos compositores, muy diferenciados en cuanto a notoriedad, pero coetáneos y unidos por un mismo estilo, el clasicismo. El primero es Joseph Haydn (1732-1809), máximo representante, junto a Mozart, del periodo clásico. Conocido como el padre de la sinfonía y del cuarteto de cuerda por sus aportaciones en ambos géneros. El segundo es uno de los compositores más desconocidos de la música española, el asturiano Ramón Garay (1761-1823) que fue durante 36 años maestro de capilla de la Catedral de Jaén y compuso aquí sus principales obras, principalmente música sacra, pero también diez sinfonías muy inspiradas por el compositor austriaco cuyas piezas musicales se habían difundido ampliamente por Europa, conocidas y admiradas por nuestro compositor local. Como otros músicos del XVIII, ha sido rescatado del olvido, en parte gracias a los trabajos de investigación de varios académicos de nuestra universidad. Fruto de ese esfuerzo son las dos piezas que se ejecutaron en la primera parte del programa, inéditas e interpretadas por vez primera en tiempos modernos.
         Eran dos secuencias de música sacra. La primera, Lauda Sion, compuesta para el domingo de Resurrección. La segunda, Victimae Paschali Laudes, para la fiesta del Corpus. La sequentia es un himno litúrgico que se cantaba entre el Gradual y el Evangelio. En principio precedía al Aleluya, que en la evolución de la composición musical terminó siendo recitado al final de la misma. Su estructura estaba basada en grupos de dos estrofas. En el caso de las secuencias de Garay, estuvieron cantadas por dos solistas, tenor y contratenor, a los que daban la réplica el coro y el acompañamiento instrumental del cuarteto de cuerda hasta finalizar con el Aleluya. La interpretación de los solistas y la agrupación coral fue notable. Me interesó sobre todo la del contratenor, la más aguda entre las voces masculinas, tanto que en el XVIII se encomendaba a los castrati porque se asimila a la de un niño o mujer. Actualmente no abundan los cantantes en esta tesitura y la interpretan habitualmente tenores. En fin, el contratenor tuvo una intervención destacada. A su lado la réplica del tenor en las estrofas sonaba por comparación como barítono.
         En la segunda parte se interpretó Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz (1787). Joseph Haydn era el músico de moda en esa época y su fama llegó hasta Cádiz. Es una obra de encargo hecho por el Oratorio de la Santa Cueva para ser interpretada en Viernes Santo. Fue compuesta originalmente para una pequeña orquesta, pero el autor hizo posteriormente otras dos versiones, una para coro y otra para cuarteto de cuerda, y esta última fue la interpretada en nuestro concierto.
La obra está precedida por una introducción y le siguen siete sonatas, correspondientes a las siete palabras interpretadas en un tempo lento (adagio, largo y grave) como corresponde al dramatismo y gravedad de las frases. Por contra, la composición termina con una pieza llamada El terremoto, expresión de la intervención divina del Padre tras la muerte de Cristo, que se interpreta de forma rápida e intensa (presto e con tutta la forza). La obra fue brillantemente interpretada por el primer violín, que representa la voz de las palabras, con el contrapunto y réplica del segundo violín y el refuerzo armónico de viola y violonchelo, en general todos con una destacada actuación. Cada una de las sonatas estuvo precedida por dos recitadores que, tras las palabras en latín, desde pater, dimite illis… hasta consummatum est…, recitaron poesías de poetas de nuestro Siglo de Oro, alusivas a las mismas. A esto me refería cuando hablaba de la esmerada presentación.
En resumen, un concierto original por ser obras inéditas o poco interpretadas, al menos en nuestra ciudad.

miércoles, 3 de abril de 2019

LLUVIA FINA. Luis Landero


Luis Landero (1948) es un escritor poco prolífico, nueve novelas y alguna obra más en treinta años, pero se ha convertido en una de las figuras esenciales de la narrativa española actual. La crítica ha reconocido su calidad literaria y la profunda penetración en el retrato psicológico de sus personajes. Se dio a conocer con la primera novela, Juegos de la edad tardía (1989). Le siguieron otras que han consolidado su fama y merecido muchos premios literarios. Esta que comento hoy es la última y me ha gustado tanto como la primera. Son las dos únicas que he leído de este autor. Reconozco en ambas su estilo tan personal y el recurrente análisis de los conflictos del alma humana, la indagación en la insatisfacción y frustraciones de sus personajes y en la manera de evadirse de ellas, que van desde la inocente fantasía al autoengaño. También detecto diferencias entre las dos obras y sus protagonistas, porque Gregorio Olías, en Juegos de la edad tardía, intenta superar su mediocridad desdoblándose en Faroni, una figura surrealista no exenta de rasgos humorísticos; en cambio los personajes de esta última novela parecen recrearse en sus rencores sin solución. Si ambas obras destilan un cierto pesimismo vital, la primera era, de alguna forma, ilusoria y luminosa y esta última más dramática y sombría. No sé, en qué medida pueda significar esto una evolución anímica del escritor.
Lluvia fina (2019) afronta la dificultad de las relaciones familiares. Una amalgama de experiencias de infancia y juventud que, tergiversadas por la memoria, condicionan nuestra personalidad. Recuerdos que duelen y sirven para justificar los fracasos personales. Olvidos parciales que alivian el sentimiento de culpa.
En el primer capítulo, un narrador en tercera persona expone la idea directriz que trasciende la historia y será reiterada en el último: que las palabras y los relatos nunca son inocentes porque recogen impresiones, conjeturas y sueños que la memoria modifica y una vez expresados verbalmente conforman una nueva realidad, reconstruida a base de mentiras y medias verdades. Un relato, una nueva verdad que no es inocente porque a menudo tiene una finalidad redentora o expiatoria que intenta liberarnos de nuestra responsabilidad. 
Al comienzo el narrador omnisciente nos presenta a los personajes de la trama argumental. Una familia, madre viuda y tres hijos, Sonia, Andrea y Gabriel. También a Aurora, la cuñada, una mujer que sabe escuchar, tolerante y receptiva a las confidencias de los demás, que poco a poco se vislumbra como la protagonista principal. Gabriel prepara y convoca a la familia a una fiesta en el ochenta cumpleaños de la madre. A partir de ahí se multiplican las voces narrativas en continuos diálogos telefónicos entre los hermanos y las confidencias de estos con Aurora, considerada por todos neutral, a la que explican distintas versiones de los mismos hechos.
En el marco de este enfoque narrativo múltiple, el relato se desarrolla de forma circular porque desde el presente de esa anunciada fiesta, se retrotrae a los recuerdos del pasado, configurando así la historia familiar. A medida que avanza la narración aumenta en dramatismo, desde los pequeños rencores entre hermanos hasta la cruda descripción de los traumas personales, en ocasiones de un naturalismo impactante. Por fin se retorna al presente, al cumpleaños, hasta el desenlace brusco y sorprendente, aunque un poco forzado y dudosamente creíble.
En ese juego de relatos cruzados, el narrador omnisciente (o el escritor) peca de cierto maniqueísmo porque concede a algunos personajes la posibilidad de desmentir o justificarse ante las versiones de los demás, mientras que a otros se la niega. Esa imposibilidad es manifiesta con la madre, un personaje que parece evocar La casa de Bernarda Alba. Más aún en el caso de Horacio, primer marido de Sonia, por más que sea una figura aborrecible.
En fin, Luis Landero es todo un maestro en ese subgénero narrativo conocido como novela psicológica y con ésta lo demuestra una vez más. Un libro estupendo, aunque su realismo y dureza produzcan cierto desasosiego. Porque en nuestras propias relaciones familiares casi todos tenemos pequeñas cuentas pendientes del pasado, quizás no tan dramáticas pero que están ahí, en el fondo de la memoria, tergiversadas, como un sedimento profundo que amenaza con aflorar a la superficie en un relato que nunca es inocente.