El escritor
australiano Markus Zusak (1975)
alcanzó fama internacional con esta novela que fue superventas, galardonada con
varios premios y finalmente llevada al cine. Tras su lectura, debo reconocer
que La ladrona de libros (2005)
merece sobradamente el éxito obtenido. Se trata de una obra que puede ser
entendida como literatura juvenil, pero también como novela histórica por su
ambientación en la Alemania hitleriana.
La literatura en torno al holocausto
judío es abundante y siempre nos produce una mezcla de sentimientos, horror y
compasión entre otros. La visión de aquel genocidio a través de la mirada
infantil resulta aún más dramática y conmovedora a nuestros ojos. Baste citar El Diario de Ana Frank, un testimonio
real sobrecogedor, o más recientemente la novela El niño con el pijama de rayas (2006) de John Boyne, que también ha sido adaptada al cine.
La ladrona de libros se llama Liesel Meminger, una niña alemana dada en
adopción a la familia de Hans y Rosa Hubermann que viven en Molching, un pueblo ficticio a las
afueras de Múnich. La comprensión y la bondad de su padre de acogida le ayuda a superar el trauma que le produjo la
muerte de su hermano pequeño, y con su madre adoptiva, una mujer ruda pero con
buenos sentimientos, mantiene una relación tensa pero cariñosa. La historia se
desarrolla entre los años previos a la Segunda Guerra Mundial, con el ascenso del
nazismo, y llega hasta la fase final de
la misma cuando, tras la derrota de
Stalingrado, comienzan los bombardeos de los aliados. En este periodo Liesel vive su paso de la infancia a la
adolescencia en un ambiente de penuria económica y cartillas de racionamiento.
Sus vivencias, la relación con los vecinos, su amistad con Rudy Steiner y con Max
Vandenburg, un judío escondido en el sótano de su casa, son una continua
fuente de emotividad, una apelación directa a nuestros sentimientos más nobles.
Los personajes que aparecen sucesivamente en la trama nos ayudan a comprender
las distintas actitudes individuales frente a la brutalidad del régimen nazi;
desde el fanatismo triunfalista que deviene en frustración suicida, pasando por
la egoísta o miedosa indiferencia ante el dolor ajeno, hasta la piedad como
valiente forma de reivindicar la propia dignidad humana.
Liesel siente una especial atracción por los
libros y la palabra escrita, que son para ella un paliativo calmante frente al dolor y el miedo. Un miedo que
inicialmente es inquietud ante sucesos que la niña intuye más que comprende, y poco a poco se va haciendo palpable con los acontecimientos para terminar
de materializarse en el horror de los bombardeos.
Aunque toda la acción se focaliza en
la protagonista, la historia está narrada desde el punto de vista de la Muerte. Una narradora original y
desprovista de rasgos macabros como calaveras y guadañas. Tampoco tiene
carácter religioso porque al llevarse a las almas en realidad se lleva el
ánima, es decir, la animación del cuerpo. Es imparcial pero no totalmente fría
porque a veces insinúa cierta compasión. Es incluso poética cuando destaca los
colores en el momento de ejercer su función (blanco de la nieve, rojo de las
bombas). A menudo se dirige al lector para aclarar el sentido de las palabras o
desvelar parcialmente el futuro que conoce. Su papel crece hasta convertirse en
un personaje más de la novela.
Me
importa no ser más explícito en el resumen del argumento. No quiero arruinar un
relato que merece ser leído y apreciado en su emotividad al tiempo que
disfrutamos de la variedad de matices y de las ideas trascendentes que lo inspiran.
En resumen, una novela que enriquece y de alguna forma nos hace mejores.