miércoles, 22 de noviembre de 2017

LA NIETA DEL SEÑOR LINH. Philippe Claudel

Una de las muchas ventajas que ofrece la pertenencia a un club de lectura es la posibilidad de conocer a escritores aún no consagrados por la fama literaria, o ausentes de la lista de superventas, en fin, esos que frecuentemente nos pasan inadvertidos. Es cierto que en ocasiones los criterios de selección de las obras pueden ser dudosos, y que el descubrimiento de un autor desconocido no presupone de entrada un feliz encuentro pero, en cualquier caso, siempre tiene aspectos positivos aunque sólo sea la mera satisfacción de la curiosidad, una cualidad que debería poseer todo buen lector. El autor que hoy comentamos ha sido uno de esos hallazgos propiciado por la programación de lectura en mi club.
El escritor francés Philippe Claudel (1962) es además guionista de cine y televisión, y este dato de su biografía tiene importancia para mí, como luego se verá. Su obra narrativa, no muy extensa, es bastante desconocida en nuestro país, solo cuatro de sus novelas se han editado en español, pero su calidad literaria viene avalada por el prestigioso Premio Goncourt que ha recibido en dos ocasiones.
La nieta del señor Lihn (2006) es un relato breve pero muy emotivo. Cuenta la historia de un anciano que pierde en la guerra a toda su familia, salvo a su nieta de pocos meses. Con ella es evacuado en un barco que lo llevará al exilio en una ciudad extranjera, y a ella dedica todos sus cuidados porque es la única razón que le queda para vivir. Aunque no se cita expresamente el país del que huye ni la ciudad en la que es acogido, por los datos que se ofrecen a lo largo de la narración podemos establecer las coordenadas temporales y espaciales en la Guerra del Vietnam, en la década de los 60 o principios de los 70, y la ciudad a la que llega está en la costa francesa, quizás Marsella. Estos datos solo valen como nota curiosa, porque el relato no los necesita ya que el tema de fondo, el drama de los refugiados y del exilio, es universal e intemporal, incluso de plena actualidad, por lo que apela fácilmente a nuestra sensibilidad.
Volviendo al detalle de la trama. El señor Linh, agotado por la vejez y en la añoranza de su país de origen, se siente sólo y aislado por un idioma que no entiende y una cultura que le es extraña, y solo encuentra alivio y sentido en el cuidado de su nieta, Sang Diu, a la que protege en todo momento. En esa situación de indefensa debilidad conoce al señor Bark, un hombre robusto y afable cuya mujer ha fallecido recientemente. A pesar de las distintas lenguas que hablan, surge entre ellos una amistad sustentada en pequeños gestos y contactos. La historia de esa relación trascurre salpicada de incidentes emotivos hasta un final que intuimos dramático y termina por ser sorprendente. Lo trascendente del relato es la soledad y la capacidad del ser humano para superarla a través de la solidaridad.
He leído, en alguna crítica, que el estilo narrativo es depurado y minimalista. Estoy de acuerdo con esta afirmación, pero yo añadiría que casi no aprecio trazas de lo que puede entenderse como estilo literario. El  lenguaje es directo y no encontraremos aquí analogías, metáforas, ironía, elipsis, o cualquier otra figura retórica, en fin ese tipo de recursos habituales que definen el lenguaje literario. En cuanto al perfil de los personajes se busca antes el efectismo emotivo que profundizar en el retrato psicológico de los mismos. Por todo eso y algunas impresiones más, que no conviene aclarar para no anticipar la trama, yo diría que esta novela se parece demasiado a un guion, sí no lo ha sido en un principio, y merecería llevarse a la pantalla. Estoy seguro que la versión cinematográfica nos evitaría esas deficiencias que enfrían la lectura y en cambio reforzaría la emotividad directa y efectiva tan propia del medio audiovisual.
De cualquier forma no quiero desalentar a nadie. En mi opinión es una novela entretenida y de fácil lectura, capaz de agradar a un amplio sector de lectores porque toca nuestra fibra sensible.    

domingo, 19 de noviembre de 2017

NABUCCO. Giuseppe Verdi

Como viene siendo habitual, la actual edición del Festival de Otoño de Jaén ha incluido en la programación una ópera. No abundan las representaciones de este tipo en nuestra ciudad, y es por eso que los aficionados agradecemos el anual retorno de las mismas que asociamos ya con esta melancólica estación.
En esta ocasión hemos asistido a una de las obras más representadas a nivel internacional, la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi, que fue el primer éxito del compositor romántico, la que inició su abundante producción entre la que se cuentan los títulos más populares del  repertorio lírico.
          El espectáculo fue una promoción de Concerlírica Internacional que, junto con Ópera 2001, suele organizar estas representaciones itinerantes de temporada a nivel nacional, gracias a las cuales podemos disfrutar en provincias de los títulos que sólo serían accesibles en los grandes teatros de Madrid y Barcelona. La interpretación ha estado a cargo de la compañía Teatro de la Ópera Nacional de Moldavia. No conozco los nombres de los cantantes solistas y director de la orquesta por no disponer del programa de mano, que se agotó precozmente por una masiva afluencia de público, según parece no prevista.
          Nabucco fue estrenada en 1842 en la Scala de Milán. El libreto es de Temístocle Solera y está basado en una historia del Antiguo Testamento, la conquista de Jerusalén por el rey Nabucodonosor II, la destrucción del primer templo y el exilio del pueblo judío en Babilonia. No añadiré más datos a este breve resumen de la ficha técnica. Tampoco detallaré la trama argumental, solo decir que incluye una historia de amor, de celos y traición, en un entorno de intriga política, mesianismo religioso y añoranza de la patria perdida; en fin los ingrediente adecuados para una buena tragedia con tintes épicos.
          En cuanto a la distribución de voces, en esta ópera me ha sorprendido la ruptura de un esquema que, en mi corta experiencia lírica, me parecía tradicional. Y es que en esta ocasión los papeles principales no están reservados a la pareja soprano y tenor  sino a soprano y bajo, quedando el tenor y otras voces relegadas a un segundo plano.
          La obra comienza con una obertura que compendia todas las melodías que se irán desarrollando, incluida un esbozo del va, pensiero. En el plano instrumental predomina claramente el metal sobre el resto de instrumentos, lo que presta, a lo largo del desarrollo, un intenso dramatismo a la acción teatral, aportando brillantez con un mínimo de recursos, dentro del papel secundario reservado a la orquesta.
          En Nabucco, el coro adquiere máxima importancia y es un personaje más de la representación ya que su actuación es casi continua. El coro de los esclavos que entona el va, pensiero,sull’ali dorate, en la segunda escena del tercer acto, se ha convertido en la pieza coral más famosa y popular, todo un paradigma de la ópera. En la época de sus primeras representaciones, tuvo además un valor político al convertirse en una especie de himno nacional, que simbolizaba el ansia de independencia de los italianos del norte frente al dominio austriaco.
          En cuanto a los personajes, el más destacado es el de Abigaille (soprano) que se muestra celosa y perversa al principio de la trama y se humaniza y redime en su dramático final. Su tesitura es la más exigente de toda la representación porque sus  continuos diálogos con la masa coral le obligan a sobrepasarla en volumen y efectos vocales. Se dice que muchas sopranos se negaron a interpretar este papel por el esfuerzo agotador que suponía. En nuestro caso la cantante estuvo magnífica, no solo por la intensidad de sus agudos sino por una magistral ejecución del efecto técnico conocido como messa di voce, que consiste en cantar una nota musical con una dinámica de pianissimo para lentamente abrirla y hacerla más poderosa hasta un forte y luego reducirla hasta pianissimo como al principio.
          El segundo papel en importancia dramática y vocal es el Sumo Sacerdote Zaccaria (bajo). También aquí Verdi se mostró más exigente de lo que es habitual para esta tesitura. Su participación en arias es frecuente y a menudo tiene que dominar al coro. Su voz grave es adecuada para representar esa nobleza y solemnidad que requiere el personaje. Nuestro solista tuvo también una actuación sobresaliente que fue reconocida por el público.
          En papeles secundarios también destacaron, pero a un menor nivel,  la pareja de Fenena (mezzosoprano) e Ismaele. Los críticos dicen que éste último es el tenor con menos protagonismo de todas las óperas de Verdi, con una actuación mínima y sin un solo aria para lucirse. En cuanto a Nabucco (barítono), el personaje que da título a la obra, necesita, más que altura vocal, grandes dotes interpretativas que fueron ampliamente satisfechas por el solista de turno.
      En fin, el Nabucco de Verdi que presenciamos fue estupendo. Un espectáculo grandioso y equilibrado en instrumentación musical, sobresaliente en coros y solistas, de gran fuerza dramática y brillante escenografía.

domingo, 5 de noviembre de 2017

EL CASCANUECES. Piotr Ilich Tchaikovsky

Hemos asistido, dentro de la programación del XVIII Festival de Otoño de Jaén, a la representación de El Cascanueces, una de las obras más populares en el repertorio de ballet clásico. En esta ocasión ha repetido el Ballet Nacional Ruso dirigido por Sergei Radchenko que ya nos deleitó el pasado año con El Lago de los Cisnes. No comentaré nada sobre aspectos generales de esta compañía porque ya lo hice en una anterior entrada.
          La música de este ballet, estructurado en dos actos, fue compuesta por Piotr I. Tchaikovsky y debe señalarse que, antes del  estreno, el genial compositor ruso seleccionó ocho de los números que integraron la Suite El cascanueces, op. 71ª para ser interpretada de forma independiente en concierto. Dichas composiciones, entre las que destacan el Vals de las flores y las cuatro danzas (española, árabe, china y rusa), han sido repetidamente reproducidas en cine y televisión por lo que son muy conocidas. El ballet fue estrenado en el teatro Mariinski de San Petersburgo en 1892, y cabe señalar que en ese momento no tuvo demasiado éxito, pero en 1950 Walt Disney seleccionó algunas de sus piezas para su película Fantasía y a partir de entonces su popularidad creció de forma exponencial hasta ser hoy en día una de las obras más representadas, principalmente en Navidad.
         El libreto fue escrito por Ivan Vsevolozhsky y el famoso coreógrafo Marius Petipa y está basado en un cuento de hadas del alemán E.T.A Hoffmann adaptado por Alejandro Dumas.
        El argumento se desarrolla a partir del primer acto que está ambientado en un hogar alemán a principios del XVIII. En casa de los Stahlbaum comienza una fiesta en torno al árbol navideño, rodeado de niños alborotadores que esperan sus regalos. Aparece un misterioso personaje, Drosselmeyer, con aspecto de mago, que distribuye regalos entre los niños. A Clara, su ahijada, le regala un el muñeco Cascanueces, pero su hermano Fritz diputa con ella por el mismo y lo rompe. Mientras Drosselmeyer lo  repara, la niña se duerme y a partir de ese momento se introduce en un mundo onírico de fantasía donde el Cascanueces interacciona con otros personajes como la benéfica Hada del Azúcar o el malvado Rey de los ratones.
      En su momento esta trama argumental fue criticada y se la calificó de alocada e inconexa. Da la sensación que la fantasía del cuento es una mera excusa para hilvanar toda una serie de cuadros escénicos y permitir el lucimiento de coreógrafo y bailarines.
       Para centrarnos en la representación que nos ocupa. En esta ocasión, el coro de niños del primer acto, que puede ser interpretado por adultos, lo fue por niños reales que supongo alumnos incipientes de una escuela de la propia compañía. Su actuación me pareció buena en baile e interpretación mímica, y en todo caso meritoria dada la edad de los mismos. La escenografía y coreografía muy buena en la ambientación, y los coros y bailarines de las danzas bastante notables dado su papel secundario. En cuanto a los primeros bailarines me parecieron de menor nivel comparados con otros que he tenido ocasión de admirar en otras representaciones de esta ballet, e incluso con los del pasado año en El lago de los cisnes. Bien es cierto que en esta obra destaca más la mímica y la interpretación coral que la actuación de los solistas. Baste decir que la prima ballerina únicamente tiene oportunidad de lucimiento en un solo, dentro de un pas de deux, tras el Vals de las flores, al final del segundo acto, en la conocida como Danza del Hada del Azúcar. Como dato curioso destacar que en ésta pieza musical, Tchaikovsky introduce la celesta, un original  instrumento musical  de percusión, parecido al armonio, que funciona mediante teclas que percuten en láminas metálicas. También conviene destacar que, en la introducción y las primeras danzas del primer acto, el autor romántico se esforzó por inspirar un cierto aire rococó barroco para sugerir la época en que se ambienta el relato.
       En resumen, aún con los aspectos negativos de esta crítica, no demasiado cualificada, mi opinión general es buena y disfrutamos de un espectáculo total que por desgracia no es frecuente en nuestra ciudad.




                    

sábado, 7 de octubre de 2017

EXTRAMUROS. Jesús Fernández Santos

Jesús Fernández Santos (19269-1988), junto con Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Miguel Delibes y algunos más, perteneció a la conocida como  generación de los 50, un grupo de escritores que desarrolló durante la posguerra una narrativa con rasgos estilísticos propios y bien definidos, que se han integrado y resumido en el concepto de  realismo social, o novela social española. Su primera obra, Los bravos (1954), que leí  hace muchos años, me impresionó por el crudo realismo descriptivo y la denuncia de las duras condiciones de vida en una aldea de la montaña leonesa, tras la guerra civil. En ésta que comentamos hoy, quizás la más conocida y premiada del autor, me parece notar una evolución que no sabría definir bien, quizás un estilo más elegante, consecuente con su madurez literaria, pero aún es reconocible aquí esa preocupación social, en la descripción de la miseria y la hambruna del pueblo castellano en contraste con la escandalosa riqueza de los nobles, en un contexto histórico concreto, los comienzos del siglo XVII en tiempos de decadencia del imperio español, durante el reinado de los llamados Austrias menores.
En base a esa recreación de nuestro pasado, Extramuros (1978) ha sido catalogada por la crítica como una novela histórica pero, sin rechazar esta clasificación, creo echar en falta ciertos elementos propios de este subgénero. En primer lugar la ausencia de un narrador omnisciente tan frecuente en este tipo de relatos. Tampoco tenemos aquí personajes históricos que protagonicen la ficción o la cuenten a modo de crónica. Más bien parece que el escritor omita deliberadamente nombres y datos que nos permitan situar la acción en tiempo y lugar concreto. Es solo por sutiles y escasas referencias que podemos fijarla en los primeros años del siglo XVII, durante el reinado de Felipe III y su valido el duque de Lerma, y situarla en la ciudad del mismo nombre, y aún así con alto riesgo de errar en nuestras deducciones.
La novela cuenta la historia de amor entre dos monjas de clausura en un convento acuciado por la miseria y el abandono en tiempos de sequía. En esta situación extrema, una de ellas decide simular los estigmas de Cristo con la complicidad de su amante y este será el condicionante de toda la acción posterior que trascurre de manera lineal, con pequeños saltos hacia adelante, pero sin analepsis o retornos retrospectivos al pasado. La narradora es la propia protagonista, la amante que nos cuenta los acontecimientos en tercera persona y en ocasiones expresa sus propios sentimientos en primera. Se trata de una narradora equisciente, es decir, conoce sólo lo que está viviendo, es protagonista y testigo de los hechos. Con esta estructura narrativa la historia se convierte deliberadamente en subjetiva porque vemos a la amada, la santa, y a los demás personajes, enfocada desde la personal visión y los sentimientos de su amante. 
Estamos ante una auténtica  historia de amor, con los desequilibrios que a veces se manifiestan en el binomio de amante y amada. Un amor más íntimo y espiritual que erótico, impregnado de un misticismo que se impone a la carnalidad, en el que la amante narradora se sacrifica por su amada sin importarle no ser correspondida en igual medida.
En esta historia hay una segunda voz, la de la monja motilona, un especie de criada del convento, que ocasionalmente toma la palabra para describir momentos no presenciados por la narradora. Ésta segunda voz ofrece el contrapunto pragmático frente al idealismo de la protagonista, una especie de Sancho Panza que acompaña y atempera a su quijotesca  hermana.  
El  estilo del relato es sencillo, elegante  y en ocasiones poético, con unos pocos arcaísmos, los suficientes para justificar, en las descripciones y en los abundantes diálogos, un lenguaje que se aproxime al de la época.

En resumen, se trata de una buena novela, interesante hasta el final aunque sospechemos el desenlace. Una historia intimista con elementos de novela histórica que la refuerzan, y con una estructura narrativa bastante original en mi opinión.          

jueves, 10 de agosto de 2017

PATRIA. Fernando Aramburu

Esta novela, la última de Fernando Aramburu, ha sido un éxito fulminante. Desde su edición el pasado año, y en lo que va de éste, ha cosechado dos premios y las mejores críticas. Es, hasta ahora, el número uno en la lista de superventas, objeto de debate en los foros literarios y motivo de elogio en el boca a boca entre lectores. Hasta su propio título parece un acierto; breve y rotundo nos remite a un concepto tan ambiguo como afectivo, que todos podemos sentir más que entender, y nos hace presagiar, de entrada, la emotividad del contenido.
El autor, por edad y por vasco, sabe bien de lo que escribe, y lo hace con la maestría narrativa que demostró desde su primera novela, Fuegos con limón (1996). En esta última renuncia de forma expresa a una explicación del fenómeno  terrorista para centrarse en sus consecuencias. Los motivos que le indujeron a escribirla los expone claramente Aramburu cuando, casi al final de la obra, se introduce en el relato a través de un personaje que actúa como alter ego literario, precisamente un escritor anónimo que, en una conferencia, presenta su novela sobre el mismo tema y entre otras razones comenta las siguientes: “Escribí, pues, en contra del sufrimiento inferido por unos hombres a otros…y qué consecuencias físicas y psíquicas acarreará a las víctimas supervivientes.”; ”Procuré evitar los dos peligros más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos y sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política”.
Patria (2016) cuenta la historia de dos familias que fueron amigas y se ven enfrentadas a raíz de un asesinato de ETA. Las dos protagonistas principales son las matriarcas de las mismas; Bittori es la viuda y víctima indirecta, Miren es la madre de uno de los miembros del comando que asesinó al Txato, cuya autoría directa no se aclara hasta el final; sin duda un recurso para mantener la atención y algo de intriga  sobre un relato que trascurre ágil aunque demasiado extenso en mi opinión. La acción comienza en 2011, año en el que ETA anunció el cese de la lucha armada, y desde ese presente los personajes, miembros de ambas familias, evocan el pasado teniendo como punto focal el asesinato. La trama argumental se desarrolla con fluidez mediante capítulos cortos en los que se suceden y alternan los protagonistas aportando su personal visión de los hechos y expresando sus sentimientos, sobre todo el dolor y la humillación, también la culpa y la frustración sin posibilidad de alivio en el perdón o el olvido. Los personajes secundarios y la ambientación entre el medio rural, aferrado a la tradición, y San Sebastián, más progresista y menos opresiva, aportan un buen retrato de la sociedad vasca.
La brevedad de los capítulos y la frecuencia de analepsis restrospectiva recuerda la sucesión de escenas cinematográficas, no me extrañaría pues una futura versión al celuloide. Siguiendo con la estructura narrativa, la historia la cuenta un narrador en tercera persona que participa lo mínimo, con escasos elementos descriptivos que localicen la acción, y deja que los protagonistas se expresen en primera persona a través de abundantes diálogos y mediante el recurso al monólogo interior. El leguaje es directo y sencillo. Los términos vascos no son abundantes y se entienden por el sentido, aunque para mayor facilidad se traducen en un glosario final. Como datos curiosos, señalar que algunos personajes, sobre todo los abertzales, utilizan con frecuencia tiempos verbales castellanos incorrectos, con una clara intencionalidad que se destaca en cursiva. Otra es la utilización de triadas de verbos (cogió/tocó/miró), calificativos o sustantivos separados por barras para enfatizar o bien para introducir matices en la acción o descripción.
En fin, se trata de una buena novela cuyo éxito está más que justificado. Y sin embargo debo reconocer que me ha costado trabajo terminarla. La explicación es bien sencilla. La curiosidad, como elemento decisivo para incitar a la lectura, es a veces caprichosa, se estimula ante cosas relativamente banales como un título o una portada sugerente, y se mantiene a base de ingredientes como el misterio o el afán de conocimiento, siempre en dosis moderadas. En los extremos y por defecto, la ignorancia sobre la ambientación o la trama argumental a menudo agota nuestra curiosidad y desalienta la lectura, a mí me ocurrió con Versos satánicos de Salman Rushdie; pero el exceso de conocimiento también la inhibe. Y es que, a los que tenemos edad suficiente y vivimos, más o menos directamente, los años duros del terrorismo etarra, esta novela no nos dice nada que no sepamos. A esto tengo que añadir que Fernando Aramburu, como el mismo declara, ha despojado el relato de efectos dramáticos y sentimentales persiguiendo una neutralidad que le aproxima al testimonio realista pero le resta tensión narrativa aplanando la acción y, de nuevo, inhibiendo la curiosidad por un desenlace que se presume inexistente desde mucho antes del final.
Lamento aportar esta nota discordante al entusiasmo general suscitado por una novela cuya calidad no pongo en duda. 

sábado, 15 de julio de 2017

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES. Gabriel García Márquez

Memoria  de mis putas tristes (2004) fue la última novela de Gabriel García Márquez y quizás la más controvertida ya que en el momento de su publicación, y tras su versión cinematográfica ocho años después, suscitó fuerte polémica. Algunos periodistas quisieron ver en la obra una promoción del comercio sexual y la trata de menores, en suma, una apología de la pederastia. Una ONG mexicana amenazó al escritor con una demanda judicial y en Irán fue prohibida.
Se trata de una novela corta, alrededor de 100 páginas, y cuenta los amores de un  nonagenario con una adolescente púber. No obstante, ni el expresivo título ni esta sucinta reseña argumental deberían ser motivo de recelo para los lectores, al menos no para aquellos que hayan tenido contacto previo con la obra del genial escritor colombiano. Es verdad que asistimos a un amor en extremo desigual; él es un anciano periodista, culto y refinado, que a final de su vida se aferra a la ilusión; ella, una niña de clase obrera que vende su virginidad para ayudar a su familia. Y a pesar de la aparente rudeza de la exposición inicial, “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor con una adolescente virgen…”, el relato carece en absoluto de elementos escabrosos, es más poético que prosaico, de una carnalidad sin sexo que resume muy bien la siguiente frase: “Esa noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin las urgencias del deseo o los obstáculos del pudor”. A través de sus memorias, narradas en primera persona, conocemos al protagonista, sus vivencias y sentimientos, aunque desconocemos el nombre propio del que todos conocen como el sabio. En cambio Delgadina es una figura etérea de la que sabemos poco más que su nombre, porque en esencia es una creación del anciano, una Eva encarnada y sumida en el sueño, una idealización de la belleza y de la juventud inmaculada, capaz de sublimar el deseo y transmutarlo en amor y ternura.
Quizás sea una opinión demasiado audaz y muy cuestionable, pero creo que el relato encuentra cierta inspiración en el mito griego de Eros y Tánatos, que Freud utilizó para simbolizar las pulsiones de vida y muerte que entran en conflicto en la psique humana. El primero es el instinto carnal y libidinoso propiciador de vida, el segundo es la autodestrucción, la muerte pacífica, esperada y hasta deseada. Estas dos pulsiones aparecen en las reflexiones del protagonista y de su lucha surge  Delgadina convertida en la Ninfea del mito, aunque pasiva en este caso, la belleza y la pureza preservada por el equilibrio entre ambos impulsos.
          En cuanto al lenguaje, el estilo y los recursos literarios, son los habituales en las novelas de García Márquez, quizás en esta ocasión con menos elementos de ese realismo mágico que es su mejor seña de identidad. Como en otras ocasiones, el escritor juega con el lector, buscando su implicación, cuando deja poco explícitas las coordenadas espaciales y temporales del relato. Por unos cuantos topónimos y las alusiones  a la desembocadura del Magdalena sabemos que la historia se desarrolla en la ciudad  de Barranquilla, y una sola cita relaciona la edad del protagonista con el tratado de Neerlandia, así que tras resta y suma deducimos que 1960 es el tiempo en que se desarrolla la narración. 
En fin, se trata de otra buena novela del escritor aunque no se debe equiparar a los títulos que lo hicieron famoso. Una historia que esconde una buena dosis de emotividad y ternura para aquellos que quieran ver más allá de la apariencia.         

lunes, 26 de junio de 2017

EL CEMENTERIO DE PRAGA. Umberto Eco

El pasado año falleció Umberto Eco (1932-2016) una figura destacada en el panorama literario y cultural europeo. El escritor italiano, siempre fiel a su vocación académica como profesor universitario y filósofo, publicó una abundante lista de ensayos y tratados sobre semiótica, lingüística, estética y ética. Su incursión en la narrativa fue tardía pero lo hizo popular entre los lectores.
La primera  novela, El nombre de la rosa (1980), lo catapultó a la fama y puso de moda un subgénero, mezcla de suspense policiaco y novela histórica, que ha sido posteriormente imitado hasta la saciedad. Gran aficionado a lo esotérico, su segunda obra dedicada a estos temas, El péndulo de Foucault (1988), lo consagró definitivamente como novelista de éxito. Su producción en este género literario no es abundante. En algo más de  treinta años escribió sólo siete novelas en las que evolucionó desde postulados narrativos más tradicionales hacia nuevas formas  de expresión y temáticas  cada vez más personales y libres. Se diría que, en sus últimas obras, el escritor se permite decir lo que quiere y como quiere, sin concesiones a lo  políticamente correcto o lo comercial, aunque de ello se derive un cierto espíritu irreverente y provocador que induce a la polémica, algo que en opinión de muchos  es  un ingrediente básico de la buena literatura.
Su penúltima novela, El cementerio de Praga (2010),  tiene mucho de original y provocadora hasta el punto que, en el tiempo de su edición, cosechó las críticas de sectores tan dispares como la comunidad judía, la masonería, o la iglesia católica. Para empezar, el escritor crea un personaje despreciable, una especie de anti-héroe,  el capitán Simonini, un ser amoral, espía y falsificador, que en sus opiniones se manifiesta como ultraconservador, misógino, racista y en particular antisemita obsesivo, que vierte sus críticas indiscriminadas, simplistas y tópicas, sobre distintas naciones, sobre la masonería, la monarquía, los jesuitas etc. Pero a pesar de todo, el humor, la ironía y cierto grado de cinismo del personaje, le aportan un morbo que de alguna forma no termina de hacerlo totalmente antipático, porque además percibimos que en algunas de sus críticas lleva parte de razón. 
La estructura  narrativa de la obra también es original ya que se alternan tres narradores distintos. El protagonista, Simonini, padece, junto a lagunas de memoria, un desdoblamiento de la personalidad  en otro  personaje, el abate Dalla Piccola, y escribe un diario  de sus recuerdos, en primera persona, en el que ocasionalmente se introduce su alter ego que representa su propia conciencia recriminatoria, al estilo de Pepito Grillo. Hay un tercer narrador que puede identificarse con el propio escritor. Éste último escribe en tercera persona para resumir y aclarar parte de los diarios. En todo momento se muestra neutral respecto a las opiniones de los protagonistas y de esa ambigüedad ética surge la duda de que el autor pueda compartir o no el antisemitismo de sus personajes.
En esta ocasión, frente a El nombre de la rosa, predomina sobre la intriga argumental el componente de novela histórica que nos ofrece una visión panorámica de la segunda mitad del siglo XIX, un periodo complicado de la historia europea que sometido a un somero análisis nos puede ofrecer las claves que explican los dramáticos acontecimientos del siglo XX. El relato está ambientado en distintos lugares, Turín, Sicilia y París y  las memorias del protagonista recogen distintos momentos de la unificación italiana tales como la expedición de Garibaldi a Sicilia, también el Segundo Imperio francés de Napoleón III hasta la derrota frente a los prusianos  en Sedán, la Tercera República francesa, la Comuna de París  etc. De la mano del desdoblado personaje  asistimos  a una época  convulsa, rica en intrigas políticas, conspiraciones, terrorismo carbonario, revueltas, escándalos políticos y derrotas militares; también al definitivo ascenso de la burguesía, la aparición del proletariado industrial, el nacimiento del socialismo y el comunismo, la influencia política de la masonería etc. Aparecen  multitud de personajes muchos de ellos históricos como Garibaldi, Cavour, Thiers, Freud, Charcot, y otros muchos desconocidos, de vida y hechos tan novelescos que nos parecen ficticios. Por eso quedamos sorprendidos cuando, en el epílogo, el autor nos aclara que la mayoría de estos últimos fueron también personajes reales demostrando así  que no sólo la literatura imita a la realidad sino que, en ocasiones, es la realidad la que imita lo literario.
La obra es además un homenaje al folletín decimonónico. No sólo porque Simonini se inspira en autores de este género, como Dumas y Sue, para urdir sus falsificaciones, sino por el formato narrativo que recuerda las novelas por entregas. Aunque  la obra tiene distintas lecturas, el trasfondo de la misma, el tema central  es la falsificación de la historia. Cómo, a partir de documentos reales sacados de contexto, y de otros falsificados, a fuerza de ser repetidos en diferentes versiones y con elementos añadidos, se puede convertir  la mentira y la ficción en realidad  histórica. En concreto aparecen en la trama dos claros ejemplos; el escándalo Dreyfus y el documento conocido  como  Protocolo de los sabios de Sión que, añadido a otros muchos tópicos, ayudó a configurar el mito de la conspiración judeo-masónica y justificó  el antisemitismo moderno que culmina de forma dramática con la “solución final” de Hitler.
Como aspectos negativos señalaré la excesiva extensión de la novela por la tendencia algo barroca del escritor a multiplicar ciertos elementos descriptivos, fruto sin duda de su erudición, que no siempre son necesarios.
Se trata en suma de una novela rica en matices, de lectura algo compleja que obliga al lector que quiera implicarse en la trama. Ambigua y controvertida  si se analiza de forma superficial y clara en un análisis más profundo. Reconozco ser un adicto a la literatura de Umberto Eco y en esta ocasión tampoco me ha defraudado. El cementerio de Praga  me parece una de sus mejores novelas.


viernes, 19 de mayo de 2017

AMORES CONTRARIADOS. Colette

  La escritora y crítica literaria Laura Freixas, conocida por su labor investigadora de la literatura escrita por mujeres, ha recogido en esta antología tres relatos cortos de Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954), y aporta, en el prólogo, una ilustrativa panorámica sobre la obra de esta escritora francesa que, en cierta medida y quizás sin propósito, fue pionera o precursora del feminismo actual.
En efecto, la vida de Colette fue todo un paradigma de mujer liberada en una época, finales del XIX y principios del siglo XX, que contempló el nacimiento de los movimientos sufragistas y la reivindicación de los derechos femeninos. Mujer polifacética, fue escritora, libretista y artista en espectáculos de cabaret, periodista y crítica literaria. De joven  fue explotada por su primer marido, apodado Willy, que firmó sin escrúpulos sus primeras novelas de la serie Claudine. Su vida sentimental, un tanto licenciosa para la mentalidad de su tiempo, provocó cierto escándalo. Casó tres veces y se divorció dos, tuvo amantes y relaciones lésbicas. Incluso llegó a seducir al hijo de su segundo marido. Se relacionó  con muchos escritores y hombres importantes, entre otros Marcel Proust, Jean Cocteau, Marcel Schwob o Henri de Rothschid. La crítica literaria intentó ignorar su obra pero  sus novelas la hicieron famosa y reconocida. Al final de su vida presidió la Academia Goncourt y fue condecorada con la Legión de Honor.
La obra literaria de Colette se caracteriza por la elegancia del lenguaje y la precisión descriptiva, sobre todo de ambientes naturales. También por la profundidad psicológica de sus personajes, con un predominio protagonista de los femeninos. Por esto, y por otros rasgos distintivos que no sabría precisar, estos tres relatos nos hacen evocar a los grandes clásicos del XIX, entre los cuales merece estar la escritora. La crítica destaca además la sensualidad y el erotismo de sus novelas en las que a menudo predomina lo carnal sobre lo espiritual, a veces de forma tan explícita que le causaron problemas con la censura. En este aspecto Colette puede ser encuadrada entre un grupo de escritores, encabezados por su compatriota Pierre Louÿs, que iniciaron un subgénero de novela erótica que pretendía ser refinado y transgresor de la moralidad imperante. 
Los tres cuentos de  Amores contrariados, responden fielmente al título de la antología. Son relatos poco conocidos de la escritora francesa en su época de madurez. El motivo común que los agrupa y los trasciende es la imposibilidad del amor, un sentimiento tan universal como abstracto, o al menos el fracaso de la relación amorosa concreta, desgastada por el paso del tiempo o la diferencia de edad. En El quepis  es una mujer divorciada y con pocas expectativas sentimentales quien inicia una relación con un joven militar. Un amor que se verá frustrado por un episodio fortuito que no termina de ocultar el agotamiento del tiempo y la diferencia social. El pimpollo es el caso contrario, la aventura erótica entre un cincuentón, culto y elegante, y una joven y ruda aldeana, hasta cierto punto recubierta de un matiz poético y romántico que no consigue evitar la crisis final, más picaresca que dramática. El tercer relato, La luna de lluvia, es una historia de venganza y celos de una esposa abandonada y la complicada relación con su hermana.
Todos los relatos están protagonizados y narrados directa o indirectamente por la propia escritora, bien como testigo que cuenta o le cuentan una historia, o incluso, como en el tercer relato, asumiendo un claro protagonismo  y narrando en primera persona. Esta estructura proporciona a la escritora la oportunidad de introducir en la narración datos autobiográficos o establecer paralelismos comparativos con su propia experiencia vital. Las mujeres son las principales protagonistas, salvo en El pimpollo, y en todo caso predomina el análisis de los sentimientos femeninos, la complejidad y contradicciones de las relaciones entre mujeres, sin excluir en muchos casos sutiles matices lésbicos. El papel de los personajes masculinos está  a menudo reducido a la crítica y el escepticismo irónico, o  a mero objeto de deseo, y se intenta evidenciar cierta incomprensión psicológica entre ambos géneros.
En resumen, unos buenos relatos y el descubrimiento de una estupenda narradora. Moderadamente complejos cuando se hacen descripciones de algunos objetos, o alusiones a modas y personajes de principios de siglo XX que nos resultan lejanos y nos fuerzan a una información complementaria. Algunas comparaciones y alegorías aportan riqueza, precisión y elegancia adicional si se quiere indagar en ellas. En cualquier caso estos detalles, más anacrónicos que cultos en sí mismos, no afectan en absoluto al interés y amenidad de la lectura.       
     

lunes, 1 de mayo de 2017

ESA DAMA. Kate O'Brien

La irlandesa Kate O’Brien (1897-1974) es una de esos escritores que, tras unos primeros éxitos editoriales, son paulatinamente olvidados hasta que la posteridad reconoce su valía literaria, generalmente de forma póstuma. Su producción narrativa, no demasiado extensa, se editó en las décadas de los 30 y 40 del pasado siglo. Mala época para reivindicar la independencia femenina y la  resistencia anti-fascista, o denunciar la opresiva moral religiosa, algunos de los rasgos que, según los estudiosos, parecen definir parte de su obra. Ese feminismo incipiente o quizás sus relaciones homosexuales no debieron favorecerla, y creo que dos de sus libros fueron prohibidos en Irlanda y uno en España. Tras muchos años de oscuro olvido, en la década de los 80, la crítica literaria feminista promovió la reedición de su obra, reconociendo su activismo pionero y destacando en muchas de sus novelas el acertado tratamiento de los personajes femeninos. Durante su formación juvenil, la escritora trabajó dos años como institutriz en Bilbao y parece que esa estancia en nuestro país (1922-23) tuvo repercusión en el aspecto creativo. La novela autobiográfica Mary Lavelle (1936)  está basada en sus experiencias en Euskadi, y ésta que comentamos hoy parece ser el fruto de sus amplios conocimientos sobre la realidad y la historia española.  
Esa dama (1946) es una novela biográfica centrada en el personaje de Ana de Mendoza (1540-1592), más conocida como princesa de Éboli, una de las mujeres más más poderosas e influyentes de su época. Perteneciente a una familia de la alta nobleza castellana, su elegante y fría belleza, junto al inquietante parche del ojo derecho, ha quedado reflejada en muchos retratos, en tanto que su figura histórica  está rodeada de un cierto halo de misterio. Se sabe a ciencia cierta que fue casada muy joven, a petición del rey, con Ruy Gómez uno de sus secretarios favoritos. Que tuvo diez hijos y enviudó a los 33 años y, tras varios más de retiro, se reincorporó a la corte de Madrid donde parece que tuvo un papel influyente hasta que se vio implicada en las intrigas políticas que se desataron tras el misterioso y no resuelto asesinato de Juan de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II. Las habladurías cortesanas le atribuyeron relaciones amorosas con el rey y con su secretario, Antonio Pérez. Cayó en desgracia junto con este último y sufrió prisión en la torre de Pinto y la fortaleza de Santorcaz, hasta terminar recluida y casi emparedada en su palacio ducal de Pastrana.
La novela se centra en ese  periodo final de su vida, entre 1576, en el cenit de su esplendor cortesano, y el posterior ocaso que termina con su muerte en 1592. La escasez de documentación histórica permite fabular sobre el carácter del personaje y la finalidad última de sus actos. Esto lo aprovecha la escritora para dibujar su personal retrato psicológico de la princesa, destacando su condición de mujer independiente, con ideas que actualmente consideramos progresistas pero rozan lo anacrónico si se sitúan en su contexto histórico. Es también descrita como orgullosa y rebelde frente a las imposiciones de la moral o la opinión pública, al tiempo que generosa y  fiel a sus principios.
En el preámbulo, Kate O’Brien nos advierte que la novela es pura ficción y rechaza el calificativo de novela histórica pero a continuación hace notar que: “Todos los personajes del libro son reales y me he ajustado a las líneas maestras históricas de los acontecimientos en los que intervinieron”. Esto último es importante porque mediante los diálogos de los protagonistas o la voz del narrador en tercera persona nos vamos introduciendo en los hechos más relevantes del reinado de Felipe II; la equivocada política que dio ocasión a la rebelión de los Países Bajos y la prolongada guerra de Flandes; la represiva intervención del duque de Alba en este conflicto y el papel que jugó en el mismo Don Juan de Austria; la complicada política europea de Felipe II y el dubitativo carácter del llamado rey prudente; las bancarrotas consecutivas y la miseria de Castilla que fue soporte y víctima de esa política imperial. Y sobre todo esto, el asesinato de Escobedo, nunca esclarecido y con fuertes sospechas que implicaban al monarca. Un asunto que, junto a la prematura muerte del heredero, Don Carlos, ensombreció el reinado de Felipe, y fueron el origen de la Leyenda Negra propagada inicialmente por Antonio Pérez desde el exilio. 
En fin, no quiero contradecir a la escritora y dejo para críticos expertos la cuestión taxonómica. Sea biografía novelada, novela histórica o ninguna de las dos, se trata ante todo de una ficción amena y bien construida, que mantiene la atención del lector a pesar del previsible final, y con un interesante componente de divulgación histórica. Como crítica negativa solo destacaré el retrato benévolo que se ofrece de Antonio Pérez en clara oposición a las fuentes históricas.
La princesa de Éboli sigue siendo esa misteriosa mujer que nos mira con su único ojo, bella y engolada, desde el famoso retrato erróneamente atribuido a Alonso Sánchez Coello. Bajo el punto de vista histórico creo que bien merece el beneficio de la duda.           


viernes, 7 de abril de 2017

STABAT MATER. Gioachino Rossini

Un año más, como preludio musical de la Semana Santa, hemos disfrutado, en la Catedral de Jaén, de una pieza de música sacra que tradicionalmente se interpreta en estas fechas. No redundaré en explicar el origen del Stabat Mater, como composición musical, por haberlo hecho ya en una entrada anterior. Baste recordar que el texto se basa en un himno gregoriano del siglo XIII, que resalta el sufrimiento de la Madre ante Cristo crucificado y termina en una plegaria a la Virgen por el perdón de nuestros pecados  y la salvación eterna. Al texto invariable le han puesto música muchos compositores  a lo largo de la historia. El de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) es uno de los más populares y el más interpretado hasta ahora en nuestra ciudad, quizás por su menor exigencia musical, ya que fue escrito para cuatro voces y cuatro instrumentos, con total ausencia de acompañamiento coral. El Stabat Mater de Gioachino Rossini (1792-1868) ha sido toda una novedad para mí, ya que este autor es más asociado a su abundante producción operística entre la que todo buen aficionado puede citar dos títulos; El barbero de Sevilla (1816) y Guillermo Tell (1829).
Las fuentes consultadas destacan que el músico italiano compuso esta obra religiosa por encargo del archidiácono Manuel Fernández Varela, durante una visita a Madrid en 1831. Al parecer el clérigo, entusiasmado con sus óperas, pretendía una obra que rivalizara con la de Pergolesi, muy famosa por aquella época. Rossini, más habituado a la ópera bufa, parece que tuvo ciertas dificultades en su composición y solo consiguió poner música a parte del texto latino en seis movimientos, encargando  otros cuatro a su amigo Giovanni Tadolini. La historia de la composición tiene otras muchas curiosidades que no destacaré, pero sí diré que, en su época, algunos compositores alemanes la  calificaron como demasiado sensual y mundana para una obra religiosa. No estoy cualificado para  confirmar o rechazar esta crítica pero mi oído me permite asegurar que en algunos movimientos pude detectar claros sones de baile.
El Stabat Mater de Rossini fue escrito para cuatro voces, dos femeninas (soprano y mezzo), y dos masculinas (tenor y bajo). La composición tiene un claro predominio vocal y las voces solistas se suceden y alternan en arias, duettos y un cuarteto, en la mayoría de los diez movimientos o partes que integran la obra. El coro tiene un papel fundamental en la dramática introducción “Stabat mater dolorosa” y en el apoteósico final con inspiración de fuga barroca “Amén in sempiterna saecula” y sirve de breve contrapunto a los solistas en otros dos movimientos. El papel de la instrumentación orquestal es igualmente destacable en la introducción y el final, y acompañando en el resto de las partes.
En esta ocasión la obra ha sido interpretada por el Coro de Ópera de Granada y la Orquesta Clásica del Conservatorio Superior de Música “Victoria Eugenia” de la misma ciudad. Parece que Rossini tenía cierta predilección por la tesitura de mezzosoprano y en esta obra se nota porque reserva en exclusiva para ella la cavatina del séptimo movimiento “Fac, ut portem Christi mortem” una pieza muy dulce y melódica, sin apenas acompañamiento instrumental, en la que se lució Anna Gomà. El resto de los solistas; Cristina Toledo (soprano), David Astorga (tenor) y Francisco Crespo (bajo) tuvieron una magnífica actuación en sus arias y asociación con el resto de voces, y es difícil destacar a unos sobre otros. A mí me gustaron especialmente la soprano y el bajo. En fin, orquesta y coro tuvieron sus mejores momentos en las partes ya indicadas y su coordinación armónica bajo la batuta de los directores Pablo Guerrero (coro) y Andrés Juncos (orquesta) me pareció perfecta.
En  resumen, una velada estupenda que merecería repetirse en años sucesivos, en los que podamos disfrutar de otras versiones musicales del Stabat Mater. Material no ha de  faltar porque se dice que hay unas doscientas contabilizadas.    

martes, 28 de marzo de 2017

DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE. Susanna Tamaro

Susana Tamaro (1957) es un ejemplo más de aquellos escritores que, a pesar de contar con una considerable producción narrativa, quedan asociados a una sola obra. Donde el corazón te lleve (1994) fue su quinta  novela y tuvo un éxito fulminante que la catapultó a la fama y la sostuvo en el candelero mediático durante la década de los noventa. Se dice que fue traducida a 35 idiomas y que solo en España vendió más de un millón de libros. Después ha  publicado hasta 21 novelas  pero sólo ésta relaciona  título y autora en la memoria de los que aún no habíamos tenido contacto con su obra literaria. Ahora, tras haberla leído, y sin excluir el relevante papel del marketing promocional, creo entender mejor las razones de su estupenda aceptación.
En relatos como éste, con una trama argumental de escasa complejidad, es preferible recurrir a la breve sinopsis editorial para describir sus elementos esenciales: “Viendo inminente el final de su vida, Olga decide escribir a su nieta Marta una larga carta para dejar constancia de lo que ninguna de las dos ha sabido ni decir ni escuchar. Aunque nunca llega a enviársela, por la carta conocemos la historia de la familia y las heridas que nunca cicatrizaron”.
Se trata pues de una novela epistolar, en segunda persona, intimista, emotiva y algo triste, en la que la protagonista desnuda su alma y nos descubre sus sentimientos más profundos, aquellos que nunca se expresaron y causan dolor, los errores que cometió, irreparables pero  asumidos. En esa especie de memorias, trasciende la sensación de soledad y amargura pero también la esperanza y la autoafirmación, más aún,  el poder de la palabra como elemento expiatorio y liberador. En el relato abundan las reflexiones en torno a los recuerdos, el destino, el sentido de la vida y la muerte, o el amor, expresadas en frases sencillas y rotundas que apelan directamente a nuestra propia emotividad. Naturalmente los sentimientos son patrimonio común del ser humano, pero suelen manifestarse o exteriorizarse de forma diferente según el sexo. Por eso creo que esta novela, escrita y protagonizada de forma exclusiva por mujeres, conecta mejor con la sensibilidad femenina, aunque todos podamos sentir pulsados nuestros resortes sensibles.
Hay sin embargo una idea con la que no estoy de acuerdo, que la escritora pone en boca de la protagonista con cierta insistencia. Opina ésta, que debemos anteponer los sentimientos, centrados simbólicamente en el corazón, frente a la razón. Esta dualidad entre lo racional y lo emotivo, herencia cultural de antiguas filosofías (véase Platón y otros), creo que está hoy totalmente superada y,  en la mente humana, razonamiento y emociones son dos elementos inseparables e interactivos. La misma protagonista desmiente esta idea de primacía emocional cuando al describir, analizar e incluso juzgar sus propios sentimientos, no hace otra cosa que racionalizarlos. Tampoco puedo aceptar como categórica la conclusión final que nos remite al título: “…escucha tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve”. Sin duda es una idea romántica, sobre todo aplicada al sentimiento más apasionado, el amor. En nuestra elección al respecto, todos admitiremos haber sido arrastrados por el corazón, y en muchas ocasiones lamentaremos después no haberle aplicado una pequeña dosis de razonamiento.
En conclusión, una novela interesante y discutible en su contenido. Poco que comentar en cuanto a recursos literarios. Con la intensidad emotiva necesaria para agradar a un amplio sector de lectores, que sin duda se sentirán aludidos e identificados con sentimientos que nos son comunes. 


jueves, 16 de marzo de 2017

EL DÍA DE LA LECHUZA. Leonardo Sciascia

De este escritor se ha dicho que fue la conciencia crítica de Italia, porque toda su obra narrativa es una continua denuncia de la corrupción política y de la violencia mafiosa. Yo añadiría que, por sus reflexiones éticas y la clara percepción del carácter siciliano, fue también la conciencia literaria de su tierra. En Sicilia nació y vivió la mayor parte de su vida Leonardo Sciascia (1921-1989). Fue maestro y simpatizó con el partido comunista aunque mantuvo cierta independencia en cuanto a militancia. Tras dejar la enseñanza se dedicó al periodismo y la literatura y, cuando alcanzó fama y reconocimiento público, estuvo en política y fue elegido diputado europeo, diputado al congreso italiano e integrante de la comisión de investigación sobre el asesinato de Aldo Moro.
La obra narrativa de Leonardo Sciascia ha de ser entendida en un contexto histórico concreto. Un periodo de la política italiana conocido como los años de plomo, comprendido entre las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Años de caos político en el que se sucedían los gobiernos en cuestión de días; de violencia callejera protagonizada por grupos terroristas extremistas cuya finalidad última tendía a derrocar un orden institucional capitalizado por partidos corruptos, encabezados por la democracia cristiana, e infiltrado por asociaciones parásitas como la mafia.
En su primer libro, Las parroquias de Regalpetra (1956), un relato realista y autobiográfico, el escritor siciliano mostraba ya las que serían las claves éticas y los temas de toda su obra narrativa posterior; la derrota de la razón y las víctimas de esa derrota; la religiosidad mítica popular y la miseria; la corrupción política, la necedad de los líderes y la mafia. Y todo lo anterior, visto desde la perspectiva de un siciliano escéptico y humanista, crítico pero comprensivo y compasivo, al que se le podría aplicar -sí existe tal vocablo- el concepto cualitativo de sicilianidad. Porque no es casual que casi todas sus obras estén ambientadas en Sicilia, y nadie como él ha sabido describir esa especie de sentimiento mafioso del pueblo siciliano, construido y basado en la desconfianza ancestral hacia el poder político y la justicia del Estado, con la argamasa del miedo y la ley del silencio.
El día de la lechuza (1961) fue la primera novela de Sciascia sobre la mafia y también la primera de sus novelas policiacas. A esta siguieron otras muchas, entre las cuales tuve ocasión de leer dos más, Todo modo (1974) y El caballero y la muerte (1988). En efecto, el relato comienza con el asesinato de un pequeño constructor, Salvatore Colasberna, en la plaza de un pequeño pueblo siciliano, en pleno día y ante multitud de testigos que desaparecen o no han visto nada. El capitán de los carabinieri, Bellodi, natural de Parma y poco familiarizado con las costumbres sicilianas, inicia una investigación sujeta a principios de profesionalidad e ideales de justicia. Con paciencia y dificultad va desentrañando una trama con repercusiones económicas que parece implicar incluso a las altas instancias políticas. El desenlace supone el triunfo de la racionalidad policial pero también su previsible derrota ante un poder que, como un cáncer, infiltra y corrompe a la sociedad siciliana.
La trama discurre tensa e interesante pero no debemos esperar el tipo de acción a la que estamos acostumbrados en las historias de mafiosos americanos. Nada de metralletas, ni cabezas de caballo entre las sábanas, al estilo de El Padrino. La mafia siciliana, sin renunciar al asesinato, es más sutil en la extorsión y el chantaje como medios de conseguir sus fines, amparada en una sociedad que por miedo o complicidad la oculta de miradas indiscretas. Conforme avanza el relato nos damos cuenta de que el caso policíaco es sólo una excusa para ilustrar las reflexiones del narrador, a veces expresadas a través de los comentarios y pensamientos de los protagonistas. Así comprendemos mejor la desconfianza de los sicilianos hacia los continentales, que les lleva a refugiarse en la familia (en sentido contractual) y en sus propios códigos de conducta. En particular la reflexión, de sentido metafórico, sobre los cornudos sicilianos, nos aproxima al sentimiento de un pueblo que a lo largo de su historia ha sido continuamente explotado por poderes extranjeros. En el plano histórico, las alusiones a Cesare Modi o la república de Saló, nos hablan de la paradójica relación entre mafia y fascismo o de la democracia cristiana como refugio de antiguos fascistas. Los comentarios sobre la ópera Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni, nos ayudan a entender los códigos de honor, la religiosidad, el sentido fatalista y trágico de la vida que configuran el alma siciliana.
En fin, la novela  trasciende lo puramente policíaco, es profunda y rica en matices, no solamente en el contenido sino en el planteamiento estético. En algunos momentos el estilo es irónico con toques de humor. Como ejemplo de esto último, la historia del médico que recibe una paliza por encargo de la mafia y después recurre a la misma mafia para vengarse de los sicarios.
En las notas finales el escritor destaca el verdadero objetivo de la novela, que no es otro que denunciar el fenómeno de la mafia en un momento, principio de los años 60, en que el gobierno italiano se empeñaba en ignorarla, o incluso la negaba con hipocresía, cuando ya era clara la implicación de los políticos. En ese apéndice la define como:“una burguesía parasitaria, una burguesía que no emprende sino que solamente explota” y la despoja así de esa aureola romántica que otro tipo de literatura y las versiones cinematográficas le han dado.     

martes, 7 de marzo de 2017

ENSAYO SOBRE LA CEGUERA. José Saramago

Casi todos sentimos cierta preferencia por escritores concretos, aquellos que mejor sintonizan con nuestra sensibilidad o modo de pensar. Esos autores favoritos dicen mucho de nosotros, y de alguna manera nos definen como lectores. Quizás por eso nos alegramos al coincidir en gustos con personas afines y, en cambio, sentimos cierta inquietud al compartirlos con aquellos que nos caen mal. 
José Saramago (1922-2010) ingresó en mi particular lista de escritores predilectos cuando, hace bastantes años, leí  Historia del cerco de Lisboa (1989) y quede impresionado por su forma de narrar. Desde entonces he leído más de la mitad de sus novelas que, con distinto grado de intensidad, siempre me han enganchado. No sabría explicar con  precisión las razones de esa afinidad, pero me sumo a las que dio la Real Academia Sueca cuando, al concederle el Nobel en 1998, destacó su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. De la biografía del autor portugués llama la atención su carácter de escritor tardío que, partiendo de una formación autodidacta y superando condiciones adversas, consigue fama y reconocimiento en una edad muy madura. También su utópica idea pan-ibérica, basada en una identidad cultural común a españoles y portugueses, que ha defendido en entrevistas y abordó en su novela La balsa de piedra (1986). Quizás por esto último no ha sido aceptado de forma unánime en su país. Tampoco ayudó su ateísmo públicamente reconocido, ni su militancia política comunista. En particular su novela El Evangelio según Jesucristo (1991) provocó el escándalo entre los círculos católicos y conservadores de Portugal. En fin, con Saramago se cumple aquello de “nadie es profeta en su tierra”.
Ensayo sobre la ceguera (1995) es una de sus obras más conocidas. El título, que no es casual sino preciso, parece indicar una aparente contradicción entre dos géneros literarios que no es tal. Es indudable que se trata de una ficción narrativa, con la estructura argumental típica, exposición, nudo y desenlace, de una novela. Pero en este caso, el narrador omnisciente, que puede ser  la voz del propio escritor, tiene un papel decisivo porque, al tiempo que nos cuenta la historia, introduce sus propias reflexiones en torno al fenómeno de la ceguera, las sensaciones que produce, las reacciones psicológicas de los afectados, y sobre la naturaleza humana en general. Esas impresiones subjetivas trascienden el relato y nos obligan a pensar que haríamos puestos en esa situación, y todo eso queda implícito en el concepto de ensayo.
El argumento es sencillo, una extraña e inexplicable epidemia de ceguera blanca afecta progresivamente a la población. El relato se centra en unos pocos personajes que son aislados en cuarentena en un antiguo manicomio. A ninguno se le da nombre propio sino que son descritos por sus cualidades o rasgos; el  médico, el primer ciego, la joven de gafas oscuras o el niño estrábico, y esto paradójicamente no los despersonaliza sino que acentúa sus rasgos individuales. Entre ellos destaca como principal, la mujer del médico, la única que no está ciega, auténtica personificación de la generosidad  y solidaridad humana  y  válvula de escape en las tensiones que se generan, que tienen la virtud de implicar al lector emocionalmente hasta el punto de sentir cierto grado de angustia. La historia alcanza un intenso clímax dramático y después avanza y nos da un relativo respiro hasta el brusco desenlace.  La trama pone de manifiesto todo tipo de vicios y virtudes del ser humano en situaciones extremas; el egoísmo, el afán de sobrevivir a toda costa, la satisfacción de los instintos más básicos, pero también el generoso sacrificio y el amor. El narrador no juzga a los protagonistas sino que, sin justificarlos, extiende sobre ellos esa mirada compasiva que antes se citaba.
El lenguaje es claro y sencillo, abundante en refranes y dichos populares. Destaca la ironía pero siempre en un tono amable. El relato destila un cierto humor agridulce cuando pone de manifiesto las paradojas del lenguaje corriente en torno a la ceguera y la visión. Las frases siguientes, dichas por los personajes ciegos, pueden ilustrarlo bien: “una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto”, o “no voy a recetarle nada, sería recetar a ciegas”.
La novela es en realidad una parábola sobre la sociedad actual, sobre lo que disfrutamos y no valoramos. Se trasciende la ceguera en su significado puramente físico para incidir en otros tipos de ceguera, la ignorancia o la inmoralidad entre otras. Lo que el escritor quiere decirnos puede resumirse en dos frases. La primera en el prólogo: “Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara” (Libro de los Consejos). La segunda la dice un personaje en el epílogo: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que, viendo, no ven”.
En resumen, una magnifica novela, de las que atrapan al lector y le hacen pensar. Sin duda una de las mejores de Saramago.  

          

martes, 7 de febrero de 2017

LA SAL DE LA VIDA. Anna Gavalda

Como muchos lectores, tengo mis prejuicios, a veces frívolos y precipitados, antes de iniciar la lectura de un libro. Cuando se trata de  novelas, desconfío de títulos aparentemente profundos y de  portadas poco, o nada sugestivas. Y con algún recelo inicié ésta, propuesta por mi club de lectura; una escritora de la que no tengo referencia alguna; un título bastante ambiguo que da a entender soluciones vivenciales; y una portada colorista pero anodina, que parece sugerir que el continente es más importante que el contenido. En fin, malas sensaciones que se han visto finalmente confirmadas.
Anna Gavalda (1970) es una periodista parisina  que colabora con la revista de moda y belleza femenina, Elle (otro mal presagio). Desde principios de siglo ha escrito hasta siete novelas y parece que varias de ellas fueron superventas en Francia.
La sal de la vida (2001) fue su primera incursión en la narrativa. Se trata de una novela de corta duración cuyo resumen de contraportada reproduzco aquí literalmente: “Simon, Garance y Lola, tres hermanos que se han hecho ya mayores, huyen de una boda familiar que promete ser aburridísima para ir a encontrarse en un viejo castillo con Vincent, el hermano pequeño. Olvidándose de maridos y esposas, hijos, divorcios, preocupaciones y tristezas, vivirán un último día de infancia robado a su vida de adultos”.  Y  ya está, ese es todo el argumento, simple, poco emotivo y saturado de tópicos. Los hermanos pretenden ser progresistas en medio de una sociedad burguesa e hipócrita representada por Carine, la esposa de Simón, objeto de crítica y burla por parte de sus cuñadas. Pero se trata de un progresismo desengañado del “mayo del 68”, más estético que ideológico, más nostálgico de la juventud que basado en firmes convicciones. Pretenden ser rebeldes y huyen de una boda familiar convencional tachando de pijos a sus primos, para  terminar invitados en una boda rural  en la que tampoco encajan porque se burlan de la rudeza y la forma de vestir de los lugareños. En fin, en mi opinión una trama argumental  simple y superficial porque no profundiza en el carácter de los personajes. Un historia sin alternativas ni verdadera acción, que no consigue enganchar al lector.
El relato está narrado en primera persona por una de las protagonistas, Garance, con rasgos de carácter, opiniones y forma de vida en las que se intuyen coincidencias autobiográficas con la autora. Es lineal y abundante en diálogos de estilo coloquial. Volviendo a la trama, y de forma tangencial, se manifiesta una ligera crítica a la xenofobia de amplios sectores de la sociedad francesa; además de la ropa desenfadada aunque de marca, es el único rasgo progresista de estos hermanos que bien pudieran ser votantes de esa derecha civilizada francesa que aún rechaza a Marine Le Pen.
Para terminar, una historia cuyo principal atractivo es su corta duración. Soy consciente que esta opinión negativa resulta poco rigurosa en la exposición, e  incurre en parecidos prejuicios y superficialidad que critica, pero la novelita tampoco merece mayor esfuerzo.