jueves, 5 de diciembre de 2019

EL REY RECIBE. Eduardo Mendoza


Algunos críticos literarios, en un alarde de afán taxonómico, han clasificado la extensa producción narrativa de Eduardo Mendoza (1943) en obras serias o mayores, y obras de divertimento o menores. Entre las primeras se incluyen La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986), las que le dieron fama literaria. Entre las segundas, El misterio de la cripta embrujada (1978), que dio origen a toda una serie de novelas con el mismo protagonista, y El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), ambas con sendos comentarios en mi blog.
No todos aceptan ésta rígida clasificación, porque sus novelas de humor no carecen de rigor narrativo ni de ese estilo tan propio del escritor, mientras que las llamadas novelas serias están siempre entreveradas de rasgos humorísticos. De cualquier forma, existen elementos comunes y transversales que unifican toda la producción literaria del escritor barcelonés. Entre otros, un estilo directo y sencillo que rehúye los cultismos, y ese escepticismo irónico que en ocasiones deriva hacia la parodia.
Entre las últimas novelas de Eduardo Mendoza, hoy comentamos ésta que es la primera entrega de una trilogía titulada Las tres leyes del movimiento y se continúa con El negociado del yin y el yang (2019), quedando pendiente, según creo, la tercera entrega.
El rey recibe (2018) se puede definir como una memoria novelada, o si se quiere, la crónica de un tiempo pasado inserta en una trama de ficción. Es la historia de Rufo Batalla, un joven de 22 años que ingresa como plumilla en un periódico a finales de los años 60. Las circunstancias le obligan a cubrir la boda de un príncipe desterrado, con una señorita de la alta sociedad. Tras varias peripecias traba amistad con el príncipe Tukuulo, que así se llama el que es Bobby para los amigos. A lo largo de la trama el príncipe aparece en varios momentos, rodeado de cierto misterio, en una extraña e interesada relación con el protagonista sin llegar a definirse una clara línea argumental.
Porque la auténtica razón de la novela es rememorar toda una época a través de las vivencias de Rufo Batalla; la juventud de un joven, rebelde ante el ambiente opresivo y gris de la España del tardofranquismo, que le lleva a viajar a Estados Unidos cuando le ofrecen un trabajo burocrático en Nueva York. Allí conocerá nuevas gentes y ambientes muy diferentes sin llegar a implicarse con nada ni con nadie. Es la historia del viaje, de la búsqueda de algo que dé sentido a la propia vida y también la decepción de no llegar a una meta concreta. El protagonista, que narra su vida en primera persona, parece un claro alter ego del propio escritor y en muchas de sus reflexiones no muestra signos de la apasionada ilusión de la juventud sino del escepticismo propio de la edad adulta. Pero, en el relato, pienso que lo importante no es el retrato psicológico de Rufo Batalla, sino describir los grandes cambios sociales y políticos de los que será testigo en aquella época, que se describen con trazos breves pero muy bien perfilados.
En España, la decadente dictadura franquista, los ministros tecnócratas, el desarrollo económico de finales de los 60, la incipiente y timorata liberación femenina, el conformismo y el miedo de la generación que vivió la guerra, y el asesinato de Carrero Blanco que abortó el último intento del régimen por perpetuarse. En Estados Unidos, la lucha racial por los derechos civiles, el feminismo, el movimiento gay, la aparición de las drogas y el movimiento hippie. 
Para los que fuimos jóvenes entonces, la lectura de esta novela supone un agradable ejercicio de evocación y es fácil sentirse identificado con muchas de los ideales e inquietudes del protagonista, que compartimos en mayor o menor grado, por más que la distancia del tiempo y la perspectiva histórica nos hayan demostrado la falacia de algunas de ellas.
Pero más allá de su carácter de crónica o memoria personal, que es la esencia de la novela, encuentro un claro déficit en la misma. A saber, una trama de ficción que debería envolverla y darle un sentido narrativo coherente. Las esporádicas apariciones del príncipe Tukuulo, y su esperpéntica corte, son insuficientes para mantener la intriga, y el resto de personajes solo representan tipos sociales paradigmáticos sin llegar a ser decisorios en el desarrollo argumental. Si a esto se le añade la ausencia de un claro desenlace, quizás justificado como un continuará, se puede comprender que la lectura sea algo tediosa por momentos, a pesar del humor y la maestría narrativa que despliega el escritor.
En resumen, que buena crónica si oviesse buena historia. No obstante, la novela se lee con agrado, pero en mi opinión no es de las mejores de Eduardo Mendoza.  

miércoles, 20 de noviembre de 2019

NUESTRO CORAZÓN. Guy de Maupassant


La vida de Guy de Maupasant (1850-1893) fue corta y nada edificante desde el punto de vista ético. Se le ha descrito como misógino, misántropo y de una exacerbada promiscuidad sexual que le abocó a una prematura muerte, víctima de la sífilis. Pero el arte suele prevalecer frente a la mudable moralidad, y el juicio de la fama resultó favorable hacia el escritor, que actualmente figura como uno de los grandes de la literatura francesa en la segunda mitad del XIX. Fue discípulo de Flaubert y, junto con Émile Zola, se le considera el máximo representante del naturalismo, un movimiento que surgió como reacción al romanticismo imperante en la primera mitad de aquel siglo. Escribió varias novelas, pero es más conocido por sus cuentos. Con el primero, Bola de sebo, alcanzó notoriedad, y en el final de su carrera escribió cuentos de terror que son equiparables en calidad a los de Edgar Allan Poe, muchos de ellos frutos de la demencia, una secuela tardía de su enfermedad crónica.
Nuestro corazón puede ser catalogada en el subgénero de la novela psicológica, también conocida como realismo psicológico, porque en ella se intenta profundizar en el análisis de los sentimientos y emociones de los personajes. Se desarrolla en el ambiente de los salones de la nobleza y alta burguesía francesa, en el último tercio del XIX. Un mundo culto y refinado frecuentado por escritores y artistas, pero también hipócrita y superficial. En uno de ellos reina Michèle de Burne, una joven viuda rica y coqueta, narcisista y vanidosa, que mantiene en torno suyo toda una corte de antiguos amantes, escritores, artistas y nobles, todos atraídos por su belleza, por su conversación inteligente y por una inagotable capacidad de seducción que los mantiene ligados a ella, celosos los unos de los otros, recogiendo las migajas de un amor sin esperanza.
A ese círculo tiene acceso André Mariolle, hombre maduro y atractivo, de riqueza heredada. Una especie de diletante, con ciertas aptitudes pero sin ambición de destacar en nada. En un primer momento, conocedor de la fama de su anfitriona, parece escéptico ante su atractivo, pero finalmente no puede evitar caer en sus redes. A partir de ahí se desarrolla una historia en el más puro estilo romántico. Maupassant, utilizando un narrador omnisciente en tercera persona, con ánimo de distanciada objetividad, analiza en sus personajes los sentimientos y emociones de la pasión amorosa, esa maravillosa ilusión que convierte en sublime lo que es natural; pero también las distintas formas de entender el amor, sus etapas evolutivas y los efectos negativos del mismo; la apasionada posesión, los celos, la frialdad calculada, la frustración del deseo, entre otros muchos matices.
El estilo del relato es aquí sencillo y directo, como suele ocurrir en el realismo. Las descripciones de paisajes, del ambiente y del aspecto físico de los personajes son muy precisas, tanto como la penetración psicológica en los mismos. En particular uno de los asiduos de la mansión de Michèle Burne, el escritor Lamarthe, parece concentrar todo el pensamiento conservador de la época y sus opiniónes sobre el papel de la mujer en esa sociedad están saturadas de tintes misóginos, no sabemos si compartidos o no por el escritor.
Lo primero que pensamos, desde nuestra perspectiva actual, es que la novela es una aguda crítica de la alta sociedad francesa de entonces. Eso es congruente con el carácter misántropo e independiente de Maupassant, que rechazó honores sociales y negó su pertenencia a cualquier movimiento político o literario. Pero a medida que avanza la trama argumental notamos algo más. Y es que el protagonista principal, André Mariolle, se va configurando como el héroe de un folletín romántico en el que todo es excesivo, los celos, las cartas y apasionadas declaraciones, la desesperada frustración, y todo nos hace presagiar un trágico final en suicidio o duelo. Esa exaltación romántica, agotadora y algo tediosa, no cuadra demasiado en una novela realista. Pero en el último tercio del relato se produce un giro inesperado que nos hace presagiar un final que nos sorprende y desilusiona un tanto por su pragmatismo. Entonces entendemos que hemos asistido a una parodia romántica que es en realidad una aguda crítica a los excesos de ese estilo literario tan denostado por los escritores  naturalistas. Algo parecido a lo que Cervantes hizo con las novelas de caballería, sin ánimo de igualar en la comparación.
Para terminar, estamos ante una novela interesante si queremos entender la mentalidad de toda una época. Ahora, desilusionados de la política y escépticos ante los avances sociales, esta lectura nos infundirá un moderado optimismo. Parafraseando a Jorge Manrique: cualquier tiempo pasado no fue mejor.


viernes, 8 de noviembre de 2019

EL BAILE. Irène Némirovsky


Uno de los muchos incentivos de la lectura es la curiosidad, y su consecuencia más inmediata el descubrimiento ocasional de alguna obra que nos sorprende, o de escritores ocultos entre la infinita nómina de la literatura universal. El “boca a boca” entre lectores, o los clubs de lectura, son decisivos para abrirnos hacia nuevos horizontes literarios y encontrar, como ahora, una pequeña joya, y una autora desconocida para mí. Un nuevo nombre que valorar y añadir al grupo de los mejores.
Irène Némirovsky (1903-1942) fue como un relámpago, breve e intenso, en la literatura francesa de entreguerras. Hija de un banquero judío ucraniano afincado en París tras la revolución rusa, fue una escritora precoz. Con sólo 26 años publicó su primera novela, David Golder (1929), que la introdujo en los salones y el ambiente literario parisino. En el curso de 15 años escribió otras tantas, muchas de las cuales quedaron inéditas y guardadas en una maleta, porque la escritora, a pesar de su integración social y conversión al catolicismo, fue víctima de las leyes raciales antisemitas del gobierno de Vichy y tuvo un dramático final en el campo de Auschwitz en 1942. Por suerte sus manuscritos fueron publicados de forma póstuma tras la guerra. La que es considerada su obra cumbre, Suite francesa, fue descubierta de forma casual y editada tardíamente en 2004.
El baile (1930) es una novela corta que cuenta la historia de los Kampf, una familia de judíos alemanes súbitamente enriquecidos por una jugada bursátil en plena crisis del 29. Como nuevos ricos ansían el reconocimiento de la alta sociedad de París, y a tal efecto preparan un gran banquete y baile que los introduzca en ese lujoso mundo, hasta ahora vetado para ellos. La historia está narrada en tercera persona y enfocada directamente a la protagonista principal, Antoinette, una adolescente de 14 años, rebelde y enfrentada a la madre, que contempla los preparativos y se siente frustrada porque le han prohibido la asistencia al magno acontecimiento. Un impulsivo gesto de la joven, fruto de la venganza y de los celos, abocará a un absurdo y dramático desenlace que revelará la debilidad de los lazos familiares.
La novela es un ejemplo de concisión literaria al condensar en pocas páginas, y en un estilo claro y directo, un profundo estudio psicológico de los personajes que deja al descubierto sus carencias y pasiones. La soledad, la difícil evolución a la vida adulta, el despertar al sexo de la hija. La vanidad mundana y el egoísmo de los padres. La obra es también una aguda crítica de la alta burguesía francesa, hipócrita y superficial, y de su afición a los títulos nobiliarios. Con sólo repasar la biografía de la escritora podemos apreciar en los Kampf bastantes coincidencias con su propia familia, sin que se pueda inferir por eso el carácter autobiográfico del relato.
La trama se desarrolla con trazos precisos y un buen equilibrio entre los diálogos, justos y medidos, y cierta austeridad descriptiva. Los recursos de estilo literario son escasos. Es una de esas obras en las que predomina el fondo sobre la forma, pero eso no la desmerece en absoluto y el lector termina por agradecer ese ir directamente al grano, al análisis psicológico y al perfecto retrato de una época. En resumen, una buena novela que ha despertado mi atención hacia Irène Némirovsky, por lo que me emplazo para leer en breve Suite francesa, su obra más valorada por la crítica.

jueves, 31 de octubre de 2019

EL INVIERNO EN LISBOA. Antonio Muñoz Molina


Poco me queda que añadir, sin reiterarme, sobre la literatura de Antonio Muñoz Molina (1956). En no menos de tres entradas de este blog he tenido ocasión de comentar otras tantas de sus novelas y analizar diversos aspectos de su peculiar estilo narrativo. Ahora, a instancia de mi club de lectura, he vuelto a disfrutar de ésta que leí hace años. En mi opinión, la relectura ocasional de un libro puede ser un buen test para calibrar nuestra propia madurez como lectores, y una oportunidad para descubrir nuevos elementos estilísticos o argumentales ignorados la primera vez.
         El invierno en Lisboa (1987) fue la segunda obra del escritor ubetense, la que inició su fama. Fue premiada y versionada al cine,  como algunas más de sus novelas consideradas, no sin dudas, de serie negra. Se presta a ello no sólo por el tema, también por la analepsis literaria, uno de los recursos más típicos del autor que se adapta muy bien al lenguaje cinematográfico, la técnica conocida con la voz inglesa flashback. 
         Es la historia de un amor imposible, el que siente el pianista Santiago Biralbo por Lucrecia, víctima y mujer fatal a un tiempo. Una historia de soledad, de encuentros y despedidas en varios planos temporales. El inicial idilio en San Sebastián, tres años antes. El punto culminante tras el reencuentro en Lisboa, en el marco de una sórdida trama de contrabando de obras de arte. Y finalmente Madrid en el presente del relato, cuando Biralbo cuenta el desenlace del mismo, triste pero previsible.
La obra es un claro homenaje a la música de jazz y también al cine negro, con guiños escénicos que nos recuerdan a películas como Casablanca. Pero no debemos engañarnos, no estamos ante una novela típica de serie negra. No esperemos la acción violenta y trepidante de éstas, por más que la ambientación sea pródiga en lugares oscuros y ciudades frías y brumosas. La acción aquí es lenta y sinuosa, desvelada poco a poco a base de alusiones indirectas o implícitas en los actos de los protagonistas. La descripción del ambiente en los clubs de jazz de San Sebastián o Madrid son perfectas, igual que de las calles y barrios de Lisboa, y no tanto por lo minucioso sino por trazos muy sutiles, propios del impresionismo literario, evidentes para los familiarizados con esos lugares, mientras quedan envueltos en un halo de misterio ante aquellos otros menos conocedores de los mismos. Complicidad con el lector en el primer caso y refuerzo de la intriga en el segundo.
         La trama argumental está contada en primera persona por un narrador, amigo de Biralbo, quizás un alter ego del propio escritor, que se relaciona principalmente con el protagonista. Cuenta los hechos que éste le transmite pero no se ve envuelto directamente en la trama. Aún así, yo diría que su importancia es evidente, no solo porque sus impresiones y sentimientos subjetivos sean decisivos en el retrato psicológico de los personajes y la atmosfera que los envuelve. También porque sus reflexiones en torno al jazz, a la música y el arte en general, trascienden la propia historia y me parecen el reflejo de las ideas estéticas y literarias del propio autor.
Estamos pues ante una novela rica en matices. Una historia de amor y de generosa renuncia. La música como creación que da sentido a la vida.  La amistad desinteresada. La soledad como autoafirmación personal.
         No me cansaré de repetir que, en la literatura de Muñoz Molina, tan importante o más que la trama argumental es ese estilo propio, que lo define tan bien, en el que importa mucho el cómo se cuenta. El predominio de una estética que yo definiría como barroca no por el lenguaje, sencillo, elegante y hasta poético, sino por el inteligente uso de la elipsis narrativa como recurso literario que aporta ese halo de misterio a sus relatos.
          Estamos ante un escritor que exige mucho al lector, por eso sus novelas no gustan a todo el mundo, aunque casi todos le reconozcan calidad literaria. En el caso de ésta, dejará un tanto indiferentes a los que esperen sólo una intrigante trama policiaca. Nada que ver con Raymond Chandler o Dashiell Hammett. Gustará bastante más a esos otros que valoren esos rasgos antes citados, a veces poco perceptibles, que son las señas de identidad del autor.
         En resumen, una estupenda novela que en mi opinión ha merecido la relectura.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

MORAS Y CRISTIANAS. Ángeles de Irisarri- Magdalena Lasala


Las escritoras zaragozanas Ángeles Irisarri Magdalena Lasala suman entre ambas una producción narrativa de cierta entidad centrada principalmente en la novela histórica. La primera enmarca sus novelas en los reinos cristianos durante la transición entre Alta y Baja Edad Media (siglos X, XI). La segunda en el Califato cordobés y los incipientes reinos de taifas durante el mismo periodo. En esta colección de relatos han colaborado para aunar e ilustrar, bajo un enfoque  complementario, la convivencia de dos culturas aparentemente enfrentadas; el esplendor del Al-Ándalus musulmán a las puertas de su decadencia, y los embrionarios reinos del norte peninsular que iniciaban ya la reconquista bajo el estandarte de la cruz. Dos mundos en absoluto estancos sino más permeables de lo que a veces nos hizo creer la historiografía oficial.
Moras y cristianas (1998) indica, ya desde el propio título, la clara intención de hacer visible a la mujer medieval en sus ilusiones y frustraciones, en sus miedos y alegrías, pero también en la valentía para enfrentarse a la adversidad y en el decisivo papel de algunas de ellas en la política o el arte de su época. Pero más allá de eso, los cuentos resultantes nos ofrecen en su ambientación un fresco bastante verosímil de esos dos mundos, islámico y cristiano, aún no definitivamente enfrentados por el fanatismo religioso, donde fue posible la tolerancia y la convivencia de mozárabes, muladíes, moriscos y judíos como minorías aceptadas. 
La estructuración de los relatos nos recuerda las Vidas paralelas de Plutarco al emparejar a las protagonistas, moras con cristianas, pertenecientes a variadas profesiones y tipos, desde esclavas, prostitutas y campesinas, ascendiendo en la escala social hasta intelectuales, nobles y reinas. De algunas historias se puede entresacar una moraleja; el ansia de libertad, el orgullo castigado o la avaricia que arrastra a la muerte. La mayoría de las protagonistas son ficticias, aunque se las rodea de personajes reales secundarios que refuerzan la ambientación sin que sus actos se ajusten exactamente a la realidad. Algunas, como Wallada la princesa poeta, Ende pintora de miniaturas, o la reina Toda de Navarra son figuras históricas recogidas en las crónicas, aunque también en ellas se destacan aspectos más literarios que rigurosamente históricos. A fin de cuentas, la historia, si además es antigua, tiene siempre un importante componente legendario y subjetivo, elementos imprescindibles de todo buen cuento.
En los relatos de cristianas se aprecia bien la buena formación histórica de Ángeles Irisarri. Por el contra, en los de Magdalena Lasala predomina más lo poético y literario, hasta el punto de recordarnos los cuentos de Las mil y una noches. Se ha criticado en ambas que sus protagonistas femeninas son en cierta forma antagónicas del prototipo de mujer medieval. Yo no diría tanto, pero es cierto que sus habilidades y deseos de liberación superan en mucho lo previsible en esa época. También lo es que, en muchas ocasiones, ponen en boca de sus personajes dichos o reflexiones intimas que son más propias de la mujer actual.
En referencia a la ambientación, me parece un tanto excesiva en destacar los tópicos históricos que todos tenemos asumidos sobre la superioridad cultural y técnica de los musulmanes de Al-Ándalus. Demasiada opulencia en éstos frente al atraso de los cristianos.
Se trata en definitiva de una colección de relatos breves, con bastantes aciertos en amenidad y en lo divulgativo frente unas pocas carencias relativas al rigor histórico y algún exceso en el refuerzo de ideas preconcebidas. Agradables de leer, pareja por pareja, de forma discontinua a ratos perdidos. 

lunes, 9 de septiembre de 2019

MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD. Stefan Zweig


No me queda mucho por añadir sobre la biografía de Stefan Zweig (1881-1942) que en anteriores entradas he intentado resumir a grandes rasgos. Solo insistiré en mi admiración por la obra de este escritor austriaco, extensa, variada y de estilo inconfundible, que fue muy popular en el primer tercio del siglo XX para ser luego progresivamente olvidada. Por suerte, parece que de nuevo renace el interés por sus novelas y relatos breves que actualmente están siendo reeditados. Y eso me ha permitido descubrir al que, hasta hace poco, era para mí sólo un nombre memorizado en los estudios juveniles, junto a uno o dos de sus títulos más significativos. El encuentro con él que quizás sea el último de los grandes clásicos de la literatura.
Se dice que Momentos estelares de la humanidad (1927) la escribió Zweig a lo largo de veinte años. Me parece totalmente justificado si consideramos que el texto resultante evidencia, ya desde las primeras páginas, una minuciosa documentación y un alto grado de refinamiento en la elaboración literaria. El mismo subtítulo nos lo sugiere cuando considera esos momentos como miniaturas históricas, aunando en el nombre la idea de obra pequeña y de primorosa factura.
Se trata de una colección de catorce relatos breves que son pura historia novelada y nos hacen evocar a aquellos historiadores antiguos, como Tito Livio (Ab urbe condita) o Plutarco (Vidas paralelas), para los que la historia era, ante todo, literatura y lección moral. Son episodios históricos que el autor considera decisivos desde su punto de vista. Algunos son reconocidos como tales por la historiografía. Tal es el caso de Cicerón, el último defensor de la republica romana frente al naciente imperio, o La conquista de Bizancio que narra el angustioso asedio de Constantinopla por el sultán Mehmet II en 1453, de tan alto valor simbólico en Occidente que es considerado como la fecha que señala el cambio de época a la Edad Moderna.  En otros relatos se ponen en evidencia grandes paradojas históricas. En La Marsellesa se cuenta la creación de un himno que simbolizó universalmente la revolución mientras su compositor, el músico y militar Rouget de Lisle, era injustamente olvidado. La historia de J.A Sutter, pionero suizo que se enriqueció en California durante la colonización del Oeste americano, evoca la del rey Midas cuando se arruinó por el descubrimiento de oro en sus tierras. También encontramos relatos de grandes errores individuales que provocaron la caída de un imperio, como en Waterloo porque un general subalterno y rígido seguidor de órdenes superiores fue la causa del error táctico que derrotó a Napoleón. O el fracaso del presidente norteamericano Woodrow Wilson en su idea de imponer una paz justa para la derrotada Alemania en la Gran Guerra, lo que a la larga conduciría a la Segunda Guerra Mundial. Incluso se narra la tenacidad de individuos que provocaron cambios fundamentales como Cyrus W. Field que consiguió unir Europa y América mediante un cable telegráfico submarino. Y heroicas gestas como la de Núñez de Balboa o Scott, el explorador inglés del Polo sur, que tuvieron un dramático final.
Todos los relatos son rigurosamente históricos pero el escritor los hace amenos ocultando deliberadamente su erudición mediante un estilo elegante y atractivo que evita la frialdad del relato estricto de los hechos, o el análisis de causas y efectos, e incide en lo poético, en los aspectos emotivos y éticos de la historia hasta elevarla a las cumbres de la épica. El destino juega en aquellos un papel decisivo que nos recuerda vivamente la tragedia griega y el caprichoso papel de los dioses que elevan a los mortales a la fama para después dejarlos caer en el infierno.
         Para terminar, una obra impresionante. Mucho más que historia, es ante todo literatura en estado puro.
         Una nota final para quien se decida leer este libro. Buscar la edición cuya portada se reproduce arriba, traducida por Berta Vias Mahou. En mis manos tuve otra edición con una traducción tan lamentable que desvirtúa el texto hasta hacerlo incomprensible
        

lunes, 26 de agosto de 2019

EL CONTRABAJO. Patrick Süskind


Ésta fue la primera obra de Patrick Süskind (1949), escritor y guionista alemán muy de moda en la década de los 80 gracias al éxito internacional de su novela El perfume (1985), un bestseller traducido a 46 idiomas y versionado al cine veinte años después por el director Tom Tykwer en un film que, en mi opinión, desmerece bastante de aquella. En cuanto a la biografía del autor tenemos pocos datos porque es poco propenso a las entrevistas, ha rechazado varios premios y sus apariciones públicas son escasas. Su obra, no muy extensa, es de una indiscutible calidad literaria. Süskind es de esos escritores que no cansan, de los que apetece leer todo lo que lleve su firma porque, guste más o menos, nunca nos deja indiferentes o insatisfechos.
Siempre creí que El contrabajo (1981) era una novela corta y estaba equivocado. Se trata de un monólogo teatral con sus acotaciones e indicaciones escenográficas correspondientes. El protagonista es un músico que vive con su contrabajo en una habitación meticulosamente insonorizada.  Se dirige en un falso diálogo a un interlocutor inexistente y comienza por hacer un apasionado elogio del instrumento que considera básico y fundamental en la orquesta, antes incluso que el director. A medida que trascurre el monólogo, y hace pausas para beber cerveza, se torna más locuaz y desinhibido manifestando sus contradicciones internas. La relación con el contrabajo es de amor y odio. En una identificación casi total lo considera su vida, pero al mismo tiempo lo hace responsable de su aislamiento y de sus frustraciones más íntimas, incluso de un amor imposible por la soprano Sarah. Al final, en un desesperado intento de rebeldía, ensaya fórmulas para liberarse del tiránico instrumento. Y aquí lo dejo para no malograr un desenlace que no obstante intuimos.
En sus reflexiones el protagonista identifica la música con la propia vida en un sentido incluso metafísico, como elemento esencial del espíritu. Desde esa altura filosófica desciende a los infiernos del alma humana y nos muestra sus contradicciones y vicios; celos, resentimiento e insatisfacción. Todo el monólogo está entreverado con multitud de digresiones; alusiones a la técnica musical, y opiniones sobre compositores clásicos. Crítica del psicoanálisis ya en decadencia en los 80. Las relaciones entre nazismo y música. Paralelismos jerárquicos entre orquesta y sociedad. Y todo en un discurso irónico pero profundo, expresado en un lenguaje elegante y con pocos artificios.
Cuando he acabado la lectura de El contrabajo, me viene a la mente que este monólogo sería ideal para ser interpretado por Rafael Álvarez El Brujo. Picado por la curiosidad me voy a la red, fuente inagotable de información, y compruebo que, en efecto, ha formado parte del repertorio teatral del actor.
Para terminar, una obra interesante. De corta extensión, que se puede leer de un tirón. En esta ocasión Süskind tampoco defrauda. Recomendable.
        


domingo, 18 de agosto de 2019

MARCO ULPIO TRAJANO. EMPERADOR DE ROMA. Varios autores


La historia que aprendí en mi infancia, la oficial del nacional-catolicismo pregonaba, en sus enciclopedias de primaria, que Trajano fue una de los grandes personajes que España aportó a la grandeza de la antigua Roma, asimilando interesadamente hispanorromano con español. Esa apropiación indebida estaba algo justificada si consideramos que el itálico Marco Ulpio Trajano (53-117) está valorado, junto con Augusto, como uno de los mejores emperadores romanos. Gracias a la conquistas en Dacia y Mesopotamia alcanzó el Imperio su máxima extensión territorial. Su promoción de obras públicas embelleció no sólo Roma (Foro de Trajano, Circo Máximo) sino otras muchas ciudades. Además, con el que fue segundo emperador de la dinastía Antonina, se instituyó el sistema sucesorio de la adopción frente a la herencia de dinastías anteriores; una fórmula que permitía el acceso al poder de los mejores, o al menos de los que concitaban mayor grado de adhesión o consenso político y militar.
Sin embargo, a pesar de su importante dimensión histórica, no se ha  conservado su biografía completa en las fuentes romanas. En efecto, las Vidas de Suetonio, o las Historias de Tácito terminan con su antecesor Domiciano, en tanto que la Historia Augusta comienza en el sucesor Adriano. Esta es la razón que, según los autores de este libro, justifica el realizar esta recopilación de documentos referentes a Trajano que sirva como fuente para futuros estudios de su biografía.
          Marco Ulpio Trajano. Emperador de Roma (2003) es un excelente trabajo de investigación de varios historiadores de la Universidad de Sevilla, editado por esta universidad. Su éxito entre los especialistas ha sido tal que ha motivado una segunda edición (2018) ampliada y mejorada.
         Se trata de una recopilación de fuentes literarias, de distintas épocas, referidas a Trajano, pero también epigráficas, numismáticas y papirológicas. Las literarias se exponen en edición bilingüe, es decir, los textos originales en latín y griego y su traducción al castellano. Todas comienzan con una introducción en la que se sitúa al autor en su contexto relacionado con el emperador, y se sigue con unas páginas de anotaciones al texto. Las reproducciones de monedas son de calidad suficiente y las inscripciones epigráficas vienen con su grafía original a base de abreviaturas, ampliadas mediante paréntesis para visualizar el texto completo. Al final el estudio se complementa con una serie de tablas cronológicas y un índice de términos. Sólo cuando acabamos de leer esta obra podemos valorar en su justa medida la imponente labor de investigación y la capacidad de los coordinadores para concretar la ingente cantidad de datos en una exposición cronológicamente ordenada y muy bien estructurada, capaz de llegar a conceptos y conclusiones sin perder su carácter de obra de consulta de datos parciales.
         Sería muy prolijo detallar el contenido de los capítulos. Como es natural, las fuentes más importantes son las de los contemporáneos de Trajano, en particular del epigramista Marcial y sobre todo de Plinio el Joven, amigo personal del emperador que desempeño dos cargos sucesivos durante su reinado. Son importantes las cartas que se cruzaron entre ambos mientras Plinio fue gobernador de la provincia de Bitinia, también el panegírico de Trajano leído en el Senado como agradecimiento por su nombramiento de cónsul sufecto. Le siguen como fuente historiadores romanos del siglo II, como Frontón, que cita a Trajano en sus epistolarios y Dión Casio. Conforme nos alejamos en el tiempo puede observarse como los historiadores son menos originales y se limitan copiar las referencias de los anteriores, así hasta llegar a los bizantinos del siglo VI. La valoración del personaje es casi siempre positiva, salvo en el caso de los apologistas cristianos, entre el siglo II y el IV, como Tertuliano, Eusebio de Cesarea y San Jerónimo. Ninguno de ellos puede perdonar que durante el reinado del emperador se produjo una persecución de cristianos, si bien muy moderada y limitada en el tiempo. Finalmente, los textos epigráficos, papirológicos y las monedas nos ayudan a situar al personaje en su contexto histórico, las costumbres, los ritos y honores imperiales etc.
         Las conclusiones que se pueden obtener de la lectura de estos textos ayudan a perfilar a Trajano como un emperador atrevido y expansionista en lo militar y prudente en lo político. Como Augusto, supo mantener la ficción republicana cuando el imperio estaba ya plenamente asumido por los ciudadanos. Mantuvo las magistraturas, si bien en sentido honorífico en las de Roma, las provincias eran otra cuestión. Derogó todas las disposiciones tiránicas de su antecesor Domiciano, renunció a la expropiación de los bienes de los condenados a favor del fisco y manifestó un profundo sentido de la justicia, al menos en sus aspectos más formales. Se consideró a sí mismo como primus inter pares y mantuvo amistad y trato familiar con senadores y patricios, aunque no renunció a honores, triunfos y títulos como el de optimus prínceps. En lo negativo, su afición desmedida a la comida y bebida, que se esforzaba por controlar (dispuso que no se acataran sus órdenes cuando estuviera borracho). También su afición homosexual a los jóvenes, bien tolerada por la sociedad siempre que se tuviera el rol activo. En casi todos los escritos se alaba su decisión de adoptar a Adriano como sucesor, aunque admiten el papel decisivo de su esposa Plotina en este nombramiento.
         Para terminar, estamos ante un estudio histórico impresionante. No es divulgativo y por tanto no recomendable para aficionados principiantes de la historia romana. Yo me reconozco a medio camino entre éstos y los historiadores profesionales y se me puede aplicar aquel dicho militar de: “la caballería se pasa y la infantería no llega”. La divulgación me queda un poco corta y los estudios como éste me sobrepasan, no tanto en cuanto a la comprensión general del texto sino en la imposibilidad de abarcar algunos datos demasiado específicos solo útiles para especialistas. A pesar de todo, la lectura me parece muy interesante y además puede seguirse de forma intermitente, sin perder el hilo y evitando la saturación. 

jueves, 15 de agosto de 2019

EL CUENTO DE LA ISLA DESCONOCIDA. José Saramago


José Saramago (1922-2010) fue un escritor tardío y polifacético. Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y ensayista, en su abundante producción no despreció ninguno de los grandes géneros literarios. Dentro de su extensa obra, la narrativa es la parte más destacable, la que le dio mayor consideración y fama entre los lectores. Creo haber leído la mayoría de sus novelas y es desde hace años uno de mis escritores favoritos. Su prosa saturada de piadosa ironía es inconfundible, y sus reflexiones trascendentes, expresadas en lenguaje sencillo y muy directo, contienen elementos lógicos y dialécticos que nos hacen evocar la filosofía socrática.
Por casualidad ha llegado a mis manos este cuento, uno de los dos únicos del escritor portugués. En este caso, lo conciso del relato no le resta ni un ápice de intensidad por lo cual me ha resultado tan atractivo como sus novelas.
El cuento de la isla desconocida (1998) tiene la estructura tradicional de los cuentos, aunque no comience con aquello de “Érase una vez…”. Sin embargo, también aquí es muy reconocible ese estilo y lenguaje propios, tan original en las novelas de Saramago. El narrador cumple la misión de introducirnos en el ambiente y los personajes para después diluirse y darles protagonismo en unos diálogos sólo interrumpidos ocasionalmente por breves aclaraciones y pensamientos que sirven para ilustrar el sentido alegórico de la trama argumental. Porque lo que se cuenta puede ser entendido como una historia de amor, pero es ante todo una metáfora con varias interpretaciones posibles. El viaje como fórmula para salir del propio aislamiento, para conocerse a sí mismo. Los sueños entendidos como utopía personal, como ilusión que da sentido a la existencia. En suma, la búsqueda de uno mismo en el viaje de la vida. Los protagonistas principales son dos; el hombre que pidió al rey un barco y la mujer de la limpieza. No tienen nombre, quizás porque sus ilusiones, emociones y sueños son comunes a todo el género humano. Ambos interaccionan en un diálogo que rehúye incluso el punto y seguido, separadas ambas voces sólo por comas y mayúsculas iniciales, unidos en el proyecto común, el hombre que persigue un sueño y la mujer que alivia su incertidumbre.
Al margen de lo aparente y lo trascendente en la historia, Saramago no desaprovecha la ocasión para deslizar la crítica hacia el poder político o los absurdos de la burocracia, como elementos accesorios de la misma. Siempre en ese tono irónico pero amable que huye de lo acerbo y más bien se compadece de los vicios que son casi inherentes a nuestra naturaleza.
En resumen, una lectura agradable y profunda a un tiempo.


martes, 6 de agosto de 2019

NOVELA DE AJEDREZ. Stefan Zweig


En esta última etapa de mi afición lectora siento una especial predilección por los géneros literarios del cuento y la novela corta. No solo por aquel refrán popularizado por Baltasar Gracián (lo bueno si breve…) sino por considerarlos los más apropiados para esta época estival, cuando el calor enardece las sensaciones y pasiones al tiempo que provoca esa modorra intelectual que nos incapacita para obras más extensas o complicadas. La novela policiaca es otro buen paliativo canicular, a condición de obviar la multiplicidad de personajes secundarios y centrarse en el desenlace final que esclarece cualquier trama por complicada que sea.
Ésta que acabo de leer, es en efecto, una novela corta (algo más de 50 páginas) pero muy intensa. De las que se pueden terminar en una tarde manteniendo en todo momento la intriga, esa especie de curiosidad, que es la condición de toda lectura amena.
Novela de ajedrez (1941) fue la última novela de Stefan Zweig (1881-1942) pero fue publicada en 1943, un año después de su suicidio, y está reconocida por la crítica como su obra maestra. Reconozco mi simpatía hacia este escritor austriaco, de estilo literario desprovisto de elementos superfluos al tiempo que profundo. Ese estilo, junto a ciertos aspectos de su biografía, me recuerda a los escritores del XIX. Fue un nostálgico partidario de la periclitada monarquía austro-húngara, lo cual no deja de parecer romántico en pleno siglo XX. En cambio, presentaba rasgos que se pueden considerar actuales, como el europeísmo frente a los nacionalismos imperantes, y la   tolerancia. Todo ello lo enfrentó con el naciente régimen nazi que prohibió sus obras y causó su exilio forzoso.
Con este tipo de novelas, una descripción demasiado explícita del argumento puede arruinar futuras lecturas, así que me limitaré a ofrecer un resumen de la sinopsis promocional.
“Sin capacidad para cualquier otra actividad intelectual, Mirko Czentovicz se reveló, ya desde niño, como un genio del ajedrez, del que ha llegado a ser campeón del mundo. Pero, en un viaje en barco de Nueva York a Buenos Aires, se le presenta un enigmático contrincante: el señor B., noble vienés que huye de los nazis. Uno de los pasajeros del vapor se acerca a los dos personajes acompañando al lector a la confrontación entre los dos jugadores”
El narrador es un testigo que viaja en el mismo barco. Quizás el propio escritor que hizo ese mismo viaje y estuvo un tiempo en Argentina. A través de otro pasajero conoce la biografía del jugador eslavo, pero pronto observaremos que este último no es el protagonista principal del relato. Por supuesto el ajedrez es la causa de la confrontación y el desenlace está relacionado con este juego, pero lo importante es la profundidad psicológica que otorga al retrato de los personajes. En el trasfondo de la historia aparecen la soledad como tortura psicológica, la capacidad de resistencia del ser humano, y sobre todo la neurosis obsesiva que puede transformar el juego en un motivo de supervivencia. La descripción de los síntomas de esta enfermedad es tan realista que pudiera ser descrita, con la misma precisión, por un psiquiatra o por un enfermo.
Nada más debo añadir a lo dicho. Una estupenda novela que recomiendo.




lunes, 5 de agosto de 2019

SEXO Y PODER EN ROMA. Paul Veyne


Paul Veyne (1930) es un prestigioso historiador y arqueólogo francés especialista en historia de Roma. En sus ensayos históricos enfoca el mundo grecolatino desde un punto de vista antropológico, más interesado en los usos y costumbres, la literatura o la filosofía, que en los postulados del positivismo histórico. Se aleja pues de la rigidez científica y el simple análisis de causas y consecuencias, de la historia aristocrática o de los grandes sucesos históricos para insistir en los aspectos sociológicos de la civilización romana.
Sexo y poder en Roma (2005) puede ser entendido en su globalidad, y atendiendo a su temática, como un ensayo. Se trata en realidad de un conjunto de artículos periodísticos y entrevistas de prensa. En ellos se aproxima a diversos temas: La ausencia del concepto de Estado romano, incluso en el Imperio, frente al de ciudadanía. La corrupción institucionalizada de la clase política (nihil novum sub sole). Los aspectos éticos y jurídicos del suicidio. Los juegos gladiatorios. El matrimonio, la sexualidad. Y temas que siguen siendo polémicos hoy en día como el aborto o la homosexualidad, entre otros.
La exposición de dichos temas es muy divulgativa, con casi total ausencia de citas marginales y lenguaje claro sin abuso de latinismos. Algunas de sus opiniones son discutibles, como el rechazar las múltiples causas de la caída del Imperio (ascenso del cristianismo, crisis económica y militar, etc) para atribuirla en exclusiva a las invasiones bárbaras. En ocasiones el escritor adopta un papel desmitificador de estereotipos históricos previos, como en el caso del derecho romano, entendido popularmente como un corpus jurídico completo, cuando no era sino un abigarrado conjunto de jurisprudencia. Sí admite que las fórmulas legales, lo que hoy conocemos como derecho procesal, fue el mayor legado a la posteridad. Otro aspecto interesante es el análisis de la religiosidad romana. La considera más tolerante, libre y abierta que las religiones monoteístas aunque menos profunda en el sentido ético y espiritual.
Paul Veynes no suele contrastar sus opiniones históricas con las fuentes, pero su profundo conocimiento de los temas que trata las hace verosímiles aunque en ocasiones nos parezca algo superficial.
En resumen, una obra amena y divulgativa que puede ser atractiva para lectores no acostumbrados a la historia. Muy recomendable.
Una nota a modo de curiosidad. La portada muestra un fresco pompeyano en el que aparecen Marte y Venus. Aquél mira al infinito o al Olimpo como buscando la aquiescencia de Júpiter en sus amores adúlteros con la diosa, mientras tanto va a lo suyo. En cambio, Venus parece mirar al espectador. No se miran, están concentrados en sus respectivas sensaciones eróticas. Un sexo que parece desprovisto de amor. En fin, es una interpretación personal.


domingo, 4 de agosto de 2019

LA HIERBA DE LAS NOCHES. Patrick Modiano


En alguna oportunidad he manifestado mi incapacidad para comentar negativamente una determinada novela. En las contadas ocasiones en que esto sucede siempre me asalta una duda; sí no serán mis limitaciones como lector, más que los defectos de la obra, las que condicionan mi opinión. En suma, temo no estar a la altura del libro que acabo de leer. En el caso de éste que me ocupa hoy, esa inquietante sensación es aún mayor, en tanto que Patrick Modiano (1945) es nada menos que un grande de la literatura contemporánea, que cuenta entre sus galardones con el Premio Goncourt (1978) y el Nobel de Literatura (2014), entre otros.
La hierba de las noches (2012) es una de las últimas novelas del escritor francés. También en esta ocasión la crítica literaria se deshace en elogios. El protagonista es Jean, un alter ego del propio escritor, que nos cuenta en primera persona sus paseos por los barrios de la rive gauche de París, con centro particular en Montparnasse. Desde el primer momento nos describe un ambiente espectral en el que edificios y lugares desaparecidos brotan en su memoria, en un continuo intento de reconstruir el pasado, un reencuentro con el París de la década de los 60, cuando un joven estudiante y su amante Dannie se ven envueltos en una turbia trama de tintes policiales que evoca conflictos políticos de la época postcolonial.
Hasta aquí todo bien. El lector se sumerge en el relato con la esperanza de un rápido desenlace esclarecedor ya que se trata de una novela corta. Nada más lejos de la realidad. Se citan reiterativamente los nombres de los personajes sin que sepamos casi nada de ellos ni de sus actos, como traducción de las propias dudas y lagunas del narrador que, a fin de cuentas, ejerce como testigo de una trama que intenta desvelar. Tampoco nos revela el carácter íntimo de su relación con Dannie, ni profundiza en el retrato psicológico de la supuesta amante. Solo nos deja intuir que está implicada en unos sucesos delictivos que desconocemos. En ese punto el lector, envuelto en un relato que le deja frío, calificado ostentosamente por la crítica como poético-policial, entre un maremágnum de lugares y nombres que aciertan en confundirle, sólo ansía un desenlace que le haga salir de las brumas argumentales. Por fin, un viejo policía jubilado encuentra casualmente a Jean, a quién interrogó en el pasado, y le entrega un viejo informe que apenas ayuda a esclarecer los hechos, un secuestro y asesinato que pudiera ser el de Ben Barka, el líder independentista marroquí enemistado con el régimen del sultán. Todo eso hay que deducirlo, porque en ningún momento se cita el nombre.
No dudo qué, para un francés contemporáneo de los acontecimientos y buen conocedor de la geografía parisina, está novela tendrá mayor sentido que para mí. Quizás sea el fruto de la experiencia pero, casi totalmente ausente de reflexiones, se queda corta de vida y emotividad. Una historia deliberadamente compleja, pero sin alma, que sólo pueden disfrutar y comprender un limitado número de elegidos. Para ellos puede que tengan sentido frases como: Geografía interior, búsqueda del tiempo perdido o laberintos de la memoria. Yo, lamento decirlo, no llego a tanto.
Para terminar, una novela que apenas consigue mantener el interés, desilusionante en el desenlace y demasiado fría en la exposición, aunque afortunadamente corta. Recomendable sólo para arriesgados.   


martes, 30 de julio de 2019

LA LADRONA DE LIBROS. Markus Zusak


El escritor australiano Markus Zusak (1975) alcanzó fama internacional con esta novela que fue superventas, galardonada con varios premios y finalmente llevada al cine. Tras su lectura, debo reconocer que  La ladrona de libros (2005) merece sobradamente el éxito obtenido. Se trata de una obra que puede ser entendida como literatura juvenil, pero también como novela histórica por su ambientación en la Alemania hitleriana.
La literatura en torno al holocausto judío es abundante y siempre nos produce una mezcla de sentimientos, horror y compasión entre otros. La visión de aquel genocidio a través de la mirada infantil resulta aún más dramática y conmovedora a nuestros ojos. Baste citar El Diario de Ana Frank, un testimonio real sobrecogedor, o más recientemente la novela El niño con el pijama de rayas (2006) de John Boyne, que también ha sido adaptada al cine.
La ladrona de libros se llama Liesel Meminger, una niña alemana dada en adopción a la familia de Hans y Rosa Hubermann que viven en Molching, un pueblo ficticio a las afueras de Múnich. La comprensión y la bondad de su padre de acogida le  ayuda a superar el trauma que le produjo la muerte de su hermano pequeño, y con su madre adoptiva, una mujer ruda pero con buenos sentimientos, mantiene una relación tensa pero cariñosa. La historia se desarrolla entre los años previos a la Segunda Guerra Mundial, con el ascenso del nazismo, y  llega hasta la fase final de la misma cuando,  tras la derrota de Stalingrado, comienzan los bombardeos de los aliados. En este periodo Liesel vive su paso de la infancia a la adolescencia en un ambiente de penuria económica y cartillas de racionamiento. Sus vivencias, la relación con los vecinos, su amistad con Rudy Steiner y con Max Vandenburg, un judío escondido en el sótano de su casa, son una continua fuente de emotividad, una apelación directa a nuestros sentimientos más nobles. Los personajes que aparecen sucesivamente en la trama nos ayudan a comprender las distintas actitudes individuales frente a la brutalidad del régimen nazi; desde el fanatismo triunfalista que deviene en frustración suicida, pasando por la egoísta o miedosa indiferencia ante el dolor ajeno, hasta la piedad como valiente forma de reivindicar la propia dignidad humana. 
Liesel siente una especial atracción por los libros y la palabra escrita, que son para ella un paliativo calmante  frente al dolor y el miedo. Un miedo que inicialmente es inquietud ante sucesos que la niña intuye más que comprende, y poco a poco se va haciendo palpable con los acontecimientos para terminar de materializarse en el horror de los bombardeos.
Aunque toda la acción se focaliza en la protagonista, la historia está narrada desde el punto de vista de la Muerte. Una narradora original y desprovista de rasgos macabros como calaveras y guadañas. Tampoco tiene carácter religioso porque al llevarse a las almas en realidad se lleva el ánima, es decir, la animación del cuerpo. Es imparcial pero no totalmente fría porque a veces insinúa cierta compasión. Es incluso poética cuando destaca los colores en el momento de ejercer su función (blanco de la nieve, rojo de las bombas). A menudo se dirige al lector para aclarar el sentido de las palabras o desvelar parcialmente el futuro que conoce. Su papel crece hasta convertirse en un personaje más de la novela.
Me importa no ser más explícito en el resumen del argumento. No quiero arruinar un relato que merece ser leído y apreciado en su emotividad al tiempo que disfrutamos de la variedad de matices y de las ideas trascendentes que lo inspiran. En resumen, una novela que enriquece y de alguna forma nos hace mejores.


martes, 9 de julio de 2019

HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA. Jorge Luis Borges


Intentar resumir en esta entrada la rica y compleja obra literaria de Jorge Luis Borges (1899-1986) me parece vana presunción. No obstante, interesa destacar algunos aspectos de la misma que pueden venir al caso de esta colección de cuentos que hoy comento.
El primero es la equiparación intelectual entre escritura y lectura. El genial escritor argentino fue siempre lector impenitente y llegó a decir que su concepción del paraíso era una biblioteca. Entendía que la literatura se nutre de la lectura de textos que surgen de otros y remiten a un texto original quizás perdido. Su objetivo no era tanto la originalidad sino la recreación de un universo fantástico basado en la reelaboración literaria o en una realidad empírica que consideraba igualmente ilusoria. Fruto de esa intensidad lectora fue la enorme erudición que reflejan sus historias.
Otro aspecto a destacar es la evolución literaria del autor desde postulados basados en la realidad o la verdad racional, hasta un claro predominio de la intención estética. No cree en el conocimiento objetivo como forma de explicar el mundo por lo que adopta un eclecticismo basado en la pluralidad de perspectivas, expresado con un estilo barroco de tipo quevedesco en el que, mediante una prosa austera y precisa, construye mundos alternativos de alto contenido simbólico utilizando recursos como la ironía o la paradoja, reflejos o paralelismos, hasta convertir el relato en una gran metáfora, en ocasiones con cierto trasfondo metafísico.
Borges consideraba el cuento como un género esencial frente a la novela que obliga al relleno. Por eso nunca escribió una, pero es universalmente conocido como el mejor escritor de relatos breves. Sus historias mezclan fantasía y realidad. Son una amalgama de citas eruditas de textos históricos frente a otras referidas a libros apócrifos; geografías reales junto a novelescas; recuerdos vividos e inventados; gramáticas utópicas y matemáticas imaginarias. Todo ese conjunto de elementos cohesionado mediante un lenguaje perfecto y elegante dan lugar a ficciones de gran originalidad. Los mejores cuentos de la obra borgiana ofrecen varios significados que se organizan por capas que resultan transparentes u opacas según el punto de vista del lector, es decir, de su experiencia. Debido a esto, la comprensión completa del texto puede quedar velada parcialmente o limitada a las capas más superficiales del mismo. El escritor funciona entonces como una especie de demiurgo en el centro del laberinto (un figura muy de su gusto) que, siendo el urdidor de la trama es el único privilegiado que la conoce al completo.
Historia universal de la infamia fue la primera colección de cuentos de Borges. En el volumen que he leído se recogen catorce cuentos; los trece de la primera edición (1935) y uno de los tres añadidos en 1954. En el prólogo los propone como ejemplo de barroco literario, según su definición: “cuando el arte exhibe y dilapida sus recursos”. Aunque todos los relatos se basan en crímenes y personajes reales, están reinventados y tergiversados de tal forma que se convierten en fantasías originales. No debe extrañar que el escritor que acuñó el término realismo mágico situara el inicio del movimiento literario a partir de la publicación de este libro.
Un primer bloque de cuentos está encuadrado temporalmente en el siglo XIX y son historias de criminales. En El atroz redentor Lázaro Morell, ambientado en el profundo sur, un aparente libertador de esclavos es en realidad un despiadado ladrón y asesino. El impostor inverosímil Tom Castro es un caso de suplantación de personalidad. Ambos criminales aprovechan la ilusoria esperanza de sus víctimas. La historia de la Viuda Ching, cuenta las aventuras de una mujer pirata china y tiene un poético final con la fábula de “los dragones y la zorra”. En El proveedor de iniquidades Monk Eastman se inspiró sin duda Martin Scorsese en su película Gang of New York. El asesino desinteresado Bill Harrigan reinventa la historia de Billy the Kid. El relato que protagoniza Kotsuké, venganza por honor a la japonesa, ha sido imitado por el director japonés Kazuaki Kiriya en su película The Last Knights, mediocre a pesar de buenos actores.
         Un segundo bloque tiene como fuente principal Las mil y una noches de nuevo reinventados y saturados de elementos simbólicos tan del gusto de Borges; espejos, máscaras o velos, laberinto, etcétera. Una mención especial precisa el relato que une ambos bloques, Hombre de la esquina rosada. Se trata de una historia que se aparta de mitologías universales para reivindicar cierto nacionalismo literario en el localismo de su Buenos Aires natal. En ella se reproduce el ambiente del hampa porteña, los malevos o compadritos de los barrios marginales, que hablan en el argot conocido como lunfardo o jerga orillera, en un ambiente de matones tabernarios y tangueros. El tema aquí es el reto, el combate singular de tintes homéricos como reconocimiento del otro en el acto de darle muerte. Con un final inesperado en el que el narrador se dirige al propio Borges.
         En resumen, una estupenda colección de cuentos, con mucho menor contenido alegórico que las que le sucedieron, Ficciones (1944) y El Aleph (1949). Si estas últimas son la culminación de eso que se ha llamado universo borgiano, la que nos ocupa parece un ejercicio preliminar. Algo que reconoce el autor en el prólogo tardío de 1954.  Pero eso no supone merma en la calidad literaria de estos cuentos envueltos en una atmósfera irreal, saturada de elementos épicos y líricos. Me gusta Borges, incluso cuando no consigo penetrar sus metáforas que me dejan, no obstante, un agradable regusto de misterio.

                 

miércoles, 3 de julio de 2019

EL GRAN GATSBY. Francis Scott Fitzgerald


Esta novela no consiguió en el momento de su edición el éxito de ventas que pretendía su autor, y eso a pesar de ser bien acogida por los principales críticos de la época. El reconocimiento público fue tardío, casi póstumo, algo que se da con frecuencia en literatura. En la actualidad es ya un clásico de la narrativa americana.
Francis Scott Fitzgerad (1896-1940) está considerado como el más genuino representante de la llamada Generación Perdida, integrada por el grupo de  escritores norteamericanos que desarrollaron su obra durante una década, conocida allí como la era del jazz, que nosotros recordamos como los locos años veinte. Una época de gran prosperidad económica en los Estados Unidos, que se inició tras la victoria en la Gran Guerra y culminó con el crack del 29. Años de grandes contrastes donde se forjó el ideal del sueño americano, pero que  también estuvo marcada por la especulación financiera, la corrupción política y el gansterismo, que fue tan bien retratado por la novela negra y el cine, con el jazz como telón de fondo musical en los escenarios de Chicago y Nueva York. La biografía de Scott Fitzgerard es en parte reflejo de la mentalidad de su época, de esa moral de triunfo a costa de todo y todos, de la frivolidad, el derroche y los excesos que le condujeron al alcoholismo y a una muerte precoz. Sus novelas, cuatro y una inacabada, son a un tiempo críticas con su entorno y de importantes matices autobiográficos, lo cual presta al escritor un cierto aire de rebeldía o inconformismo frente a esa sociedad a la cual pertenece.
El gran Gatsby (1925) pudo tener otros títulos, entre los cuales dudó el autor. Uno de ellos era Trimalción, referente a un personaje del Satiricón de Petronio, famoso por sus excesivos banquetes. Fue rechazado quizás por demasiado cultural, pero es muy ilustrativo de la desmesura en las fiestas del protagonista. Su historia la cuenta un narrador testigo en primera persona. Es Nick Carraway, un joven vecino de Gatsby, amable y un poco sarcástico, pero aún optimista frente a la bondad del ser humano. En cierto sentido admira a su vecino y después amigo, pero representa el contrapunto ético de éste. Su moralidad queda bien definida desde el principio cuando refiere un consejo de su padre sobre la tolerancia: “Antes de criticar a nadie, recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú”.
En la primera parte de la novela nos retrata al resto de los personajes; Tom Buchanan, un millonario, racista y fuerte hasta la brutalidad. Su esposa Daisy, prima retirada de Nick, joven atractiva y superficial. George Wilson, mecánico despreciado por Tom, y su mujer Myrtle, amante secreta de éste. Por fin, Jordan Baker, amiga de Daisy, golfista aficionada a la que Nick trata de seducir. El retrato psicológico de los personajes es de trazos breves pero muy precisos. En cambio, sobre Jay Gatsby deja caer una deliberada ambigüedad que lo convierte en un protagonista misterioso, con riqueza acumulada de origen incierto, que da grandes fiestas en su mansión a las que acude la alta sociedad neoyorquina y una pléyade de parásitos. Un personaje sobre el que todos especulan y casi nadie conoce.
En realidad, lo interesante de esa primera parte es el ambiente social que rodea a los personajes y sus fuertes contrastes. La diferencia entre el East Egg y West Egg, barrios ficticios de Long Island, donde se acumulan las mansiones de los ricos de rancio abolengo y los nuevos ricos. Junto a estos, el “valle de las cenizas” un vertedero industrial que los separa de Nueva York, donde malvive el matrimonio Wilson. Y en esos ambientes, el esnobismo, la hipocresía y superficialidad, el egoísmo y los excesos de esa nueva clase de aparentes triunfadores, con el trasfondo insinuado del crimen organizado.  
Es en la segunda mitad de la novela cuando se desvela el misterio que rodea a Gatsby; su origen familiar y el de su riqueza, el motivo de esas enormes fiestas y la relación entre los personajes. A partir de ese momento la trama adquiere un tinte de tragedia griega donde los dioses o el azar, en una precisa concatenación de causas y efectos, parece dirigir a los personajes hacia su dramático e inexorable destino.
En resumen, una novela muy bien construida y una narración que va creciendo en intensidad e interés. Con descripciones cargadas de sutileza y también ironía. Y con algún pequeño y casi inapreciable error (véase los chales de la antigua Castilla) sobre otras culturas como la nuestra. Nada importante tratándose de un norteamericano.
Una obra muy recomendable.


miércoles, 19 de junio de 2019

HADJI MURAT. León Tolstói


León Tolstói (1828-1910) es sin duda una de las grandes figuras de la literatura universal. Entre sus novelas más famosas recordaremos siempre Guerra y Paz (1869) y Ana Karenina (1877), consideradas como obras cumbre del realismo ruso. Dentro de su extensa producción, que incluye cuentos, novela corta y obras didácticas recuerdo también La muerte de Iván Ilich (1886) y El padre Sergio (1898), pero desconocía este título que hoy comento y ha resultado un afortunado descubrimiento.
A mediados del XIX, el genial escritor ruso se agregó al ejército y fue testigo de la Guerra del Cáucaso. Como resultado de sus experiencias e impresiones escribió este relato que recoge la historia de un personaje real, Hadji Murat (1790-1852), un jefe guerrillero de la resistencia frente a la invasión rusa que, por diversos avatares personales, enemistado con su líder natural, el imán Shamil, terminó entregándose y colaborando con los rusos. La novela, titulada con el nombre del protagonista, resume los dos últimos años de su vida (1851-1852), en una serie de causas y consecuencias que le abocan a un dramático final. Tolstói apunta aquí a una especie de determinismo histórico, teoría muy en boga por esa época, que el escritor ya había expresado en Guerra y paz.
 Hadji Murat fue escrita a lo largo del tiempo, como fruto de una intensiva documentación histórica sobre el personaje en los últimos años de vida del autor, pero publicada póstumamente, y no completa hasta 1917. Las razones de esta demora se comprenderán a continuación.
El realismo literario, como espejo que pretende reflejar fielmente el ambiente y la realidad de la época, supone por eso mismo una crítica implícita de las costumbres y de los vicios sociales. Así lo entendieron los escritores del realismo francés cuando describieron la hipocresía de la alta burguesía emergente tras la revolución. La sociedad rusa, aún anclada en el feudalismo durante el siglo XIX, con sus grandes contradicciones, era en sí misma un cuadro colorista, pleno en luces y sombras, que los escritores de esa época pintaron con precisión. Pero en general en ese retrato mantenían un cierto distanciamiento o imparcialidad. La crítica no parece ser la intención aparente del escritor, que se limita a describir la realidad y es el lector el que la tamiza en el cedazo de su propia conciencia y descubre las injusticias y vicios que   oculta ese retrato social. Tolstói sigue en sus grandes novelas ese mismo esquema. En todas ellas se hace patente el fuerte contraste entre la privilegiada aristocracia rusa y la miseria general de la población. En Guerra y Paz es ese el ambiente de un relato épico, el de la invasión de Rusia por las tropas de Napoleón. En Ana Karenina, se percibe también, como telón de  fondo, en el retrato intimista de la protagonista enfrentada a su conciencia y su drama personal.
Pero en Hadji Murat la aparente imparcialidad Tolstói se desvanece y toma partido. En la historia se vislumbra claramente la denuncia de una guerra injusta, la del Cáucaso, sólo motivada por el capricho de expansión territorial imperialista, a costa de unos pueblos difícilmente asimilables en lo cultural, aprovechando su primaria organización tribal y la debilidad de los imperios vecinos, turcos y persas. Una guerra muy distinta para la aristocrática oficialidad que disfruta de enormes privilegios, frente a una tropa miserable reclutada entre los siervos de la gleba que se juega la vida por unas monedas en lucha contra guerrilleros emboscados. En este sentido es ilustrativa y emotiva la inútil muerte del soldado Avdeyev, herido en el vientre por una bala perdida. Es un campesino que se alistó en la recluta forzosa a cambio de su hermano que tiene cinco hijos.
El capítulo 15 es una crítica feroz del zar Nicolás I al que hace responsable de esa guerra inútil que dirige personalmente a su capricho y con escasa capacidad. Lo describe como despótico y de carácter colérico, petulante y engreído, enemigo de las reformas y obsesionado por la revolución social. Poco inteligente, desprecio hacia los polacos y otros pueblos conquistados y muy cruel en sus decisiones. Ese despiadado retrato justifica por sí solo que la novela no fuera publicada en vida del escritor.
En cuanto a Hadji Murat, no profundiza en exceso en el retrato psicológico ni en sus sentimientos por más que, ocasionalmente, nos muestre sus dudas respecto a su situación y la de su familia, rehenes de su enemigo Shamil. El carácter heroico del personaje no se percibe bajo el foco de los hechos narrados sino por la fama y los elogios de sus enemigos. Fuerza y valentía, lealtad y hospitalidad para los amigos, respeto hacia el enemigo, pero también la venganza como justicia primaria. Es el retrato de un hombre de carácter noble y algo ingenuo, desconfiado a fuerza de traiciones, orgulloso de su origen y tradiciones frente a los rusos, cuyas civilizadas costumbres tolera pero no comprende. En cierto modo el personaje presenta rasgos que aluden al mito literario del “buen salvaje” que puso de moda Rousseau en el siglo XVIII. A mí me recuerda un tanto a esos indios salvajes y nobles de la filmografía norteamericana sobre el Far West.
La historia se desarrolla de forma lineal, en marco temporal de algunos meses, desde que Hadji Murat se entrega voluntariamente a los rusos. Se relata su obsesión por conseguir ayuda para liberar a su familia, la desconfianza de los rusos, pero también la amistad con algunos de los oficiales. En el último capítulo se produce un salto en el tiempo y unos testigos relatan su dramático final.
A Destacar las observaciones del narrador sobre el cardo tártaro, una planta difícil de destruir por el hombre, que se recupera tras ser pisada o dañada, complicada de extirpar, toda una metáfora sobre la fuerza y resistencia del protagonista, tan salvaje y rudo como la planta, frente al poder civilizado de los rusos.
Para terminar, una novela corta poco destacada en la nómina de obras de Tolstói. Me ha gustado y me identifica más aún con este gran escritor de fuertes principios e ideales sociales sorprendentes en un aristócrata de su época.